LA ELECCIÓN

Vladislav

El peso de siglos enteros sobre mis hombros ha creado una carga que ni la muerte ha podido aliviar. Estoy acostumbrado al vacío que hay en mi interior, a esa soledad que arrastra todo lo que toco. No es una queja, ni una lamentación, sino una constatación de lo que soy. Soy Vladislav, el líder de un clan que ha conocido las sombras durante más tiempo del que la humanidad podría comprender. La eternidad no es un regalo, es una condena. Lo que para los mortales parece una bendición, para mí ha sido una cadena de eternos días, cada uno más vacío que el anterior. Y aún así, aquí estoy, mirando a la joven que acabo de conocer, quien tiene la llave para lo que nunca creí que desearía.

La decisión me consume. Matarla habría sido lo más sencillo. Ella era una ofrenda, nada más. Una víctima, un sacrificio para reforzar mi poder, una simple pieza en el juego de la eternidad. Eso era lo que debía hacer. Pero algo en sus ojos, en su resistencia, en su fragilidad, me hizo dudar. Y ese fue mi primer error.

La observé cuando la trajeron ante mí, su cuerpo tembloroso, su piel aún marcada por el miedo, sus ojos abiertos como ventanas al abismo. La vi como una presa, como siempre he hecho, pero algo se rompió dentro de mí. Algo que nunca había experimentado: una chispa de... fascinación.

Quizás la culpa que sentí por esa frágil emoción fue lo que me impulsó a tomar una decisión tan arriesgada. Porque no solo la dejé vivir. La elegí.

Y aquí estoy, atrapado en una decisión que no puedo deshacer, mirando a la criatura que podría ser mi perdición. Sus ojos aún me queman, como brasas ardiendo en la oscuridad. La veo ahora, sentada en mi salón, su silueta pequeña, pero con una fuerza inexplicable que me llama. Luna. Nombre sencillo, pero en sus labios, parece un canto de guerra.

—¿Por qué ella? —me pregunto en voz baja, más para mí mismo que para ella.

Los recuerdos de su mirada perdida, de su lucha contra lo inevitable, regresan a mi mente. La joven que, en lugar de ceder al terror, desafió mis órdenes con una mirada desafiante. No lo había esperado. Es difícil que algo me sorprenda, pero esa chispa en ella, esa mezcla de temor y coraje, tocó algo en mí. Algo que no quiero aceptar.

Tener una reina siempre fue una idea lejana, algo que no necesitaba. No tenía espacio en mi vida para complicaciones humanas. Pero Luna… Luna es diferente. Algo en su esencia me atrae, y me desestabiliza.

Me levanto de la silla, caminando alrededor de la gran mesa que domina el centro de la habitación, mis botas resonando en el suelo de piedra. Mi mente se siente embriagada, confundida. ¿Qué es esto? ¿Qué me ha hecho ella? ¿Cómo una simple humana puede trastocar mi paz tan fácilmente?

Al principio, pensé que era solo una necesidad por el control. Quería someterla, quebrarla, ver cómo se rendía ante mi poder. Pero al verla resistir, al escuchar sus palabras desafiarme, sentí un interés que jamás había conocido. No solo quiero dominarla, quiero entenderla. Quiero saber qué la hace tan... irresistible.

—Lo que siento por ella no tiene sentido —murmuro para mí mismo, como si intentar darle una explicación pudiera deshacer la confusión que me embarga. Pero no lo logra. No puedo ignorar lo que he comenzado a experimentar. Su presencia me consume. Un deseo palpable, implacable, que crece en mí a cada segundo.

Y cuando sus ojos se encuentran con los míos, es como si un hechizo invisible nos uniera, atrayéndonos. Su resistencia es el fuego que avivó la chispa en mí. Algo dentro de mí quiere más de ella. Quiero su sumisión, pero al mismo tiempo, no puedo evitar querer que siga siendo esa mujer fuerte que se opone a mi voluntad.

Una sonrisa irónica se forma en mi rostro mientras observo su figura desde las sombras. A veces me pregunto si esto es un juego que la vida me ha tendido. Pero, como siempre, soy yo quien juega con las reglas.

Doy un paso hacia ella, sintiendo cómo el ambiente se carga de tensión. El simple acto de acercarme parece dejarla más nerviosa. Puedo oír su respiración agitada, sus latidos que se aceleran, como si la ansiedad que ella siente se estuviera convirtiendo en una extensión de la mía. La atracción que siento por ella es como una niebla espesa que lo envuelve todo, haciéndome incapaz de ver con claridad.

Al verla más de cerca, noto detalles que antes me pasaron desapercibidos: su piel, más suave que la seda, su fragilidad aparente que solo aumenta su poder sobre mí. La fuerza que emana de su cuerpo pequeño es tan grande que la siento como una tormenta a punto de estallar.

