En octavos de final enfrenté a una checa, muy hermosa, que era la décima del mundo y que había sido la gran sorpresa de las eliminatorias. Stanislava Pivarnik parecía una muñequita con sus pelos rubios encendidos, la mirada celeste y esa sonrisa larga dibujada en sus labios muy coquetos. Apenas practicamos antes de jugar, lanzándonos pelotas y descubrí, de inmediato, que su revés era poderoso. -Me va a complicar el partido-, junté los dientes. Ashley me daba masajes a los hombros, porque estaba muy tensa. -Juégale igual. Tu también usa tu revés-, me dijo. -¿Pero a una acción no debe haber una reacción?-, le bromeé. -En este caso se llama de igual a igual-, me palmoteó Ashley las sentaderas. Entonces el partido se hizo muy equilibrado, peleado, como decía mi entrenadora, de igual a igual. Los reveses de Stanislava eran respondidos de la igual manera. Los periodistas se miraban asombrados. -¿Cómo es posible que las dos jueguen de la misma forma?-, decían. Yo les escuchaba y
Después de darme una buena ducha en los vestidores, me tumbé en las mayólicas, secando mi pelo, esperando que Ashley me llame para la conferencia de prensa. Vi mi móvil y no había ningún mensaje de Marcial. Mi corazón se arrugó como un papel y me sentí morir. Las lágrimas volvieron a correr por mis ojos. -Malditos celos, me dije llorando, ya sin contenerme, justo cuando era tan dichosa, se interpusieron mis celos en mi felicidad ¿por qué demonios sufro tanto? ¿acaso para mí no existe o me está prohibida la felicidad? ¿por qué siempre he de sufrir, terminar así, llorando, sin poder disfrutar del amor? Yo amo a Marcial, ¿por qué nadie quiere entenderlo? Pero mis celos, mis malditos celos, me han arruinado la vida. ¡¡¡Ya no tengo nada!!! ¿No lo entienden? Mi vida sin Marcial no sirve, no vale nada. ¿Por qué siempre he de recibir balazos? ¡Maldita bala que tengo en el pecho! Con Marcial ni me importaba la bala, ahora quiero morir, Dios ¡¡¡Quiero morir!!!-, empecé a gritar descons
Hicimos el amor en forma intensa, desmedida, febriles y ardiendo en llamas. Yo estaba descontrolada. Había perdido todas las esperanzas con él y ahora que se encontraba de nuevo en mis brazos, disfrutando de sus besos y caricias, de su aliento tan varonil, me parecía estar sumergida en un espejismo del que no quería, sin embargo, escapar, porque me sentía en las nubes, dichosa, feliz, encantada y completamente excitada. Marcial también estaba emocionado. Lo sentí en sus besos llenos de fuegos. Él era, en realidad un lanzallamas que me volvía cenizas. Sus manos iban y venían por mis muslos, la espalda, mis caderas, mis posaderas y yo gemía y gemía, sollozaba sin detenerme, tratando que ese momento tan idílico se hiciera eterno. Lloraba sin detenerme además, disfrutando de esa realidad que, sin embargo me parecía mentira. No podía controlar mi llanto y Marcial se embelesaba con mi euforia, lo gozaba y eso lo excitaba más y más, haciendo explotar toda su virilidad conmigo. Volvió a co
En cuartos de final los enfrenté a la estadounidense Linda Buttler, quien era considerada la sucesora de Ruth Evand y decían todos los periodistas que me iba a ganar a ojos cerrados, pero yo ya era de acero, indestructible, la chica maravilla gracias a Marcial que me había devuelto la fe. Estaba en la cancha haciendo calistenia con Maggi, flexiones y Gina me lanzaba algunas pelotas, cuando ella, Buttler, entró a la cancha. Entonces se desató un sismo que remeció el estadio y me pareció que el piso se abría mis pies. Me asusté y miré aterrada a Heather. Ella estaba boquiabierta. El público puesto de pie había tributado una colosal bienvenida a Buttler, con una gran ovación, superior a cualquier cataclismo. -¡¡¡Buttler, Buttler, Buttler!!!-, gritaban los aficionados, brincando, dando puñetazos al aire, retumbando con sus vuvuzelas y haciendo estallar tambores y bombos. Un carnaval de gritos que me aturdía y ciertamente, me asustaba. Ella se puso a pelotear con sus asistentes
