40. No eres buena mintiendo
No hay nombre para ponerle a esto que ahora siente. Jamás creyó que vería una expresión indescifrable en el rostro de Declan.

Parece que el tiempo se detuvo. Y sólo, ahora, existen ellos. Con esa compartida de miradas que no favorecen nada de lo que Maylene creyó que haría cuando según ella todo se resolvería, porque no lo volvería a verlo nunca más. Con esa prisión dentro de sus entrañas que revuelven todo hasta que incluso siente seca la garganta. Y en como su alma, por un instante, deja su cuerpo.

Sus manos sudan frío y es una fracción de segundo se pregunta si ha hecho bien en soltar algo así de la nada. Últimamente ni siquiera concilia el sueño por lo mismo. Su vacilación la enferma una y otra vez. Y el silencio de Declan se vuelve aterrador. La aterra de pies a cabeza.

Maylene no sabe si puede mirarlo a los ojos. En estos momentos, no. No quiere sentir arrepentimiento por haber decidido jugar con fuego.

Decide que no hay marcha atrás, y si su silencio sigue en los próximos se
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