La pantalla del móvil iluminó la oscuridad de la habitación con un brillo repentino. Lukas, aún adormilado, frunció el ceño al ver el nombre del llamante. Su padre. La hora insólita predecía malas noticias.
—¿Sí? —respondió con la voz rasposa del sueño.
“Lukas, hijo... lamento ser portador de mala noticia, tu abuelo ha muerto”.
El silencio se colgó pesado entre las palabras de su padre.
Un zumbido le llenó los oídos a Lukas mientras las palabras resonaban en su mente. Habían pasado diez años desde que había dejado la casa familiar, huyendo de los nuevos caprichos de su padre y de su mujer, porque detestaba a su hija.
"Lukas, ¿me escuchaste?" La voz de su padre cortó a través de sus pensamientos.
—Sí, padre… voy para allá, saldré en el primer vuelo comercial —dijo finalmente, sintiendo un nudo en la garganta.
"Quiero que sepas que Sofía también viene en camino, su madre la llamó, procura dejar las diferencias con ella, hazlo por tu abuelo, sabes cuánto la amaba.
—Lo intentaré, aunque no prometo nada… ella tiene la capacidad de hacerme enojar —dijo de mala manera, porque incluso su nombre le provocaba un profundo desagrado.
Lukas colgó el teléfono sin despedirse. Se quedó mirando al vacío por unos segundos. Suspiró profundamente y se levantó de la cama.
—Mierda —murmuró mientras buscaba su maleta.
Empezó a empacar mecánicamente. Su mente divagaba entre recuerdos de su abuelo y el disgusto de tener que ver a Sofía.
Comenzó a empacar una maleta pequeña. Ropa negra, por supuesto. Un traje para el funeral. Mientras doblaba una camisa, su mente divagaba.
"Sofía", pensó con amargura. "¿Por qué tiene que venir ella? Si no es una Martinelli auténtica".
El recuerdo de su última estadía en su casa lo invadió, la discusión con su padre y con su abuelo, por culpa de esa mocosa, apretó las manos ante los recuerdos.
Su teléfono vibró. Un mensaje de texto.
"Vuelo reservado. Salida en dos horas. No llegues tarde. Papá."
Lukas resopló. Típico de su padre, dando órdenes incluso en un momento como este.
Llamó un taxi, terminó de empacar y bajó al vestíbulo.
Cuando llegó al aeropuerto, Lukas ajustó su maleta y se unió a la fila. Suspiró, impaciente. El aeropuerto bullía de actividad.
De repente, vio a una mujer que lo flechó en el acto. Una visión en rojo. Curvas sinuosas. Cabello oscuro cayendo en cascada. Gafas de sol ocultando sus ojos.
El corazón de Lukas se aceleró. "Vaya, vaya," pensó. "Parece que este viaje será más interesante de lo que creía”.
La mujer se acercó con paso decidido. Lukas enderezó los hombros, esbozando su sonrisa más encantadora.
Ella lo ignoró por completo. En un instante, se deslizó frente a él en la fila.
Lukas parpadeó, confundido.
—¿Qué demonios...?
Antes de que pudiera reaccionar, ella ya estaba en el mostrador y un par de minutos después, salió con una sonrisa.
—Gracias por dejarme pasar —dijo la mujer con voz sedosa, agitando su boleto.
La mandíbula de Lukas cayó.
—¿Dejarte pasar? Yo no... —pero antes de que pudiera protestar, ella ya se había ido, dejando solo una estela de perfume.
Lukas se quedó mirando, atónito.
—Increíble —murmuró. —Ni siquiera Miss Perfecta Davies se atrevería a tanto.
Sacudió la cabeza, una mezcla de irritación y admiración.
—Bueno, supongo que no soy el único que sabe cómo salirse con la suya.
Lukas avanzó en la fila, aún molesto por el descaro de aquella mujer. Cuando finalmente llegó al mostrador, la encargada le sonrió amablemente.
—Buenos días, señor. ¿En qué puedo ayudarle?
—Tengo una reserva a nombre de Lukas Martinelli.
La mujer tecleó en su computadora.
—Sí, aquí está. Vuelo 302 con destino a...
—Lo sé, lo sé —interrumpió Lukas, impaciente—. ¿Puedo tener mi boleto, por favor?
—Por supuesto —respondió ella, sin perder la sonrisa—. Aquí tiene. Que tenga un buen viaje.
Lukas tomó el boleto y se dirigió hacia la seguridad. La fila era larga y tediosa. Miró su reloj, preocupado por el tiempo.
