El festival continuaba a su alrededor, pero para Phoenix, el mundo parecía haberse detenido por completo. Aquel hombre que ahora se arrodillaba frente a ella, el rey alfa Ulrich, no era solo el imponente líder que gobernaba el Valle del Norte con mano firme, sino el mismo hombre que, meses atrás, había arrancado su mundo de sus manos. Phoenix sintió la mano de Ulrich apretar ligeramente la suya, trayéndola de vuelta al presente. Él estaba arrodillado en la hierba húmeda a la orilla del río, rodeado por los murmullos de la multitud que fingía estar distraída, pero no podía evitar lanzar miradas furtivas hacia aquella escena inesperada. "Ulrich..." comenzó, su voz temblando mientras intentaba procesar todo. "¿Tú... realmente quieres hacer esto? ¿Aquí? ¿Mañana?" Él levantó la vista hacia ella, con esos ojos grises que siempre parecían cargar tanto peso y poder, pero que ahora brillaban con algo que parecía vulnerabilidad. "Sí", dijo con voz firme. "Phoenix, sé que fallé contigo e
El Festival de Primavera seguía vibrante, con las calles de Rivermoor llenas de sonidos, colores y risas. Grupos de artistas locales adornaban el escenario con obras inspiradas en mitos acuáticos e historias heroicas. Figuras disfrazadas con trajes exuberantes simulaban dioses y espíritus del río, desfilando por las calles al ritmo de música y danza. Phoenix observaba con fascinación mientras la procesión narraba leyendas antiguas, y los ciudadanos seguían entusiasmados, llevando flores y cintas que ondeaban con el viento.Phoenix, por insistencia de la Vizcondesa Odalyn Moorfield, fue invitada a liderar una de las partes de la procesión. Vestida con una corona de flores y sosteniendo una cinta dorada que serpenteaba entre sus manos, caminaba al frente del cortejo. La aceptación simbólica del pueblo era palpable; las miradas que antes cargaban desconfianza ahora mostraban una mezcla de curiosidad y respeto. Ulrich observaba desde lejos, con los brazos cruzados y una ligera sonrisa en
Ulrich caminaba con pasos firmes, llevando a Phoenix en brazos como si fuera una pluma. La multitud se apartaba a su paso mientras susurros y miradas seguían a la pareja. La condujo hasta un banco de madera sombreado cercano, donde Genevieve, Isadora y Eloise, las damas de compañía de Phoenix, ya esperaban. Tan pronto como la acomodó, las tres se apresuraron a rodearla, abanicándola con abanicos improvisados y palabras de consuelo. "¿Estás bien?" preguntó Ulrich, arrodillándose frente a ella, con el rostro marcado por la preocupación. "Sí", respondió Phoenix, intentando sonreír, aunque su rostro seguía pálido. "Solo un poco avergonzada." Ulrich negó con la cabeza, su mirada tornándose sombría. "No hay nada de qué avergonzarse. La culpa es de Karl, no tuya. Y va a pagar por esto." Phoenix sujetó su muñeca con una mano temblorosa. "No, Ulrich. Por favor, no hagas nada." Ulrich dudó, pero su ira parecía difícil de contener. Desvió la mirada hacia Genevieve y dijo con firmez
El sonido rítmico de los remos cortando el agua llenaba el aire mientras el pequeño bote se deslizaba por el Gran Río. Phoenix estaba sentada en el centro, con un remero al frente y otro detrás, ambos trabajando arduamente para guiar la embarcación. A medida que avanzaban, las orillas comenzaron a desaparecer, reemplazadas por una vegetación densa y opresiva que parecía devorar el horizonte. El silencio reinaba, excepto por el crujido de los remos y el ocasional susurro de la brisa entre los árboles. Phoenix mantenía la mirada fija en el horizonte, tratando de ignorar la creciente sensación de incomodidad que se instalaba en su pecho. Su mente estaba ocupada con pensamientos sobre Karl y cómo reaccionaría al verla cruzar la meta, desafiando sus expectativas. Pero esa distracción fue interrumpida cuando una voz grave y familiar resonó en su mente. “Algo está mal.” Era Pyro, siempre vigilante. “¿Qué pasa ahora?” preguntó Phoenix mentalmente, tratando de ocultar su impaciencia.
