EL VÍNCULO

Vladislav

Nunca creí en los lazos. La sangre era solo eso, sangre. Una cadena invisible que unía a unos pocos, que los ataba a un destino cruel y eterno. Y cuando decidí convertir a Luna, no fue por algo tan trivial como un vínculo emocional. Lo hice por poder. Para que estuviera a mi lado, para que compartiera mi reinado, para que se convirtiera en una herramienta más, como todo lo que me rodeaba.

Sin embargo, algo comenzó a cambiar. Algo que no pude anticipar. Porque, al igual que ella, yo sentía la transformación. Aunque siempre creí que dominaba la situación, que tenía todo bajo control, no podía evitar que mi mente vagara hacia ella, hacia sus ojos intensos, hacia esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza que emanaba de su ser.

Ella ya no era simplemente una víctima, ni una nueva vampira a la que debía enseñar el camino de la oscuridad. Luna se estaba convirtiendo en algo más. Algo que me resultaba… peligroso.

Estaba sentado en mi despacho, sumido en la fría penumbra de la habitación, cuando sentí la llamada. La conexión entre nosotros. Era una sensación sutil al principio, algo apenas perceptible, pero que crecía cada vez más, como un fuego que se avivaba lentamente. Me sentí atraído, como si una fuerza invisible me empujara hacia ella, hacia la figura que ahora compartía mi destino.

Me levanté de la silla y me dirigí hacia la ventana, observando la ciudad que se extendía bajo el manto oscuro de la noche. Todo esto es mío, pensé, y pronto, Luna será mía también. Pero esa certeza no me tranquilizaba como solía hacerlo. Algo dentro de mí comenzaba a cuestionar mi propia decisión.

El vínculo era más fuerte de lo que imaginaba. Mientras ella pasaba por su propia transformación, yo podía sentirlo. Su dolor, su confusión, sus deseos. Todo estaba grabado en mi mente, como si mi sangre fuera la misma que recorría sus venas.

En cuanto a ella, sabía que no podría escapar de mí. Lo que me asustaba no era su resistencia, sino el hecho de que cada vez que pensaba en ella, me encontraba deseando algo más. Algo más allá de la lógica. Algo que no estaba dispuesto a admitir, incluso conmigo mismo.

El sonido de sus pasos en el pasillo me sacó de mis pensamientos. La puerta de mi oficina se abrió lentamente, y ahí estaba ella. Luna, con esa mirada tan decidida y tan llena de preguntas sin respuestas. La observé en silencio, como si intentara desentrañar los secretos que guardaba en su interior. ¿Cómo podría ser que alguien como ella, alguien tan… tan humana, estuviera empezando a sacudir mi control de esta manera?

Sus ojos se encontraron con los míos, y por un segundo, el aire se volvió denso. La tensión entre nosotros era palpable, como una cuerda tirante a punto de romperse.

“Vladislav,” dijo ella, y su voz, aunque aún cargada de incertidumbre, tenía una firmeza que me sorprendió. “¿Qué esperas de mí ahora?”

La pregunta era simple, pero en ella había algo mucho más complejo. Estaba buscando algo más que una orden. Quería entender lo que significaba este vínculo. Quería saber por qué yo la había elegido.

“Lo que esperas de ti misma, Luna,” respondí, mi tono controlado, aunque había algo en mi voz que traicionaba mi calma. ¿Por qué no puedo deshacerme de esta sensación de estar atrapado?

Luna dio un paso más cerca, pero yo no me moví. Mis ojos seguían fijos en los suyos, buscando alguna pista sobre lo que realmente sentía. No quería que se diera cuenta de lo que estaba comenzando a suceder, no quería que supiera que estaba perdiendo el control. Pero no podía evitarlo. Cada vez que la miraba, algo en mi pecho se apretaba.

“¿Es esto lo que querías?” preguntó con una mezcla de ira y desdén. “¿Convertirme en lo que eres, para tenerme bajo tu control?”

La respuesta estaba en mis pensamientos, pero no la pronuncié en voz alta. Ella no lo entendería. No ahora. No de la manera que yo lo sentía. Pero había algo en ella que me llamaba. Algo que me desbordaba. Algo que no podía poner en palabras.

