Como no tenía partido al día siguiente, Marcial me llevó de paseo por el río Támesis, en un crucero que hizo un tour por sus aguas. Fue mágico y romántico, viendo todos los atractivos turísticos de Londres, la ciudad, sus casas palaciegas, sus edificios modernos y sus museos, sus puentes y torres. Nos tomamos más de un millón de selfies, je je je. Luego fuimos a cenar cerca de la galería Whitechapel. Pedimos roast beef y baked beans. Deliciosos, aunque yo estaba más acaramelada viendo los ojos de Marcial., Él reía, me hablaba de muchas cosas, del club, de los trabajos del nuevo estadio, de los triunfos de Rebeca en el surf, de que abriría una academia de tenis y que solo jugaría a nivel aficionado, sin embargo yo me deleitaba con su sonrisa, su mirada, su barbita incipiente, su pelo alborotado y los vellos que emergían en su camisa desabrochada. Golpeaba mis rodillas recordando sus besos y caricias y pensaba en todos esos encantos tan masculinos que me despeinaban y me derretían co
Desde el comienzo empecé a mandarle globos a Beth y ella se desconcertó por completo. No lo esperaba. Pensaba que yo, siendo una desconocida, jugaría a la defensiva, tendría un juego timorato, metida en mi campo, y cohibida y que trataría de evitar sus voleas y drives, pero, al contrario, pasé al ataque de inmediato. Me puse adelante 3-0, enmudeciendo al estadio. La entrenadora de ella, se enfureció. -Don't neglect your back, daughter!-, le dijo. Rayos, la entrenadora de Moore era su propia mamá. Ella reaccionó, entonces, a apertrechó en su retaguardia y logró, al fin, mandarme sus implacables y efectivas voleas. Eso le permitió remontar y empatarme el partido, desatando otra vez la euforia del público. Eso me dio risa. Desafié a la gente que colmaba el estadio caminando delante de ellos, moviendo las caderas, cimbreando la faldita, tirando mis pelos, levantando los hombros y alzando los tobillos como waripolera. Los hinchas volvieron a molestarse y ésta vez se volvieron irasci
Otra vez los medios periodísticos y las competidoras volvieron a quejarse de mis manos. Decían que me habían puesto implantes de fierro, que eran ortopédicos, que por ello mis raquetazos estallaban como dinamita y que por lo tanto debía ser descalificada. -Ningún ser mortal en la Tierra puede hace volar una pelota a 400 kilómetros por hora-, decían enfurecidos medios y tenistas, pidiendo, a gritos, mi descalificación. Ponían foto de mis manos, con mis dedos retorcidos, gordos, amorfos y feos. -¡¡¡Esos dedos no son normales, son de un alien!!!-, decían irónicos, burlándose de mis deformidades. Los organizadores me sometieron, entonces, a nuevas pruebas, me tomaron radiografías, analizaron mi sangre y de nuevo los delegados de las tenistas dijeron que yo tomaba hormonas de hombre. -La testosterona ya te habría dado bigotes ja ja ja-, reía, como siempre, Marcial, cuando estábamos en la cama, después de una prolongada faena de mucho amor, deseos, caricias y múltiples besos. -Idiota-,
Cuando llegué a los vestidores para disputar las semifinales del Grand Slam, encontré a Gina Ferreti llorando sin consuelo, embozada en sus hombros, cubriéndose con la toalla. Su entrenadora le acariciaba los pelos. Mi amiga lloraba a gritos. -¿Qué pasa, Gina?-, me arrodillé a sus pies, tomando sus manos. -Evand me ganó, no pude vencerla-, se me abrazó llorando, alterada, muy afectada. -Ya habrá otra ocasión que le ganes, amiga-, me contagié de su llanto. -Fue injusto, dijo la entrenadora, también en español, Gina hizo un gran partido, perdió en el tie break-, decía. No lo sabía ni estaba enterada que había jugado temprano, antes que mi partido con Horvat. Me sentí mal. Debía haber estado aconsejándola. -Pensaba que podía ganarle, estaba emocionada, creía que podría-, no dejaba Gina de llorar. La había conocido tan alegre, distendida, jovial que verla llorar me afectó mucho. La abracé lo más fuerte que pude, incluso estremeciéndola con todas mis fuerzas. Eso la hizo sent
