—No podemos ir allá, lo saben —dictaminé radicalmente.
—¡Vamoooooos! —exclamó Jenny—. Podría ser divertido. Los asuntos prohibidos son más divertidos. Tú sí que sabes de eso, Carena...
—¿Por qué lo dices? —pregunté entornando los ojos.
—Porque te vimos ayer. Ese muchacho al que fuiste a ver es uno de los líderes del culto. Estábamos drogadas, pero no inconscientes, cariño —aseveró Jenny, tan astuta como cruel.
—¡Cállense! ¡Ustedes no saben nada! —repliqué nerviosa mientras ellas estallaban en carcajadas. Señalé a Katrina con mi dedo tembloroso y esforzándome por conservar un tono sereno, le dije—: Te diré algo: ¡pásame el estúpido cigarrillo y larguémonos a husmear!
—Síí
“¡Cierra esa maldita ventana, Katrina!”. Alcancé a decir cubriéndome el rostro de los intensos rayos del sol. Me senté en la cama con la melena revuelta y mientras readquiría la consciencia, observé con espanto mi ropa sucia y revolcada en tierra, al igual que las sabanas blancas y los zapatos que aún llevaba sobre mis pies. ¿Qué demonios? En seguida, una sensación de pánico me apuñaló al recordar que algo terrible había ocurrido. “¿Recuerdan lo que ocurrió anoche? ¿Lo recuerdan?” Pregunté histérica a las locas hippies, quienes parecían todavía más confusas. Intentaba recordar, pero los recuerdos eran tan nebulosos como un cielo encapotado. Luego, algunas cosas se reflejaron vagamente en mi mente, incluidas el cigarrillo de hierba. ¿Qué ocurrió anoche? ¿Realmente ocurr
Fue la primera vez que le dije a John que lo quería. Pudo haber contestado lo mismo, pero no lo hizo. Me sentí triste y vacía, enferma de un dolor insoportable en las raíces mismas de todo mi ser. Fue entonces cuando comprendí que me había enamorado y lo lloré en serio, como nunca había llorado antes, aunque fuera mi castigo y mi torturador. Así, retorciéndome internamente de dolor desesperado, busqué la compañía de Araminta, quien en un intento por reconfortarme me decía: “Me da mucho pesar ese dolor tuyo, amiga, pero es lo mejor que ha podido pasarte. Es una oportunidad para hacer las cosas bien”. No puedo negar que durante un tiempo, estuve al borde de sucumbir a ciertos excesos lujuriosos en los lugares más apartados y detestables de la ciudad, corrompida por la profunda depresión en que vivía. Había llegado a un estado de aniquilación
Después, recitó una curiosa lista de nombres en un lenguaje cifrado. Comprendí que se trataba de los nombres secretos de cada uno de los miembros cuando empezaron a dirigirse uno a uno hacia el altar para firmar el Gran Libro: Serpens — Stela, Corvus — John, Pyxis — Lisa, Lupus — Lenny y Draco — Judy. Una vez culminaron, conformaron nuevamente un círculo a mi alrededor, continuando aquellos inquietantes cantos que se hacían cada vez más insoportables para mi pobre alma y oídos.En seguida empezó a crecer en mí, una profunda sensación de angustia y de abrumadora curiosidad ante la expectativa de algo extremadamente desconocido para mi propia existencia. Presentía la ocurrencia de algo muy malo basada en la expresión aterradora que ostentaban sus rostros. Judy se posicionó detrás de mí y con un movimiento muy violento, me despojó del albo
Era una escena desconocida para mí, de unas proporciones de grandeza y esplendor incomprensibles. Un mundo increíblemente mayor y diferente al nuestro que me causó gran fascinación y un impacto indescriptible, pero al mismo tiempo me inspiraba un temor feroz, dada su total extrañeza. Mi insignificante mente humana no podía asimilar esa visión. La escena estaba bañada en una luz azul, similar a la luz del sol que se filtra a través del océano. Enseguida me encontré observando amplias superficies de aspecto fangoso que dominaban en una extensión infinita de raras e increíbles cumbres y construcciones megalíticas, generalmente de piedras oscuras, las cuales contrastaban grandiosamente con la brillante luz azul. Sin duda, estaba contemplando una ciudad fantástica que se extendía hasta donde alcanzaba mi vista. Con muy poca claridad, pude ver siluetas moverse, eran figuras enor
