El silencio en la sala de observación era pesado, roto únicamente por el leve zumbido del aire acondicionado. Daniel había salido minutos atrás, dejándolos a solas. Christopher permanecía de pie, con los brazos cruzados, observando a Eda con una intensidad que hizo que ella apartara la mirada.—¿Qué pasa? —preguntó finalmente, su tono a la defensiva al notar el peso de su mirada.Christopher avanzó un paso, dejando la distancia entre ellos más corta de lo que Eda consideraba prudente.—Pasa que te salvé la vida, Eda. Y creo que eso merece una recompensa.Eda lo miró como si le hubiera salido otra cabeza.—¿Recompensa? —repitió, su tono incrédulo.Christopher esbozó una media sonrisa, esa que siempre la irritaba y, en el fondo, la desconcertaba.—Un beso. Solo eso. Me parece justo, ¿no?Eda bufó, apoyándose en la camilla para incorporarse un poco, aunque todavía sentía el cuerpo adolorido.—Estás bromeando.—¿Parece broma? —Christopher arqueó una ceja, su expresión perfectamente seria.
El silencio en la habitación del sanatorio quedó como un alivio después de que Christopher salió, aunque la presencia de Lucero aseguraba que ese silencio no duraría mucho. La amiga de Eda la miraba con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa en los labios, una que Eda conocía demasiado bien.—Bueno, bueno, ¿me vas a explicar qué fue todo eso? —preguntó Lucero, arqueando una ceja mientras se sentaba al borde de la camilla de Eda.—¿Todo eso qué? —Eda fingió indiferencia, aunque el calor todavía le subía al rostro después de lo que había ocurrido.Lucero rodó los ojos.—No te hagas la desentendida, Eda. Tu esposo estaba marcando territorio como un lobo alfa. No sé cómo no le arrancó la cabeza al pobre Mateo ahí mismo ¿Consecuencias de probar el dulce néctar de tu esencia sexual?Eda resopló, pero su sonrisa nerviosa la traicionó.—Christopher es así, siempre tan territorial. No es nada nuevo — Mintió, ni siquiera sabe cómo es Christopher.— Eda, como máximo hablan desde hace días, e
Dos horas han pasado rápidamente, el clima se había tornado inestable y la lluvia había llegado. El sonido de las gotas de lluvia golpeaba contra las ventanas del sanatorio, un eco constante que parecía reflejar la confusión en el corazón de Eda. Había estado esperando a Christopher durante esas dos horas, pero las mismas fueron pasando. Sabía que podía haber habido un inconveniente. El reloj marcaba ya las cinco de la tarde cuando, cansada de esperar, encendió el televisor de la pequeña habitación.La imagen que apareció en la pantalla la dejó helada. Christopher estaba sentado en un elegante restaurante, con Patricia. La cámara había capturado perfectamente el momento en que Christopher le sostenía la mano, un gesto casual que en las revistas de farándula se transformaba en la prueba definitiva de un escándalo.Eda sintió cómo una punzada atravesaba su pecho. Por un momento intentó convencerse de que aquello no tenía que afectarla. Después de todo, no era su obligación venir por ell
Christopher cerró la puerta de la habitación tras él con un golpe seco, dejando que el eco resonara en el inmenso silencio de la mansión Davenport. Eda estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el horizonte. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con una mezcla de miedo, rabia y arrepentimiento.—¿Qué estabas pensando, Eda? —preguntó Christopher, rompiendo el silencio. Su tono era bajo, pero cargado de una furia contenida que erizaba la piel.Eda giró lentamente hacia él, su mirada desafiante.—Pensé que podía confiar en alguien, Christopher. Algo que claramente no puedo hacer contigo.—¡Eso no es cierto! —rugió él, avanzando hacia ella un paso. Sus ojos azules, normalmente serenos, ardían con una intensidad que la hizo retroceder instintivamente—. No tienes idea de lo que has hecho. ¡Ese hombre con el que te fuiste no era Mateo!Eda frunció el ceño, confundida.—¿De qué estás hablando?Christopher inhaló profundamente, tratando de calm
