CAPÍTULO 97

Kereem encendió el puro y dejó que el humo saliera de su boca cuando vio el amanecer frente a sus ojos. El cuerpo de Zahar yacía en la cama completamente dormida, y podía jurar que agotada.

Él mismo lo estaba.

Soltó el aire pensando en todo, pero en ninguno de sus pensamientos faltaba ella.

Habían estado juntos toda la bendita noche y madrugada, cada vez que se fundía en ella, pensaba que estaría satisfecho, pero volvía a estar sediento.

Asad le había avisado por el teléfono de la suite, que Emré había tratado de llegar a él, pero ahora mismo no quería a nadie a su alrededor.

Girándose y mirando su puro, lo supo. Él no podía dejarla ir… ni en un millón de años.

Esperó todo el tiempo, viéndola removerse, girarse de un lado a otro, hasta que poco a poco vio sus ojos abrirse. Y le mató verla estirarse y quejarse al mismo tiempo.

—Buenos días…

Zahar lo miraba como si se preguntara que estaba tramando, y se sentó en la cama diciendo lo primero que pensó.

—¿Tienes que irte? —Kereem le sonri
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