Ashley trajo el video del partido de Evand que le ganó 6-0 y 6-0 a Carter. Yo estaba embobada y boquiabierta viendo la televisión. Daban una serie de estreno y tenía mis quijadas descolgadas. A Heather le dio mucha risa. -Pero si no entiendes nada de inglés-, se lanzó ella a mi cama. -No entiendo mucho, solo algo-, balbuceaba yo, impactada, sin embargo, por la vorágine de acción, adrenalina, carros volando, bombas estallando, muchos balazos y chicas gritando que veía en la pantalla chica. Gina y Maggi llegaron al rato, riéndose, empujándose, jalándose el pelo. -¿Qué pasa, chicas?-, se extrañó Ashley viéndolas tan efusivas, sin dejar de reírse. -Maggi estuvo coqueteando con un mozo-, soltó, al fin Gina. -No es cierto tú fuiste el que le dijo que estaba lindo-, se defendió Magdalena. -¡Ve estas bandidas, coqueteando con los hombres!-, me molesté. -Es que en verdad ese mozo está lindo-, parpadeó sus ojitos Maggi. -¡¡Tienes novio!!-, le reclamó riéndose Heather. -Je je je, una
Estuvimos hasta pasada la medianoche repasando el video, analizando el juego de Evand, tratando de encontrarle errores, pero nos era imposible. Ella resultaba exacta, precisa y matemática en todos sus movimientos, como si fuera un androide. -Ya le gané una vez, le volveré a ganar-, dije finalmente. Ashley apagó la laptop y lo dejó en mi mesita de centro, exhaló pesimismo y me besó en la mejilla. -Duerme bien, princesa-, me dijo y salió. Gina y Maggi también salieron hablando entre ellas. Heather me abrazó. -Confiamos en ti, Katty-, me dijo haciendo brillar su risita. Me quedé sola. Apagué las luces y me metí debajo de los edredones. Repasé en mi mente las imágenes de Evand, tan precisa y contundente. De reporte recordé algo que me dijo mi jefe en la unidad, cuando yo era policía. Fue después que enfrentamos a un ejército de narcos en la selva peruana. Habíamos destruido un laboratorio clandestino. Recordé que estaba sudorosa, cansada, y trataba de desacelerar mi corazón. Sentí
Me desperté tarde. Me duché de prisa y bajé corriendo al comedor. Marcial ya me esperaba en una mesa. -Las chicas desayunaron, están en sus cuartos, cambiándose y alistándose para ir al estadio, eres una tardona-, me regañó, besándome en la boca. -Ay estuve repasando unas cosas y se me hizo tarde-, le dije azorada. Él me acomodó una silla. Ufff cómo me gustaban esos detalles de él. Encendían de inmediato mis fuegos. Pedí una naranjada y tostadas. Él desayunó huevos revueltos con tocino y café con leche. Estábamos hablando de cosas triviales, cositas de enamorados, cuando de pronto Ruth Evand irrumpió en el comedor, con su séquito, rodeado de periodistas, alborotando el comedor, desatando una intensa vocinglería y un desesperante tumulto. Se empinaron los mozos, los huéspedes empezaron a tomar fotos con sus móviles y todo se hizo un gigantesco griterío. -¿Vieron? Yo soy la sensación, en cambio a los segundones nadie les hace caso, desayunando solitos sin que siquiera los acompa
Marcial nos esperaba a la entrada de los vestidores. Me despojé del buzo tranquila. Hice los estiramientos que me ordenó Maggi e hice numerosos ejercicios físicos. Gina estaba sobre las mayólicas mirando por la ventana. -Hay como treinta mil personas en las tribunas-, estaba ella admirada. Afuera los aficionados cantaban, gritaban, vivaban el nombre de Ruth Evand, atronaban las vuvuzelas, repicaban los tambores y todo era una gran fiesta. Una imagen enorme de Evand se paseaba por las graderías y el público, cada dos por tres, gritaban ¡Evand! después de atronar con sus aplausos, lanzando puñetazos al aire. Dentro de los vestidores se sentía los temblores cada vez que los hinchas pataleaban repitiendo sin cansarse, ¡Evand! ¡Evand! ¡Evand! Ashley repasó una vez más la estrategia. -Debes atacar con fuerza, aplica todo tu poder-, me decía ella resoluta. Yo asentía y mordía mis labios, grabándome sus indicaciones. Heather se aupó. Escuchaba las noticias en su móvil. -Evand dice que er
