– Martí – otro grito, así había transcurrido la mañana – será que me puedes traer las copias joder.
– Un momento señor – respondió la chica levantándose de su escritorio nuevamente.
– Quiero que entres conmigo a la reunión de hoy – ordenó de forma autoritaria el hombre al ella entrar a su oficina con las copias de algunos posibles clientes, las chicas del edificio lo habían apelado “el jefe maniático play boy” – quiero que estés pendiente de la comida, el agua y todas las necesidades de nuestros invitados, que nada les haga falta, si quieren aunque sea un tampón tú tienes que dárselo.
La chica miraba la boca del hombre y sus rasgos mientas hablaba, no era feo, en absoluto, para tener treinta y pico de año se veía en perfecto estado se cuidaba muy bien pero tampoco para que lo llamaran play boy, solo era un hombre simpático y musculoso, se notaba que cuidaba su figura, muchos hombres también lo hacían en esa ciudad, nada que envidiarle a cualquier otro físicamente, claro que él había heredado empresa más grande de la ciudad. Le llevaba la contabilidad a la mayoría de los supermercados y algunas compañías adyacentes.
– Martí préstame atención coño.
– Sí señor le estoy prestando atención, quiere que este pendiente de las necesidades de los invitados, que nada les haga falta, si quieren aunque sea un tampón yo tengo que dárselo – recitó con exacta precisión y pesadez.
Pero no importaba lo simpático o adinerado que fuera el hombre, su forma de ser, la fama de ser mujeriego, agresivo y un hijo de su madre con los empleados lo hacía detestarlo.
– ¿entonces haces aquí? ¿Quieres que te felicite por recordar lo que dije? Anda a trabajar.
Virgen de los idiotas dame paciencia porque si me das fuerza con esa perfecta corbata que trae lo ahorcaré – pensó la chica.
-– ¿aún sigues aquí? Ve a preparar el café que los invitados deben estar por llegar.
– Sabe cómo es la cosa grandísimo idiota – gritó – yo trabajo en esta oficina como ayudante de contabilidad en una oficina alterna con mi propio jefe, soy quien más trabaja porque mi jefe nunca aparece y llevo el peso de lo que se hace, soy quien más trabaja quien tiene quien peor paga tiene, quitando eso no soy su sirvienta ni su secretaria, me tienes harta además de que me parece una completa estupidez que me ponga a hacer estas tareas cuando usted tiene a una secretaría con la que todo el mundo dice que se acuesta y nunca hace una mier…
– Quiero la carta de renuncia ahora mismo – gritó sin dejarla terminar.
– En su despacho la tendrá.
– Martí – escuchar su apellido la había hecho volver a la realidad, esas eran las cosas que siempre había deseado hacer y gritarle a su jefe pero estaba convencida que nunca podría hacerlo – ¿Qué haces allí parada niña, estás indispuesta?
– No señor, solo estoy un poco cansada – respondió rápidamente, ese hombre hacía que se activara su estado de ansiedad.
– ¿y entonces? Eso no es mi problema vaya a trabajar.
La chica caminó a grandes zancadas y se encerró en su oficina compartida, daba gracias de que el contador ese día no había aparecido allí. Su pecho subía y baja una ola de ansiedad estaba a punto de atacarla, descalzándose los tacones y soltando los primeros dos botones de la camisa se recostó del único sillón de madera que había allí. Las ganas de gritar y llorar la invadían, comenzaba a temblar, sentía un nudo atorado en la garganta.
Se paró descalza de sillón tomando su bolso y buscando torpemente sus pastillas para controlar la ansiedad, su mano estaba dentro de aquella pequeña bolsa buscando con frenesí sin conseguir el blíster, estaba segura que lo había colocado allí, nunca salía sin él. Perdiendo la paciencia volteó el bolso dejando caer todo lo que estaba dentro en el suelo, se sentó en el piso rebuscando en todo lo que había caído, lo encontró pero el blíster estaba vacío, paso la lengua por sus labios resecos y colocó los mechones que le caían en la cara detrás de sus orejas.
– Bendito seas –murmuró. Inhalaba y exhalaba agitadamente sentada en el piso con todas las cosas regadas, era un muy terrible momento para tener un ataque de ansiedad, aunque nunca era un buen momento para tenerlo. La puerta se abrió dejando mostrar a la secretaria del jefe.
