—Gracias por contarmelo, Aurora —Angelina se mantiene calmada. En el fondo sabe perfectamente que la situación de Damiana es algo que la sigue a dónde quiera que vaya—, conozco muy bien la clase de mujer que es Damiana.Aurora se limpia sus lágrimas.—¿No estás…molesta…?Angelina busca su mano, y con un ligero apretón le expresa, con calma.—Yo no soy quién para juzgarte o para no perdonarte, Aurora…—Angelina le comparte una de sus miradas más sinceras—, siempre te dejé en claro que quería ser cercana a ti, buscaba la forma, aún cuando me odiabas. Eres hija de mi esposo, y como nada quiero que sean cercanos. Pero también deseaba eso conmigo. Supe que…a lo mejor creías que iba a ser un reemplazo de tu madre. Pero no es así. Lo que quería era que me vieras como una amiga, como alguien con quien te sintieras segura de opinar algo, o salir de compras. Una amiga —se toma un momento—, no pedía nada más. Y que me digas esto me demuestras que no eres una joven egoísta como la gente debe creer
Su terror la deja sin decir ni una palabra. La serenidad de Damiana es tétrica y absorbe la tranquilidad que había obtenido todos estos meses, y más con el nacimiento de su bebé. Mantener la calma ahora se le va de la mano y busca por todas partes mantenerse serena. Arropa más a su bebé con las mantas y le oculta su rostro de ella. —Te advierto una cosa —Angelina muestra su dedo. Lentamente su gesto está lejos de la sensatez. Existe sólo discordia—, aléjate lo más que puedas de mí y de mi hijo.—Oh —Damiana pronuncia como si estuviera dolida—, no sabes lo triste que me pone escucharte decir eso, Angelina —Damiana acaricia la cuerda de su cartera, sin dejar de verla—, de todos mis nietos tú eres mi favorita, a quien yo más quiero. ¿Y me tratas de ésta forma?—Quítate de mi camino —Angelina se olvida del dolor de su vientre y de la pesadez que estaba siendo uno dentro de su cabeza. Al dar un paso al frente, Damiana se interpone y se detiene—, quítate de mi camino.—Eres una niña muy ma
Una vez Angelina volvió a ver a su madre ésta simplemente le dijo que habló con Damiana, exigiendole que la dejara en paz y que olvidara cualquier trato que Angelina había hecho con ella, pero lo único que Damiana respondió fue que:“Ese hijo es sangre de mi sangre y como todos los De Santis, soy la única que debe criarlo.” La impotencia que había sentido Angelina no se comparó con nada que ya hubiera sentido. Se volvió estricta con quien tocaba a su hijo o entraba a la alcoba, observando cada movimiento para ver cualquier sospecha. No era vida. Vivir así no era vida. Giancarlo había aumentado la seguridad y había despedido a los escoltas que la habían acompañado a la clínica. Se sabía ya que Damiana estaba vetada totalmente de aquella mansión y que no se la dejaría acercar un centímetro a su esposa. Los días pasaron en vela, siempre al pendiente de su bebé. También se estaba recuperando de la herida del parto, y comenzaba la rutina de oír a Annalisa por el teléfono dándole un resu
Se sintió tan apoteósico sentirlo justo en sus labios, sintiendo como succionaba y hacía de ella nada y a la vez todo. El tiempo sin probarlo se volvió una agonía, pero ya no más. Desesperados, devoraban sus labios y succionaban a profundidad como si nunca antes lo hubiese hecho. El beso fue espléndido, lleno de ansiedad. Angelina soltó el primer gemido en sus labios y con su boca hinchada Giancarlo se separó de ella para bajar hacia su cuello otra vez, buscando el camino hacia sus pechos, comenzando a tocar piel tras la ropa, incitandola a continuar sin parar.—Voy a castigarte yo a ti —Angelina volvió a besarlo desesperada.—Habías dado a luz, estabas débil. No aguantarías, te lastimaría —Giancarlo sabía a lo que se refería, porque Angelina lo quería tanto como él. Pero quería tener a su esposa completamente sana.Él se encargaría de destruirla.—Te deseo, Giancarlo. Con todas mis fuerzas —Angelina le quitó su chaqueta del traje, y comenzó a desabotonarlo—, si supieras todo lo que h
