Sentado en su sofá de cuero, frente a él la mesa central de Cameron con una copa de vino sobre ésta, Diego tenía la vista perdida en la oscuridad de su alma.
Se suponía que aquel iba a ser el día más feliz de su vida, pero ahora estaba allí, sentado en su sofá favorito, esperando a que la muerte se apiadara de él y se lo llevara consigo.
Las mangas de su camisa blanca estaban arriba, las venas de sus manos y cuello se mostraban claramente y su mente estaba llena de recuerdos que no podía dejar pasar.
Ahora estaba casado con una mujer que un día envió sus documentos con uno de sus hombres y declaró que estaba sana para gestar a su bebé. Pero nada podía salirle gratis. Ella le daría el bebé que necesitaba y él le daría el dinero que su familia necesitaba para salvar su nombre.
Ni a aquella mujer, que ahora era su esposa, ni a su abuelo les importaba el dolor que aún albergaba su corazón. Había perdido al amor de su vida y nadie se preocupaba por él.
Cerrando los ojos, Diego reprimió sus sentimientos.
"Te quiero, Elisa". Dijo Diego con una sonrisa en la cara.
"Te quiero, Diego".
El aire acariciaba sus rostros, las olas del mar frente a ellos se calentaban mutuamente y Diego y Elisa se habían prometido un destino juntos.
"Sé mi mujer. Cásate conmigo y te juro que no habrá nada en la vida que no te dé".
"Sé mi marido. Cásate conmigo y te juro que te daré el hijo que siempre hemos querido".
Y entonces, un beso selló esa promesa.
En algún lugar había perdido su felicidad y todo lo que había soñado con otra mujer. Y siendo de esa manera, él aceptaba su realidad.
Sentada en el borde del sillón blanco, mirando a la nada y a la vez, viéndolo todo en ese punto donde su destino se encontraba, un par de lágrimas cayeron. Tan puras como el silencio, aquel silencio que vivía y en el que parecía vivir para siempre porque después de eso, no había nada.
Estaba hecho, a eso que tanto llegó a temerle, a eso que tanto se rehusó estaba hecho porque más que por ser por el bienestar de ella, había sido por el bienestar de su abuelo y de todos sus bienes que tarde o temprano pasarían a ser de ella.
El velo blanco cayendo a los lados mientras su cabello negro se mantenía perfectamente peinado al igual que el maquillaje, perfectamente adherido a la suavidad de su piel joven. Sus pequeñas manos aun sostenían el ramo de flores con el que había entrado al altar.
En sus ojos, el mar de emociones que azotaba dentro de su corazón era reflejado. Había dado el paso más grande y aunque mucha gente suele decir que es el primer paso el más difícil ahora ella se daba cuenta que no era así, no siempre el primer paso era el más difícil de dar sino, todos los pasos que debía de dar hasta llegar al final de sus días.
En su mente, las imágenes de toda una vida pasaban una y otra vez. Si sus padres aun estuvieran vivos como siempre lo prometieron estar para ella, nada de eso estuviera pasando, ella no tendría la necesidad de verse a sí misma como el más grande los fracasos. Una vida con la que soñó, hoy no era más que un espejismo, un maldito espejismo que la hizo feliz mientras duró.
Tenía solo veintitrés años y su vida ya estaba terminada. La verdad es que siempre estuvo terminada desde el momento en que a su puerta tocó esa desagradable noticia que no se convirtió más que en un claro infierno en el que iba a vivir por el resto de su vida.
— ¡¿Qué acabas de decir?! —preguntó Cameron levantándose del sillón, mismo lugar que le había pedido su abuelo que tomara como asiento.
—Cameron, realmente no tengo tiempo para discutir esto. Ya te lo dije y no hay vuelta de página. Este es tu destino quieras o no —contestó el hombre mayor de aproximadamente sesenta años frente a ella.
Con las piernas cruzadas, fumando un cigarrillo frente a ella, Cameron se daba cuenta que lo su abuelo le había dicho no era más que una noticia más. Algo que podría ser tan normal para el señor Federico Milán como pedir la renuncia de sus empleados.
— ¿Cómo puedes pedirme eso, abuelo?
