Cuando llegué al club ya habían muchísimos periodistas. Jennifer y Judy también se han puesto vestidos entallados y lucían muy lindas. El flamante estadio emergía entre las sombras de los árboles como un gigante festivo, con muchos globos y cadenetas. Tenía capacidad para ocho mil espectadores, incluyendo palcos suite y contaba con un gimnasio, oficinas, salas de conferencia, cuatro vestidores y cancha alterna. Una maravilla. Quedé admirada. Entonces llegó Marcial en su auto. Sonreí y parpadeé emocionada al verlo, muy elegante con el terno impecable, bien peinado, la barbita retocada. Se apuró a abrir la otra puerta... y entonces ayudó a bajar a una rubia hermosa, curvilínea, entallada en un vestido rojo muy llamativo, con un gran escote donde aparecían sus pechos como globos. Los zapatos también rojos, las pantimedias y la sonrisa hermosa, dibujándose cautivante, sensual y sexy en sus labios tan divinos. Sentí los celos emanciparse, encenderse como grandes llamaradas dentro de m
Subí a mi carro y salí a toda prisa del club, llorando, maldiciendo, golpeando el timón y la guantera, dando patadas y haciendo que el auto zigzaguee por todas las pistas. Casi me estrello cinco veces, provoqué un accidente entre dos minivan, casi arrollo a un anciano y terminé enarenándome en una obra de construcción. Allí sin poder contenerme y tumbada sobre el timón me puse a llorar a gritos. Todos mi sueños de ser la esposa de Marcial se diluían con mis lágrimas y mi llanto interminable, las fantasías que había hecho al lado de él, soñándolo mío, convertida en su mujer, rodeada de hijos ahora me parecían fatuos y tontos, vacíos y hechos una mentira, y eso me hacía llorar más tanto que me daba cabezazos una y otra vez sobre el timón y me jalaba mis pelos con ira y furia, duchada de las lágrimas. En la noche llegó a mi casa Marcial. Yo había llorado todo el día, había roto jarrones, platos y pateé todos los muebles. Garabateé cientos de cuadernos, y rompí vestidos y faldas, jalán
Yo ya había estado antes en Queens, en la ciudad de Nueva York, donde queda Flushing Meadows el tradicional escenario del Open de Estados Unidos. Los partidos se realizan el estadio Arthur Ashe, el más grande del mundo. Estuve tres veces en la gran manzana cuando era policía, participando en cursos del manejo de armas pesadas. Como les conté antes, debido a la deformación de mis manos, podía resistir las patadas de las retrocargas y eso me hacía sumamente especial dentro de mi unidad con respecto a escopetas y rifles de alto voltaje. Durante los cursos, tuve muchos momentos libres y así pude conocer Queens, Nueva York, Brooklyn, incluso Harlem y todos esos barrios tradicionales que veía en revistas y películas. Antes de que cometiera ese horrible arrebato de celos en la entrega del estadio del club de Marcial, soñaba todas las noches en estar con él recorriendo esas calles, tomándome selfies y besándolo mucho, y ahora las aborrecía y las odiaba y no quería saber nada de paseos o t
Joan Ladd, mi primera rival en el Open, me complicó el partido. Yo estaba desconcentrada en realidad, aturdida y lloraba también. Me sentía muy mal, mi corazón sangraba y me sentía sin fuerzas, sin ganas, exánime y aburrida. Ella en cambio derrochaba entusiasmo en la cancha. Me ganó muy fácil el primer set 6-0. Ashley me tomó de la camiseta. -Escucha bien, perra, tú has venido a ganar el Open de Estados Unidos y yo no voy a dejar que arruines el sueño de Gina, Maggi, Heather o el mío de verte campeona. ¿Vas a darle el gusto a Evand? ¿Quieres eso? ¿Vas a volver a decepcionar a Marcial que hizo tanto por ti? ¡¡¡Reacciona, perra!!!-, me zarandeó con furia. Ella tenía razón. No podía volver a caer al abismo. Ya había estado en caída libre cuando me dieron de baja en la policía. ¿Qué me quedaba, entonces, si también me dejaba vencer, ahora, por mi desaliento y desánimo? Nada. Tan solo seguir cayendo al vacío. Me arreglé los pelos, junté los dientes, tomé la raqueta y sentí encende
