PILLADOS POR LA ABUELA

El silencio en la habitación del sanatorio quedó como un alivio después de que Christopher salió, aunque la presencia de Lucero aseguraba que ese silencio no duraría mucho. La amiga de Eda la miraba con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa en los labios, una que Eda conocía demasiado bien.

—Bueno, bueno, ¿me vas a explicar qué fue todo eso? —preguntó Lucero, arqueando una ceja mientras se sentaba al borde de la camilla de Eda.

—¿Todo eso qué? —Eda fingió indiferencia, aunque el calor todavía le subía al rostro después de lo que había ocurrido.

Lucero rodó los ojos.

—No te hagas la desentendida, Eda. Tu esposo estaba marcando territorio como un lobo alfa. No sé cómo no le arrancó la cabeza al pobre Mateo ahí mismo ¿Consecuencias de probar el dulce néctar de tu esencia sexual?

Eda resopló, pero su sonrisa nerviosa la traicionó.

—Christopher es así, siempre tan territorial. No es nada nuevo — Mintió, ni siquiera sabe cómo es Christopher.

— Eda, como máximo hablan desde hace días, e
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