“No,” respondí finalmente, el tono bajo, casi imperceptible. “Lo que quiero de ti, Luna, es que comprendas lo que esto significa. No es solo una cuestión de control. Es una cuestión de supervivencia.”

A pesar de la frialdad de mis palabras, podía ver la duda en sus ojos. Estaba tan lejos de ser la mujer que había sido antes, pero a la vez, tan cerca de convertirse en algo mucho más. Y eso, aunque me desbordara, me intrigaba.

Luna dio un paso atrás, como si quisiera escapar de algo invisible, de algo que no lograba entender.

“¿Supervivencia?” repitió, sus palabras cargadas de ironía. “¿Y qué pasa con lo que yo quiero? ¿O eso no importa?”

Su pregunta me golpeó más fuerte de lo que imaginaba. La fuerza con la que hablaba, la determinación que comenzaba a tomar forma en su interior, me hizo sentir una chispa de algo que no había sentido en siglos: un deseo real. No de poder, no de control, sino de ella. De su cercanía. De su toque.

Pero me detuve. Mi orgullo, mi naturaleza, no me permitían ceder ante este sentimiento. No. No lo haré. No puedo.

“No tienes elección, Luna,” respondí, mi voz dura y decidida. “Lo que somos ahora, lo que hemos creado, no es algo que puedas desechar. Este vínculo… no es solo físico. Es eterno.”

El silencio que siguió estuvo lleno de una tensión palpable. Luna no se movió. Su respiración se aceleró, pero no dijo nada más. Algo en su actitud me hizo pensar que, de alguna manera, ya lo sabía. Sabía que no podía escapar de lo que estaba naciendo entre nosotros.

Y, sin embargo, esa sensación de deseo me seguía acosando. Un deseo que no podía ignorar, un deseo que ni siquiera podía controlar.

Cuando la vi dar un paso hacia mí, su figura tan cerca de la mía, su presencia tan real, tan viva, sentí cómo el deseo se apoderaba de mí. Sin embargo, me negué a ceder. No podía permitir que mi vulnerabilidad se mostrara. No podía.

“Vladislav…” susurró, como si probara mis límites.

Mis ojos se encontraron con los suyos, y en ese momento, comprendí algo aterrador: el vínculo entre nosotros no era solo una cadena de sangre. Era algo más profundo. Algo que ni ella ni yo podíamos prever.

Quería alejarnos de esto, pero sabía que era inútil. El cambio ya estaba en marcha.

Y, al final, solo quedaba una pregunta. ¿Quién de los dos cedería primero?

Soy un hombre que ha vivido más de siglos de soledad. La oscuridad me ha rodeado, como una sombra inevitable, y me he hecho inmune a la necesidad de compañía. Durante tanto tiempo, el poder ha sido mi único consuelo, mi único lazo. Pero ahora... ella está aquí. Luna.

Me encuentro observándola desde la distancia, sin poder comprender del todo lo que siento cuando la veo. Hay algo en su mirada, algo que me inquieta profundamente, algo que va más allá de la simple fascinación por su belleza. Es como si su alma estuviera entrelazada con la mía de una forma que nunca imaginé posible.

Mis pensamientos se entrelazan mientras la observo caminar por la enorme sala del castillo. Su figura, ahora tan elegante en su nueva forma, se mueve con una gracia que hace que todo en mí se detenga. Es como si el mundo entero girara en torno a ella, como si ya no pudiera ver nada ni a nadie más. Esta sensación... este vínculo que siento, no me lo esperaba.

Mi naturaleza vampírica siempre me ha dado control sobre mis emociones, mis deseos. He vivido años dominando cualquier impulso, cualquiera que pueda poner en peligro mi reinado, mi control. Pero con Luna, todo se desmorona. Algo en su presencia me desarma. Algo en su alma resuena con la mía de una manera que ni siquiera yo puedo explicar.

Sigo observándola, con la mente dividida entre la necesidad de mantener la distancia y la urgencia de acercarme a ella. Mi cuerpo me traiciona cada vez que su mirada se cruza con la mía, y mis pensamientos se vuelven más oscuros, más peligrosos. Hay algo en ella que despierta en mí una necesidad profunda y abrumadora. No es solo el deseo, no es solo el instinto. Es más. Algo mucho más... complicado.

