Judy estaba molesta. Me esperaba en el parqueo del club enojada con sus bracitos cruzados. -Katty, hay un centenar de periodistas esperando por ti, han estado aquí dos días seguidos y ya no sabía ni qué decirles-, tenía la naricita alzada y tamborileaba el piso con su pie. -Ay, Judy, es que estaba con Marcial je je je-, le reí pícara. Judy hizo pasar a los periodistas y colmaron la cancha dos donde iba a entrenar. Gina y Maggi ya estaban en el escenario, raqueteando entre ellas y Ashley, estaba sentada en una silla repasando el tablet. Heather me ayudó a ponerme el uniforme. -Evand ha hablado muy fuerte a su retorno a Estados Unidos-, me dijo mientras me ataba las zapatillas. -¿Qué ha dicho?-, no estaba sin embargo interesada. - Lo de siempre, que haces trampa, que tienes implantes de fierro en los dedos, que consumas hormonas masculinas-, me miró ella desconcertada. -Ella no sabe perder-, dije, balanceando mi raqueta. -Evand dijo que en el Open de Estados Unidos te ganará,
La primera vez que almorcé con las hermanas de Marcial, lo hice sumida en el terror. -Ellas me ven como una enemiga-, le advertí cuando íbamos en su carro. Me había puesto un vestido corto, zapatos oscuros y me solté el pelo. Quería impresionarlas porque a las dos las veía, también, como un dique entre mi enamorado y yo. -No seas tonta, ellas te adoran-, disfrutaba Marcial de un chupetín. Yo ya conocía la casa, je. La había espiado, en uno de mis ataques de celos, y sabía de sus perros. Apenas me bajé del carro me rodearon y empezaron a hacerme juegos y se hacían volantines, ladraban, se correteaban y se volvieron una fiesta. -Tus perritos son muy juguetones-, le dije a Jennifer besándole en la mejilla. -Al contrario, son huraños. Creo que tú le agradas-, me dijo ella riéndose. Judy cocinó. Hizo estofado y estuvo delicioso. También preparó sopa de tomates y de postre arroz con leche. Toda una maravilla. Tragué más que una ballena. -Mi hermano está muy enamorado de ti-, me
Ashley me anunció que teníamos en cartera tres torneos internacionales antes de ir al Open de Estados Unidos. -Iremos a Lisboa, El Cairo y Roma-, me dijo, revisando su tablet. Su casita era simpática y acogedora, muy amplia. -¿Dónde está Gina?-, le pregunté mirando sus cuadros artísticos, los jarrones elegantes y el enorme plato de Wimbledon que Ashley había colgado al medio de dos estantes con todos sus otros trofeos y medallas que había ganado en su carrera tenística. Allí también estaban los diplomas y preseas de Heather. Me encantó. -Gina duerme, esa mujer es bien dormilona-, sonrió Ashley repasando su tablet. Heather me sirvió un filtrante de manzanilla. Gina tenía un cuarto grande, acogedor, con baño propio y lo había llenado de peluches. También tenía un módulo con una computadora y un televisor enorme. No debía sorprenderme tanta pereza. -Mi abuelo nació en Lisboa-, terminé de sorber el filtrante y arreglé mis pelos. Me senté en un cómodo sofá. -¿Vive tu abuelo, tu a
El open de Lisboa reunió a un selecto número de tenistas ranqueados. Y todo se hizo de noche. En el primer partido, ante una sueca, me afectaron mucho las luces de los reflectores. Estallaban en mis ojos y no veía bien la pelota. Mis pupilas no estaban acostumbradas a ese tipo de fulgores. Cuando manipulaba explosivos usaba una linterna discreta que me ponía en la boca y alumbraba los alambres y los cables. Ahora sentía las luces como cascadas desbordándose sobre mí, encegueciéndome. De eso aprovechó mi rival para sacar ventaja en el primer set y ganarme muy fácil por 6-1. El público que colmaba el estadio, estaba decepcionado. Ellos querían ver a "martillo de hierro en acción, a la "fabulosa y hermosa Tecelao, ganadora del Wimbledon, finalista en Roland Garros, que lanzaba la pelota a 400 kilómetros por hora" y veían en cambio, a una jugadora desubicada, deambulando en el ladrillo, parpadeando mucho y sin ningún deseo de ser coqueta. -¿Y si juegas con lentes?-, preguntó Maggi
A Gina le daban risa las fotos de los matutinos. -Oye, en verdad pareces una mosca con tus lentes nuevos-, me decía tumbada en mis muslos, mientras yo le hacía rizos a su pelos. Recién habíamos terminado de desayunar y nos fuimos a sentar en el jardín del hotel, frente a la piscina. -Ay, yo detesto las moscas-, arrugué mi naricita. -¿Te vas a comprar otros lentes? -, me preguntó Maggi. Estaba con una tanga pequeñísima, tomando sol. -No, ¿para qué? me gustan esos lentes-, le dije divertida. Heather salía de la piscina, luego de un buen remojón. -Pero en verdad pareces una mosca-, reía ella tomando su toalla. Alcé mi hombro. -A mí lo único que me importa es divertirme-, reí también. Justo timbró mi móvil Marcial. Puse el altavoz. -¿Aló? Con la mujer mosca, por favor-, dijo él y todas, incluso Ashley que repasaba su tablet, recostada a una perezosa, estallaron en carcajadas, haciendo zumbidos agitando los deditos igual a las moscas. Lo único que pude hacer fue reírme también.
