Hubiera sido una mentira decir que no le había dolido la bofetada, tenía la manita pesada aquella pequeña revoltosa, pero las lágrimas corriendo por sus mejillas causaron un impacto mayor en él. Eran lágrimas de rabia sincera y silenciosa, de la que se desbordaba y destruía lo que tenía delante, y la conocía perfectamente porque la suya llegaba a ser exactamente igual.
Valeria no dijo otra palabra, salió llorando de aquella oficina, dejándole aquella horrible sensación de que se había equivocado mucho, de que había hecho algo malo, muy malo.
Se tomó el tiempo necesario para calmarse. Tenía que calmarse porque la última semana había perdido completamente el control. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¡Él no era así! Y ella no era la primera mujer fácil que se cruzaba en su camino.
¿Entonces qué le molestaba tanto de ella, exactamente?
Paseó por la oficina, restregándose la nuca con una mano, y vio tirada en una esquina la carpeta le llevaba Valeria con los diseños. Ni siquiera los había visto bien la primera vez, pero no la abrió. Presionó el botón del intercomunicador y Oli entró segundos después.
—Dígame, señor.
—Por favor, entrégale su carpeta a la señorita Williams —le pidió.
Oli tomó la carpeta con un movimiento indeciso.
—Mmmm… claro señor, yo se la doy.
—¿Pasa algo? —preguntó Nick arrugando el ceño.
—Bueno… Valeria ya se fue —respondió la muchacha y Nick se miró el reloj.
—Solo son las dos de la tarde —dijo como si fuera una pregunta.
—Ella estaba bastante alterada —murmuró Oli mirando al suelo—. Se fue llorando. Dijo que solo quería marcharse.
Nick no supo por qué se le hizo aquel nudo en el estómago cuando escuchó eso.
—Bueno… con lo testaruda que es, ya regresará el lunes —gruñó aunque no sabía si lo decía para Oli o si trataba de convencerse a sí mismo.
—Ojalá, —escuchó susurrar a la muchacha—, porque no conozco a una persona más capacitada para este trabajo… o que lo necesite más.
Se giró para preguntarle qué significaba aquello, pero Oli ya había salido.
Por segunda vez en menos de quince días, el fin de semana de Nick fue un asco. Estaba tan inquieto que no cabía dentro de su departamento. Salió a correr, se fue al cine, quedó con amigos, revisó el trabajo, se fue a un bar… y menos beber, todo lo demás lo dejó a medias.
El lunes por fin entró a su oficina lo más calmado posible y le pidió a Oli su café de la mañana. Se fijó en que Valeria no había llegado todavía, pero ni siquiera eran las ocho. Ya llegaría.
Sin embargo Valeria no llegó a las ocho, ni a las nueve, ni a las diez de la mañana.
—¡Oli! —llamó por el intercomunicador y se quedó mirando a la ventana, escuchando como la puerta se abría—. ¿Ha notificado la señorita Williams por qué no vino a trabajar?
—No soy Oli.
Nick se giró al escuchar la voz de su madre, que cerró la puerta y caminó hasta sentarse en una silla cómoda frente al escritorio.
—Ya supe la estupidez que hiciste el viernes —dijo Layla con acento frío, sin saludar.
—Yo no hice nada —gruñó Nick en respuesta—. A ella se le fueron los tornillos.
—A Valeria se le fueron los tornillos porque la humillaste delante de todos —replicó Layla—. Y si ella tuviera un cuarto de la malicia que yo tengo, lo que tendrías delante de ti ahora mismo sería una demanda por acoso laboral, agresión verbal y maltrato psicológico.
—¡No exageres!
—¡Escúchame bien, Nicholas Bennet! —Layla se levantó con determinación—. No sé qué tienes con o contra esta chica pero eso no cambia lo que hiciste. La emplazaste delante de todo el mundo, la llamaste mediocre, la ofendiste a ella y a su trabajo, ¿¡y luego la trajiste a tu oficina y le hablaste como si fuera una mujerzuela!? —su tono era tan violento que Nick miró hacia afuera para no contestarle—. ¡Yo sé que mi aprobación no significa nada para ti, pero deberías pensar si esa fue la clase de hombre que tu padre crio!
Nick se dio la vuelta con la réplica en la punta de la lengua, pero Layla ya le daba la espalda, dando por zanjada aquella conversación. Y le gustara o no, había cosas… ¡maldita sea, cuando lo veía de esa forma sí… había hecho todo eso… de esa forma…!
—¡Mierda! —exclamó lanzando al suelo la mitad de lo que había sobre la mesa.
Respiró hondo y de una de sus gavetas sacó el expediente de contratación de Valeria. Anotó su dirección y salió de la oficina sin darle explicaciones a nadie.
Condujo por casi media hora hasta que llegó a aquella parte de la ciudad donde preferiblemente debía haber ido en taxi… o no ir. Rezó para tener llantas todavía cuando regresara y buscó la dirección que había anotado. El edificio era increíblemente feo, con las paredes grafiteadas y los pasamanos de las escaleras mugrientos. Era evidente que Valeria estuviera encantada con un trabajo que le permitiera eventualmente vivir en otro lugar.