— ¿Entonces qué quieres que diga? ¿Qué está bien si la compañía se va a la banca rota solo porque tú no quieres ayudar un poco y más que ayudarme a mí, ayudarte a ti misma? Al final, todo eso va a ser para ti, Cameron. No sé cuál es el problema.
Las lágrimas salieron de los ojos de Cameron al momento. Conocía a su abuelo, sabía que él era capaz de todo por mantener su posición frente al mundo que lo admiraba pero la verdad es que nunca pensó que llegaría a tanto, hasta el hecho de pedirle renunciar a sus sueños, a su vida y a todo lo que era ella verdaderamente.
—Este no es un cuento de hadas donde el príncipe viene en busca de su princesa, querida hija. Esta es la vida real, lo tomas o lo tomas, así de simple —dijo el hombre levantándose de su lugar.
— ¡No puedo hacerlo, abuelo! ¿Dónde queda mi vida, mis sueños, todo?
—Cásate con Diego Ferrer y no tendrás que preocuparte de tu futuro porque después de eso, no tendrás que mover ni un solo dedo para hacer algo.
— ¡Yo no quiero casarme con una persona que no conozco!
—Lo siento, Cameron, son las reglas de vivir aquí.
— ¿Crees que mis padres estarían bien con lo que me estás haciendo, abuelo?
— ¿Crees que a ellos les importas dondequiera que estén? Te casas en un mes. Los preparativos comienzan mañana. —Dijo el señor Federico importándole poco las lágrimas que salían de los ojos de su nieta. Su única nieta. O al menos eso ella creía.
¿Cómo todo pudo cambiar en un solo momento? Aun su mente parecía divagar entre lo que había pasado y lo que estaba por pasar. Ese había sido el precio de haber nacido en esa familia. Sus emociones en ese día no habían sido más que una montaña rusa. Tan pronto como pensó que podía ser feliz, se dio cuenta que todo eso no era más que una farsa. En su mente la humillación se repetía una y otra vez.
No habían sido ni las diez de la mañana cuando ella ya estaba lista para casarse con aquel ser misterioso que iba a resolver su vida por completo. No solo la de ella sino también la de su familia. Las lágrimas cayeron al saber en unas horas casada con Diego Ferrer, el hombre del que su abuelo no había parado de hablar. El mismo que tenía una misión por cumplir para así, ser él el heredero legítimo de todo lo que tenía su familia. La familia Ferrer. Un hijo era la salida, un hijo que solo Cameron Milán podía darle.
Sin conocerlo hasta ese mismo día en que ellos se casaron, la vida se le pasó a Cameron sintiendo solo la necesidad de morir, morir y de esa manera terminar con todo, con las falsas promesas de sus padres y con los sueños rotos. Al final, su primer amor no llegó a tiempo. Bastián. El hombre que en verdad ella amaba.
Para ese mismo día en que Cameron más deseó morir al mismo tiempo que se veía frente al espejo vestida de blanco, las esperanzas llegaron a ella una vez más recordando solo a una persona, recordando que en su corazón, su primer amor seguía viviendo.
No fue hasta el momento en que Diego Ferrer besó sus labios frente al altar después de haber hecho promesas vacías, después de haber sido ella la admirada por su escultural figura masculina hasta que lo supo. Ella se estaba lejos de casarse con su primer amor. Aquel amor de la infancia que un día se fue sin más, dejando sola, dejándola en ese hoyo oscuro donde ella no encontró a qué aferrarse sino era a ella misma.
La emoción remplazó a sus ganas de morir al saberlo. Ella acababa de casarse con un despiadado hombre para el que solo sería una máquina de hacer bebés.
De pronto, todo lo que Diego Ferrer pudo ver después de haberla besado con tanta delicadeza fue lágrimas en su rostro. Eso no podía ser, no sabía qué era lo que ella estaba pensando en ese momento pero eso no podía ser. Ellos se estaban casando por un contrato, No más que eso.
En la mente de Cameron, las palabras de la persona que un día fue su primer amor y que ahora no era más que un recuerdo, se repetían constantemente.
“Volveré, mi amor. Nos casaremos. Espera por mí, seremos felices.”
Pero ella no pudo esperar. Ella se acababa de casar con el CEO más importante.
