LA PEQUEÑA REVOLTOSA DEL CEO Un libro de Valeria Adams Bestseller del New York Times Número uno en el ranking de ventas por doce semanas. El anuncio aparecía en la enorme pantalla detrás del set de grabación. Una maquillista se ocupaba de alistarla y la periodista se reía a su lado, porque eran
CIERRE de la serie PASIONES TORMENTOSAS, que incluye los libros: La pequeña Revoltosa del CEO, Baby, Amor rebelde, (Trilogía) Vale todo, ¿Tuya o mía? QUINCE AÑOS DESPUÉS DE LOS HECHOS NARRADOS EN LA PEQUEÑA REVOLTOSA DEL CEO. Valeria se miró delante del espejo y se le escapó un puchero al ver la
—Pues claro que sí, ¿cómo no? —exclamó Layla riendo—. Nos vemos mañana, entonces. —Sí, nos vemos mañana —respondió Baby por teléfono antes de colgar. Connor y Baby llegaron al aeropuerto a la mañana siguiente para esperar al avión privado que venìa desde California. —¡Dios! Parecemos niños nervio
—¿Estás emocionado? —preguntó Nina. Después de todo hacía varios meses que Jake no veía a sus mejores amigos. —¿Emocionado? Sí. ¿Asustado? ¡También! —confesó—. ¡Aaron va a pelear en la jaula! ¿Cómo se me ocurrió dejarlo hacer esa estupidez? Nina sonrió con dulzura y lo abrazó con fuerza. —Sabes q
Se enfrascaron en conversaciones más serias mientras fuera de aquel despacho se seguía acabando el mundo. —¡Eso, dale con la silla! ¡Con la silla! —gritaba una voz apasionada junto a la jaula del gimnasio y Aaron descargó una patada contra el costado del Diablo Rivera que lo mandó contra la malla.
Valeria suspiró con amargura, viendo cómo Alice jugaba sola en la mesa más alejada del restaurante, en una esquina que casi nadie usaba. —Val, ya deja de pensar —su amiga Emma se acercó a ella y la abrazó con un suspiro—, Alice va a estar bien. —Eso dice ella, pero tiene seis años, ¿qué puede sabe
Valeria sonrió de medio lado. Su madre se había encargado de convertirla en una mujer fuerte, aunque a veces, como aquella, no midiera sus palabras. —Déjeme ver si entiendo, señora Bennet. Esto es para usted… ¿qué? ¿Una apuesta contra su hijo… o conmigo…? —preguntó. —No, querida, ¡este es un inten
Decir que había sido bochornoso para Nicholas Bennet salir del baño de mujeres de la cafetería de su empresa sin camisa, solo con el saco y cara de asesino en serie, era poco. Había resistido la tentación de destrozar su oficina, porque al final la pobre oficina no tenía la culpa de que existieran