En el aeropuerto me esperaba William rodeado de cientos de periodistas y reporteros gráficos que no dejaban de lanzarme preguntas, tomarme fotos y hacer videos. -¡Bienvenida la número dos del mundo!-, me dijo el presidente de la federación de tenis y me abrazó y besó emocionado. Yo no entendía nada y en realidad, estaba más preocupada buscando a Marcial para comérmelo a besos. Sin embargo, respondí a todas las preguntas hasta por casi dos horas. Me captaron muchísimas imágenes con el trofeo, me hicieron videos y debí tomarme un millón de selfies con aficionados, empleados, azafatas, policías y niños que por miles pugnaban, afanosos, por un recuerdo mío. Disipado, después de mucho rato, el alboroto, encontré al fin a Marcial, sentado en una banca, con las piernas cruzadas, la camina abierta mostrando sus vellos que me llevaban al delirio, la sonrisa larga y tan varonil que me derretía como a una una mantequilla y haciendo brillar sus ojos, con los fulgores que me excitaban y obnubil
Le hice el desayuno a Marcial. Él estaba muy cansado luego de la pletórica noche, idílica y romántica en el dormitorio de mi casa. Le hice un delicioso bistec con papas fritas, compré pan y pasé café. Jennifer me llamó preguntando por él. -Está durmiendo, ¿algún mensaje?-, me interesé. Ya me sentía su esposa y esa sensación de ama de casa me encantó. -Sí, que no se olvide que la ingeniera Hogan firma hoy la entrega del coliseo a mediodía, irán los periodistas, que se ponga terno, ¿irás tú?-, me preguntó entusiasmada. -Claro, por supuesto, allí estaré-, seguí sintiéndome muy suya de Marcial. -Ponte vestido, es una ocasión muy especial-, me aclaró. -¿No se molestarán los sponsors?-, me preocupé. -No porque habrán carteles en todo el coliseo de tus patrocinadores, ellos también han auspiciado la obra. Judy ya habló con ellos. Todo está fríamente calculado-, colgó. Ashley me llamó a mi móvil. -Te espero ahorita en el club Boniek-, me dijo y colgó sin que pudiera decirle nada.
Cuando llegué al club ya habían muchísimos periodistas. Jennifer y Judy también se han puesto vestidos entallados y lucían muy lindas. El flamante estadio emergía entre las sombras de los árboles como un gigante festivo, con muchos globos y cadenetas. Tenía capacidad para ocho mil espectadores, incluyendo palcos suite y contaba con un gimnasio, oficinas, salas de conferencia, cuatro vestidores y cancha alterna. Una maravilla. Quedé admirada. Entonces llegó Marcial en su auto. Sonreí y parpadeé emocionada al verlo, muy elegante con el terno impecable, bien peinado, la barbita retocada. Se apuró a abrir la otra puerta... y entonces ayudó a bajar a una rubia hermosa, curvilínea, entallada en un vestido rojo muy llamativo, con un gran escote donde aparecían sus pechos como globos. Los zapatos también rojos, las pantimedias y la sonrisa hermosa, dibujándose cautivante, sensual y sexy en sus labios tan divinos. Sentí los celos emanciparse, encenderse como grandes llamaradas dentro de m
Subí a mi carro y salí a toda prisa del club, llorando, maldiciendo, golpeando el timón y la guantera, dando patadas y haciendo que el auto zigzaguee por todas las pistas. Casi me estrello cinco veces, provoqué un accidente entre dos minivan, casi arrollo a un anciano y terminé enarenándome en una obra de construcción. Allí sin poder contenerme y tumbada sobre el timón me puse a llorar a gritos. Todos mi sueños de ser la esposa de Marcial se diluían con mis lágrimas y mi llanto interminable, las fantasías que había hecho al lado de él, soñándolo mío, convertida en su mujer, rodeada de hijos ahora me parecían fatuos y tontos, vacíos y hechos una mentira, y eso me hacía llorar más tanto que me daba cabezazos una y otra vez sobre el timón y me jalaba mis pelos con ira y furia, duchada de las lágrimas. En la noche llegó a mi casa Marcial. Yo había llorado todo el día, había roto jarrones, platos y pateé todos los muebles. Garabateé cientos de cuadernos, y rompí vestidos y faldas, jalán