La sonrisa seguía dibujada en su rostro (tenía que fingir) mientras los invitados se acercaban a felicitarla. Fue en ese momento donde, de manera brusca y poco educada, fue hasta su ahora esposa y la tomó de la muñeca fuertemente apartándola del mundo que celebraba ese matrimonio. — ¿Qué te pasa, Diego? —se quejó Cameron tan pronto como él la soltó. — ¿A qué debo esa estúpida sonrisa en tu rosto? Si su increíble físico la había asombrado al llegar al altar, ahora la hacía temer. Las venas en su cuello demostraban lo molesto que estaba. — ¿De qué hablas? —preguntó un poco más segura de ella. —Nunca lo olvides, Cameron. Nunca olvides estas palabras porque te puedes arrepentir. Que tú hayas sido la primera y la que más insistiera para darme un hijo, el hijo que necesito, al llevar los papeles a mi abuelo, no significa que te creas el lugar de esposa. No eres nada, Cameron, no eres más que un instrumento que me va a ayudar a tener lo que quiero. Este es un contrato de matrimonio, nada
La tarde había caído. El momento de actuar había llegado y él ya estaba casado.Con ganas de olvidarlo todo, Diego se levantó y llamó a uno de sus hombres.— ¿Sí, señor? ¿Puedo ayudarle?— Ve a buscarla. Escóltala a la fiesta. La estaré esperando.— Sí, señor. 7: 00 p.m., y Cameron se cambió por el vestido que permanecía sobre la cama. Ella no podía negarlo, el hombre realmente tenía buen gusto. Y un Mercedes Benz en blanco se detuvo.Ocho y media de la tarde. Ella no aparecía. Él estaba perdiendo la seguridad de que ella pudiera asistir a esta gran celebración. Al fin y al cabo eran marido y mujer y como tales tenían que comportarse ante el mundo que ya les veía y sabía que llevaban días casados aunque la verdad era que sólo llevaban unas horas.En su mente la última conversación que había tenido con ella y la forma en que le había dicho que no debía creerse el papel de esposa aunque fueran a vivir bajo el mismo techo. ¿Cómo hacerlo? Ni siquiera sabía cómo ser un buen marido si en e
El aura pesada que emanaba Diego era lo menos que ella necesitaba para superar este matrimonio por contrato. La fuerza de las emociones de Diego sobre ella la obligaron a bajar la mirada.— ¿Desde cuándo conoces a Ace? —, preguntó, queriendo utilizar un tono de voz común.Los ojos de Cameron se abrieron de sorpresa. — ¿A Ace?— Sí, ese hombre con el que solías bailar.Hasta ese momento Cameron se dio cuenta de lo perdida que había estado en ese hombre que ni siquiera su marido había entrado en su cabeza.—Te lo advierto, mi querida amada—, se rió al decirlo, —no se te permite ir y venir con tantos hombres como desees. Eso está estipulado en el contrato, me debes respeto por el simple hecho de haber dicho esos votos delante de todos. Al fin y al cabo, somos la pareja del año, ¿no crees? —. Volvió a reírse.—Sólo estaba bailando con él. No me tomes por quien no soy.—Yo no he dicho nada, sólo te advierto de lo que puede pasar si no sabes comportarte como es debido.—Ya te lo he dicho, s
Y de un movimiento, siendo esas palabras y ese tono de voz la causa de todo, Cameron dejó caer el portarretratos haciendo que se rompiera en mil pedazos.— ¡Eres una tonta! —expresó Diego dirigiéndose al desastre al mismo tiempo que agarraba el brazo de Cameron de forma brusca y la hacía retroceder.—Diego, yo, yo... Lo siento mucho, no era mi intención—, dijo Cameron.— ¡Mira lo que has hecho!La furia en los ojos de Diego era evidente. Si Cameron pensaba que el Diego con el que se había casado algún día podría cambiar su temperamento cuando se trataba de ella, estaba muy equivocada.—Lo siento, no era mi intención.—Ya te lo he dicho antes, Cameron Milán. No eres nadie en esta casa, ni siquiera eres como un invitado para mí. Que de un momento a otro te quedaras con mi apellido no significa nada, que de un momento a otro odiara verte durmiendo en mi cama no significa nada. No te quiero en mi casa. Tengo que aguantarte. No me hagas la vida más difícil de lo que ya es sólo por pensar q