-Ruth Evand está destrozando a todas sus rivales. Todos los sets los está ganando por 6-0. Está despiadada, demoledora y está jugando como nunca. La número uno del mundo se encuentra en su mejor momento-, decían los periodistas admirados, sorprendidos, estupefactos por el juego avasallante que exhibía Evand en el Open de Estados Unidos. Yo estaba en mi cuarto, con Gina y Maggi, todas echadas en mi cama, mirando el noticiero en la televisión. Ya era medianoche. -Evand está decidida a ganar el Open de Estados Unidos por cuarta vez consecutiva y poner de fiesta a sus compatriotas que la idolatran y tienen confianza en su calidad y talento, un juego efectivo, letal y contundente fuera de este mundo-, insistían los periodistas, sin dejar su asombro. -Ruth quiere reivindicarse de la derrota de Londres, la única que ha tenido en toda su carrera y asegura que Tecelao le ganó porque hizo trampa, ella se dopa y tiene las manos forradas con fierro-, aseguraron los hombres de prensa. -Est
En la tercera jornada rivalicé contra la serbia Sanja Bjelica, una de las favoritas del público. Ya había terminado mis flexiones y estiramientos. Gina me exigió mucho, igual Maggi. Entre las dos me hicieron sudar la gota gorda. Heather arregló mis pelos, me acomodó la visera y me amarró las zapatillas. -Bjelica te jugará a las espaldas, estoy segura de eso-, me dijo Ashley revisando su tablet. Asentí con la cabeza y me puse a dar brincos. -Me siento la mujer de acero-, dije y Gina y Maggi me aplaudieron enfervorizadas. -¡Así se habla, campeona!-, dijeron las dos a la vez. Cuando salimos a la cancha, en medio de muchos aplausos y vítores, quedé estupefacta. Ruth Evand le estaba dando indicaciones a Bjelica. Ella ya había ganado su partido, con los mismos marcadores de los anteriores: 6-0 y 6-0. -¿Qué hace ella allí?-, me molesté. -Deben ser amigas-, chasqueó la boca Gina. -¿Eso vale?-, también se molestó Maggi. -No importa lo que le diga, tú cuídate de la espa
En octavos de final enfrenté a una checa, muy hermosa, que era la décima del mundo y que había sido la gran sorpresa de las eliminatorias. Stanislava Pivarnik parecía una muñequita con sus pelos rubios encendidos, la mirada celeste y esa sonrisa larga dibujada en sus labios muy coquetos. Apenas practicamos antes de jugar, lanzándonos pelotas y descubrí, de inmediato, que su revés era poderoso. -Me va a complicar el partido-, junté los dientes. Ashley me daba masajes a los hombros, porque estaba muy tensa. -Juégale igual. Tu también usa tu revés-, me dijo. -¿Pero a una acción no debe haber una reacción?-, le bromeé. -En este caso se llama de igual a igual-, me palmoteó Ashley las sentaderas. Entonces el partido se hizo muy equilibrado, peleado, como decía mi entrenadora, de igual a igual. Los reveses de Stanislava eran respondidos de la igual manera. Los periodistas se miraban asombrados. -¿Cómo es posible que las dos jueguen de la misma forma?-, decían. Yo les escuchaba y
Después de darme una buena ducha en los vestidores, me tumbé en las mayólicas, secando mi pelo, esperando que Ashley me llame para la conferencia de prensa. Vi mi móvil y no había ningún mensaje de Marcial. Mi corazón se arrugó como un papel y me sentí morir. Las lágrimas volvieron a correr por mis ojos. -Malditos celos, me dije llorando, ya sin contenerme, justo cuando era tan dichosa, se interpusieron mis celos en mi felicidad ¿por qué demonios sufro tanto? ¿acaso para mí no existe o me está prohibida la felicidad? ¿por qué siempre he de sufrir, terminar así, llorando, sin poder disfrutar del amor? Yo amo a Marcial, ¿por qué nadie quiere entenderlo? Pero mis celos, mis malditos celos, me han arruinado la vida. ¡¡¡Ya no tengo nada!!! ¿No lo entienden? Mi vida sin Marcial no sirve, no vale nada. ¿Por qué siempre he de recibir balazos? ¡Maldita bala que tengo en el pecho! Con Marcial ni me importaba la bala, ahora quiero morir, Dios ¡¡¡Quiero morir!!!-, empecé a gritar descons