– Dayla dice Arturo que… – la pelirroja la miró asombrada por su estado – ¿nena que pasó?
– Mi medicina, se acabó, necesito con urgencia una pastilla Clonzep – respondió roca apenas pudo hablar, sentía una presión terrible en el pecho que le impedía respirar.
– Enseguida – la pelirroja cerró la puerta y apareció minutos después con un vaso de agua y una pequeña pastilla.
Dayla la cogió sin pensar, se la echó a la boca y tomó un gran trago de agua, la pelirroja la ayudó a levantarse y la sentó en el sillón de madera, recogió todo lo que había en el piso, lo metió dentro del bolso y lo colocó en el perchero.
– Le diré al jefe que has ido por unos aperitivos que vuelves en un momento dando chanche mientras te recuperas ¿va?
Ella asintió con los ojos cerrados sin ni siquiera voltear a verla. Había pasado un rato la morena no sabía cuánto pero la respiración se había vuelto normal, la presión en el pecho había desaparecido, necesitaba aprender a controlarse más no podía ser dependiente de pastillas.
El toqueteo de la puerta la hizo abrir los ojos.
– Day la reunión va a comenzar, el jefe te sigue buscando, hoy está más insoportable que nunca, me tiene corriendo por todos lados y anda gritando que si habías ido a hornear los pastelitos a china – dijo la pelirroja asomando la cabeza por la puerta.
– En un momento voy para allá – le dio una sonrisa de medio lado, la pelirroja asintió y salió cerrando la puerta.
Soltó un largo suspiro se acomodó la falda, abotonó su camisa y se volvió a colocar sus tacones negro – no dejes que nada te afecte Dayla, no dejes – se repitió mentalmente.
Al salir de la oficina la pelirroja la miró dándole una sonrisa desde su puesto de secretaria, la morena lucía, normal, serena y tranquila, como si no se hubiera derrumbado en ningún momento.
– Iré a la panadería de la esquina a ver que encuentro para que Arturo no le dé un ataque de ira por mi ausencia.
– Pedí unos pastelitos gallegos y unas trufas para repartir por delivery según son en cinco minutos deben estar por llegar.
– Gracias Aileen te debo una, iré a esperarlos en la entrada.
La morena recibió el delivery y subió a la sala de juntas, todos los invitados estaban alrededor de una gran mesa, Aileen estaba a un costado de la sala con varias carpetas mientas Arturo exponía delante de sus posibles nuevos clientes las gráficas de los estados financieros hechos por ella. La reunión duró alrededor de una hora en el descanso Dayla sirvió lo comprado junto a la pelirroja que apareció de repente con coca – colas y agua. La chica podía ser una perezosa que nunca veía trabajar o en su puesto de trabajo pero ese día se estaba comportando como una campeona.
Al terminar la reunión los inversores lo felicitaron por el buen trabajo y las excelentes gráficas del contador aunque fuera una pena que no estuviera allí, sin saber que todo el esfuerzo lo había puesto la chica que le había servido el aperitivo. Después de que los invitados se despidieran y retiraran quedaron solos en la sala, la morena, la pelirroja y el jefe. Dayla se acercó a Aileen que recogía los desechos y apilaba los vasos dispuesta ayudarla, Arturo se aclaró la garganta haciendo que las dos chicas voltearan a mirarlo.
– Limpien y ordenen todo lo que dejaron aquellos incompetentes mañana cuando llegue quiero ver todo impecable y Dayla el pago del ISLR esta vencido ¿Por qué no lo has ido a pagar?
Las dos chicas se miraron con incomodidad siendo la morena la primera en hablar – señor yo saque el informe para el pago con respecto a las utilidades y se las entregue a Martín para que la firmara eso fue hace cuatro días pero él no ha venido en tres dias y no ha firmado, él es el titular contador yo no puedo hacer más.
– Falsifica la firma, ni que fuera muy difícil de hacer – respondió con arrogancia.
Dayla volvió a mirar a la pelirroja más incómoda aún.
– Señor pero… eso no es legal, podríamos meternos en un problema si eso se sabe.
– Escucha bien Martí – camino parándose frente a ella – en esta empresa se hace lo que yo diga y si yo te mando a falsificar la firma de ese prostituto barato tú vas y lo haces.
– Insisto señor, eso podría traernos problemas, mejor esperemos mañana a ver si el señor Martín viene.
– ¿Y si mañana llegas y encuentras una carta de despido en tu escritorio por desobediente?
