Yo también puedo sentirte, Phoenix,

La penumbra de la noche envolvía la habitación, excepto por la pequeña llama de una vela sobre la mesa. Sentada frente a ella, Phoenix fijó la mirada en la llama, concentrada. Sus ojos azules brillaban intensamente, reflejando el fuego que danzaba frente a ella. Respiró hondo, sintiendo el aire frío llenar sus pulmones, y extendió las palmas de las manos hacia la fuente de luz. Murmurando con una voz suave y cargada de intención, pronunció las palabras antiguas que empezaba a dominar:

"Aeteris Vim Accipio."

La llama titubeó levemente, como si dudara, y luego, lentamente, comenzó a disminuir hasta que toda la luz de la vela fue absorbida por las manos de Phoenix. La energía fluyó por sus dedos, subiendo por sus brazos y penetrando en su cuerpo, iluminando sus ojos con un brillo suave. Una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios al sentir el poder contenido dentro de sí, como un río de fuego corriendo por sus venas.

Finalmente, había logrado contener la energía de la vela dentro
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