Secándose las lágrimas con brusquedad, cansada de que en sólo dos días hubiera pasado de ella como de cualquiera de las alfombras de aquella casa llena de lujos, fue tras él. Tenía que escucharle, tenía que dejarle las cosas claras porque ella también era un ser humano, una persona que necesitaba ser tratada como tal. Había reglas en esa casa, ella no iba a luchar contra eso porque al final, Diego tenía razón, su matrimonio no era más que un maldito contrato que ella firmó sin que le diera tiempo a hacer preguntas porque para su abuelo, ella no había sido más que un maldito objeto, una maldita herramienta que él podía manejar a su antojo y obviamente, a su conveniencia.—Diego, Diego—, lo llamó Cameron.Y él, sin detenerse, continuó hacia la habitación que habían para compartir si quería o no.—Diego—, continuó llamando Cameron.Y sin prestarle la menor atención, Diego se detuvo más a pensar dónde había dejado los papeles del matrimonio que por ella.— ¿Qué quieres, Cameron? —Preguntó
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