Phoenix miró a Lucian en estado de shock, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Su corazón latía con fuerza dentro del pecho, y por un momento se preguntó si todo era un sueño. Pero la intensidad en la mirada de Lucian no dejaba lugar a dudas. La verdad había sido revelada. Lucian observó a Phoenix con atención antes de soltar un suspiro y continuar: —Sé que debes preguntarte cómo se ocultó esto y cómo puedo ser hijo de Egzod. La respuesta a la primera pregunta es simple: Egzod siempre fue visto como el rey alfa capaz de unir a los pueblos. Cuando mi padre derrotó al alfa Gray, quien en ese entonces era rey, no lo mató. En cambio, le dio a Gray la opción de elegir una parte de su gente y formar su propia manada, partir con la Piedra Gaia, a cambio del trono. Phoenix frunció el ceño, absorbiendo la nueva información. —Pero si Egzod tomó el trono, ¿por qué nadie supo de la existencia de sus herederos? Lucian sonrió con amargura. —Egzod nunca quiso asumir el trono.
Los días pasaron lentamente, y Phoenix aún intentaba recuperarse. Cada mañana, despertaba sintiéndose relativamente bien, pero a medida que avanzaba el día, una fiebre persistente la afectaba, agotando sus fuerzas e impidiéndole salir de la cama. Sin entender la causa exacta de su malestar, Lucian le sugirió que evitara ver a Alaric hasta recuperarse por completo y, a regañadientes, Phoenix aceptó. Lucian, por su parte, permaneció a su lado, negándose a dejarla sola, ayudándola en todo lo posible para que se recuperara. Entonces, llegó otra mañana. Phoenix abrió los ojos y encontró a Lucian dormido en una de las sillas de la habitación. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia un lado, el rostro sereno en un raro momento de descanso. Lo observó con atención, preguntándose por qué hacía tanto por ella, la mujer de su mayor enemigo. Era difícil creer que alguien que debería verla como un obstáculo estuviera allí, cuidándola con tanta dedicación. Intentó levantarse lentamente, si
Después de unos momentos de silencio reverente, a Lucian se le ocurrió una idea. —Phoenix, ¿qué te parece si damos un paseo por los jardines? ¿Con Alaric?— sugirió, observándola atentamente. Phoenix levantó la vista hacia él, sorprendida. —¿Ahora?— preguntó, frunciendo ligeramente el ceño. —Sí. Creo que el aire fresco te hará bien. Llevas demasiado tiempo encerrada en esas habitaciones— respondió Lucian, con una pequeña sonrisa curvando sus labios. Phoenix miró a Alaric y luego de nuevo a Lucian. El deseo de salir, respirar aire puro y estar con su hijo era irresistible. Un suave asomo de sonrisa apareció en sus labios. —Gracias, Lucian— dijo con sinceridad. Lucian sonrió, satisfecho con su reacción. —Entonces vamos— respondió. Los tres salieron de los aposentos de Alaric y caminaron por los pasillos del castillo hacia los jardines colgantes. La brisa de la mañana era fresca, cargada del aroma de las flores recién abiertas. El canto de los pájaros llenaba el silencio
Al este del Valle del Norte, cerca de la frontera con el reino vecino, se alzaba Stormhold, una ciudad fortificada conocida por sus murallas resistentes y su renombrada academia militar. Protegida contra ataques e inclemencias, Stormhold era constantemente azotada por tormentas, lo que hacía a sus habitantes tan implacables como el clima que los rodeaba. Los vigías de la ciudad, entrenados en la academia, observaban las fronteras sin cesar desde las altas torres de vigilancia. En el corazón de la ciudad, una imponente fortaleza dominaba el paisaje. Era una estructura robusta, diseñada para la defensa y operaciones militares, pero que también albergaba desde soldados hasta los nobles gobernantes de Stormhold. Entre ellos estaban el Marqués Garrick Thunderhelm y su esposa, la Marquesa Seraphine Thunderhelm, quienes ahora recibían a invitados de importancia innegable: el Conde Cedric Harrington y la Condesa Aria Harrington, el Duque Halwyn Wentworth y la Duquesa Elysia Wentworth. Y, po