Uno a uno fueron pasando los pasajeros, cuando subió al avión miró su ticket, iba a sentarse, pero su puesto estaba ocupado, casualmente por la misma mujer vestida de rojo que se le coló.
—Señora —dijo apretando los dientes con enfado—, está sentada en mi puesto.
La mujer levantó la vista de su libro y lo miró por encima de sus gafas de sol.
—¿Disculpa? No soy señora, soy señorita, ¿acaso no ves que apenas paso de los veinte, o te faltan anteojos? —dijo con una sonrisa burlona.
—Eso no es mi problema que seas señora o señorita. Estás en mi asiento —repitió Lukas, señalando el número en su boleto.— El 14A.
Ella miró su propio boleto y luego el de Lukas.
—Oh, vaya. Parece que tienes razón —dijo sin moverse—. Qué coincidencia, ¿no?
Lukas apretó los puños.
—¿Podrías moverte, por favor?
—Mmm... no… no quiero —respondió ella, volviendo a su libro—. Estoy bastante cómoda aquí.
—Mira, no tengo tiempo para esto —gruñó Lukas—. Ese es mi asiento y quiero sentarme allí o llamaré a la azafata.
Ella volteó los ojos con esa expresión que le decía, sin palabras, eres un infantil.
—No necesitamos un representante, no somos críos ¿Por qué no te sientas en el mío? —sugirió ella, señalando el asiento de al lado—. Es prácticamente lo mismo.
Lukas la miró con incredulidad. ¿Quién se creía esta mujer?
—No es lo mismo —insistió—. Yo reservé específicamente este asiento, porque me gusta la ventanilla.
—¿Por qué? Querías ver el paisaje de las nubes —preguntó ella con sarcasmo.
—No, pero...
—Entonces siéntate y deja de armar escándalo —lo interrumpió—. Estás molestando a los demás pasajeros.
Lukas miró a su alrededor. Efectivamente, varias personas los observaban con curiosidad.
Suspiró frustrado.
—Bien. Me sentaré aquí. Pero que conste que lo hago bajo protesta.
—Anotado —dijo ella sin levantar la vista de su libro.
Lukas se dejó caer en el asiento, furioso. Sacó su teléfono y empezó a teclear agresivamente.
—¿Qué haces? ¿Puedes poner eso en silencio? Soy sensible al ruido —protestó la mujer.
—¿Sensible al ruido? —Lukas soltó una carcajada sarcástica—. ¿Y qué más? ¿También eres alérgica al oxígeno?
La mujer cerró su libro de golpe.
—Muy gracioso. ¿Siempre eres así de encantador con los desconocidos?
—Solo con los que me roban el asiento —replicó Lukas, sin apartar la vista de su teléfono.
—No te robé nada. Simplemente aproveché una oportunidad.
—Llámalo como quieras. Sigue siendo de mala educación.
La mujer se quitó las gafas de sol, revelando unos intensos ojos color miel, que le recordaron otros.
—¿Quieres hablar de educación? Tú eres el que está haciendo berrinche por un simple asiento.
Lukas la miró, sorprendido por la intensidad de su mirada, respiró hondo, contando hasta diez mentalmente.
—Eres increíble, ¿lo sabías?
—Gracias, me lo dicen a menudo.
Él sacudió la cabeza, exasperado.
—No era un cumplido.
—Oh, ¿no? Qué lástima —dijo ella, volviendo a su libro.
Lukas se quedó en silencio, el avión despegó, y luego de media hora, la azafata pasó ofreciendo bebidas.
—¿Desea algo de beber, señor? —preguntó amablemente.
—Un whisky doble, por favor —respondió Lukas.
La mujer de rojo levantó una ceja.
—¿No es un poco temprano para beber?
Lukas la fulminó con la mirada, pero no dijo nada.
Rato después, no pudo evitarlo y fijó su mirada en el perfil de la mujer, pese a su voluntad lo tenía embobado. Su cabello castaño enmarcaba su rostro, sus labios rojos curvados en una sonrisa desafiante. Apartó la vista, frustrado.
—¿Podrías dejar de mirarme? —me vas a desgastar.
—No te estaba mirando —mintió Lukas. —Solo pensaba en lo irritante que eres, me recuerdas a alguien.
—¿A alguien qué amas con locura? —inquirió alzando las cejas.
—Pues no, todo lo contrario.
Pronto llegaron, en el aeropuerto, Lukas caminó rápidamente hacia la salida. Vio un taxi libre y levantó la mano.
De repente, la mujer de rojo apareció y se metió al taxi.
—¡¿Qué carajos haces?! ¡Es mi taxi! —gritó Lukas.
La chica sonrió burlesca.
—Lo era.
El taxi arrancó, dejando a Lukas furioso en la acera.
