Capítulo 4. Colisión

Kostantin llegó al imponente edificio de más de veinte pisos, con una fachada de fibra de vidrio de color negro, donde funcionaban las empresas Petrakis, no pudo evitar sentir una pizca de orgullo abriéndose paso en su interior, nadie creería que todo ese imperio económico había sido construido por el muerto de hambre de Vasil, impulsado por el engaño y burla de la princesita.

 

Luego de la muerte del padre, tanto su mamá y hermana regresaron a Grecia a la casa de la familia materna, mientras él terminó enrolándose como cargador en uno de las grandes empresas de transporte marítimo, con una de las rutas más importantes del mundo, el estrecho de Gibraltar, punto de unión entre el mar mediterráneo con el océano Atlántico, a la vez que comunica el oriente próximo y Asia por el canal de Suez.

 

Allí fue juntando el noventa por ciento de sus ingresos, aprendiendo cada una de las actividades desarrolladas en un barco mercante, desde el mantenimiento preventivo de la embarcación, la preparación de la carga, recepción, conservación y entrega, el buen funcionamiento de la embarcación y en fin, no dejó de aprender todo cuanto pudiera. 

 

Durante ese tiempo solo mantuvo comunicación telefónica con su madre una vez al mes, le enviaba algo de dinero de vez en cuando para ayudarla, porque tenía sus objetivos claros, amasar un gran imperio económico, para hacer pagar a sus verdugos del pasado.

 

Cinco años después terminó asociándose con dos compañeros, entre ellos, Stavros y compraron un barco a bajo costo, porque era necesario hacerle varias reparaciones para su funcionamiento; a los fines de abaratar los gastos originados, terminó empleándose como ayudante en un astillero a cambio de la reparación del barco, trabajaba veinte horas seguidas, solo dormía cuatro, no tenía vida social, se convirtió en un huraño.

 

Sin embargo, un año después obtuvo los frutos, contrató la tripulación y él mismo se encargó de dirigir la embarcación para cargar mercancía, seis meses después compró el segundo barco en las mismas condiciones, hasta luego de años de arduo trabajo, se convirtió en el dueño de una de las líneas navieras más importante del mundo KPV, donde él tenía la mayoría de las acciones, con los años también concentró sus actividades en la industria de la construcción y hace un par de años en la industria automotriz, convirtiéndose en unos de los empresarios más exitosos de Europa.

 

Estaba llegando al estacionamiento, cuando sus pensamientos fueron interrumpidos por una llamada, se trataba de Stavros, su amigo y socio.

 

—¿Dónde andas? Estoy en la oficina, observando por las cámaras de seguridad y solo acudió Simón Ferrer, no veo a su hija con él —informó el amigo un poco a la expectativa por lo que pudiera pasar.

 

Sabía cuánto esperó Kosta, ese momento, vivió solo para ello, mas temía cuán cruel pudiera ser, pues durante todos esos años era inclemente, mal humorado, no se conmovía ante nada y llevaba a las últimas consecuencias sus decisiones, sin importarle a quien se llevara por delante, solo su hermana lograba hacerlo cambiar de actitud, en menor medida su madre, quien lo cuestionaba de forma continua por haberse convertido en ese hombre desconocido para ella, diciéndole que nadie tenía la culpa de la muerte de su padre. Solo deseaba que encontrara una buena mujer griega y le diera los deseados nietos.

 

—Ya estoy llegando, pero aún no estaré allí, voy a la cafetería. Además, Simón merece dejarlo esperando por un par de horas, quiero impacientarlo, para dejarle claro quien tiene ahora el poder, hay que desesperarlo.    

 

Cortó la llamada, dejó el automóvil en el estacionamiento, caminó como todos los días hacia una cafetería cercana al edificio, porque necesitaba consumir altas dosis de cafeína para poder activarse. Así había sido, desde el momento cuando estuvo obligado a pasar el mayor tiempo posible despierto, para poder soportar largas jornadas de trabajo.

 

El porte elegante, con su más de un metro noventa de estatura, cuerpo musculoso producto de sus largas horas de entrenamiento, la piel morena, verde oscura y los ojos verdes mezclados con avellana en el patrón del iris, cabello negro con mechones marrones, captaba la mirada de las féminas, mientras él se mantenía con una expresión pétrea, sin inmutarse frente a los otros, pese a ello era inevitable con su extraordinaria apariencia atraer la atención de los demás.

 

Un tenso silencio se hizo cuando lo vieron entrar y sobre todo cuando escucharon la voz grave.

