Marcial nos esperaba a la entrada de los vestidores. Me despojé del buzo tranquila. Hice los estiramientos que me ordenó Maggi e hice numerosos ejercicios físicos. Gina estaba sobre las mayólicas mirando por la ventana. -Hay como treinta mil personas en las tribunas-, estaba ella admirada. Afuera los aficionados cantaban, gritaban, vivaban el nombre de Ruth Evand, atronaban las vuvuzelas, repicaban los tambores y todo era una gran fiesta. Una imagen enorme de Evand se paseaba por las graderías y el público, cada dos por tres, gritaban ¡Evand! después de atronar con sus aplausos, lanzando puñetazos al aire. Dentro de los vestidores se sentía los temblores cada vez que los hinchas pataleaban repitiendo sin cansarse, ¡Evand! ¡Evand! ¡Evand! Ashley repasó una vez más la estrategia. -Debes atacar con fuerza, aplica todo tu poder-, me decía ella resoluta. Yo asentía y mordía mis labios, grabándome sus indicaciones. Heather se aupó. Escuchaba las noticias en su móvil. -Evand dice que er
Yo lo había estudiado todo, como me había recomendado Ionna Koutoudxídou. El peso exacto de ella, de la pelota y de las raquetas, las distancias, la velocidad de los balonazos de Evand y la mía, la fuerza y los espacios, el tamaño de ella y el mío, los trancos, los saltos, todo estaba en mi cabeza, como una gran pantalla de fórmulas y resultados. -Una bomba, me decía mi jefe de la unidad de desactivación de explosivos, es un arma letal, hecha para matar, el que la hizo o fabricó pensaba en eso, en matar, no en estallar, ojo, sino en asesinar, volar por los aires a sus víctimas. Debes asumir siempre esos artefactos como un enemigo que te quiere muerta, entonces ya estarás en ventaja porque habrás adivinado sus deseos e intenciones- Ruth Evand me quería muerta entonces, y era una bomba a punto de reventar. Quería volarme en pedazos, porque me veía como una enemiga mortal. Entonces, ya sabía lo que ella quería: hacerme polvo, destrozarme, que me haga pedazos con sus dinamitazos y en
El estadio seguía en silencio. Los treinta mil espectadores estaban estupefactos, entumecidos, sin reacción y ciertamente admirados de lo que yo hacía en la cancha. Lo único que escuchaba eran los gritos de Marcial, celebrando cada punto que iba sumando. -¡Bien, Katty!-, decía una y otra vez. Cuando me puse 3-0, Gina y Maggi empezaron a gritar, también, eufóricas, saltando y dando puñetazos al aire. Ashley me decía que siguiera aporreando a Evand. -¡Sigue, sigue, sigue!-, decía también contagiada por la fiesta que hacían Gina y Maggi. Heather no dejaba de ver el cronómetro. -Mamá, mamá, faltan cuatro minutos, no lo va a lograr, le va a faltar tiempo-, estaba ella aterrada, más preocupada en que yo lograse los treinta minutos que había prometido al periodismo y al mundo entero de que iba a ganarle a Evand. Los comentaristas tenían un aire sepulcral en sus frases y parecían anunciar una gran tragedia en cada una de sus palabras. -Tecelao está humillando a Evand, sus raquetazos son
Me dieron un hermoso trofeo, que pesaba una tonelada. La sujeté con las dos manos porque parecía estar cargando a un elefante, y se lo mostré a todo el público que no dejaba de cantar, vivar mi nombre y aplaudir trepidando todas las puertas y ventanas del estadio. Me despedí de ellos, sonriendo, alzando una mano, abrazada de Marcial, rodeada de Gina, Maggi, Heahter y Ashley. Mis amigas lloraban, no dejaban de llorar y yo reía. Mi sonrisa estaba estampada en mis labios. Después de ducharme fui con todo mi séquito a la conferencia de prensa. Si antes fue caótico, esa vez fue peor, je. Todos los reporteros preguntaban, gritaban, se empujaban, me tomaban fotos, me hacían videos y yo seguía riendo, sentada en una butaca delante de los periodistas, riendo coqueta, jugando con mis pelos, cruzando las piernas. -Sean mis primeras palabras para agradecer a ese público hermoso que me aplaudió tanto y no dejó jamás de vivar mi nombre-, dije entonces, arrugando mi naricita y mordiendo la l
