9. LA PIEL DEL PATRIARCA

Villa de las Mercedes.

Altea

Cuando dejaron atrás la calzada y el Faro del Albir, las vistas de la costa y la sugestiva alucinación, Lara dedicó todo su interés a no perder detalle del camino a la casa. A ambos lados de la senda empedrada que unía la villa a la carretera principal, se alzaba una cortina densa de bosquecillo que abarcaba hasta donde la vista podía alcanzar. Contó cinco, seis kilómetros en el tablero de control de la camioneta y de pronto el descomunal edificio de piedra y cristal se mostró en todo su soberbio tamaño.

Había crecido cerca de lugares increíbles, de mansiones, de chalets, de propiedades con miles de metros cuadrados, pero aquella era una perspectiva completamente diferente de lo que significaba construir. Los más de quince metros de altura empleados apenas en dos pisos la hicieron sentir pequeña y por un i

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