 

—El café de siempre —exigió sacando un billete de cien euros, de la lujosa cartera biométrica marca Dunhill, ante el asombro de los presentes. Le entregó el dinero al dependiente, diciéndole—. Si me sirves en menos de un minuto, te quedas con el cambio.

 

—Por supuestos señor Petrakis, en menos de un minuto estará listo —respondió el joven un poco nervioso.

 

Kostantin, se paró a un lado de la encimera a esperar le fuese entregado el café, mientras tamborileaba los dedos en la superficie, en un gesto de absoluta impaciencia y arrogancia, para su buena suerte en menos de cincuenta segundos se lo sirvieron. 

 

Salió de allí con el café en la mano, caminando con pasos firmes y largos, con un gesto de desagrado al recordar a su cita de hoy, a decir verdad tenía curiosidad por ver de nuevo a Natalia, seguramente sus constantes trasnochos, sumados a la vida de libertinaje, habían hecho mellas en ella y aunque vio reportajes donde aparecía, siempre las fotografías eran tomadas de lejos, por lo cual nunca podía visualizarle el rostro, en su interior rogaba para que esa belleza se hubiese agotado y la mostrara tan horrenda como lo era por dentro, un ser mezquino, egoísta, vil y traidor.

 

No se dio cuenta, con la rabia acumulada, estaba apretando el envase de café con mucha fuerza, estaba a punto de romperlo y allí si ocasionaría un gran desastre, no pudo evitar recordar las palabras de Stavros “No entiendo ¿por qué sigues teniendo esa costumbre de ir a comprar un café cuando tienes numerosos empleados a quienes puedes encomendarle hacer eso?”, mas él se negaba, porque era una especie de ritual, para recordarse  cuanto cambió su vida y que ahora era un hombre poderoso, quien a base de su dinero, ponía las reglas y todos terminaban obedeciéndolo.

 

*****

Natalia llegó junto con su padre frente al edificio Petrakis, no obstante, cuando estuvieron a punto de entrar, su papá se retractó de llevarla a la reunión con Kostantin.

 

—Natalia, lo he pensado mejor… no quiero que vayas conmigo a discutir los pormenores del contrato, eso es cosa de hombres, tampoco te quiero cerca. Ve a algún lugar, espérame allí y me envías un mensaje para saber dónde estás —expresó Simón, mientras no dejaba de pensar en la recién ocurrida idea.  

 

Iba a negociar la unión matrimonial de Petrakis con una Ferrer, pero sinceramente no quería fuese Natalia, pues al final podía volteársele y terminaría convirtiéndolo en su enemigo, ella no era de fiar, prefería presentarle a Cándida al hombre, porque la chica era más maleable y estaría de parte de ellos, esas eran sus intenciones al no permitir a su hija a entrar al edificio, por eso terminó entrando solo.

 

Natalia se quedó viéndolo con suspicacia, le parecía extraña la actitud de su padre, porque estuvo insistiéndole, incluso la amenazó para que aceptara ese trato con Petrakis y de repente cambiaba de idea, eso le resultó curioso, pues él nunca tomaba una decisión sin tener un motivo de trasfondo, lo conocía muy bien, después de todo era un Ferrer y ellos no daban puntada sin hilo, sin embargo, no quiso enfrascarse en una discusión en ese momento, además, no era el lugar, respiró profundo y sin protestar cumplió con lo ordenado, a veces se cansaba de tanto nadar contra la corriente, siempre terminaba sin fuerzas y más destruida que siempre, unos pensamientos intentaron abrirse paso y los detuvo «No Natalia, ahora no», se dijo.

Empezó a caminar de un lado a otro, esperando que los minutos trascurrieran, el estómago comenzó a gruñirle del hambre, porque no había probado ningún bocado durante el desayuno, por eso al ver la cafetería al otro lado de la calle, decidió ir a comprarse algo para alimentarse, caminó con premura, el tacón del zapato se le dobló, perdió el equilibrio y colisionó con un macizo cuerpo de músculos, quien evitó fuera a parar al suelo, aunque no así el café en su mano, el cual saltó bañándolos a ambos.

 

Al extender la vista, una mirada severa lo observaba y no pudo evitar dejar envolverse por esos hermosos ojos, tan penetrantes, intensos, hipnotizante, trayéndole recuerdos de otros muy parecidos, los cuales hasta ahora no había olvidar.

 

 

“Puedes cerrar los ojos a la realidad pero no a los recuerdos”. Stanislaw Jerzy Lec.

 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo