CAPÍTULO 61

AARON BIANCHI

Sintiendo un terrible peso en mis hombros, y con un nudo amargo en la garganta recibí aquella noticia. No entendía como el destino podía ser tan cruel, pero estaba acostumbrado a ello.

«Más que acostumbrado».

Yamila había quedado destruída en el hospital, y ese aislamiento me tenía hasta la mierd@, a pesar de hacer menos de una semana que estábamos en esta situación.

Pero yo necesitaba abrazarla, tocarla, besarla… Necesitaba asegurarle, piel con piel, que todo iba a estar bien. Necesitaba más que nunca tener a Amed en mis brazos, conteniéndolo, reconfortando lo después de cada pinchazo, después de cada inyección, después de cada cosa que le produjera el más mínimo dolor.

Al menos ahora había un donador, y Vaya donador… una enorme pila de estiércol. Esa masa inservible que tenía como hermano era el padre biológico del niño, y contra eso no podía hacer nada. A veces uno engaña al corazón, pero es casi imposible engañar a la sangre, a los genes.

Quise creer que yo
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