Llegó al tercer piso y tocó en la primera puerta de la derecha, en el número treinta y seis. Alguien andaba dentro como si estuviera muy apurado y Valeria le abrió la puerta, mientras se terminaba de poner una playera.
—¿Señor Bennet…? —preguntó confundida mientras se recogía el cabello en una coleta.
—No fuiste a trabajar —la acusó Nick sin siquiera saludarla.
—¿Y usted va a buscar a sus trabajadores a su casa cuan…? ¡Mire, sabe qué, no tengo tiempo para esto!
Nick estaba a punto de replicarle pero el tono de la muchacha era angustiado cuando le dio la vuelta al sofá.
—Vamos mi amor, vamos. —La vio cargar a la niña, y agarrar una mochila que se echó a la espalda—. Ya, ya, todo está bien.
La nena tenía los ojitos cerrados y se quejaba. Estaba sudorosa y roja como si hubiera corrido mucho.
—Lo siento señor Bennet, pero me puede gritar después ¬—murmuró Valeria cerrando la puerta—. Ahora tengo que ir al hospital.
—¿Está enferma la niña? —se preocupó Nick.
—Si, tiene fiebre. Disculpe —contestó Valeria tratando de esquivarlo.
—Espera, te llevo… Te ayudo. —Hizo ademán para tomar a la niña porque tres pisos de escaleras eran peligrosos, pero la muchacha se echó hacia atrás.
—No la toque.
—Oye, solo quiero ayudar… —se enojó Nick.
—A ella no le gusta que la toquen —le explicó Valeria—. Alice es una niña que necesita cuidados especiales, no le gusta que la toque nadie que no sea yo.
—Ah… OK, entonces… déjame la mochila. Yo bajo primero, ten cuidado —dijo bajando algunos escalones antes que ella por si necesitaba apoyo.
Valeria ni siquiera lo dudó cuando le abrió la puerta del coche. Se subió con Alice en el asiento trasero y la acunó, nerviosa.
—¿A qué hospital? —preguntó Nick con determinación poniéndose tras el volante.
—Hay uno a diez minutos —dijo Valeria sacando su celular—. El General de Emergencias, ¿lo conoce?
—Sí, llegaremos rápido —aseguró Nick metiéndose en el tráfico enseguida. Quizás fuera un insoportable pero tenía una habilidad especial para reconocer una emergencia y resolverla.
Valeria texteaba a una velocidad impresionante, con las lágrimas al borde de los ojos y los dientes apretados. Por suerte había pocos autos y no tardaron en llegar al hospital. Ni siquiera alcanzó a abrirle la puerta del coche. Valeria la empujó y bajó, apurándose hacia la puerta del hospital con la niña en brazos, y él la siguió sosteniendo su mochila.
Aquel no era el mejor hospital del condado, pero al parecer ya la conocían.
—¡Sara! ¡Sara…! —la muchacha entró mirando a todos lados y una enfermera ya mayor se acercó corriendo.
—Aquí estoy, nena, tranquila.
—Tiene fiebre otra vez… —dijo Valeria con voz angustiada.
—Ya sé, tranquila. Ya sabes cómo es esto. —Le puso una inyección en el muslito a Alice y la niña apenas se quejó. Pocos minutos después estaba completamente dormida. Era la única forma de que los médicos la revisaran—. Ven, acuéstala en la camilla. Me la llevo a la salita de niños. Tú rellena el formulario de admisión y enseguida te mando al doc. ¿De acuerdo?
Valeria asintió, soltando con mucho trabajo la manito de Alice mientras Sara se la llevaba, y se cubrió la boca con una mano para aguantarse el sollozo. Ni siquiera se fijó en la figura de Nick, que miraba la escena, conmocionado, mientras sostenía su mochila. La vio pasarse las manos por la cabeza y limpiarse las lágrimas con dedos temblorosos. Era evidente que estaba muy asustada. Luego tomó una tablilla de datos del mostrador de la entrada.
De repente se tocó el hombro donde debía estar su mochila y solo entonces se dio la vuelta, buscando a Nick.
—Gracias… —murmuró acercándose a él y tomando la mochila de sus manos.
—¿Qué le pasa? —preguntó él con sincera preocupación.
—Le subió mucho la fiebre… —balbuceó—. Yo normalmente se la controlo a tiempo, pero mi amiga Emma la estaba cuidando… y a Alice no le gusta que la toquen, no la dejó tomarle la temperatura…
—¿Y si la niña es así por qué la dejaste con otra persona? —le gruñó Nick, enojado. Tenía mucha experiencia con madres que dejaban a sus hijos a cargo de otros. Él era el vivo ejemplo, y al parecer con ella no se había equivocado en eso.
—Tuve que salir —se defendió Valeria.
—Claro, seguro. Una mujer como tú no puede estar tranquila en casa cuidando de ella. Y además es claro que no estás capacitada para cuidarla. ¿Qué podía ser más importante que la niña?
—¡Estaba buscando trabajo! —replicó Valeria y Nick dio un paso atrás—. Verá usted, es que no le agrado a mi jefe, y está haciendo hasta lo imposible por despedirme. Y como se dará cuenta, una mujer en mi situación no puede darse el lujo de quedarse sin sustento de un día para el otro. ¿Le parece o no le parece importante?