“Soy un viajero del tiempo y del espacio, para estar donde he estado, para sentarme con los ancianos de una raza privilegiada que este mundo apenas ha visto. Hablan de días en los cuales se sientan, esperan y todo será revelado... pero no puedo relatar nada de lo que oí... Oh, sí, he estado volando, no se puede negar... intento encontrar, encontrar, ¿dónde he estado?”.En algún lugar de mi memoria suena la música: Kashmir de Led Zeppelin. Entonces, empieza la delirante danza, con el ritmo propio de mi locura, como si dispusiera de una escala de cuerdas invisibles de guitarra. Aquellas notas se inyectan en mi cerebro y se convierten en parte de mí. Y lentamente, girando y danzando, siempre en confusión, caigo desde el pasado a mi realidad del sanatorio.“Presta atención al camino que me llevó a ese lugar... sin más provisiones
Con este cuerpo sería sencillo, si fuera realmente osada, pensaba. Podría insinuármele de la manera más repugnante. Podría ofrecérmele como una cualquiera y acabar de una vez con el asunto. Pero no, la Carena romántica no podía permitirse recurrir a tal inmundicia. John habría de desearme, de buscarme, de tenerme siempre en sus pensamientos, de no encontrar salida a este amor. Aunque no me había atrevido a ofrecérmele, ni había abandonado la esperanza de tenerlo, no estaba dispuesta a asumir otra decepción. Sabía que era mejor esperar, pero era incapaz de hacerlo. Las brumas de las montañas del deseo empezaban a invadir mis sueños. Mi cuerpo cubierto por su camisa de botones se deslizó hacia un sueño melancólico y evadió los pensamientos. Me dormí junto al espectro de mi amado John, sobre la almohada que ostentaba su cálido olor. Caí enseguida en un sueño profundo y extraño. Sueños que a partir de ese día, me atormentarían sin tregua. Desperté a las 3:00 de la madrugada.
En seguida me tomó de la mano y me atrajo hacia sí, haciéndome tomar delicadamente la inflación de su deseo. Yo presioné con mi mano ardiente, frotando la delgada piel que quemaba y en ella puse mi aliento, como devoto en su templo, abriéndome paso a sus estremecimientos. Entonces, conteniendo la respiración, dijo varías veces mi nombre y frases completamente nuevas sobre su amor, en tanto mi lengua sedienta ascendía en su pecho y desembocaba en su boca. Borracho de deseo me miraba, miraba mi boca y me besaba con ardor, hasta que entre beso y beso, se pegó a mí y pude experimentar por primera vez, con una pasión a punto de estallar, la presión de su cuerpo desnudo contra el mío. Pronto empezó a acariciarme recorriendo con mano de ciego el camino que iniciaba ancho en mi cuello y terminaba angosto en mis muslos y una vez allí, sus dedos delicados e inmisericordes, me rozaro
Había amanecido por completo y después de ducharme, me dirigí al camarote contiguo. Al igual que la habitación, se trataba de un espacio reducido. Paredes blancas, interrumpidas por dos ventanas similares a las de la habitación. Un sofá de color azul marino y una pequeña mesa de madera llenaban el espacio de la sala de estar. Sobre ella, el retrato del abuelo de John —maravillosos genes, maravillosa descendencia—. Al lado izquierdo, un mesón con dos pequeñas sillas de bar dividía la cocina de la sala de estar. Una cocina bastante pequeña cuyo orden y limpieza, me sugería que John no la utilizaba con frecuencia. Un espacio para el refrigerador, un fregadero, dos cocinillas y dos alacenas en la parte superior.Abrí la puerta de las alacenas y espié en su interior casi desierto: Dos sopas instantáneas, tres latas de guisos de carne y un envase de caf