Ulrich permaneció inmóvil por unos instantes, analizando la situación con cuidado. Su mirada severa recorría a los dos hombres caídos frente a él, con expresiones de desesperación grabadas en sus rostros marcados por el tiempo y el miedo. Finalmente, levantó el rostro para enfrentar a Garrik y, con voz firme, decretó:—Déjalos vivir.La sala se sumió en un silencio tenso. Garrik frunció el ceño, perplejo.—¿Majestad?Ulrich fijó la mirada en él, como si desafiara cualquier cuestionamiento.—Separa algunos hombres. Envíalos para escoltar a Aurelius y Franz hasta la frontera con el Este y déjalos cruzar.Garrik dudó por un momento antes de dar un paso adelante.—¿Está seguro, Majestad?Ulrich se sentó en su trono, el peso de su decisión evidente en la rigidez de su postura. Su mirada sombría barrió la sala antes de que respondiera:—Absolutamente.Franz, aún arrodillado, levantó las manos temblorosas en un gesto de gratitud.—Gracias por su misericordia, Majestad.Aurelius, con la voz r
Las puertas del salón del trono se abrieron, y Arabella entró con pasos cautelosos, sus ojos recorriendo el ambiente con calma. En el centro del salón, frente al imponente trono, estaban Franz Walsh y Aurelius, de pie, tensos. Lucian, sentado en el trono, tenía los dedos crispados en los apoyos dorados, su mandíbula apretada en una expresión de puro desdén. El silencio era denso como la niebla antes del amanecer. Arabella se acercó, sus pasos resonando en los escalones de mármoles. Se detuvo frente a los dos hombres y, con una mirada analítica, preguntó: —¿Y bien, qué ha pasado? Lucian no apartó la vista de los dos informantes cuando respondió, su voz baja pero cargada de amenaza: —Confirmaron. Ulrich está vivo. Arabella entrecerró los ojos. Su respiración se mantuvo calmada, pero su corazón se aceleró. —¿Es eso cierto? —preguntó, volviéndose hacia Franz. El arzobispo inclinó la cabeza, evitando la mirada de Lucian. —Sí, Alteza. Fuimos capturados y llevados a Stormhold
Lucian permaneció inmóvil, sus ojos fríos fijos en Arabella. Su semblante era una máscara de indiferencia, pero dentro de él, una tormenta se estaba formando.—Sí, recuerdo la promesa que te hice —dijo él, su voz grave y firme.Arabella sonrió, pero no era una sonrisa de satisfacción. Dio un paso adelante, su postura elegante y controlada.—Qué bueno. Porque esa no fue la impresión que me diste antes.Lucian arqueó una ceja, confundido.—¿De qué estás hablando?Ella lo miró fijamente, su mirada penetrante buscando algo en las facciones de su hermano.—Estoy hablando de ti con Phoenix. De la forma en que estabas actuando con la reina del Valle del Norte.Lucian desvió la mirada por un momento antes de alejarse de ella, con las manos cruzadas a la espalda.—Solo estaba siendo cortés. Necesitamos su confianza para que todo ocurra como lo planeamos. Solo estoy siguiendo tus propias instrucciones desde que regresaste a Aurelia.Arabella soltó una risa corta y sin humor.—Sí, pero vi la for
Arabella caminaba por los pasillos de piedra pulida con pasos firmes, las suelas de sus zapatos casi silenciosas sobre las alfombras oscuras. Sus manos, que hasta hace poco habían estado atrapadas en el cuerpo de Lucian, ahora acomodaban con precisión el vestido carmesí, tirando del corsé hacia arriba y enderezando la línea del escote. Su expresión permanecía neutra, pero por dentro… por dentro, ella sonreía.Una sonrisa venenosa, satisfecha, afloraba en sus pensamientos. Lucian siempre había sido así: inflamable, inestable y, sobre todo, impulsado por el deseo. Arabella conocía a ese hombre mejor que nadie, al fin y al cabo, era su hermano. Sabía dónde tocar, qué decir, qué recuerdos evocar para hacerlo ceder. Y él cedió. Cedió como siempre lo hacía.“Débil”, pensó ella, con una punzada de desprecio. “Pero útil.”Respiró hondo, alejando por un instante los pensamientos sobre su hermano. Ahora había una urgencia mayor. Necesitaba correr hasta los aposentos de Phoenix. El tiempo se est