Las tribunas estaban repletas cuando entré a la cancha para enfrentar a la galesa Nancy Harrigan. Los hinchas me aplaudían, gritaban puestos de pie, me tomaban fotos y yo les reía, campaneando mi faldita y eso desataba aún más euforia. Los reporteros gráficos tomaban fotos de mis meneos y la manera que les juntaba los dientes, lanzaba mis pelos y alzaba mis hombros sensual y coqueta. --The queen of Wimbledon exuding glamor and coquetry, ladies and gentlemen-, decían. Me arrepentía, a gritos, no haber estudiado inglés porque quería entender qué es lo que proclamaban en los parlantes. Harrigan me miraba con la cara ajada, el rostro adusto y se había hecho un delicioso moño con su pelo rubio. Parecía una muñequita. Era muy alta, de largos brazos, delgada y lucía un uniforme destellante. Parecía una amazona. Yo estaba obligada a ganar, como sea. Ashley me había pedido que me pongas otras zapatillas para afianzarme a la cancha de juego, pero me opuse en forma terminante. -Son de mi am
Después que me cambié fui a ver el partido de Gina Ferreti contra la china Lang Xia. Me sentí junto a otras tenistas de la competición, todas ellas latinas, que no dejaban de reírse, hacer bromas, empujarse, jalarse los pelos y hablar de hombres. -Ay, Majors es un rorro-, escuché a una chica que parecía ser mexicana. -Es delicioso, me gusta ese hombre-, dijo otra juntando los dientes. -Yo estuve con Andrezj, salí varias noches con ese pibe y cuando fuimos a la cama su raqueta era de ping pong ¿viste?-, señaló otra haciendo reír a las tenistas en carcajadas. -A mí me gusta Marcial Boniek-, señaló otra. Ufffffffffff por qué dijo eso. Me encrespé, me puse roja como un tomate y la furia de los celos inyectó mis ojos. Me volví iracunda pero las chicas esas ni me vieron, siguieron hablando, riéndose y empujándose. ¡¡¡Mis celos otra vez me traicionaban!!! Estuve a punto de agarrarme a trompadas con ella, por gusto. Agaché la cabeza mortificada de mí misma. Le mandé un mensaje d
Magdalena entró a los vestidores con las nuevas zapatillas que me había traído para el Grand Slam. -Esta vez no vas a resbalar, Katty, le hemos puesto unas ranuras que te permitirán aferrarte muy bien a la cancha-, me fue explicando ella entusiasta y eufórica. Yo, sin embargo, pensaba en Marcial, sus besos, sus caricias y tenía mi cuerpo aún encendido en llamas. Apenas nos despertamos, luego de una velada de intensa pasión, volvimos a hundirnos debajo de las sábanos entre muchos miles de arrumacos y más besos, incluso lo repetimos en la ducha. Yo estaba demasiado frenética a su lado. Ashley se molestó. -Si no estás en tus cabales, no vas a ganar el partido-, me reclamó. Heather me ayudó a peinarme, ponerme la visera, las muñequeras y las medias. Las zapatillas me quedaron como guantes. -Son más cómodas-, me admiré. Magdalena reía de oreja a oreja. -Mi papá los acolchonó para que el telón se sienta libre y se arquee bien-, decía ella muy entusiasmada. Yo daba pasitos de ballet s
Como no tenía partido al día siguiente, Marcial me llevó de paseo por el río Támesis, en un crucero que hizo un tour por sus aguas. Fue mágico y romántico, viendo todos los atractivos turísticos de Londres, la ciudad, sus casas palaciegas, sus edificios modernos y sus museos, sus puentes y torres. Nos tomamos más de un millón de selfies, je je je. Luego fuimos a cenar cerca de la galería Whitechapel. Pedimos roast beef y baked beans. Deliciosos, aunque yo estaba más acaramelada viendo los ojos de Marcial., Él reía, me hablaba de muchas cosas, del club, de los trabajos del nuevo estadio, de los triunfos de Rebeca en el surf, de que abriría una academia de tenis y que solo jugaría a nivel aficionado, sin embargo yo me deleitaba con su sonrisa, su mirada, su barbita incipiente, su pelo alborotado y los vellos que emergían en su camisa desabrochada. Golpeaba mis rodillas recordando sus besos y caricias y pensaba en todos esos encantos tan masculinos que me despeinaban y me derretían co