—¿Y qué se supone que yo haga? Si se trata de mí pondré a ese hombre tres metros bajo tierra.Giancarlo no es paciente. Tiene más de diez minutos con Isabella en un salón de oficina de éste hotel, y apenas saludándose considerando que no se han visto en un par de semanas, el tema de Gabriel aumentando la ira que es incapaz de controlar.Isabella se toma un momento antes de continuar diciendo:—Sigue siendo tu sobrino.—Dejó de serlo hace mucho tiempo —Giancarlo veía un rincón de aquel salón. Pero al decir éstas palabras decidió observarla—, no es un hombre de honor. Y no sólo se trata de mí, se trata de la compañía que casi pierde credibilidad. No quiero que menciones más a ese tipo. Me vale un carajo si está afuera. Si se llega a acercar, lo despedazó. ¿Es todo lo que me quieres decir? ¿A eso has venido?Isabella se cruza de piernas y también de brazos. A diferencia de Magdalena, es más ambiciosa, pero una ambición silenciosa: es decir, más peligrosa.—Se rumorea dentro de la ciudad
Isabella observa, detenidamente, cómo colocan a Angelina ya inconsciente en la camilla, alejándose de los dos bañados en sangre.—No puedes ir, detente —Isabella detiene a su hermano cuando lo ve dar un paso tambaleante hacia al frente, tomándolo entre sus brazos—, no estás estable, necesitas sentarte.—Quítate de mi camino —gruñe Giancarlo zafándose de su agarre, logrando dar otros pasos, cegado por la oscuridad.—¡Giancarlo! —exclama Isabella al sostenerlo una vez más—, ¡No puedes ir! No nos dejan, no van a permitir que pases.—Mi esposa, mi mujer, está allá adentro muriéndose —Giancarlo señala con los labios pálidos pero con ojos sombríos. Está hecho un desastre, moribundo, lleno de sangre, ojos rojos y mirada oscura—, y tú exiges que me quede aquí…—¡Está en emergencias! —Isabella vuelve a tomarlo por el brazo—, ¡Tenemos que esperar a que nos digan algo!—Quítate, no me toques —Giancarlo se zafa otra vez de sus brazos con fuerza, tratando de dar otro paso pero es casi imposible. T
Ese día que se marchó, dejando el hospital, el daño colateral lo mantuvo por un momento también en la inconsciencia. Mientras salía a tambaleos del hospital, sin tratar de conectar con el mundo terrenal Giancarlo se sintió en un agujero frívolo donde no existía alguna emoción.La había perdido. El miedo hizo lo que tenía que hacer. Una vez más, pero peor. Ambos…Le habían arrebatado a ambos. Fue tanto la condición de consternación de mirar a su esposa desangrarse y por un momento sin verla moverse que lo dejó sin habla, como si hubiese renunciado enteramente a seguir vivo.Sin Angelina, no era nadie…Pero saber lo de su hijo…la propia penuria lo llevó al borde. Lo lanzó al precipicio.Ese día, sus hombres estaban afuera del hospital a cualquier órden que diera, y uno de ellos le entregó su bastón, lo cual tomó con fiereza, montándose en el auto, conduciendo de vuelta al hotel. Mirada vacía, sentimiento frívolo, desolado, sin nada, desierto. Por alguna extraña razón sentía que debí
La recuperación de su herida duró por lo menos dos semanas más, donde a Angelina se le prohibió salir o hacer esfuerzos mínimos, por lo que resultó imposible que Giancarlo la dejara salir como tanto ella pedía, y en realidad no podía averiguar si realmente estaba devuelta en su mente.Angelina estaba sin vida. Genoveva iba cada mañana a ver a su hija postrada en la cama. Siempre con el rastro de lágrimas en su rostro pero en silencio.—Angelina —Genoveva una vez dejó la bandeja de desayuno junto a Issie, con esa mirada pesarosa por ver a la señora de esa forma—, hija, tienes qué comer. Te preparé tu comida favorita.—No quiero comer. Por primera vez la oían hablar. Era una voz grave y profunda, haciendo eco en la habitación y enviando escalofríos a las dos mujeres presentes.—Hija, pero-—Quiero estar sola —Angelina cerró los ojos. Sostenía en su mano un marco de fotos donde sólo aparecía su bebé. Luego se hizo un ovillo en la cama y no volvió a decir algo más. Issie y Genoveva se