Capítulo 3: Las fobias de Sofía.

La última rosa cayó sobre la madera pulida del ataúd. Sofía sostenía su respiración, el perfume de las flores mezclándose con el olor a tierra fresca, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Te amo abuelito… eres lo más hermoso que me pasó en la vida… y aunque no llevaba tu sangre, nuestros lazos eran más profundos que la del parentesco, porque nacieron del corazón. Te volvería a escoger millones de veces —pronunció, sintiéndose profundamente conmovida, mientras respiraba hondo, tratando de calmar la vorágine de pensamientos y emociones que se arremolinaban en su interior.

Unos minutos después, Danilo carraspeó al lado.

—¿Nos vamos? —dijo apremiante. Ya todos habían comenzado a salir, y las luces del crepúsculo comenzaban a iluminar el cementerio. 

—Si quieren, sigan ustedes —, murmuró Sofía. Un suspiro tembloroso le siguió. —Yo quiero quedarme un poco más aquí, tomaré un taxi de vuelta.

Sus padres se miraron y asintieron. 

—Está bien, pero ten mucho cuidado, por favor, no te vayas tan tarde —ella asintió de acuerdo.

Con pasos lentos y pesados, comenzaron a alejarse de su lado. La mirada de Danilo encontró a Lukas.

—Hijo, nos vamos, —preguntó, más que afirmó.

—Yo... no, papá. Quiero quedarme un poco más —contestó Lukas, la voz firme pero el corazón contradictorio.

—Está bien, —asintió Danilo. —Pero, por favor, Sofía se va a quedar un poco más, está pendiente de ella, ¿sí?

Lukas frunció el ceño en silencio. 

"Ni que yo fuera su niñera para estar cuidándola", pensó. Pero solo se encogió de hombros y asintió. 

Cuando ya todos los familiares y amigos se fueron, él se dirigió hacia donde estaba ella, dispuesto a sacar todo lo que tenía atragantado en la garganta.

—No solo te conformaste con apartarme de él cuando estaba vivo, ahora también lo haces cuando está muerto —recriminó con severidad.

Sofía giró los ojos mientras daba un paso atrás. 

—No me uses como excusa, Lukas —replicó con fuerza. —Te fuiste porque querías, nadie te obligó a irte,

—¡Me hacías la vida imposible! —. Su voz brotó indignada, alta y clara.

—Por Dios, Lukas, era una niña. ¡Eran bromas inofensivas! —exclamó sin darle importancia.

Esa actitud molestó más a Lukas.

—¡¿Inofensivas?! —La incredulidad marcó cada sílaba. —Le echaste colorante a la piscina mientras me bañaba con mis amigos.

Ella se encogió de hombros. 

—Era colorante alimentario rojo. No era dañino. Se quitaba.

—Claro, después de tres días. Perdí los exámenes finales por tu estúpida broma, porque parecía un diablo rojo. Y así fuiste siempre, echándole cola de pegar al champú. ¡Eras el mismísimo demonio! Y mi padre y mi abuelo siempre se ponían de tu parte —protestó irritado.

—Porque se daban cuenta que eran travesuras de niños, y era porque tú me ofendías, me decías trepadora, que mi mamá era una interesada ¿Qué querías que tú me tiraras mierd* y yo rosas? Era lo que sembrabas —espetó ella molesta. 

Le dio la espalda, como dando por terminada su conversación, pero ese gesto lo irritó aún más. Lukas la tomó por los hombros, forzándola a enfrentarlo. 

—Estoy hablando contigo, Sofía. No me des la espalda, no seas maleducada —protestó.

Ella intentó zafarse de su agarre sacudiéndose, pero él la sujetó con más fuerza.

—¡Suéltame bruto! Me estás haciendo daño —protestó.

—Entonces, no me dejes con la palabra en la boca.

Sofía sintió la presión de los dedos de Lukas relajarse. Inmediatamente, con un giro ágil, se deslizó fuera de su alcance y echó a correr. Sus pasos resonaban contra el silencio del cementerio, desafiando la serenidad de aquel lugar eterno.

