Amelie se despidió de algunos compañeros de trabajo con los que había entablado amistad ese día: la chica de la recepción, un par de asistentes muy amables y un ejecutivo junior del departamento de Diagramación Publicitaria al que había ayudado con un envío urgente.
Se sentó en el pequeño almacén de correos y se cubrió la cara con las manos mientras lloraba amargamente. El día había sido terrible, le dolía todo el cuerpo, tanto por el trabajo como por los golpes, pero lo que más le dolía era que había estado a punto de perder lo poco que tenía.
"¡¿Por qué tienes que ser tan bocona y tan impulsiva!?", se regañó. "¿No te das cuenta de que si pierdes este trabajo realmente te quedarán sin nada? ¿Eso es lo que quieres? ¿Que te echen a la calle y no tengas ni dónde vivir?"
Por desgracia ser sumisa no era particularmente fácil para ella, tenía dieciocho años y había heredado el carácter altivo de su madre, y teniendo en cuenta que su vida había sido una batalla constante contra las humillaciones de sus tíos, entonces se podía decir que ser rebelde y contestona era parte de su naturaleza.
Pasó el resto del día temblando y rogando que Nathan King no la despidiera, porque sabía muy bien que la había escuchado hablar con el señor Anders. Pero en la tarde a la hora de salida nadie le había notificado oficialmente su despido, así que por un segundo se sintió a salvo.
"Tienes que portarte mejor, Amelie. ¡Tienes que ser una empleada modelo!", se animó.
Recogió sus cosas y se cambió los tacones diabólicos por zapatos bajos, cojeando todavía más cuando se subió al autobús de regreso a casa.
Llegó completamente adolorida, pero en cuanto atravesó la puerta de la casa, su tía y su prima la ocuparon con trabajos difíciles.
—¡Haz mi cama de nuevo, está toda arrugada!
—¡Y baja las dos alfombras del ático que quiero redecorar el cuarto!
—¡La cocinera quiere que le limpien bien el horno de asar!
De repente su tía se paró frente a ella, porque su cara de disgusto era demasiado evidente.
—¡Te recogimos cuando eras una chiquilla huérfana muerta de hambre! —siseó con tono malvado—. ¡Estarías en la calle de no ser por nosotros, comiendo de los basureros! ¡Lo menos que puedes hacer es obedecer!
Stephanie le lanzó su ropa sucia a la cara y Amelie hizo un gesto de asco.
—¡Recuerda que nos debes mucho dinero! ¡Solo eres una recogida, así que más te vale ser agradecida!
—¡Pero muévete! ¿A qué esperas? ¿Necesitas permiso? —ladró su tía.
Amelie apretó los labios.
—Veneno de ratas es lo que necesito... —gruñó entre dientes—. Diosito no me dejes caer en la tentación de envenenarlas lentamente —rezó Amelie mientras se esforzaba todo lo que podía, incluso cuando su cuerpo estaba completamente exhausto.
Y mientras luchaba contra la pesada carga que era su vida como otra criada de la familia Wilde, su mente no dejaba de divagar hacia el enigmático CEO King. Aquel había sido el encuentro más desafortunado de la historia, pero Amelie no podía olvidar cómo se sentía cuando estaba cerca de él, como si el aire de repente se terminara.
No quería verlo. ¡Ojalá no tuviera que verlo nunca más!
Y en ese momento Amelie no tenía ni la más mínima idea de que lo que ella quisiera, ¡al universo no le importaba!
—A ver, explícame todo lo que averiguaste y no omitas ningún detalle —pidió Nathan con voz grave mientras el chofer los llevaba a Paul y a él hasta la casa de la familia Wilde.
Paul suspiró.
—La familia Wilde solía ser una de las familias más ricas y poderosas de la ciudad. Su riqueza provenía del comercio exterior, y eran conocidos por ser extremadamente ambiciosos y celosos de su posición social —le contó Paul—. El problema es que la cabeza de la familia murió hace casi veinte años. Después hubo muchas disputas por la herencia y en el momento actual son Aquiles y Heather Wilde los que la disfrutan.
—Me imagino que ha ido mermando mucho esa fortuna —apuntó Nathan recordando que según el guardaespaldas, la chica parecía humilde.
—Sí, exactamente —confirmó Paul—. Los Wilde tienen una hija joven llamada Stephanie, de veintitrés años. La muchacha... no hace mucho —dijo Paul pensativo—. Pareciera que solo se dedica a existir.
—Tanto mejor —respondió Nathan encogiéndose de hombros—. Así tendrá más tiempo para dedicarle a Sophia. Ese será su único trabajo a partir de ahora.