Al día siguiente los periodistas y paparazzis me hicieron muchas fotos y videos en el mirador del Empire State, en Manhattan. Acudí con un vestido verde agua, muy entallado, llevando el trofeo y acompañada de todo mi séquito. Ellas vestían los buzos que exigían los patrocinadores. La rueda de prensa se hizo con mucho orden, sin empellones, por turnos. Yo les mostraba a los reporteros el trofeo sin despintar la sonrisa. Lucía mis pelos sueltos, aleonados y me sentía muy hermosa, sexy y sensual. Disfrutaba de la velada. -¿Dejarás el tenis?-, me preguntó un reportero adivinando mis intenciones después que Marcial me pidió casarme con él. -Sí, jugaré algunos torneos, me casaré con Marcial y dejaré el tenis-, anuncié. Eso ya lo había pensado toda la noche luego de una intensa y tórrida velada romántica, en brazos de mi ahora prometido en matrimonio. -Se retira siendo la número uno del mundo-, dijo otro. Eso también lo sabía. Ganar el Gran Slam de Estados Unidos, me catapult
Nos casamos en donde nos vimos y nos conocimos por primera vez, la cancha cuatro del club de tenis de Marcial. Jennifer y Judy se encargaron de decorarla el espacio con muchas flores, rosas, globos, pusieron las sellas, el altar y el tabladillo para el coro. Contrataron músicos para la marcha nupcial y reservaron el gimnasio principal para la recepción. Vinieron muchos invitados y por supuesto cientos de periodistas. Elegí como mis damas de honor a Gina, Maggi, Ashley y Heather, a las cuatro. Un día antes de la boda fui a la cafetería del club. Milton estaba afanoso sirviendo jugos y tostadas a unos tenistas que habían terminado de jugar un ardoroso partido de dobles y no se cansaban de haber bromas. -Hola Kathy, ¿qué te sirvo?-, se entusiasmó él al verme. Como era su manía, limpió sus manos en un mantelito. Lo hacía más por costumbre que por secarlas. Le era como un tic. -Ya desayuné, Milton, solo quería pedirte un gran favor-, le dije, haciendo brillar mis ojos. Milton se ex
La luna de miel la pasamos en Trujillo, la tierra de la madre de Marcial y donde él había pasado su niñez. Su hermano tenía una gran e idílica finca donde criaba caballos de paso. A Marcial le dio risa que yo les tuviera tanto miedo a los equinos. -Los caballos no hacen nada, mi amor-, me decía viéndome reticente a acercarme a ellos. Lo que no sabía Marcial es que yo aún tenía presente en mi recuerdo cuando un camello me persiguió furioso en El Cairo y no quería volver a vivir una experiencia igual je je je. Dos meses después quedé embarazada. Marcial saltó, gritó, aulló y hasta bailó encima de la mesa, presa de la emoción, sin embargo a mí me preocupaba la bala que tenía metido en el pecho. -El esfuerzo por dar a luz podría matarme, no olvides que tengo una bala pegada al corazón-, fue exactamente lo que le dije a Marcial. Entonces toda la fiesta que había pintada en su cara se desplomó como un castillo de naipes, sus ojos se encharcaron de lágrimas, empalideció y su quijada
-Señor Boniek, su bebé es varoncito-, se le acercó una enfermera, con la voz serena, apacible, igual a un viento sutil, acariciando la tarde. Marcial miró la carita de ángel de su hijo y las lágrimas le chorrearon a cascadas por las mejillas. Se deleitó con la naricita chiquita del pequeñín, su frente amplia, su boquita deliciosa, tratando de dibujar una mueca graciosa y se convenció que era igualito a él. Tembló de emoción, quiso tocar sus deditos, pero se contuvo, y de inmediato se aupó para tratar de ver por las puertas de la zona de maternidad. Los médicos salían con las caras largas, en silencio, igual si fueran sombras. Marcial sabía que algo malo había pasado. Nadie decía nada y los galenos estaban sudorosos, afligidos y cansados. -¿Y mi esposa?-, se aterró, entonces, desorbitó los ojos y volvió a temblar esta vez con más furia y sus rodillas empezaron a doblarse, a derretirse como mantequilla, sumido en el pánico. Su corazón empezó a latir muy fuerte, como un redoble maca