Provincia de Valencia.
España
El insipiente verano del Mediterráneo, pesado y fresco, hizo que a Lara se le cerraran los ojos el tiempo suficiente como para perderse los primeros cincuenta kilómetros del viaje desde el aeropuerto de Valencia. Iban al norte por una carretera que bordeaba la costa, cruzando a veces pequeños poblados y otras rodeando las colinas que se levantaban caprichosamente junto al mar.
Le gustaron las casas blancas de tejado a dos aguas, los techos de roja pizarra, el olor a océano tan vivo que desprendía aquel pedazo de mundo, las playas y los riscos, la gente desinhibida que se paseaba en traje de baño por los muelles, alistándose para salir en pintorescas barcazas. Todo parecía nuevo, y a la vez antiguo y exótico, como sacado de una novela.
Lara miró con interés fuera de la ventana del auto cuando atrav
Villa de las Mercedes.AlteaCuando dejaron atrás la calzada y el Faro del Albir, las vistas de la costa y la sugestiva alucinación, Lara dedicó todo su interés a no perder detalle del camino a la casa. A ambos lados de la senda empedrada que unía la villa a la carretera principal, se alzaba una cortina densa de bosquecillo que abarcaba hasta donde la vista podía alcanzar. Contó cinco, seis kilómetros en el tablero de control de la camioneta y de pronto el descomunal edificio de piedra y cristal se mostró en todo su soberbio tamaño.Había crecido cerca de lugares increíbles, de mansiones, de chalets, de propiedades con miles de metros cuadrados, pero aquella era una perspectiva completamente diferente de lo que significaba construir. Los más de quince metros de altura empleados apenas en dos pisos la hicieron sentir pequeña y por un i
Algún lugar entre la Sierra de Aitana y la Villa de las MercedesA menos de ochocientos metros de la mansión, la silueta de un hombre comenzó a desdibujarse. Sus rasgos no aparentaban más de veinticinco años, pero en el mortal agotamiento de sus ojos se podían leer décadas de controlado instinto. Sin embargo había estado a punto de cometer un error doblemente peligroso: intentar una cacería diurna y dar rienda suelta a una naturaleza que de cuando en cuando no admitía represión.Por suerte el ataque de los mastines había llegado a tiempo para fijar sus pies a la tierra y su conciencia a la realidad.Hasta donde alcanzaba su conocimiento, la villa había estado deshabitada durante los últimos diez años, y lo menos que esperaba al levantarse esa mañana era la llegada de inquilinos tan excepcionales.Retrocedió
Villa de las Mercedes— Esto, sin discusión, es cien veces mejor de lo que imaginaba. — la mirada de Lara vagó indistintamente hacia los grandes ventanales— Debo concedértelo, madre, fue una sabia decisión venir aquí. Creo que me puedo acostumbrar a esto. — pero en el fondo sus palabras no eran más que un intento por parecer a gusto.Se dejó caer con aparente jovialidad sobre el enorme diván frente a las ventanas, que ofrecían el impactante paisaje de un atardecer. Estaba feliz… y triste… y la mezcla de terror y de sorpresa todavía no la había abandonado, pero intentaba disimularlo sacando a su conversación cualquier tema que no evocara la tragedia que había estado a punto de ocurrir.Dominic no podía escuchar una palabra, sin embargo aquella extraña zozobra que se hab&
Estaba seguro de que así sería. Toda su vida en adelante estaría condicionada por su conexión con aquella chica: su actividad, su descanso, su sueño, incluso las cacerías se verían interrumpidas porque si ella lo llamaba, él no podría negarse; lo había sabido desde que los límpidos espejos de sus ojos lo habían encontrado en los acantilados.Algunas de las personas que lo veían no lograban el vínculo, otras eran débiles y Dominic podía evitarlas, podía evadir sus ojos y sus vidas y esperar tranquilamente a que murieran para romper el vínculo, pero ese no era el caso de Lara. Lara no lo dejaría escapar, era fuerte, lo llamaría a su conciencia y a sus ojos aún sin saberlo, lo arrastraría a su vida y a sus emociones.No volvería a ser dueño de sí mismo hasta que no rompiera esa conexión; y has
AlteaLas semanas pasaron aprisa desde la llegada de los Sanders a la Costa Blanca, se consumió el verano y las playas llenas de bulliciosos estudiantes fueron quedando poco a poco silenciosas. El único lugar que permanecía activo era la Villa de las Mercedes. Para el final de la estación veraniega, con todos los proyectos aprobados, la casa se convirtió en un hervidero de camiones de materiales y obreros que entraban, rompían, reparaban y salían.Rara vez las chicas veían a su padre durante más tiempo que el justo para cenar, pero era un mal necesario al que ya se habían acostumbrado. Una vez que la obra negra de algunas partes de la casa estuviera terminada comenzaría el verdadero trabajo de Hatch: elevar a calidad artística aquellos trozos de paredes blancas.Tres veces por semana Emma recibía a dos muchachas de Alt
— ¿Sí?— Dominic no se percató de la llamada hasta que Lara tuvo el celular pegado a la oreja, y como en tantas otras ocasiones sintió una extraña preocupación. La muchacha no solía ser distraída pero de todas formas no le hacía gracia que fuera a descuidar un poco el volante y acabara accidentada, aunque eso le hubiera ahorrado los problemas de conciencia respecto a matarla.— Dianne a este lado— se escuchó por el auricular la voz cantarina.— ¡Ah! Dianne, ¿Qué pasa?— Necesito que me justifiques en el colegio, no voy a poder ir hoy.— ¿Por qué, estás enferma? — y el tono de Lara fue de completa burla, con unas pocas semanas de conocerla sabía que Dianne no se ausentaba de la escuela precisamente por enfermedad.— ¡No, claro que no! Es que estoy organizando un campamento&he
— Tres. — respondió Lara con voz pausada, intentando minimizar el hecho de que probablemente pareciera propensa a las alucinaciones.— Siempre de lejos, cuando por raras circunstancias mis correrías con los cachorros se extienden demasiado fuera de casa.— ¿Y…? — la instó Marissa.— Y siento como si estuviera muy cerca, juraría que ha estado fuera de mi ventana más de una vez… ¡Es una locura! — se rio de sí misma — Desde hace cuatro meses he esperado encontrarlo en cualquier vuelta de esquina y ahora resulta que he estado buscando a un fantasma. ¡Eso sí es mala suerte!Marissa le lanzó una mirada condescendiente y le quitó la botella vacía de refresco para echarla a la basura, mientras las tres salían de la cafetería para seguir sus clases.— Querida, — le dijo — n
Villa de las MercedesEl sábado amaneció con una deliciosa temperatura otoñal, perfecta para pasar el día vagando entre los innumerables juegos y puestos de comida de la Feria de los Artesanos. Ligeros remolinillos de viento arrastraban las doradas hojas bajo su ventana anunciando a gritos el cambio de estación, y Lara se despertó con la extraña sensación de vacío en el estómago que la asaltaba cada vez que algo importante estaba por suceder.Quizás porque era la primera noche que se quedaba sola fuera de casa, o quizás porque Jens estaría merodeando y posiblemente Marissa no pudiera resistirse a hacer de casamentera, o quizás fuera sencillamente que la furiosa bestiecilla en su interior había permanecido dormitando por algunas semanas. De cualquier forma el día se anunciaba delicioso y un poco de soledad con los tigres y el bosque ser&