Es una paradoja que no quiero admitir: el vínculo que hemos formado no se limita a la sangre que la une a mí. Hay algo más, algo que va más allá de lo que debería ser. El control que siempre he tenido sobre mí mismo comienza a desmoronarse cada vez que ella se acerca. Es como si la fuerza de ese lazo invisible que nos une me obligara a querer acercarme más, a desearla con una intensidad que no puedo manejar.

—Vladislav, ¿por qué no hablas? —Su voz, suave y llena de curiosidad, interrumpe mis pensamientos.

Levanto la vista, encontrándome con esos ojos que ahora son como un espejo, reflejando algo que no había visto en mí antes. Hay algo en ella que me inquieta y, sin embargo, no puedo apartar la mirada.

—No tienes que decirme nada —continúa ella, con una ligera sonrisa en sus labios, aunque sé que algo de incertidumbre flota en el aire entre nosotros. "No tienes que hacer esto tan difícil", parece decir su mirada.

¿Por qué no puedo ignorarla? La lucha interna es casi insoportable. Mis instintos, mi naturaleza fría, me exigen mantener la distancia. Pero algo en su esencia me llama, y no puedo deshacerme de la sensación de que me está atrapando en una telaraña invisible, que me mantiene atado a ella.

—Lo siento —le digo, mi voz más grave de lo normal, mientras avanzo hacia ella, sin poder evitarlo—. He estado... reflexionando.

Luna no retrocede. Está aquí, frente a mí, desafiante, en una postura que expresa algo más allá de la calma. Es como si estuviera probando los límites de lo que soy. Como si quisiera saber hasta dónde puedo ir. Y, en cierto modo, creo que ella ya sabe lo que está pasando, sabe que no soy inmune a ella.

Mis dedos se mueven sin pensar, casi de forma automática, y me acerco más, dejando que mis palabras se filtren entre nosotros como un susurro.

—¿Lo has hecho a propósito? ¿Es esto parte del juego, Luna?

Ella no responde de inmediato, pero su respiración se vuelve más profunda, más marcada. ¿Es la atracción lo que compartimos o simplemente el deseo de lo prohibido? Aún no lo sé. Pero cada segundo que paso cerca de ella, me siento más perdido, más atrapado en este vínculo que no puedo romper.

—No entiendo por qué lo haces —dice ella, su voz suave, pero decidida. —No me prometiste que serías... diferente.

La incomodidad que siento se intensifica. Las palabras de Luna se clavan en mí como cuchillos, como si sus dudas sobre mí fueran más punzantes de lo que puedo soportar. ¿Qué le prometí? ¿Acaso creía que podría ser algo más que lo que soy?

No soy un hombre que dé promesas. Las palabras me parecen vacías, inútiles. Pero con Luna... todo cambia. Mis labios se separan, pero no encuentro nada que decir, solo la necesidad de tocarla, de demostrarle que este vínculo no es algo que se pueda romper tan fácilmente. Es algo más, algo mucho más profundo de lo que puedo controlar.

La tensión en el aire entre nosotros es palpable, como una cuerda tensa que podría romperse en cualquier momento. Y entonces, sin previo aviso, doy un paso más hacia ella, lo suficiente para que la distancia entre nuestros cuerpos se reduzca hasta casi desaparecer.

La miro, atrapado entre el deseo de tocarla y el miedo a perder el control. Mi voz sale casi en un susurro, aunque soy yo quien lucha por mantener la compostura.

—Luna, esto no es un juego. —Mis palabras parecen cargar con el peso de siglos de oscuridad, de lucha interna. Y, sin embargo, en ese momento, mis pensamientos se centran solo en ella, en el sentimiento que crece en mi pecho, en el vínculo que no puedo ignorar.

Luna no responde, pero su mirada lo dice todo. Hay algo en ella que ya no se oculta, algo que ha cambiado entre nosotros. Una línea invisible ha sido cruzada, y no hay vuelta atrás.

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