Amelie se había ido del grupo KHC a su hora de salida como si el diablo le pisara los talones, y la verdad era que así lo sentía, pero si pensaba escapar de Nathan King fuera de la empresa, las palabras de su tío la dejaron helada.
—Hora de irnos —sentenció Aquiles mientras le arrojaba sobre los brazos su gabardina—. ¡Vamos, Amelie, muévete!
—¿Qué? ¿Yo también voy? —preguntó ella, sorprendida.
—No te hagas tantas ilusiones, niña, no podemos ir sin al menos una sirvienta que se encargue de nuestras cosas más importantes.
La joven sintió cómo su estómago se revolvía al oír aquello, y sin embargo no protestó. No era la primera vez que iba a ser criada en una casa rica, pero... ¿en la de los King? Era demasiado para ella, y sabía que su tío disfrutaría cada segundo de su desgracia.
—Así que voy a ser tu criada —murmuró ella.
—¡Deberías estar agradecida! —dijo su tía Heather con altivez—. Stephanie va a convertirse en la esposa del Presidente King, así que ya es hora de que nos devuelvas todo lo que hicimos por ti. El compromiso de tu prima es muy importante, así que debes sentirte honrada de poder ayudarla.
—¿Y por qué tengo que ir yo? —quiso saber Amelie, aunque ya se imaginaba la respuesta.
—¡Porque eres la que mejor se ve! —replicó Aquiles—. No tenemos dinero para criadas jóvenes y fuertes, así que eres lo mejor que podemos ofrecer al staff de servicio de los King. Debes ocuparte de servir como los demás criados —la instruyó mientras caminaban hacia la limusina que esperaba afuera—. Tienes que estar atenta a todo lo que pueda necesitar Stephanie y hacerlo sin que ella te lo pida.
—¿Eso es todo? —preguntó Amelie, incómoda.
—Claro que no —respondió Aquiles con una sonrisa—. ¡Compórtate bien y no asomes tu cara en ningún momento frente a ningún miembro importante de la familia King! Ahora sube junto al chofer.
Amelie supo entonces que toda protesta sería inútil. Tenía que irse con ellos a casa del hombre al que menos quería ver en ese momento, y lo peor de todo era que tendría que hacerlo como su criada.
—¿No crees que es demasiado arriesgado llevarla a casa de los King? —preguntó Heather en un susurro cuando Amelie se alejó.
—No, los niños no son presentados en reuniones de adultos, menos en una familia tan tradicional como son los King —respondió Aquiles—. Y estaría mal visto que nos presentáramos sin ninguna criada.
Poco después Stephanie salió más arreglada que si fuera a recibir un Oscar, y todos salieron en dirección a la mansión King. Apenas llegaron mandaron a Amelie directamente a la cocina, y el mayordomo, ni corto ni perezoso, le dio los trabajos más pesados. Amelie estaba nerviosa e incómoda, pero no podía hacer nada más que obedecer aunque en realidad tenía ganas de salir corriendo. Le dolían los pies de caminar todo el día en la empresa y allí estaba, subiendo y bajando escaleras mientras servía el comedor antes de que todos se sentaran a la mesa.
Cuando por fin los miembros de la familia y algunos invitados comenzaron a entrar, la sacaron de allí y la relegaron a limpiar ollas sucias en la cocina.
—Lamentamos que el abuelo no baje para la cena —se disculpó Nathan que no había logrado convencerlo de bajar—. Ha estado un poco indispuesto, pero se presentará para los eventos oficiales. Mientras tanto, podemos ir estableciendo los acuerdos principales.
Apenas se mencionaron los tres meses de compromiso, se hizo demasiado evidente que los Wilde no iban a estar de acuerdo. Stephanie no hablaba, pero Paul Anders era capaz de darse cuenta de que se estaba mordiendo la lengua.
—La verdad es que no hay razón para demorar tanto el matrimonio... —dijo Heather con impaciencia.