—Dime, Luna… ¿Por qué no temes? —mi voz es baja, un susurro que recorre su piel, que la envuelve en una tensión palpable. Mis ojos no dejan de observarla, buscando algún indicio de esa fortaleza que me desarma.

La joven se queda quieta, pero sus ojos no se apartan de los míos. Es un desafío silencioso, uno que me excita de maneras que no puedo explicar. Ella me estudia con la misma intensidad con la que yo la estudio a ella, como si estuviera buscando algo en mí, algo que aún no entiendo.

—¿Por qué debería temerte? —responde, su tono desafiante, pero hay algo más, algo que no puede ocultar. La duda, el miedo, la incertidumbre. Pero también hay algo que no puedo identificar… algo que me intriga aún más.

La miro fijamente, y por un momento, la habitación parece encogerse a nuestro alrededor. Los siglos de soledad, de control absoluto sobre todo lo que me rodea, me han dado el poder de manipular cualquier situación. Pero aquí, ahora, frente a ella, siento que estoy perdiendo algo.

—Porque soy un vampiro, Luna. Un ser de oscuridad. Y tú… tú eres solo una humana. —La última palabra la lanzo como un desafío, un recordatorio de lo que soy. Pero, a pesar de mi tono frío, no me siento tan seguro como siempre.

Ella no responde de inmediato, y durante unos segundos, el silencio entre nosotros se hace insoportable. Y, sin embargo, es un silencio lleno de una extraña comprensión. Como si, aunque no lo dijéramos, ambos supiéramos que lo que está sucediendo entre nosotros está más allá de lo que el poder o la resistencia pueden controlar.

Mi mente se vuelve a confundir, mis pensamientos más oscuros y profundos chocan dentro de mí. La decisión ya está tomada, pero aún no sé si fue la correcta. Algo en ella me atrae, pero también me asusta. La posibilidad de que mi frágil control se rompa frente a ella es una amenaza y una tentación que no sé si quiero enfrentar.

—Tal vez, Luna… tal vez no sea el miedo lo que nos une. —Mi voz es baja, cargada de una sensación que no puedo apartar. Algo más que el deseo. Algo más que el poder.

Ella no responde, pero el brillo en sus ojos me dice que me ha entendido. Y, por primera vez en siglos, no me siento tan seguro de lo que soy. Algo está cambiando, y yo, Vladislav, el líder del clan vampiro más poderoso, no sé si debo temer o abrazar esa transformación.

Mis ojos no se apartan de los suyos. El aire se espesa entre nosotros, cargado de una electricidad que parece recorrer la habitación. Su aliento, aunque ligeramente acelerado, es lo único que puedo escuchar además de mi propio pulso. La tensión entre nosotros, tan palpable que se podría cortar con un cuchillo, aumenta con cada segundo. Ella no se aparta, no cede, y algo en mí… algo que no reconozco, pero que se ha despertado en lo más profundo de mi ser, comienza a hacerme cuestionar mi propia decisión.

En ese momento, es cuando lo noto. No solo su belleza física, su fortaleza, sino la esencia de ella. Luna no es como las otras humanas que han cruzado mi camino. La mayoría de ellas se habrían desplomado ante el miedo, lo habrían aceptado como su destino. Pero Luna, con su temblor leve, con sus ojos fijos en los míos, no está dispuesta a someterse. Y, de alguna manera, eso me hipnotiza.

Nunca había deseado a una humana. Mi vida, mi reinado, mi existencia, todo ha estado envuelto en la oscuridad y la fría indiferencia. El deseo físico ha sido, por mucho tiempo, solo una herramienta para mantener el control. Pero Luna... Luna no es solo una víctima. No puede serlo. Algo en ella me lo dice, aunque no sé qué.

—No sé qué eres —susurra, y por un momento, casi siento que ella se atreve a desafiarme con su voz quebrada.

Sus palabras resuenan en mi cabeza, se quedan allí, flotando, como si quisieran arrebatarme lo que siempre he tenido. ¿Soy el monstruo que ellos creen que soy? Un ser creado por la oscuridad, por la desesperación, por la sed de poder. ¿O soy algo más? La duda me carcome, pero no me atrevo a admitirlo, ni siquiera a mí mismo.

—¿Qué soy? —repite mi voz, esta vez más baja, una mueca de interés cruzando mis labios. No es una pregunta, es una afirmación. Porque ya lo sé. Yo soy lo que soy, y nada ni nadie puede cambiarlo. O al menos, eso era lo que pensaba hasta ahora.