La rueda de prensa fue otra vez caótica, con empujones, gritos y muchos micrófonos, celulares y cámaras amontonadas frente a mis ojos. Yo parpadeaba admirada. -Hice mi juego, Horvat fue una rival muy exigente-, decía tratando de hilvanar frases coherentes, pero no podía por el tumulto. -¿Qué piensas de los desplantes de Evand?-, preguntó alguien. -No me importa Evand, yo juego por divertirme-, insistía yo. -Jugarás la final contra Evand ¿podrás ganarle?-, preguntó otro. Los periodistas ya sabían que yo no hablaba inglés. -Haré mi mayor esfuerzo-, fui diplomática. - Ella ya te ganó la final de Roland Garros-, me recordó uno más. -Cada partido es una historia diferente-, recordé sonriente lo que siempre decían los futbolistas. -El Perú entero delira con tus partidos-, dijo un compatriota. -Amo a mi país-, respondí orgullosa. Ashley me jaló del codo. -Disculpen damas y caballeros, pero esta señorita e va a descansar-, anunció y me sacó del gran tumulto mientras yo les reía y
Gina me levantó muy tempranito. Yo aún dormía abrazada a Marcial y quería seguir durmiendo, cuando ella tocó reiteradamente la puerta. -Levántate para los exámenes-, me dijo fuerte. Ashley ya estaba en el tópico médico del comité organizador con Heather y William que había llegado de urgencia la noche anterior a Londres. Me levanté de puntitas y entreabrí la puerta. -Ya es tarde, dormilona-, me dijo molesta Gina alcanzándome un frasquito para la muestra de orina. -Cierras bien la tapa-, sonrió traviesa y pícara. -Tengo sueño-, protesté. -¿Marcial está durmiendo?-, se alzó en sus pies tratando de ver algo por la rendija y no le dejé. -Pervertida-, le regañé y ¡pum! cerré la puerta. Me duché de prisa y me puse un buzo deportivo con los logos de mis auspiciadores como me había ordenado Maggi porque los periodistas me tomarían muchísimas fotos. Marcial siguió durmiendo pese a la bulla. -Ay ese hombre, podría haber una hecatombe nuclear y él seguiría durmiendo-, renegué cuando
Marcial había salido esa noche con sus amigos tenistas, entre ellos muchísimas mujeres, que estaban participando también en el Grand Slam y pese a que tenía y me moría de celos, me prometí portarme bien, no hacer escándalos ni molestarme, incluso le di un besote cuando me dijo que se iba a ir a una discoteca londinense a bailar con las chicas. -Diviértete mi amor-, le dije acaramelada. -Duérmete temprano, mañana es la final y debes sestar muy descansada-, me dijo también embelesado a mis labios. Acomodé el uniforme que tendría ante Evand, la raqueta, las zapatillas y el buzo que me pondría encima antes y después del partido. De una de las maletas saqué el cuaderno con todos los apuntes que había hecho de ella, viendo sus videos y me metí a la cama. Prendí una lamparita y empecé a repasar mis dibujitos. -De algo me sirvieron las clases de arte-, sonreí. En mi cabeza repasaba los videos, también. Me convencí que era difícil ganarle a Evand. Ella jugaba igual a un molino, sus mano
Evand no estaba en la cancha. Me extrañé porque siempre soy yo la tardona, en todos los partidos, je je je. Empecé a ejercitarme con Gina y con Maggi, lanzando pelotazos y el público empezó a impacientarse, pifiar, reclamar, dar zapatazos y pedir a la campeona. Por los parlantes, los organizadores también reclamaron para que Ruth entre a la cancha. Por un momento pensé que, en efecto, ella renunciaba a jugar la final. Sin embargo apareció ella, al rato, soberbia, altiva, majestuosa, igual a la reina de Egipto, señorial como si estuviera montada en un carruaje llevado por una docena de caballos, seguida por su séquito. Meneaba la raqueta y no dejaba de mirarme despectiva, minimizándome, empequeñeciéndome. El público estalló en una cerrada ovación, incluso puesto de pie, reconociéndola como la mejor del mundo. -Solo falta que le quieten la capa-, le dije a Ashley mientras ella me acomodaba la visera. -No pienses en tu rival, ataca siempre, no le des respiro-, me dijo. Eva