Yo ya había estado antes en Queens, en la ciudad de Nueva York, donde queda Flushing Meadows el tradicional escenario del Open de Estados Unidos. Los partidos se realizan el estadio Arthur Ashe, el más grande del mundo. Estuve tres veces en la gran manzana cuando era policía, participando en cursos del manejo de armas pesadas. Como les conté antes, debido a la deformación de mis manos, podía resistir las patadas de las retrocargas y eso me hacía sumamente especial dentro de mi unidad con respecto a escopetas y rifles de alto voltaje. Durante los cursos, tuve muchos momentos libres y así pude conocer Queens, Nueva York, Brooklyn, incluso Harlem y todos esos barrios tradicionales que veía en revistas y películas. Antes de que cometiera ese horrible arrebato de celos en la entrega del estadio del club de Marcial, soñaba todas las noches en estar con él recorriendo esas calles, tomándome selfies y besándolo mucho, y ahora las aborrecía y las odiaba y no quería saber nada de paseos o t
Joan Ladd, mi primera rival en el Open, me complicó el partido. Yo estaba desconcentrada en realidad, aturdida y lloraba también. Me sentía muy mal, mi corazón sangraba y me sentía sin fuerzas, sin ganas, exánime y aburrida. Ella en cambio derrochaba entusiasmo en la cancha. Me ganó muy fácil el primer set 6-0. Ashley me tomó de la camiseta. -Escucha bien, perra, tú has venido a ganar el Open de Estados Unidos y yo no voy a dejar que arruines el sueño de Gina, Maggi, Heather o el mío de verte campeona. ¿Vas a darle el gusto a Evand? ¿Quieres eso? ¿Vas a volver a decepcionar a Marcial que hizo tanto por ti? ¡¡¡Reacciona, perra!!!-, me zarandeó con furia. Ella tenía razón. No podía volver a caer al abismo. Ya había estado en caída libre cuando me dieron de baja en la policía. ¿Qué me quedaba, entonces, si también me dejaba vencer, ahora, por mi desaliento y desánimo? Nada. Tan solo seguir cayendo al vacío. Me arreglé los pelos, junté los dientes, tomé la raqueta y sentí encende
-Ruth Evand está destrozando a todas sus rivales. Todos los sets los está ganando por 6-0. Está despiadada, demoledora y está jugando como nunca. La número uno del mundo se encuentra en su mejor momento-, decían los periodistas admirados, sorprendidos, estupefactos por el juego avasallante que exhibía Evand en el Open de Estados Unidos. Yo estaba en mi cuarto, con Gina y Maggi, todas echadas en mi cama, mirando el noticiero en la televisión. Ya era medianoche. -Evand está decidida a ganar el Open de Estados Unidos por cuarta vez consecutiva y poner de fiesta a sus compatriotas que la idolatran y tienen confianza en su calidad y talento, un juego efectivo, letal y contundente fuera de este mundo-, insistían los periodistas, sin dejar su asombro. -Ruth quiere reivindicarse de la derrota de Londres, la única que ha tenido en toda su carrera y asegura que Tecelao le ganó porque hizo trampa, ella se dopa y tiene las manos forradas con fierro-, aseguraron los hombres de prensa. -Est
En la tercera jornada rivalicé contra la serbia Sanja Bjelica, una de las favoritas del público. Ya había terminado mis flexiones y estiramientos. Gina me exigió mucho, igual Maggi. Entre las dos me hicieron sudar la gota gorda. Heather arregló mis pelos, me acomodó la visera y me amarró las zapatillas. -Bjelica te jugará a las espaldas, estoy segura de eso-, me dijo Ashley revisando su tablet. Asentí con la cabeza y me puse a dar brincos. -Me siento la mujer de acero-, dije y Gina y Maggi me aplaudieron enfervorizadas. -¡Así se habla, campeona!-, dijeron las dos a la vez. Cuando salimos a la cancha, en medio de muchos aplausos y vítores, quedé estupefacta. Ruth Evand le estaba dando indicaciones a Bjelica. Ella ya había ganado su partido, con los mismos marcadores de los anteriores: 6-0 y 6-0. -¿Qué hace ella allí?-, me molesté. -Deben ser amigas-, chasqueó la boca Gina. -¿Eso vale?-, también se molestó Maggi. -No importa lo que le diga, tú cuídate de la espa