Un par de minutos más y Diego estaría llegando a la empresa. La llamada con uno de los inversores había terminado. Era hora de concentrarse en todo lo que tenía que hacer.— ¿A qué hora es la reunión con los inversores? —Preguntó Diego a su secretaria, la misma que viajaba a su lado.— Dentro de dos horas. Señor, ¿ha traído los documentos que probar u matrimonio con su mujer?A Diego se le cortó la respiración casi al instante. La vida de soltero seguía en él. No iba a ser fácil adaptarse a ese cambio.— No recuerdo haberlas traído—. Dijo Diego con disimulo.— ¡Señor, esos documentos son imprescindibles ahora mismo!— Encontraré una salida al problema.— Señor, esa era la condición. Sin esos documentos la reunión no tendrá lugar.— ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?!—Diego alzó la voz desesperado tratando de encontrar a los culpables—. Gira a la izquierda, ¡volvemos a casa! —Ordenó a su chófer.Tras un suspiro de fastidio, Diego miró por la ventanilla. Tenía que meterse en la cabeza qu
Secándose las lágrimas con brusquedad, cansada de que en sólo dos días hubiera pasado de ella como de cualquiera de las alfombras de aquella casa llena de lujos, fue tras él. Tenía que escucharle, tenía que dejarle las cosas claras porque ella también era un ser humano, una persona que necesitaba ser tratada como tal. Había reglas en esa casa, ella no iba a luchar contra eso porque al final, Diego tenía razón, su matrimonio no era más que un maldito contrato que ella firmó sin que le diera tiempo a hacer preguntas porque para su abuelo, ella no había sido más que un maldito objeto, una maldita herramienta que él podía manejar a su antojo y obviamente, a su conveniencia.—Diego, Diego—, lo llamó Cameron.Y él, sin detenerse, continuó hacia la habitación que habían para compartir si quería o no.—Diego—, continuó llamando Cameron.Y sin prestarle la menor atención, Diego se detuvo más a pensar dónde había dejado los papeles del matrimonio que por ella.— ¿Qué quieres, Cameron? —Preguntó
En ese momento se abrió la puerta. Guardó la foto de su prometida y se puso a sonreír.—¡Hola, hola! ¿Cómo estás, mi amor? —Una joven rubia de personalidad chispeante entró en el despacho.—Te he dicho innumerables veces que no soy tu amor.Susan se sentó en la silla frente a su escritorio, cruzando las piernas y no dejando tanto a la imaginación debido al corto vestido rojo que llevaba. —¡Ash! Siempre eres así pero has olvidado que tu madre me quiere como tu esposa. Dime ¿cuándo vas a estar listo para eso?—Mi madre está loca. Que seas la hija de su mejor amiga no significa que me case contigo.—Da igual. Al final nos hemos comido la tarta, ¿no? —Preguntó sonriéndole.Diego solo sonrió y luego fijo sus ojos en los documentos que tenía en sus manos.Cuando Eliza murió Diego perdió el control de sí mismo. Era tanto el dolor que sentía que intentó olvidar a su prometida con otras mujeres, bebió hasta olvidar su nombre, casi renunció a su propio negocio como si alguien le hubiera ped
En la pequeña olla de gente sin clase social, lo más bajo de lo más bajo ella siempre fue como un diamante entre las piedras. Con su rizado y largo pelo negro, la figura esbelta, aquella sonrisa traviesa y la mirada seductora en sus ojos verdes, Camila movía las caderas aquí y allá, comportándose como la madre que era de día pero no de noche.Las fuertes voces masculinas que ofrecían sus productos en aquel mercado eran escuchadas por la bella dama que caminaba aquí y allá, oliendo el suave aroma de las frutas todas juntas. Bastaba una sonrisa de su parte a aquellos asquerosos hombres para que pusieran todo lo que tenían a sus pies. Ella era así. Seductora, coqueta... alguien a quien le encantaba que la quisieran, alguien a quien le encantaba llamar la atención. Algo que nunca iba a cambiar por mucho que intentara ser diferente por las noches.—Si tan solo pudiera ser esa dulce manzana que muerdes para probar esos gruesos labios, mi reina—. Le dijo el asqueroso hombre, y Camila, pareci