Día de la bodaNatalia se veía al espejo, trataba de simular su expresión de tristeza, su inmaculado vestido blanco ajustado a su cuerpo y su maquillaje color nude, no necesitaba de mucho para lucir radiantemente atractiva, en su rostro resaltaban sus hermosos ojos azules como el zafiro, los cuales lucían como unas resplandecientes joyas, su color era intenso, vivo. Se tuvo que arreglar ella misma, lo cual no le molestó porque poco le gustaba tener gente a su alrededor, en cambio, a Cándida, la atendieron un séquito de maquilladores, estilistas, manicuristas, pedicuristas, diseñadores, que contrató el mismo Kostantin Petrakis, por supuesto que esta no perdió tiempo de escupir su veneno en su contra, al parecer ese día decidió dejar de fingir.—Querida prima, ¿Qué se siente ser despreciada por tu futuro… esposo… amante? —interrogó entrando por la puerta.Natalia la ignoró y siguió, arreglándose, no esperaba perder tiempo con las estupideces de esa mujer, si quería que Petrakis la hici
Natalia sentía que el pecho se le cerraba y su corazón se hacía pequeñito del sufrimiento, se colocó en posición fetal, no podía creer que ese hombre con esa mirada tan llena de odio fuera su Vasil, el hombre a quien tanto amaba, a quien esperó y creyó sería su única esperanza, no pudo contener las lágrimas que empezaron a brotar de sus ojos de manera descontrolada, sentía que se ahogaba, llevó las manos a sus orejas de manera desesperada, las tapó con fuerza, sin dejar de golpearlas, solo deseaba dejar de escuchar todas las palabras horribles que le propinó y que se repetían continuamente en su cabeza.—Yo no te engañé… nunca lo he hecho… te busqué siempre… pese a ello, no te pude encontrar, jamás me burlé de ti, siempre te he amado y nunca he podido olvidarte —susurró con dolor, sintiendo como la única ilusión de su vida se esfumaba y ya no sabía cómo enfrentar la situación.Cerró los ojos, los apretó con fuerza, se sumergió en ese mundo que había creado para escapar de la tristeza,
Natalia vio a Kosta entrar en la habitación con Cándida, a pesar de sentir como en ese momento su corazón se rompía en miles de pedazos, no dejó que ninguna expresión se reflejara en su rostro.No estaba dispuesta a darle la oportunidad de verla humillada, se mantuvo con una máscara de absoluta frialdad, después de todo aprendió desde muy corta edad a ocultar sus sentimientos y a esas alturas de su vida, cuando ya habían pasado quince años, era una experta en reflejar lo que no era.Eso debió aprenderlo no solo para no mostrar sus sentimientos, sino también para proteger a la gente a quien amaba, a todos aquellos que le importaban y por quienes sería capaz de darse por completa si fuera necesario.Cuando lo vio desaparecer, ella ingresó a la suya, Stavros se sintió conmovido al ver sus ojos tristes.—Natalia, lo siento mucho… por favor, dime ¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó deseando en lo más profundo de su ser, que la mujer le pidiera sacarla de allí, porque estaba tan agitado por
Natalia cerró los ojos, mantuvo serena la respiración y fingió estar dormida, la persona entró poco a poco y se paró junto a la cama, su olor era inconfundible a una mezcla de cedro, salvia y flor de azahar, era un aroma seductor, picante, la de Vasil, o mejor dicho de Kostantin. Se sentó a la orilla de la cama, por un momento se mantuvo en silencio, como si estuviera luchando consigo mismo, después, tomó el extremo de la sabana y la apartó de ella.Kostantin la observaba creyéndola dormida, suspiró sintiendo pesar en su corazón.—¿Por qué pasó esto? Debiste decirme que no me querías… lo habría aceptado, sin embargo, hacerme enamorar para luego despreciarme, eso fue un acto demasiado cruel… cuando enloquecí por ti, no concebía mi vida si tú no estabas en ella, ahora ya no, he podido sobrevivir sin tu amor… y cómo estás dormida te diré algo que nunca más volveré a repetir, porque seguro te regodearías con mi situación…—respiró profundo—. Desde que estuve contigo no he estado con nadie