Paul negó en silencio.
—Sé que no sirve de nada que te lo diga, pero para futuras referencias, creo que esta es una muy mala decisión.
Sin embargo Nathan parecía determinado y el abogado sabía que era terco como una mula. Apenas llegaron fue él quien tocó al timbre de la puerta y solo escucharon imprecaciones adentro.
Amelie tembló de rabia cuando escuchó la voz de su tío.
—¿Eres sorda? ¿Por qué no vas a abrir la puerta? —le gruñó el viejo.
La muchacha se limpió las manos y corrió a la puerta lo más rápido de podía, pero apenas la abrió cuando se quedó helada.
Ella y Nathan se quedaron mirándose espantados.
"¡Jooooder, vino hasta aquí a buscarme!", pensó Amelie. "¡Quiere que el asesinato sea personalizado!"
Estaba a punto de hincarse de rodillas otra vez cuando la voz de su tío a sus espaldas la sobresaltó.
—¿Por qué tardas tanto? ¡Mira que te gusta perder el tiempo...! —ladró con molestia. Sin embargo en cuanto se dio cuenta de los dos hombres elegantes que había en la entrada, su expresión cambió por una de amabilidad inmediatamente; y empujó a Amelie a un lado para que su gordo cuerpo quedara frente a la puerta—. ¿En qué puedo servirles, señores? —preguntó con voz melosa, porque se había dado cuenta de que eran hombres muy ricos.
—Mi nombre es Paul Anders, abogado de la familia, vengo en representación del señor Nathan King —dijo señalando al CEO y Aquiles Wilde se puso a toser de la impresión.
Conocía muy bien ese nombre. La familia King era la más poderosa de toda la ciudad. La mayoría de la gente les temía o les odiaba, pero había algunos que trataban de estar a su sombra para asegurarse un futuro próspero.
—¿Como King Holding Corporation, la multinacional publicitaria? —preguntó Aquiles mientras la avaricia se le salía por los poros.
—Sí, exactamente —confirmó Paul—. A la familia King le gustaría llegar a un acuerdo con ustedes.
—¡Por supuesto! ¡Claro que sí! ¡Pasen, por favor! —exclamó Aquiles con deferencia mientras hacía a un lado a Amelie. Le dirigió a la muchacha una mirada asesina antes de susurrarle—: ¡Piérdete, niña!
Amelie se fue apurada y Nathan no pudo evitar reparar en ella mientras se iba.
—¿Quién es esa? —preguntó fingiendo indiferencia.
—¿Esa...? ¡Pues nadie, esa no es nadie! —declaró el señor Wilde con nerviosismo—. Ni siquiera vaya a pensar que es mi hija, digo... mi Stephanie es una niña culta y delicada, jamás encontrará ni una mancha en su ropa.
Nathan asintió. Amelie llevaba delantal de trabajo y ropa vieja. Estaba sudada y había manchas de hollín en su frente. Seguro trabajaba en las tardes como criada para la familia Wilde.
El jefe de la familia los invitó a sentarse en el salón y pronto otra sirvienta mucho más arreglada y sonriente les trajo té.
—¿En qué puedo ayudarlo, señor King... digo CEO... Presidente...?
"¡Baboso!", pensó Paul forzando una sonrisa.
—Presidente King está bien —dijo Nathan sin una sola inflexión en la voz—. Estoy aquí porque quiero llegar a un acuerdo con usted. Me gustaría casarme con su hija Stephanie.
El viejo Aquiles se agarró se los brazos de su butaca, porque aun sentado parecía que se caería.
—¿Eh...? ¿Cómo...?
—Sé que es repentino, pero no acostumbro a demorar mis decisiones —dijo Nathan con frialdad—. Tengo conocimiento de que su hija es una muchacha seria, correcta, y poco ocupada. Y lo que más me interesa es que parece ser una mujer de buen corazón, sacrificada, dulce y amable, por lo que he decidido casarme con ella y convertirla en la señora de la familia King; si es que usted lo permite, claro.
Aquiles Wilde boqueaba como un pez fuera del agua, sin saber qué decir. Había esperado cualquier cosa menos aquella.
—Disculpe... usted y mi hija... ¿cómo se conocen?
—¡Oh, no nos conocemos! —explicó Nathan—. Su hija salvó a mi niña ayer de ser atropellada por un coche, por lo que he decidido recompensarla. Creo que convertirla en la señora de la familia King, y madre de la única heredera del grupo KHC, puede ser la forma correcta de agradecerle.