Mastiff dudó por un breve momento, consciente de lo que significaba. La transformación a su forma Lycan no era solo un cambio físico; era un sacrificio de control, una lucha constante contra sus instintos más primitivos. Pero sabía que no tenía elección. "De acuerdo", respondió en voz baja. El gran lobo respiró hondo y empezó a concentrarse. Su cuerpo comenzó a temblar, y un sonido bajo y creciente de huesos crujiendo resonó a lo largo de la orilla del río. Sus patas delanteras comenzaron a alargarse, adoptando la forma de brazos humanos, mientras sus hombros se ensanchaban, los músculos expandiéndose como si quisieran romper la piel. Su postura cambió, tornándose erguida como la de un humano, pero conservando la agilidad de un depredador cuadrúpedo. El pelaje negro se volvió aún más denso, cubriendo una piel que parecía una armadura natural, gruesa y resistente. El cráneo de Mastiff se alargó, formando un hocico prominente lleno de dientes afilados, con ojos que ahora brillaban
Phoenix permanecía inmóvil en el bote, con los ojos fijos en el rastro de sangre que serpenteaba en la superficie del río. El silencio tras el caos parecía pesar en el aire, como si el mundo mismo contuviera la respiración. La calma era engañosa, y por un momento, Phoenix casi se permitió creer que todo había terminado. Pero la ilusión se desmoronó rápidamente. Con un sonido sordo y un golpe seco, el cuerpo sin vida de uno de los remeros fue lanzado brutalmente dentro del bote, sus ropas empapadas en sangre, con profundos cortes de garras atravesando su torso. Phoenix abrió la boca, pero antes de que un grito pudiera escapar, el segundo cuerpo cayó en el bote con el mismo impacto violento, haciendo que la embarcación se balanceara peligrosamente. Sus ojos se abrieron de par en par, el horror y la confusión mezclándose en su expresión. Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, el Lycan emergió de las aguas oscuras. Su presencia era abrumadora, cada movimiento pesa
El salón estaba sumido en un silencio opresivo, interrumpido únicamente por los pasos firmes de Ulrich mientras caminaba a lo largo de la extensa mesa del banquete. Sus ojos recorrían a los nobles como los de un depredador examinando a sus presas, y la tensión en el aire era casi palpable.Phoenix permanecía inmóvil donde estaba, observando la escena con una mezcla de aprensión y resignación. Sabía que Ulrich, en su furia, era imparable, pero había una parte de ella que creía, o al menos esperaba, que pudiera traerlo de vuelta.Ulrich se detuvo frente a Karl Dubois, el duque que se creía inmune a las consecuencias de sus palabras. Karl, visiblemente tenso, evitaba la mirada del rey alfa, pero sabía que no podía ignorarlo."Aquí tienes la prueba que pediste", dijo Ulrich, con una voz baja pero cargada de amenaza.Karl tragó saliva y lanzó una mirada furtiva al cuerpo inerte que Ulrich sostenía."Majestad", respondió, intentando mantener un tono neutro, aunque su voz tembló ligeramente.
El silencio reinaba absoluto en el salón del banquete. Los nobles estaban tan aterrorizados que sus mentes parecían incapaces de procesar la orden de Ulrich. Permanecieron inmóviles, sus miradas petrificadas alternaban entre el rey alfa y la reina. Ulrich frunció el ceño, sus ojos brillando con furia. "He dicho que se retiren." Su voz era firme pero controlada, como el trueno antes de la tormenta. Nadie se movió. Algunos nobles estaban pálidos como fantasmas, otros parecían en trance, con las manos temblorosas todavía apoyadas en los brazos de las sillas. Ulrich perdió la paciencia. Levantó el puño y golpeó con fuerza la mesa de roble, el impacto reverberó por el salón, haciendo que las copas y los cubiertos tintinearan, como si también tuvieran miedo. "¡He dicho que se retiren, maldita sea!" gritó, su voz cargada de furia. "¿Están sordos?" La orden tuvo el efecto de un rayo cortando el cielo. En un movimiento casi unánime, los nobles reaccionaron. Lady Evelyne Rivestone