—Tampoco hay razón para apresurarlo —sentenció Nathan sin inmutarse—. Tres meses es un periodo apropiado para que Stephanie se entienda con Sophia, al final esa es la razón de este matrimonio y no otra.
El silencio reinó en el comedor, y nadie se atrevió a señalar que Nathan King era demasiado brusco o demasiado sincero.
—Claro... —carraspeó Aquiles—. Tres meses... ¡más tiempo para preparar una gran boda! ¿No es verdad?
—Desde luego —lo apoyó Paul, como si quisiera hacer el momento menos incómodo—. ¡Podría ser una de las bodas más grandes de toda la historia!
Nathan asintió de conformidad y todos aplaudieron la idea. La boda iba a ser espectacular, pero Stephanie Wilde forzaba una sonrisa mientras pensaba cómo demonios iba a lidiar con una niña por tres meses.
Mientras, Amelie se dejaba caer en una silla de la cocina, tan cansada que tenía ganas de llorar. El mayordomo de la familia King le había dejado a ella todo el trabajo pesado de fregar lo sucio y ni siquiera le habían dado nada de comer.
Miró a todos lados y abrió la despensa de la cocina mientras su estómago rugía con fuerza. Había muchas cosas de comer, pero Amelie no quería que la acusaran de robar nada, así que estaba a punto de cerrar de nuevo la despensa cuando escuchó que la puerta de la cocina se abría. Con el corazón latiendo fuerte, Amelie miró hacia atrás y vio a un anciano vestido con un traje negro.
—¿Estás buscando comida? —preguntó con una sonrisa pícara que enseguida relajó a la muchacha—. ¿Acaso no te dieron nada de comer?
—Sí, claro... —dijo Amelie con nerviosismo.
El abuelo levantó una ceja y negó con un suspiro. Aunque parecía cansado, su aura de energía y fuerza era palpable.
—Mientes muy mal, pero eso es bueno, porque las jovencitas lindas como tú no deberían mentir, ni siquiera para justificar la ineptitud de sus mayores —declaró el abuelo—. Ahora ven, que te voy a enseñar dónde guardo mi reserva de dulces.
Entraron a la despensa y el abuelo señaló a Amelie una caja que estaba en una de las estanterías altas.
—Alcánzame esa caja, por favor —pidió—. Podrás alcanzarla si te subes a esa silla —dijo, señalando una vieja silla de madera.
Amelie no se lo pensó dos veces y enseguida se subió a la silla, pero la caja era demasiado pesada y en cuanto la sostuvo hizo un gesto de dolor.
El abuelo fue rápido para ayudarla y juntos se sentaron en un par de sillas feas en la despensa
—¿Estás bien? —le preguntó el abuelo, atendiéndola como si fuera una niña pequeña—. No recuerdo la última vez que tomé la caja, no recordaba que fuera tan pesada.
—No, abuelo, no es eso, solo que me di unos golpes hace un par de días y todavía ando un poco torpe por eso.
—¿Y cómo es que una niña como tú se golpea? —preguntó el abuelo mientras sacaba varios empaques de comida de su caja y le ofrecía a Amelie—. ¿Te subes en las patinetas de esas que parecen sacadas de una película de ciencia ficción?
La muchacha negó con una sonrisa mientras comía y suspiraba.
—No, abuelo, solo tengo tiempo para trabajar, así que no puedo subirme en esas patinetas y mucho menos divertirme. Tuve un accidente con un auto, pero por fortuna solo me di unos golpes —respondió Amelie viendo cómo el abuelo la acompañaba.
De repente se fijó en lo que estaba comiendo, y que aquella caja estaba llena de dulces.
—Abuelo. Dígame una cosa, ¿usted no debería estar comiendo todos estos dulces, verdad? —le preguntó con tono preocupado.
