Conduciendo por las calles, sólo los postes de la luz iluminando la ciudad y el silencio haciendo más ruido que sus pensamientos, Diego intentó pensar con claridad. ¿Dónde podrían estar? Diego ya había visitado unos cuatro o cinco restaurantes y no había señal de ellos.Golpeando el volante, un par de restaurantes vinieron a su mente. A Ace le encantaban esos restaurantes y había ido miles de veces con otras miles de chicas. Ace tenía que estar allí con Cameron. Y Cameron no era como ninguna otra mujer que hubiera conocido.Al llegar al segundo restaurante Diego se dio cuenta de que en este había más gente que en cualquier otro al que hubiera ido esa noche. Buscándolos, caminó entre las mesas elegantes.—Tengo sueño—, dijo Cameron, bostezando por cuarta vez después de haber bebido apenas tres copas de vino.Ace soltó una risita, acariciando su suave piel. —No sabes beber, ¿verdad?Casi cerrando los ojos, Cameron tuvo fuerzas para levantar la vista y encontrarse con la mirada de Ace.—
Abriendo la puerta de su despacho tras llegar un poco tarde, haciendo saber a todos que algo tenía que estar pasando ya que Diego no era de los que les gustaba aprovecharse cuando era el CEO de la empresa, una sonrisa se dibujó en su rostro al ver la imagen de su amigo sentado en la silla frente a su escritorio con una taza de café en las manos.—¡Edmund! —le saludó Diego.El hombre que se llamaba Edmund se levantó.—Dios escuchó mis plegarias. Pensé que no vendrías—. Edmund abrazó a su amigo, dándole un par de palmadas en la espalda.—Por favor, toma asiento, Edmund. ¿En qué puedo ayudarte ahora?—¡Eh, hombre! ¿Crees que estoy aquí por algo? ¡Venga ya! Ya no soy esa clase de hombre.Diego se rió. —Si tú lo dices.—En fin, sólo vengo a despedirme, Diego.Diego le miró sorprendido. —¿Cómo? ¿De dónde? Quiero decir, ¿por qué? ¿Adónde vas?Edmund sonrió. —Mi labor ha terminado aquí. Ya sabes, nuevas competencias cada día que siento que ya no me necesitan.Aquellas palabras sonaron como la
Teniendo el maravilloso cuerpo de su mujer en el regazo -como él la llamaba cada vez que estaban solos-, Ace no podía dejar de pensar en aquella mañana. Su aspecto tan distante no podía pasar desapercibido para Susan.Caprichosamente, Susan se levantó del regazo de Ace. Para cualquiera era fácil notar que Ace estaba fuera de su mundo, como si algo le molestara, como si se hubiera dado cuenta de algo que en realidad no le parecía bien.—¡Ace! —Lo llamó.—¿Qué? ¿Qué quieres ahora, Susan?Susan cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Qué te pasa? De repente me llamaste y me pediste que fuera a tu apartamento. Pensé que venía a pasar un buen momento, pero veo que me equivoqué.—Por favor, Susan, no tengo tiempo para discutir esto contigo—, dijo Ace levantándose de su silla de cuero y yendo a por una copa.—¡No me lo puedo creer! Eres tan idiota, pero es mi culpa cuando realmente puedo estar pasándola bien con un hombre digno —Continuó diciendo mientras Ace seguía ocupado en su bebida.Esas pal
Tercer trago de la noche y los últimos recuerdos de Cameron se repetían en su mente. Era un idiota. ¿Cómo la dejó ir con ese mujeriego que sólo quería una cosa? Debería haber dicho algo, haber hecho algo, pero no. Solo prefirió ver como le arrebataban a su mujer y no hacer nada.Finalmente, la espera llegó a su fin cuando en su espalda sintió un par de bofetadas. Diego se giró y esbozó una sonrisa.—¡Oh! Tomás, pensé que no vendrías.—¿Cómo que iba a dejar que mi amigo se tomara todas las copas para él solo?—, sonrió Tomás, sentándose a su lado, —por favor, otra ronda por aquí—, le pidió al camarero. —Y, ¿a qué debo esta llamada, ah? Creía que estabas tan ocupado que...—La verdad es que no quería verte—. Le cortó Diego.—¡Ah! ¿Te digo 'gracias por la sinceridad'?Diego sonrió. —Querías oír la verdad y te estoy diciendo la verdad. No quería verte porque cada vez que te llamaba o incluso tu cara pasaba por mi mente, recordaba lo que le hice a Cameron. No debí hacerlo y por eso no te ll
