Por favor, dime que no mataste a tu propia suegra.

El comedor estaba impregnado de una tensión palpable, un peso que se instaló en el aire como una tormenta inminente. El Rey Alfa Ulrich estaba sentado en la cabecera de la mesa, su mirada fija e imperturbable mientras esperaba el regreso de Arabella, que había sido enviada a buscar a la Reina Phoenix para la comida. La idea, una especie de trampa planeada por Lyanna, era forzar un encuentro entre Ulrich y Phoenix, algo que todos sabían que era necesario, pero que nadie se atrevía a discutir abiertamente.

Alrededor de la mesa, Roderic, Lyanna y las damas de compañía de Phoenix —Isadora, Genevieve, Eloise Fitzroy y Seraphina— intercambiaban miradas nerviosas. Cada uno de ellos conocía la intensidad de la relación entre el rey y la reina, y la prolongada ausencia de Phoenix en las últimas horas solo había alimentado las especulaciones. Cuando la puerta se abrió y Arabella entró sola, todos los ojos se volvieron hacia ella, esperando una explicación.

La joven dama de compañía, visiblement
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