— Eda, no pienses mucho, eres mi mujer — Christopher no deja que la pequeña mujer diga algo más, para Christopher, Eda ya hablo demasiado para él así que la mejor manera que tenía para que su esposa ya no continúe hablando era besándola.Las manos del hombre recorren su muslo, mientras sus labios se devoran sus cuerpos deseando más el tacto del otro aquellos cuerpos que están desnudos vuelven a palpitar entre sí, Christopher se posiciona por encima del cuerpo de su esposa, sus manos se entrelazan, Eda arquea su espalda cuando el miembro masculino traspasa su cavidad sin contemplaciones, ella emite un jadeo mientras la colisión de escucha de manera implacable, Christopher parece perder el control de si mismo, las venas de su mano se marcan, mientras las embestidas aumentan de intensidad y profundidad, Eda lo recibe con igualdad de emoción, como si sentirlo adentro de ella y escuchar el galope de sus caderas fuera una maravilla, entonces las manos de ella se posan en los brazos de Chris
La pequeña mujer luego de aquella visita desagradable de Patricia y haber intercambiado unas cuantas palabras con la abuela toma la decisión de ir hasta el jardín allí estuvo toda la mañana hasta que ha llegado el momento del almuerzo. Eda estaba sentada a la mesa del comedor, el plato frente a ella casi intacto. La pequeña mujer miraba el contenido como si fuera un desafío insuperable. La abuela había salido con algunas amigas hacía un par de minutos dejando instrucciones claras: "Tienes que alimentarte, Eda. No puedes seguir así, piensa en mi futuro bisnieto, no puede ser débil" Pero la joven no tenía apetito. Ni siquiera el aroma del pan recién horneado había logrado tentarla, definitivamente Patricia ha dejado un montón de revoltijos en su estomago. El sol del mediodía iluminaba suavemente la estancia a través de los grandes ventanales, pero todo parecía demasiado tranquilo, casi opresivo. Eda jugueteaba con el tenedor entre los dedos, absorta en sus pensamientos, hasta que una
Christopher toma la decisión de abandonar el lugar, Eda no le había vuelto a dirigir ninguna mirada, unos minutos después la camioneta negra de Christopher Davenport rugía suavemente mientras recorría el camino hacia la mansión. Christopher tenía ambas manos firmemente en el volante, y las venas de sus brazos sobresalían ligeramente con cada movimiento. Eda, sentada en el asiento del copiloto, no podía apartar la vista de sus manos. Había algo hipnótico en la fuerza que irradiaban, en la tensión que parecía contener cada músculo, para ella fue imposible no recordar cómo aquellas mismas manos se entrelazaban con las suyas mientras Christopher le hacía suya una y otra vez en la noche.Sin embargo, cuando sintió el calor subir a sus mejillas, rápidamente desvió la mirada hacia la ventana. ¿Qué me pasa? se preguntó en sus adentros, tratando de calmarse. Pero su corazón pareció detenerse cuando el sonido del teléfono de Christopher irrumpió en el silencio.El hombre apartó una mano del vol
Christopher tenía las manos firmemente sujetas al volante, aunque sus nudillos estaban blancos por la presión. La camioneta negra avanzaba como una sombra furiosa por las avenidas de la ciudad, zigzagueando entre el tráfico y devorando la distancia que lo separaba de la Clínica Sosa Bugatti. Cada semáforo en rojo que cruzaba arrancaba un claxon o un grito de protesta, pero nada de eso importaba, entonces había llegado hasta el Sanatorio, no obstante su mirada había cambiado drasticamente, el Christopher de hace 10 segundos es distinto al Christopher que cerraba las puertas de la Camioneta.El sonido de sus pasos resonaba en el pulcro piso de mármol del sanatorio. Christopher Davenport caminaba con la misma calma glacial que lo definía, como si el peso del mundo no fuera más que un leve inconveniente en su agenda. Las luces blancas de los pasillos brillaban con una claridad hiriente, pero ni eso parecía molestarle. Su rostro, perfectamente esculpido y carente de emoción, era un imán pa