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Ace a Cameron, dándole una taza de té.Ella le sonrió. —Estoy bien.—Bueno, lo menos que quiero es ser duro contigo. Cameron, puedes quedarte con la cama. Yo dormiré en el sofá.—No, no es necesario.—¡Oh! ¿Quieres dormir conmigo? —dijo Ace con un tono juguetón en la voz.Cameron se limitó a mirarle. Ella no quería seguir su juego. Tenía tantas cosas en la cabeza que lo menos que quería era lidiar con el juego de algún Ace famoso. Sabía que, mejor que nadie, a Ace le encantaba añadir nombres a su larga lista de conquistas.—Por cierto—, Ace volvió a llamar su atención.La verdad era que ella no sabía cómo empezar esa conversación que él quería iniciar desde el momento en que salió de la consulta del médico y se subió a su coche, diciéndole que sólo necesitaba ir al cementerio y encender su corazón.—Necesito dormir—. Cameron le cortó.Ace sonrió, dándose cuenta de que no quería hablar de nada.—S-sí, o-por supuesto. Por supuesto, Cameron. Te dejaré dorm
Caminando por las solitarias calles de la ciudad, Cameron no podía dejar de llorar con algunas de sus pertenencias entre las manos. Lo único que tenía en mente era la idea que él tenía de ella, la forma en que la echó de su casa y las últimas palabras que le dijo.'Una prostituta'. ¿La había llamado prostituta sólo porque durmió en el apartamento de otra persona que le ofreció la protección que necesitaba esa noche?Nadie podía saber cuánto tiempo había estado paseando. Ni siquiera ella.Su estómago vacío exigiendo algo que digerir, su dolor de cabeza nublando el frente. Había caminado tanto tiempo que Cameron estaba fuera de la ajetreada ciudad de los hombres de negocios, donde a cualquiera que ella le hubiera preguntado si conocían a Diego, le respondían con una sonrisa en la cara mientras asentían con la cabeza.Ahora, sólo calles pobres con gente que caminaba de un lado a otro, algunos con sus hijos, otros atendiendo sus pequeños negocios y algunos más trabajando en cualquier cosa
TRES DÍAS DESPUÉS —A decir verdad, todavía no puedo creer que estés casada con Diego Ferrer. Sólo había oído hablar de él en la tele. ¿Quién lo hubiera dicho, Cameron? Es el más caballero delante de toda la gente pero un patético a puerta cerrada—. Dijo la mujer del delantal cortando unas zanahorias.Cameron sonrió sin querer.—Ya sabes lo que dicen; no conoces a la gente hasta que vives con ella. No voy a negar que todo lo que sentí por él es un odio que no puedo desquitarme—. Cameron continuó su relato mientras lavaba unas verduras sentada a la mesa.La verdad era que el pequeño espacio donde Haley había estado viviendo los últimos seis años después de que su padre decidiera ponerse una pistola bajo la boca y acabar con su vida como un cobarde por no ser lo suficientemente valiente y aprender a vivir con limitaciones, carecer de todo. Si necesitaban agua, ella y todos los vecinos tenían que acarrearla desde el lago situado a 200 metros.Esa era la razón por la que Cameron lavaba la
DOS DÍAS DESPUÉS Habían pasado tantas cosas desde la noche en que Cameron llegó a casa de su amiga con el rostro pálido, sin fuerzas en el cuerpo para levantarse y con el corazón roto en mil pedazos mientras en su mente guardaba aquella palabra con la que Diego se había referido a ella. Una prostituta. Ella no era más que una prostituta para él.Desde aquella noche nada fue igual para Haley. Cuidando de Cameron como la persona dedicada que Haley siempre había sido, la ayudó a tumbarse en su cama. Cuando llamó a la puerta de Haley de lo primero que quiso asegurarse fue de su bienestar.De un puñetazo en la cara descubrió que Cameron ardía de fiebre. Aquella noche Haley hizo todo lo que pudo para bajarle la fiebre pero Cameron parecía no tener fuerzas para luchar por sí misma. A medida que pasaba el tiempo y los gemidos de dolor seguían diciéndole a Haley que si no hacía nada de inmediato, iba a perder a su amiga, Haley hizo todo lo que pudo para salvarla.Incluso habló con ella en