Ella frunce el ceño, y la frágil línea entre el miedo y el desafío se difumina en su rostro. Sin embargo, hay algo más. Una chispa de curiosidad, de desobediencia. La misma chispa que me atrajo desde el primer momento. Algo tan... simple, pero tan intenso, que no puedo dejar de observarla.

—¿Qué te atrae de mí? —la pregunta sale de mis labios antes de que pueda detenerla, casi como si mi mente no estuviera al mando. Y, por supuesto, ella no responde de inmediato. Se limita a mirarme, como si tratara de encontrar algo en mí que aún no he dejado ver.

Una parte de mí se pregunta si debería habérmela quedado como una simple ofrenda, un trozo de carne que entregar al clan para mantener la paz, la estabilidad que siempre he tenido bajo mi control. Pero lo que siento ahora por ella, lo que esta mujer ha desencadenado en mí, no tiene nada que ver con la lógica. Y, en el fondo, eso me aterra.

Mi mirada sigue su rostro, buscando algún signo de debilidad, algo que me diga que puedo dominarla, que puedo imponer mi voluntad. Pero no lo encuentro. No veo una súbdita. Veo una igual, un reto. Y, para mi horror, eso solo aumenta mi fascinación.

Cierro los ojos un momento, respirando profundamente, pero ni el aire pesado de la sala ni la oscuridad que siempre me ha acompañado pueden apagar el fuego que se ha encendido dentro de mí. Todo lo que he conocido, todas las reglas que he seguido durante siglos, están siendo desmoronadas por esta humana frágil, pero intensa.

—¿Por qué te resistes? —mis palabras salen duras, casi como un gruñido, pero no son más que una mentira. La verdad es que lo que ella está haciendo me desconcierta, y eso me vuelve vulnerable, me obliga a luchar contra mis propios deseos.

Luna me mira fijamente, y por un segundo, siento que el aire entre nosotros se vuelve más denso, como si sus palabras pudieran ser lo que me lleve a la respuesta que busco, lo que me explique todo este dolor que siento. Pero lo que dice no tiene nada que ver con lo que esperaba.

—Porque no quiero ser una más en tu lista de víctimas. —La valentía en su voz resuena en mis oídos, y no puedo evitar que la admiración crezca aún más. Nadie me ha hablado de esa manera, nadie se ha atrevido a desafiarme directamente sin mostrar miedo.

La última palabra, "víctimas", golpea mi pecho como un latigazo. Nunca he visto a los humanos de esa forma, y no es que me arrepienta de lo que he hecho, pero la forma en que ella lo dice, tan simple, tan... directa, hace que el peso de mis decisiones me golpee más fuerte de lo que esperaba.

—¿Una más? —la palabra se arrastra fuera de mi boca, casi un susurro, pero cargada de algo más. ¿Acaso estoy comenzando a ver más allá de la máscara que he usado durante tantos años? La reina que elijo no debe ser una simple pieza en el juego, debe ser alguien que me complemente, que llene los vacíos que he llevado conmigo por siglos. Y, aunque no lo reconozco aún, Luna tiene algo que me atrae, que me hace pensar en un futuro que nunca imaginé tener.

Una parte de mí, la que ha gobernado mi vida durante siglos, sigue exigiendo control. Mi naturaleza exige que la doble, que la someta a mi voluntad. Pero otra parte, más sombría y más peligrosa, comienza a desearla. La quiero cerca, no solo como una reina, sino como algo mucho más profundo, algo que no debería desear. La quiero a ella.

—Entonces, ¿qué eres, Luna? —La pregunta sale de mis labios con una suavidad que casi me asusta. Y mientras espero una respuesta, mis ojos recorren su figura, atrapándola en mi mirada. Estoy buscando, y sé que ella también lo está haciendo. Está buscando algo en mí. Algo que aún no puedo ofrecer.

Pero lo que veo en su rostro no es miedo, no es arrepentimiento, ni sumisión. Es algo mucho más peligroso: comprensión. Ella me entiende. Y no sé si eso me aterra más que el deseo que arde en mi interior.

—Soy lo que tú decidas que sea, Vladislav —sus palabras son sencillas, pero la forma en que las dice me paraliza. Hay poder en su voz, y la certeza de que, aunque no lo quiera admitir, ella ya tiene parte del control sobre mí.

Y en ese instante, el aire en la sala cambia, se carga de una tensión aún mayor. Algo ha cambiado entre nosotros, y aunque no quiero aceptarlo, ya no puedo dar marcha atrás. Algo dentro de mí, algo mucho más allá del deseo, está tomando forma.

Y lo único que puedo hacer es observarla, sin poder apartar la mirada, sin saber si la fuerza de lo que estamos comenzando a construir nos destruirá a ambos.

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