—¡Espérate, Sofía! —La voz de Lukas rompió la calma, pero ella no tenía intención de detenerse. 

Las tumbas y mausoleos pasaban como manchas borrosas mientras Sofía aceleraba, sus tacones apenas rozando las piedras gastadas.

Lukas estaba tras ella, su aliento entrecortando el aire frío. Casi podía sentirlo cerrando la distancia. Justo cuando creyó que él le alcanzaba, una raíz traicionera se enroscó bajo su pie. 

—¡Ah! —exclamó asustada.

El mundo giró cuando Sofía perdió el equilibrio. Lukas, con instinto protector, extendió su mano para atraparla, pero en su lugar terminó empujándola y mientras ella intentaba aferrarse a él para sostenerse, ambos cayeron en un hueco de una tumba, desplomándose en ese abismo improvisado.

—¡Mierd4! 

El exabrupto escapó de los labios de Lukas cuando cayeron contra el fondo. El dolor le atravesó la mano y supo al instante que algo estaba mal. Se retorció, tratando de evaluar el daño.

—¿Viste lo que hiciste? —gruñó, mirándola con el ceño fruncido.

—¿Yo? ¡Tú me empujaste! —Sofía se defendió, su rostro iluminado por la indignación. 

A pesar del miedo y el dolor, la chispa de su temperamento resplandecía ferozmente. Su pecho subía y bajaba con rapidez, cada respiración mezclándose con el eco lastimero de la noche.

De manera desesperada se levantó y comenzó a quitarse la tierra, mientras daba saltitos en el suelo, y en su rostro se dibujaba una expresión de tormenta.

—¡Por Dios mujer! Deja de moverte, me fracturé la mano, mientras tú te asustas por la tierra —protestó molesto—debemos salir de aquí. 

—¡No me digas que hacer! —espetó Sofía, su voz temblando ligeramente—. Estamos en una tumba, por el amor de Dios. ¡Una tumba! 

Lukas la miró con exasperación. 

—¿Y crees que no lo sé? Pero entrar en pánico no nos ayudará a salir de aquí.

Sofía respiró hondo, tratando de calmarse. Miró a su alrededor, evaluando la situación. Las paredes de tierra se alzaban a su alrededor, demasiado altas para escalar, y su aversión táctil a la tierra no ayudaba, pero se obligó a pensar.

—Bien, genio —dijo Sofía, cruzándose de brazos—. ¿Alguna idea brillante para salir de aquí?

Lukas apretó los dientes, tanto por el dolor como por la irritación. Sofía vio su mano, y se dio cuenta que sé vía mal, lo miró con preocupación. 

—¿Te fracturaste la mano? Déjame ver —dijo, acercándose a él.

—No es que encanta partir la mano como si fuese un mariposón —gruñó Lukas, sarcástico.

—No seas terco. Déjame revisarte —insistió ella, tomando su mano con suavidad.

Lukas sintió un escalofrío recorrer su cuerpo ante el contacto. Sofía examinó su mano con cuidado.

—No parece fracturada, pero está hinchada. Necesitamos hielo —dijo finalmente.

—Genial. ¿Y de dónde vamos a sacar hielo en medio de un cementerio? —preguntó Lukas con sarcasmo.

Sofía puso los ojos en blanco.

—Obviamente, tenemos que salir de aquí primero, genio.

Miró hacia arriba. El agujero tenía unos dos metros de profundidad.

—Podríamos... gritar pidiendo ayuda —propuso Sofía.

—¿En serio? ¿Ese es tu gran plan? —Gruñó Lukas con una risa sarcástica—. ¿Quién nos va a escuchar los cadáveres?

Sofía lo miró con irritación.

—Al menos estoy intentando pensar en algo. ¿Cuál es tu brillante idea?

Lukas suspiró, tratando de calmarse. Miró a su alrededor, evaluando la situación.