– Señor pero yo…
El hombre la dio la espalda dejándola con la palabra en la boca y dando un portazo al salir. La morena quedó observando la puerta, no podía esperar que todos los días fueran así, perdería la cabeza, ese hombre era la peor de sus pesadillas. Sintió una mano en su hombro y volteó a mirar a la pelirroja.
– te puedo conseguir el número de Martín para que lo llames y arregles ese problema.
– He intentado llamarlo un millón de veces y me envía al buzón de mensajes creo, aparte de casi nunca viene y tengo que hacer su trabajo, cuando se pierde parece que se lo tragara la tierra.
–Trataré de localizarlo y te envío un mensaje si lo logro ¿va? Yo arreglaré un poco aquí y me voy, tú deberías irte ya te vez cansada.
Dayla le tomó la palabra a la pelirroja y se fue.
La mañana del día siguiente la morena había pasado muy atareada, por arte de magia Martín se había presentado a trabajar, a Dayla le había tocado actualizar todo cuanto se pudiera, antes de que el hombre fuera a desaparecer de nuevo. A final de la tarde cuando su jefe ya se había ido y faltaba poco para que ella también lo hiciera, miro la pelirroja quien asomaba su cabeza por la puerta de la oficina haciendo un puchero – Day disculpa que te moleste, Arturo te solicita. La morena sacó del cajón del escritorio donde estaba sentada, un blíster de medicina para la ansiedad, tragó una pastillita y se levantó de su escritorio, tenía que prepararse para los gritos de ese día. Habían pasado muy pacíficas las horas de trabajo que llevaba ese día para ser verdad, así que emprendió camino a la oficina del jefe seguida de Aileen. - ¿Sabes que se dice por los pasillos el día de hoy? – Dayla la miro y siguió caminando sin responder, la chica siguió hablando – que Arturo se estaba acostando
Había pasado alrededor de una hora desde que había salido de las oficinas de su jefe, afortunadamente Aileen no había estado en su sitio de trabajo cuando ella corrió al baño, se encontraba en uno de los cubículos, no había aguantado las ganas de vomitar, el estómago le dolía, sentía una terrible presión en la cabeza y el pecho. - ¿Jesús por qué me haces esto? – imploró dejando caer más lágrimas. Necesitaba abandonar ese empleo lo antes posible. En sus trabajos anteriores, se había retirado cuando cualquier persona se acercaba para entablar amistad, era bastante frustrante tener no poder asociarse con ninguna persona, aunque ese era el precio de haber tomado malas decisiones, sin embargo esta vez había fracasado. Salió del cubículo parándose frente al espejo sintiéndose aún peor que antes, el maquillaje lo tenía corrido y los ojos exageradamente hinchados, aguantando las ganas de echarse a llorar otra vez, se enjuagó la cara con afán quedando al natural, se dijo a sí misma el
Cinco Un sol deslumbrante iluminaba completamente la habitación al entrar por la ventana abierta frente a su cama, la noche anterior se había tumbado al llegar y se había quedado dormida al instante. Se estiró perezosamente volteando a mirar el reloj encima de la mesita de noche que estaba al lado de la cama, faltaban cinco minutos para las cinco; se levantó con poca energía, se lavó los dientes y se bañó, al salir del cuarto de baño abrió la puerta del armario mirando las prendad en cada una de las perchas, decidió ponerse como el día anterior, una falda, aunque esta era de blue jean, le quedaba ajustada al cuerpo llegándole más debajo de las rodillas, cogió una camisa con mangas tres cuarta de tela de hindú, parecía que se la había pedido prestada a Políta la gordita y unos tacones de punta “V” del mismo color de la camisa. Salió de la habitación, yendo directamente cocina, tenía flojera de cocinar así que abrió la nevera sacando una botella de leche y agarrando un paquete
Faltaban diez minutos para setecientas horas cuando entró a la oficina aquella mañana, después de agarrar el autobús era impresionante que hubiera llegado casi a la hora. El piso donde estaba su oficina estaba vacío y con las luces apagadas, las prendió y fue directo al despacho que compartía, se sentó en su escritorio dándose ánimos y teniendo vibras positivas de que la ese sería un buen día, y si no era así, igual tendría que soportarlo hasta que buscaras las maneras de salir de ese lio o que su jefe simplemente se le olvidara aquel asunto para poder irse en paz. - Deberías buscar algo sucio y hacerlo público – sugirió la vocecita en su cabeza – Claro para que él le diga a cualquier persona nuestro paradero y vengan buscando a mi magnifico marido – pensó con fastidio – ¿aún lo llamas marido? Ese imbécil nunca sirvió para nada, podías hacerle lo mismo a Arturo, desaparecerlo. La morena sacudió la cabeza estaba volviéndose loca, tomó una carpeta de la gaveta del escritorio y