Natalia se tragó las pastillas, luego tomó la sábana para cubrirse y se abrazó a sí misma, sin embargo, se propuso a no llorar, no delante de él.—Ay Natalia, no te hagas la ofendida, la sufrida, no tienes por qué fingir, yo sé bien la clase de mujer que eres, seguro que no es la primera vez, que debes tomarte la pastilla del día después, así que no te hagas la incómoda. Quién sabe con cuantos hombres te revolcaste durante todos estos años, me imagino que hasta dos tuviste al mismo tiempo —espetó con rabia.—¿Dos? ¿Quién dijo que me acosté con dos al mismo tiempo? Te estás quedando corto, me he revolcado con tres, cuatro, hasta orgías en hecho por días —respondió Natalia, molesta con la actitud del hombre, por eso le respondió en tono sarcástico.Kostantin la miró con asco y de manera despectiva respondió.—La próxima vez, uso preservativo contigo, debí hacerlo, pero me dejé ganar por el deseo, después de todo tenía más de quince años sin estar con una mujer, aunque espero que a parti
Natalia tomó la manilla de la puerta, la presionó fuertemente para abrirla, pero esta no cedió, abrió la palma de la mano y golpeó con fuerza.—¡Abran! ¡¿Por qué me encerraron?! Kosta ¡Maldit4 seas idiota! ¡No puedes dejarme aquí! —comenzó a gritar sin dejar de golpear la puerta. Insistió, no supo por cuanto tiempo, solo sabía que el tiempo transcurría y nadie se acercaba.—Kosta ¿Cómo puede existir un ser tan malvado como tú? ¡No puedes dejarme encerrada! Por favor, ábreme la puerta, ¡No me gusta el encierro! ¿Acaso no existe la mínima piedad en ti? ¡¡Ábreme!! ¡¡Ya basta!!Sus gritos, primero de rabia, luego de súplica, no lograron ablandar al hombre, ella no tenía idea para dónde se había ido dejándola sola, quedó ronca, producto de los gritos que dio, se sintió tan agotada que se quedó dormida, tirada a la puerta, mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.Entretanto, Kosta se sentó a un lado de la puerta, con una botella de licor y un vaso, tomaba trago tras trago, escuc
Simón sintió como si una mano invisible se metiera en su pecho y lo apretara con fuerza, por unos segundos tuvo la sensación de no poder respirar, se puso morado y empezó a hiperventilar, cualquiera que lo viera pensaría que estaba a punto de colapsar y así era. Cándida se dio cuenta y le puso la mano en la espalda preocupada.—¿Qué tienes tío, te pasa algo? ¿Qué pasó? Kostantin… por favor, auxilia a mi tío…—pidió cuando el hombre cayó al suelo—. No puede respirar… por Dios… ¡Ayúdalo! —exclamó rogando, mientras se inclinaba en el suelo, aflojándole el cuello de la camisa—. ¿No vas a hacer nada?—¡¿Por qué tendría que hacerlo?! Lo que le suceda a Simón Ferrer, no me conmueve, a decir verdad, mientras más sufra en la vida, más satisfecho me sentiré yo —se acuclilló a un lado del hombre con una sonrisa siniestra—. ¿Fue demasiada impresión para ti? ¿O acaso es el miedo de lo que pueda hacerte? ¿Te diste cuenta de que no estamos en la misma condición? Ya no eres ese hombre todopoderoso que
Kostantin sintió como la rabia se desbordó de él como si se tratara de la lava de un peligroso volcán en plena actividad, tomó a Simón por el cuello, lo arrastró hasta pegarlo contra la pared más cercana, totalmente enloquecido comenzó a golpearlo, era golpe tras golpe. El hombre pensó, de manera errónea, que su confesión centraría el odio del griego hacia Natalia, jamás imaginó que la rabia del hombre se encrudecería también en contra de él, estaba ciego, golpeaba y la sangre comenzaba a bañar el rostro de Simón.—Por favor, ¡Detente! Me… vas a matar —suplicó el hombre, mientras sentía el terror apresarlo como una gigantesca mano en su interior, una corriente fría cruzó su cuerpo, se sentía a punto de fenecer.—Matarte, no vas a morir Simón... ¿Sabes por qué? Porque la muerte es un regalo demasiado maravilloso para gente tan perversa como los Ferrer, toda esa maldita familia me la va a apagar, por lo que me hicieron a mi familia, y sobre todo a mis hijos, eso, jamás voy a perdonárse