La sala de prensa estaba atiborrada de reporteros que me ametrallaban a preguntas. Los esfuerzos de los organizadores por evitar el caos y ordenar la conferencia, fueron inútiles. Soporté un alud de preguntas, empellones y me rodearon micrófonos, celulares y cámaras de videos. -Señores, señores, señores, he ganado a una rival muy complicada, de buen juego y ahora viene la semifinal contra la japonesa Mizuho Hamaguchi, gratísima revelación en el Open de Estados Unidos. Tendré que estar muy concentrada para lograr vencerla y sé que no será nada fácil-, dije en dos idiomas como me había enseñado Heather. Obviamente el partido ante Buttler no había sido complicado pero eso no lo pudo haber adivinado Heather, je. Todos me martillaban con Evand, amenazándome con hacerme polvo, que me destrozaría y que me daría de raquetazos en la cabeza, pero no respondía. Solo mascullaba en español, -en la cancha se ven las caras-, igual a un disco rayado. Intentamos cenar en la Quinta Avenida, pero
El estadio estaba repleto. Llegué de la mano con Marcial y los periodistas nos tomaban muchas fotos y hacían videos, así es que yo me recosté muy romántica a su brazo y él lucía orgulloso, inflando su pecho igual a un globo. Luego me dirigí a los vestidores con Gina, Maggi, Heather y Ashley, riéndonos, haciéndonos bromas, pero al llegar a los vestuarios nos dimos una horrible sorpresa. Los espejos estaban pintados con lápiz labial, insultándome con frases muy feas en inglés. Heather me lo dijo. Incluso había sangre chorreando en los vidrios. -Lo más suave que te dicen es perra-, estaba furiosa Heather. A mí, sin embargo, todo me daba risa. En mi etapa de policía había recibido infinidad de insultos y amenazas. Siendo teniente dirigí muchas operaciones contra sicarios y abatí numerosos delincuentes. Sus compinches entonces me decían, no de muy buenas maneras, que vengarían la muerte o captura de su jefe. Ashley se quejó con la organización y vinieron autoridades a tomar fotos de los
La silbatina, entonces, se hizo colosal, multitudinaria y ya no fueron cáscaras sino frutas enteras las que cayeron a mi campo, atacándome. Las chicas alcanza pelotas debieron multiplicarse para limpiar mi campo. Tuve un ligero acceso de tos al inicio del partido. Eso me dio más cólera e ínfulas, a la vez. -Maldita bala-, volví a rezongar fastidiada. Esos hincones y la tos siempre me recordaban mi tragedia. El juez principal pidió silencio y ordenó, ¡jueguen! Mizuho Hamaguchi había estado todo ese tiempo serena e indiferente, preocupada, solamente, en lo suyo. Su estrategia, sin embargo, lo descifré al momento. Ella trataría de tener siempre la iniciativa, atacarme constantemente y evitar mis raquetazos. Mi rival pensaba que sin darme ocasión a respuesta haría los puntos suficientes para ganar. La dejé sumar puntos. Mi idea fue que ella se confiara. La había visto tan tranquila que supuse que su confianza terminaría por traicionarla. Lo que hice fue una reacción a su acción, al
La conferencia de prensa fue, una vez más, un intenso griterío, con muchos incidentes, empujones, alaridos y una avalancha de preguntas que se me hizo difícil responder. Me ametrallaban en todos los idiomas. A la oficina de prensa del Gran Slam, se le hizo imposible controlar el desorden y acallar la vocinglería. Nadie podía estar quieto y se arremolinaban en torno mío, disparándome sin darme respiro. -Me gustan esas provocaciones, me hacen más fuerte-, dije refiriéndome a los ataques de Ruth Evand. -Hamaguchi hizo un gran partido, debí usar toda mi fuerza para vencerla-, respondí a una reportera. -Estoy segura que la final será contra Evand. Ella me ganó en parís y yo en Londres, será el momento de demostrar quién es la mejor-, aclaré a otro cronista. -No, no temo a nada. Fui entrenada para no tener miedo-, revelé a los periodistas. -Enfrentar a Evand es tan o más complicado que desarmar una bomba de veinte toneladas de dinamita-, estallé en risas. -Evand podrá decir todo lo q