—Bien, escucha. Si nos paramos uno encima del otro, tal vez podamos alcanzar el borde y salir.

Sofía alzó una ceja.

—¿Y quién se sube encima de quién?

—Yo te cargaré —dijo Lukas—. Eres más ligera y podrás trepar mejor.

—¿Estás seguro? Tu mano...

—Estaré bien —la interrumpió—. Vamos, no tenemos toda la noche.

Sofía asintió y se acercó a él. Lukas se agachó y entrelazó sus manos a pesar de dolor, para formar un escalón. 

—A la cuenta de tres —dijo—. Uno... dos... ¡Tres!

Con un gruñido de esfuerzo, ella subió, pero dos cosas pasaron al mismo tiempo, ante el contacto de Sofía con la tierra la sensación fue tan desagradable que pegó un grito y la mano de Lukas cedió con un crujido, pegando un grito de dolor.

El grito de Sofía resonó entre las paredes de tierra mientras Lukas caía hacia atrás con un gemido ahogado. Aterrizó con un golpe sordo, soltando un torrente de maldiciones.

—¡Maldita sea, Sofía! —exclamó, agarrándose la muñeca con la mano no lesionada. —¡¿Qué demonios te pasa ahora?!

Sofía estaba paralizada, con los ojos abiertos de par en par y las manos en el suelo. La sensación de la tierra bajo sus manos la invadía con una intensidad repentina y abrumadora.

—No puedo... —murmuró, su voz temblorosa. —No puedo... No soporto... la tierra.

Lukas la miró con incredulidad, olvidando su propio dolor por un momento.

—¿En serio? —preguntó, su tono lleno de sarcasmo y sorpresa. —¡¿Ahora te das cuenta?! ¡Estamos en medio de un cementerio, Sofía!

Ella cerró los ojos, intentando controlar el temblor en sus manos. Lukas se puso de pie con dificultad, aún sosteniendo su muñeca herida.

—Está bien, no te muevas. Vamos a buscar otra manera de salir de aquí —dijo, forzando calma en su voz.

En ese momento Sofía fijo la vista a un lado, y su mundo se detuvo por un segundo. Un gusano, grueso y viscoso, reposaba a su lado, amenazando con tocar su piel. Su corazón galopó frenético; el miedo la empapó.

—¡Ah! —gritó histérica sin contenerse, porque si a algo le temía Sofía más que a la tierra era a los gusanos.

Lukas, que había estado examinando la pared del sepulcro, giró hacia ella. 

—¡¿Qué?!

Pero antes de que pudiera terminar, Sofía ya estaba en acción. Subió sobre él como si fuera una montaña humana, presionando sus hombros con sus pies con una fuerza desesperada.

—¡Sofía, espera! —exclamó Lukas, tratando de detenerla, pero era demasiado tarde.

Ella no escuchó, concentrada solo en escapar. Y en miedo que se agitaba en ella con fiereza.

Sus manos encontraron agarre en la tierra suelta, sus pies patearon con determinación. Y en un abrir y cerrar de ojos, se encontró fuera del hoyo, respirando aire fresco.

—¡Qué asco! ¡Qué asco! —repetía como un mantra, sacudiéndose la tierra, mientras corría, alejándose del terror subterráneo.

—¡Eh, Miss Perfecta! No te vayas sin mí —la voz de Lukas resonó desde el fondo.

Pero ella no lo escuchó, salió como alma que lleva el diablo sin mirar atrás del susto que tenía. 

Un pedazo de tela se enganchó en su falda. Era una cinta fúnebre, pero ni cuenta se dio. 

Salió al exterior del cementerio con la respiración agitada, mientras la cinta se mecía con las palabras "Como recuerdo de todas las noches que pasamos juntos" Los muchachos de la cuadra. 

Sofía corrió sin parar hasta llegar a la calle principal, donde finalmente se detuvo, jadeando. Su corazón latía desbocado y sus manos temblaban, aun sintiendo el cosquilleo del asco recorriendo su cuerpo.

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