Me imaginaba que sería así

El Rey Ulrich estaba sentado en la cama de Lyanna y Roderic, su cuerpo exhausto y cubierto de vendajes. Las damas de compañía de Phoenix trabajaban meticulosamente, cuidando de las heridas que Pryo le había infligido durante el enfrentamiento. Ulrich observaba los movimientos delicados de Eloise, quien ajustaba una venda en su hombro, donde las garras de Pryo habían dejado una marca profunda. Su mente, sin embargo, estaba lejos de allí, atrapada en los recuerdos de la batalla que casi lo destruyó.

Cada herida, cada rasguño, era una marca dejada por Pryo, la loba de Phoenix. En cualquier otra situación, Ulrich estaría consumido por la ira y el deseo de venganza, pero no está vez. Pryo no era un enemigo común, no era una adversaria cualquiera. Ella era su compañera destinada, la loba perfecta, poderosa e indomable, así como la mujer a la que pertenecía. Y eso lo llenaba de un extraño sentimiento de satisfacción. Para Ulrich, esas heridas eran más que cicatrices físicas; eran símbolos de
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