—¡Maldit4 sea! —pensó. —¿Cómo puede ser tan irritante y atractiva a la vez?
Lukas tomó otro taxi. Llegó a casa de su familia y tocó el timbre.
La puerta se abrió.
—¡Tú! —exclamó Lukas, boquiabierto cuando vio que allí estaba la mujer de rojo y de pronto todo encajó.
Ella le guiñó un ojo.
—Sorpresa, guapo. ¿Me extrañaste?
Lukas se quedó paralizado, incapaz de creer lo que veían sus ojos. —¿Sofía? —logró articular finalmente. —La misma —respondió ella con una sonrisa traviesa—. ¿Sorprendido de verme, hermanastro? —Tú... ¿Supiste siempre quién era yo...? —balbuceó Lukas, señalándola acusadoramente. —¡Pues sí! ¿Sorprendido de verme, hermanastro? Es que definitivamente ver esa cara de tonto que pusiste en el aeropuerto no tiene precio… mirándome como perro a un chuletón —dijo Sofía, cruzando los brazos con aire de triunfo. Lukas sintió cómo el enfado volvía a hervir en su interior. Todo el viaje, toda la frustración, y ahora esto. Tomó aire, tratando de calmarse. —Debo admitir que fue divertido molestarte un poco —dijo ella soltando una risotada. Lukas sintió que la sangre le hervía. —¿Divertido? ¡Fuiste insoportable! —Oh, vamos. No seas tan dramático —respondió ella, haciendo un gesto con la mano—. Además, tú tampoco fuiste precisamente un encanto. —Porque tú... —¡No puede ser! Apenas están ll
La última rosa cayó sobre la madera pulida del ataúd. Sofía sostenía su respiración, el perfume de las flores mezclándose con el olor a tierra fresca, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.—Te amo abuelito… eres lo más hermoso que me pasó en la vida… y aunque no llevaba tu sangre, nuestros lazos eran más profundos que la del parentesco, porque nacieron del corazón. Te volvería a escoger millones de veces —pronunció, sintiéndose profundamente conmovida, mientras respiraba hondo, tratando de calmar la vorágine de pensamientos y emociones que se arremolinaban en su interior.Unos minutos después, Danilo carraspeó al lado.—¿Nos vamos? —dijo apremiante. Ya todos habían comenzado a salir, y las luces del crepúsculo comenzaban a iluminar el cementerio. —Si quieren, sigan ustedes —, murmuró Sofía. Un suspiro tembloroso le siguió. —Yo quiero quedarme un poco más aquí, tomaré un taxi de vuelta.Sus padres se miraron y asintieron. —Está bien, pero ten mucho cuidado, por favor, no te
Lukas maldijo en voz baja mientras intentaba trepar por las paredes de tierra. Su mano lesionada le dificultaba el ascenso, pero la frustración y el enojo le daban fuerzas."Maldita Sofía", pensó con la indignación corriendo por sus venas.—Me deja aquí tirado como si nada.Hizo varios intentos fallidos para salir del agujero, pero el dolor era demasiado intenso y la mano se le inflamaba cada vez más, tanto como crecía la indignación que tenía.—¡Sofía! —gritó, pero solo el silencio del cementerio le respondió—, juro que voy a retorcerle el cuello a esa condenada ¡Es una loca de atar!Entretanto, Sofía seguía caminando por la calle, casi encogida en sí misma, su estómago revuelto, la tierra le causaba demasiada repugnancia, los vellos de su piel se erizaron, esa sensación le incomodaba. Era esa textura tan desagradable que hacía que su corazón latiera más de prisa.La gente la miraba mientras no paraba de reírse y ella no podía entender las razones para que actuaran así.Trató de calm
Cuando Lukas llegó a casa, era más de la medianoche, no pudo evitar una sonrisa maliciosa en sus labios. Se dirigió a su habitación, caminó directamente al baño.—Perfecto —murmuró al ver la ropa tirada de Sofía en el cesto de basur4.Recogió las prendas, sonriendo al ver la cinta en la falda, seguramente se le había pegado de alguna tumba.—Así que te tengo y mientras más maldades le haga, más infeliz será y esa será mi venganza —pensó. Sacó su teléfono y comenzó a tomar fotos. El flash iluminó la ropa sucia.Satisfecho, se acostó a dormir.A la mañana siguiente, Lukas se levantó temprano, luego de ducharse, bajó a desayunar, se sentó en el comedor familiar, empezó a manipular el teléfono mientras soltaba una carcajada.—¿Qué te pasa hijo? —le preguntó Danilo.—Estoy viendo un video viral comiquísimo ¿Lo vieron? —preguntó casualmente, ellos negaron con la cabeza.—¿De qué se trata? —inquirió con curiosidad su padre.—Se trata de una chica paseando por la noche, con una cinta en las