Yo lo había estudiado todo, como me había recomendado Ionna Koutoudxídou. El peso exacto de ella, de la pelota y de las raquetas, las distancias, la velocidad de los balonazos de Evand y la mía, la fuerza y los espacios, el tamaño de ella y el mío, los trancos, los saltos, todo estaba en mi cabeza, como una gran pantalla de fórmulas y resultados. -Una bomba, me decía mi jefe de la unidad de desactivación de explosivos, es un arma letal, hecha para matar, el que la hizo o fabricó pensaba en eso, en matar, no en estallar, ojo, sino en asesinar, volar por los aires a sus víctimas. Debes asumir siempre esos artefactos como un enemigo que te quiere muerta, entonces ya estarás en ventaja porque habrás adivinado sus deseos e intenciones- Ruth Evand me quería muerta entonces, y era una bomba a punto de reventar. Quería volarme en pedazos, porque me veía como una enemiga mortal. Entonces, ya sabía lo que ella quería: hacerme polvo, destrozarme, que me haga pedazos con sus dinamitazos y en
El estadio seguía en silencio. Los treinta mil espectadores estaban estupefactos, entumecidos, sin reacción y ciertamente admirados de lo que yo hacía en la cancha. Lo único que escuchaba eran los gritos de Marcial, celebrando cada punto que iba sumando. -¡Bien, Katty!-, decía una y otra vez. Cuando me puse 3-0, Gina y Maggi empezaron a gritar, también, eufóricas, saltando y dando puñetazos al aire. Ashley me decía que siguiera aporreando a Evand. -¡Sigue, sigue, sigue!-, decía también contagiada por la fiesta que hacían Gina y Maggi. Heather no dejaba de ver el cronómetro. -Mamá, mamá, faltan cuatro minutos, no lo va a lograr, le va a faltar tiempo-, estaba ella aterrada, más preocupada en que yo lograse los treinta minutos que había prometido al periodismo y al mundo entero de que iba a ganarle a Evand. Los comentaristas tenían un aire sepulcral en sus frases y parecían anunciar una gran tragedia en cada una de sus palabras. -Tecelao está humillando a Evand, sus raquetazos son
Me dieron un hermoso trofeo, que pesaba una tonelada. La sujeté con las dos manos porque parecía estar cargando a un elefante, y se lo mostré a todo el público que no dejaba de cantar, vivar mi nombre y aplaudir trepidando todas las puertas y ventanas del estadio. Me despedí de ellos, sonriendo, alzando una mano, abrazada de Marcial, rodeada de Gina, Maggi, Heahter y Ashley. Mis amigas lloraban, no dejaban de llorar y yo reía. Mi sonrisa estaba estampada en mis labios. Después de ducharme fui con todo mi séquito a la conferencia de prensa. Si antes fue caótico, esa vez fue peor, je. Todos los reporteros preguntaban, gritaban, se empujaban, me tomaban fotos, me hacían videos y yo seguía riendo, sentada en una butaca delante de los periodistas, riendo coqueta, jugando con mis pelos, cruzando las piernas. -Sean mis primeras palabras para agradecer a ese público hermoso que me aplaudió tanto y no dejó jamás de vivar mi nombre-, dije entonces, arrugando mi naricita y mordiendo la l
Al día siguiente los periodistas y paparazzis me hicieron muchas fotos y videos en el mirador del Empire State, en Manhattan. Acudí con un vestido verde agua, muy entallado, llevando el trofeo y acompañada de todo mi séquito. Ellas vestían los buzos que exigían los patrocinadores. La rueda de prensa se hizo con mucho orden, sin empellones, por turnos. Yo les mostraba a los reporteros el trofeo sin despintar la sonrisa. Lucía mis pelos sueltos, aleonados y me sentía muy hermosa, sexy y sensual. Disfrutaba de la velada. -¿Dejarás el tenis?-, me preguntó un reportero adivinando mis intenciones después que Marcial me pidió casarme con él. -Sí, jugaré algunos torneos, me casaré con Marcial y dejaré el tenis-, anuncié. Eso ya lo había pensado toda la noche luego de una intensa y tórrida velada romántica, en brazos de mi ahora prometido en matrimonio. -Se retira siendo la número uno del mundo-, dijo otro. Eso también lo sabía. Ganar el Gran Slam de Estados Unidos, me catapult