44. ASÍ SE LLAMA EL MIEDO

Villa de las Mercedes

La noche había pasado intranquila y atormentada para Lara. Había llorado mientras Evelett le cantaba y luego, cuando la niña se había quedado dormida a su lado, acurrucada con ternura contra uno de los costados de Silver Moon, había llorado porque llevaba demasiado tiempo guardando demasiado rencor.

Sus pensamientos se debatían entre la aflicción inenarrable por el abandono de Dominic y la propuesta absurda del señor Swels, que su madre defendía con tanta vehemencia. Finalmente, se había quedado dormida a altas horas la madrugada, vencida por la fatiga y el esfuerzo.

Los primeros rayos del sol la descubrieron sentada frente a la ventana que daba a los acantilados, en medio de una inercia mental que rayaba en la inconsciencia y con los ojos fuertemente cerrados. Dominic estaba allá afuera en algún lugar y arr

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