Lukas no se movió. Podía sentir el corazón de Sofía latiendo aceleradamente contra su pecho. Sus ojos recorrieron su rostro, deteniéndose en sus labios entreabiertos.—¿Por qué lo hiciste, Lukas? —preguntó Sofía, su voz apenas audible—. ¿Tanto me odias?—Yo no hice nada… yo no te grabé… ¿cómo podía hacerlo si estaba en el hueco donde me dejaste? —susurró muy cerca de ella. Se moría por besarla, tomar esos voluptuosos labios y chuparlos hasta que estuvieran hinchados y rojos productos de la pasión.Ella lo miró con incredulidad, pero en sus ojos, él vio algo más: duda. Así que él se atrevió a acercarse más, su aliento mezclándose con el de ella.—¿De verdad no tienes nada que ver con eso? —susurró Sofía.Lukas se mantuvo en silencio, sus miradas enredándose en una danza cargada de tensión y atracción. No podía negar que siempre había sentido algo por su hermanastra, pero jamás pensó que algún día estaría así, con ella debajo de él, sus cuerpos lo suficientemente cerca como para senti
La mañana siguiente amaneció gris y lluviosa, como si el clima reflejara el estado de ánimo en la casa. Sofía bajó las escaleras con paso lento, su rostro una máscara de indiferencia.Al entrar en el comedor, vio a Lukas ya sentado, su mirada fija en el plato frente a él. Cuando Sofía entró, levantó la vista por un momento, sus ojos se encontraron brevemente antes de que ambos apartaran la mirada, con un poco de nerviosismo.—Buenos días —saludó Sofía secamente.Los demás respondieron con murmullos apagados, se sentó lo más lejos posible de Lukas, temía como podía reaccionar.—Buenos días, Miss Perfecta —respondió con sarcasmo.El silencio se instaló entre ellos, pesado e incómodo. Danilo intervino con seriedad.—Chicos, el abogado llegará en una hora para leer el testamento —anunció Danilo, rompiendo el tenso silencio—. Espero que puedan comportarse civilizadamente durante la reunión.Lukas resopló.—Por mí no hay problema, siempre y cuando Miss Perfecta sepa mantener la boca cerrad
—Esto va a ser un desastre —murmuró Sofía mientras estaba en su habitación.Sacó su maleta y comenzó a llenarla con precisión. Cada prenda doblada a la perfección. Sus ojos miel se detuvieron en el peluche en la esquina. Lo tomó con cuidado.—Mi osito bandido —, susurró, abrazándolo con una sonrisa.Recordó cuando su padrastro se lo regaló al cumplir sus diez años, antes de casarse con su madre, y desde ese momento se había convertido en su inseparable compañero, aun de adulta dormía con él. Sus pensamientos volaron a Lukas. Esa sonrisa arrogante. Esos ojos azules, burlones.—Tengo que buscar la manera de que huya de la casa, de que renuncie, para yo quedarme con ella. Así que prepárate, Lukas Martinelli —murmuró. —Porque no tienes idea de con quién vas a lidiar. Sofía frunció el ceño, terminó de guardar su ropa en la maleta, y algunas otras cosas que tenía en su habitación, dentro de eso su peluche. Una vez listo, cerró la maleta.Miró el reloj, ansiosa por llegar a la mansión y q
Ninguno de los dos quiso ceder, así que al final terminaron entrando los dos a la habitación, porque ninguno quería ceder. —Entonces, como no te quieres ir, tú duermes en el suelo, y yo en la cama —sentenció Sofía con firmeza, pero Lukas no estaba de acuerdo y se sonrió burlesco.—¡Ni lo sueñes que dormiré en el suelo! Habrá que dividir la cama también —dijo Lukas con la firme intención de provocar más el enojo de la chica.—¿Qué sugieres? ¿Buscar un serrucho o una motosierra para dividirlo? —inquirió con sarcasmo.Lukas soltó una carcajada ante el comentario sarcástico de Sofía.—No seas ridícula —dijo, rodando los ojos. —Me refiero a que cada uno tome un lado de la cama. Es lo suficientemente grande.Sofía lo miró con incredulidad. —¡¿Estás loco?! No pienso dormir en la misma cama que tú.—Pues entonces duerme en el suelo —, respondió Lukas encogiéndose de hombros. —Yo me quedo con la cama.Se dirigió hacia la enorme cama king size y se dejó caer en ella, estirándose cómodamente.