El abuelo suspiró y le respondió:
—No, supongo que no debería, pero es tan difícil resistirse a ellos. Mi médico me dice que no debo comer azúcar, pero a mi edad uno se da cuenta de que la vida es corta y hay que vivirla al máximo. Si quieres saber la verdad, estos dulces son los únicos momentos de felicidad que tengo en mi día. De modo que, ¿por qué no iba a disfrutarlos?
Amelie hizo un puchero y tomó su mano.
—Sí, supongo que tiene razón, abuelo; pero si el doctor le dice que debe cuidar su dieta y tomar solo los dulces de forma ocasional, es para que pueda estar sano y fuerte muchos años más. ¡Pero en lugar de obedecer al doctor, decidió hacer una reserva de dulces como si fuera un niño!
—¿Me vas a delatar? —le preguntó el abuelo y Amelie negó.
—No, claro que no, voy a hacer algo mejor. Ahora vuelvo, pero prométame que no se va a comer esos dulces —le pidió y salió corriendo tan rápido como podía.
De camino a la mansión King, Amelie había visto una pequeña tienda de servicio, quedaba lejos pero fue hasta allá y con el poco dinero que llevaba encima compró unos dulces. Regresó con la respiración entrecortada y el abuelo la hizo entrar a la despensa de nuevo con un gesto cómplice.
—¡Ah! ¡Aquí están! —dijo entregándoselos al anciano—. Son dulces para diabéticos. No llevaba dinero para mucho, pero al menos estos no le harán mal, abuelo. A partir de ahora los puede comer tranquilamente.
El anciano la miró con dulzura y le agradeció.
—Eres una niña muy buena. Sé que grandes cosas van a pasarte. ¿Me dices tu nombre?
Amelie abrió mucho los ojos, porque había olvidado presentarse con el abuelo.
—¡Ay, claro! ¡Perdone! Mi nombre Amelie Wi... Amelie, me llamo Amelie —dijo sin llegar a mencionar su apellido.
—Bueno, Amelie, yo soy el abuelo King. Un gusto conocerte, y gracias por los dulces —se despidió el anciano y Amelie se quedó petrificada al darse cuenta de que había tratado con excesiva familiaridad al patriarca de la familia King.
Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, vio que el abuelo cerraba la puerta de la despensa porque se escuchaban gritos afuera.
Al parecer alguien había dicho que no podían encontrar en ningún lugar de la casa al abuelo King y todos estaban buscándolo. Finalmente era Nathan quien había llegado a la cocina, seguido de Stephanie.
—Abuelo, nos asustaste —murmuró Nathan al encontrarlo.
—Yo solo estaba dando un paseo, y todavía no he terminado, tengo intención de seguir —aseguró el abuelo dirigiendo a su nieto fuera de la cocina, cuando escucharon un leve carraspeo tras ellos.
—Bueno, ya que estás aquí, me gustaría presentarte a la señorita Stephanie Wilde, mi futura esposa —dijo Nathan viendo que Stephanie llegaba junto a ellos.
—Abuelo King, un placer conocerlo.
El anciano la miró de abajo hacia arriba y luego se quedó mirando su rostro con expresión severa.
—¿Sucede algo, abuelo?
—No, solo estoy tratando de adivinar si viniste a una cena o a matar a Batman —respondió el abuelo y Stephanie se puso colorada. Aquella era una manera nada sutil de decirle que llevaba demasiado maquillaje.
—Lo siento, creo que no me di cuenta, procuraré ser más discreta la próxima vez, abuelo —murmuró Stephanie.
—Estoy seguro de eso, ahora será mejor que vayas con tus padres —respondió el abuelo King y la muchacha se fue enseguida.
—Yo sabía que algún defecto le ibas a encontrar, hay que ver que te quejas de tu edad, pero tienes muy buena vista cuando quieres —suspiró Nathan con condescendencia.
—Fíjate si tengo buena vista que me he dado cuenta de algo que al parecer no has notado tú —respondió el abuelo King señalando a Stephanie—. ¿No te parece que para ser una mujer que salió severamente lastimada salvando la vida de tu hija, Stephanie Wilde camina demasiado bien en tacones?