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—No podemos ir allá, lo saben —dictaminé radicalmente.

—¡Vamoooooos! —exclamó Jenny—. Podría ser divertido. Los asuntos prohibidos son más divertidos. Tú sí que sabes de eso, Carena...

—¿Por qué lo dices? —pregunté entornando los ojos.

—Porque te vimos ayer. Ese muchacho al que fuiste a ver es uno de los líderes del culto. Estábamos drogadas, pero no inconscientes, cariño —aseveró Jenny, tan astuta como cruel.

—¡Cállense! ¡Ustedes no saben nada! —repliqué nerviosa mientras ellas estallaban en  carcajadas. Señalé a Katrina con mi dedo tembloroso y esforzándome por conservar un tono sereno, le dije—: Te diré algo: ¡pásame el estúpido cigarrillo y larguémonos a husmear!

—Síí

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