Desde el comienzo empecé a mandarle globos a Beth y ella se desconcertó por completo. No lo esperaba. Pensaba que yo, siendo una desconocida, jugaría a la defensiva, tendría un juego timorato, metida en mi campo, y cohibida y que trataría de evitar sus voleas y drives, pero, al contrario, pasé al ataque de inmediato. Me puse adelante 3-0, enmudeciendo al estadio. La entrenadora de ella, se enfureció. -Don't neglect your back, daughter!-, le dijo. Rayos, la entrenadora de Moore era su propia mamá. Ella reaccionó, entonces, a apertrechó en su retaguardia y logró, al fin, mandarme sus implacables y efectivas voleas. Eso le permitió remontar y empatarme el partido, desatando otra vez la euforia del público. Eso me dio risa. Desafié a la gente que colmaba el estadio caminando delante de ellos, moviendo las caderas, cimbreando la faldita, tirando mis pelos, levantando los hombros y alzando los tobillos como waripolera. Los hinchas volvieron a molestarse y ésta vez se volvieron irasci
Otra vez los medios periodísticos y las competidoras volvieron a quejarse de mis manos. Decían que me habían puesto implantes de fierro, que eran ortopédicos, que por ello mis raquetazos estallaban como dinamita y que por lo tanto debía ser descalificada. -Ningún ser mortal en la Tierra puede hace volar una pelota a 400 kilómetros por hora-, decían enfurecidos medios y tenistas, pidiendo, a gritos, mi descalificación. Ponían foto de mis manos, con mis dedos retorcidos, gordos, amorfos y feos. -¡¡¡Esos dedos no son normales, son de un alien!!!-, decían irónicos, burlándose de mis deformidades. Los organizadores me sometieron, entonces, a nuevas pruebas, me tomaron radiografías, analizaron mi sangre y de nuevo los delegados de las tenistas dijeron que yo tomaba hormonas de hombre. -La testosterona ya te habría dado bigotes ja ja ja-, reía, como siempre, Marcial, cuando estábamos en la cama, después de una prolongada faena de mucho amor, deseos, caricias y múltiples besos. -Idiota-,
Cuando llegué a los vestidores para disputar las semifinales del Grand Slam, encontré a Gina Ferreti llorando sin consuelo, embozada en sus hombros, cubriéndose con la toalla. Su entrenadora le acariciaba los pelos. Mi amiga lloraba a gritos. -¿Qué pasa, Gina?-, me arrodillé a sus pies, tomando sus manos. -Evand me ganó, no pude vencerla-, se me abrazó llorando, alterada, muy afectada. -Ya habrá otra ocasión que le ganes, amiga-, me contagié de su llanto. -Fue injusto, dijo la entrenadora, también en español, Gina hizo un gran partido, perdió en el tie break-, decía. No lo sabía ni estaba enterada que había jugado temprano, antes que mi partido con Horvat. Me sentí mal. Debía haber estado aconsejándola. -Pensaba que podía ganarle, estaba emocionada, creía que podría-, no dejaba Gina de llorar. La había conocido tan alegre, distendida, jovial que verla llorar me afectó mucho. La abracé lo más fuerte que pude, incluso estremeciéndola con todas mis fuerzas. Eso la hizo sent
La rueda de prensa fue otra vez caótica, con empujones, gritos y muchos micrófonos, celulares y cámaras amontonadas frente a mis ojos. Yo parpadeaba admirada. -Hice mi juego, Horvat fue una rival muy exigente-, decía tratando de hilvanar frases coherentes, pero no podía por el tumulto. -¿Qué piensas de los desplantes de Evand?-, preguntó alguien. -No me importa Evand, yo juego por divertirme-, insistía yo. -Jugarás la final contra Evand ¿podrás ganarle?-, preguntó otro. Los periodistas ya sabían que yo no hablaba inglés. -Haré mi mayor esfuerzo-, fui diplomática. - Ella ya te ganó la final de Roland Garros-, me recordó uno más. -Cada partido es una historia diferente-, recordé sonriente lo que siempre decían los futbolistas. -El Perú entero delira con tus partidos-, dijo un compatriota. -Amo a mi país-, respondí orgullosa. Ashley me jaló del codo. -Disculpen damas y caballeros, pero esta señorita e va a descansar-, anunció y me sacó del gran tumulto mientras yo les reía y