Al estar dentro fue directamente al baño, sentía que iba a vomitar, se encerró en uno de los cubículos bajo la tapa del váter para sentarse sobre él. Sonrió amargamente al pensar las condiciones en las que estaba. > Querelló la conciencia, se llevó las manos a la cabeza suspirando, pensó que llamar a Miguel él la ayudaría << claro, también te hará miles de preguntas sobre Evans, te disuadirá de volver, mamá y papá y un montón de mierdas que tú sabes que… - Jo… déjame pensar – dijo en voz alta soltando una lágrima. Odiaba llorar, sin embargo bajo la presión que sentía cada día, el escenario que había vivido en aquel momento y la voz continua en su cabeza la iba a volver loca. Después de estar unos minutos en sobre el váter y haberse descargado de su frustración salió del cubículo; al mirarse en el espejo vio que tenía los ojos un poco hinchados
Luchaba contra de dormirse teniendo poco éxito. Podía escuchar todo a su alrededor, pero sus ojos estaban tan pesados que por más que intentara no podía abrirlos, parecía que le hubiesen echado pegamento, además de sentirse como si estuviera volando – benditas pastillas – pensó ¿Cómo se le había ocurrido tomarse tantas? Si una la relajaba sin problemas. - Leila ¿estás bien? Chica despierta que me estas preocupando – escucho decir a la rubia. Su nombre no era Leila pero ¿qué caso tenia corregirla? Intentó nuevamente abrir los ojos sin tener éxito era inútil seguir intentando, se quedó un momento pensando, no podía abrir los ojos pero si podía hablar o eso creía. - Estoy bien, solo son las pastillas que me tomé para la ansiedad – dijo con voz condensa pero lenta. - Vaya – escucho decir a la rubia – estas bien, eso me tranquiza un poco, descansa un poco entonces, estaré aquí a tu lado mientras te recuperas. La morena se relajó un poco quedándose dormida, el sueño la hab
Tom se retiró dejando a Dayla y a Alise en la habitación, la rubia se sentó al lado de la morena entrelazando su brazo con el de ella como si fueran las mejores amigas. - Le caíste bien a mi primo – anuncio la chica con una sonrisa – pocas veces ha invitado a personas para que comparta con nosotros, me siento emocionada creo que seremos buenas amigas, ¿quieres bajar a tomar algo? – Alise hablaba con fruición. - No creo que sea buena idea, aún estoy un poco mareada por las pastillas. - Cierto, las pastillas – afirmó aun sonriendo – aunque también podríamos tomar algo que no lleve alcohol; me gustaría conocerte más, eres muy hermosa, amo tu color de piel, yo por más que me bronceo y jamás quedo así, amo ese tono, mi primo dice que un color canela pasión. Dayla sonrió ante el comentario. Alise parecía ser una chica extrovertida y vivaz, debía tener unos veinte pocos años. La miró detenidamente mientras ella le sonreía, era una chica encantadora sin embargo debía ser muy caut
Alise volvió a donde estaban ellos parados, al ver que regresaba dejaron de hablar. La vocecita en la cabeza de Dayla le gritaba que lo que pretendía hacer era un terrible error, que ese no era el plan, a lo que ella misma se respondió que en todo el tiempo que había estado allí se había apegado a lo que en ese momento pensaba que era un majadero plan y no había servido para nada, ya era hora de improvisar. Sin embargo era consciente de que Piero estaba en el clan de Evans, fuera culpable o no de lo que su ex esposo hubiera hecho, andaba en las movidas y aunque lo había conocido hace un tiempo no tenía la certeza de que era una persona de fiar. La pareja la acompañó a su automóvil, se había sentido tranquila al ver que no había rastro de su jefe por ningún lado. Se montó en el auto sin decir una palabra, la proposición del chico le daba vueltas una y otra vez en la cabeza, “nueva vida, nuevo comienzo” había dicho, eso era lo que pedía desde hacía muchos años. - ¿Qué tienes