24. Una eternidad arrodillado

—Yo quiero...reconquistarte…

Y éstas palabras mueven el piso bajo sus pies. Es como si lo escuchara, de pronto, bajos las aguas del mar. Sus ojos están completamente desorbitados cuando éste hombre ha dicho la última frase que esperó que diría. Empieza a sudar frío, sin duda. Su cuerpo, tensado de pies a cabeza, se pone rígido como una piedra. Pero sus ojos se llevan el completo protagonismo. Sencillamente, ha quedado estupefacta en cada rincón de su cuerpo

—¿Estás loco?

El aire no existe en los pulmones de Maylene. Y tampoco cree que se estabilice mientras ve al último hombre en la tierra que pensó que diría esto de pie frente a ella. Todo lo que tenía que ver con el fuerte amor que alguna vez los dos se profetizaron lo enterraron desde que se miraron con furia luego de su divorcio.

—¿Perdiste la cabeza? —vuelve a decir Maylene dando un paso hacia atrás. Está incrédula, y parpadea para que no se les ocurra a sus ojos dejar salir las lágrimas de impotencia—. Después de todo…¿Vienes a
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