Como bien imaginan, me la pasé todo el día durmiendo, metida en la cama sin hacer nada, incluso Heather me trajo las comidas a la cama. Marcial me llamaba cada media hora para hacer videos conferencias. -Todos los diarios destacan el partidazo contra Bjelica-, me contaba él entusiasmado. -Ay, fue como morir un poco-, acepté aún soplando fuego en mi aliento. -Pues guarda fuerzas para cuando regreses a Lima que te haré polvo, je je je-, dijo Marcial y estallé en risotadas. -Idiota-, le dije sin dejar de reírme. En las semifinales le gané a una australiana, muy jovencita y a la que llamaban la niña prodigio del tenis de su país. Había sido la sorpresa del open de Lisboa y jugar el pase a la final, le resultó una mochila muy pesada para ella. Le ganaron los nervios, sintió la presión y no pudo con mis raquetazos pese a que esa chica era muy fuerte y resistente. Le gané los dos juegos 6-2 y 6-2 aunque ella dejó en evidencia su depurada técnica, apelando siempre a sorpresivos drives y
El Cairo era una fantasía hecha verdad. No pensaba que fuera tan divino y mágico. Ver la ciudad era igual a una página arrancada de las mil y una de las noches. Boquiabierta contemplaba las calles, el mercado y el hotel que resultaba un verdadero oasis en medio del desierto. Y todo me fascinaba. Las luces, los colores, la gente, las voces, las esquinas, las mezquitas, el calor, absolutamente todo. -Cómo quisiera que estuvieras aquí conmigo-, le dije por video conferencia a Marcial, muy romántica y encandilada, enredando mis dedos en mis pelos, juntando los dientes, haciendo brillar mis ojos, y el corazón tamborileando festivo en mi busto. -La verdad te extraño mucho, bebita-, sonrió él, también haciendo destellar sus pupilas. Ay, cómo me encantaba que él me diga bebita., frotaba mis rodillas excitada, mordía mis labios una y otra vez y ansiaba sus manos acariciando mis muslos. El primer partido fue contra una japonesa que era muy rapidita y movediza, con un juego alegre y con
El segundo partido lo gané a una galesa muy alta, simpática y que me regaló el peluche de un osito antes del partido. -Te admiro, Katherine-, me dijo en un español muy elegante. -Ay, eres muy dulce-, le dije emocionada, aunque fastidiada porque yo no tenía nada que regalarle para agradecerle el gesto. Ella jugaba muy bien y aprovechaba sus grandes brazos. Parecían molinos y lanzaba unos pelotazos muy fuertes que me obligaba a hacer un máximo esfuerzo para responder sus remates. Además, gracias a sus largos brazos podía responder a mis raquetazos. Pude ganarle el primer set 6-4, aunque teniendo muchos problemas, extendiendo el parcial por más de una hora. -Esa chica es una gigante-, me senté en a silla exhalando fuego de mis narices. -Lo que pasa es que tú crees que todas te van a jugar igual, piensas que todos los partidos son idénticos-, me reclamó Gina. Heather me secó el sudor que perlaba mi cara. -Yo trato de hacer mi propio partido-, le repliqué. -Es que tú eres confor