CAPÍTULO 80

AARON BIANCHI

El limbo, sin dolor, sin resentimiento, sin ese sentimiento atroz e hiriente que causa la traición en el pecho de quien la sobrevive.

Hasta creo haber visto a Alba, tan celestial, tan dulce, tan caprichosa.

Mi cabeza era un torrente que sangraba, sentía las gotas del caliente líquido vital mojándome el rostro, y en un total estado de confusión.

Ni siquiera así sentí miedo. Y es malo cuando no le temes a la muerte, cuando crees que nadie sufrirá el perderte.

Creo haberme desmayado otra vez, pues recuerdo voces, luces, pero nada en concreto.

Y sin dudas para un hombre como yo, que haber sido rudo no era una opción, sino una obligación, pues saberme desmayado me daba una especie de vulnerabilidad. Me sentía como un princeso el el instante inminente antes de trascender a otro plano.

Justo en ese momento entendí que estaba agonizando. Y si sobrevivía, pues ya era cosa divina.

No se que tiempo transcurrió sin que supiera de mi. No se que tanto tiempo estuve luchan
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