2. Mal día, bendito bikini

Damián

— Edith, ven a mi oficina, ¡¡¡Ahora!!!

Grité por la bocina del teléfono exasperado.

— Señor...

Quedó con la palabra en la boca cuando colgué, tirando el aparato. No toleraba un error más de Edith.

Hoy no.

Había sido uno de esos días de m****a donde el café te lo traen frío, la lluvia no cesaba «normal en el mes de Julio» y para completar tenía que hacer un vuelo de emergencia a Ibiza, porque el estúpido de Mike no fué capaz de encargarse de la junta con los socios para la renovación de algunos contratos.

— Se-señor — tartamudeó Edith.

Alcé mi cabeza y la divisé al frente de mi escritorio con un leve nerviosismo.

— ¡Tres veces, tres veces Edith! — traté de calmarme tocándo el puente de mi nariz — te he pedido corregir esto.

Sacudí los papeles que tenía en mi mano.

— Pe-pero señor — intentó decir.

— No Edith, no quiero excusas. ¿También debo encargarme de esto yo? ¿Será que me va a tocar a mí? — dije alzando el tono de voz.

— No señor, ni más faltaba... Es solo, solo que... — Se alzó un poco de los hombros intentando tomar postura.

En serio que hoy no era el día para lidiar con sus estupideces, hoy no la toleraba.

Edith había sido mi secretaria por más de cinco años, era eficiente y puntual, se encargaba de todo en el tiempo justo. Todo lo que necesitaba ella lo podría solucionar. No importaba qué.

No tenía queja de ella y estaba seguro que algo le estaba sucediendo ¿problemas en su casa tal vez?. La verdad no me importaba; solo quería el puto informe sin un solo error.

¿Era mucho pedir?

— No me interesa — la corté alzando la mano para que se callara — quiero el puto informe sin un solo error en menos de media hora, junto con lo necesario para tomar mi vuelo a las tres en punto — me pasé las manos por la cabeza tratando de alizar mi cabello para tranquilizarme un poco.

— ¿Algo más señor?

— Si. Que desaparezcas ya de mi vista.

Terminé la conversación sin levantar la vista hacia ella.

★★★

— No veo necesario que tengas que ir hasta allá.

— Creeme, si lo es. Está más que claro que si no hago las cosas yo, nadie más las hará bien.

— Exageras. — Alzó los ojos de una forma dramática.

— ¿Crees que exagero Samantha?.¿De verdad?. Crees que prefiero dejar los asuntos que tengo acá en mi oficina para salir a salvarle el culo a Mike solo porque no puede hacer las cosas bien. No Samantha. No estoy exagerando.

Se acercó a mí, rodeando el escritorio posándose detrás, puso las manos sobre mis hombros en un gesto de querer tranquilizarme. Me dió un beso en la mejilla el cual recibí con agrado.

Samantha siempre sabía cómo lidiar conmigo, me conocía desde la universidad y habíamos mantenido esa amistad un poco extraña. Éramos follamigos, como ella solía llamar nuestra relación.

Ella sabía cómo tratarme cuando estaba furioso, triste o simplemente no quería saber nada de nadie, ella me dejaba ser.

Tenía el privilegio de que la apreciara más de lo normal, no la amaba, ni sentía más que un cariño por ella y estaba bien para los dos, ella solo quería de mí lo mismo que yo quería de ella un poco de compañía en días difíciles y revolcones de vez en cuando; tenía claro que yo amaba mi vida de soltero y que eso no cambiaría.

Por lo menos no por ahora.

Me dió un casto beso en los labios sacándome de mis cavilaciones.

La tomé de la cintura para sentarla sobre mis piernas, rodeó mi cuello con sus brazos trazando besos desde mi mentón hasta mi clavícula.

— Lástima que no pueda acompañarte — dijo sobre mi boca — te haría el viaje más liviano — soltó una risa pícara mientras trazaba figuras rozando el dedo en mi cuello.

— Empieza por hacerlo liviano desde aquí. — tomé sus labios con los míos mordiendo el inferior, robándole un jadeo.

Pasé mis dedos por sus piernas al querer subir su falda para tener más acceso. Ella dió un respingo de excitación cuando continúe con mi juego hasta posar mis dedos sobre su intimidad e intensificó el beso al momento que yo hacía lo mismo con mis dedos en su botón.

— Oh Damián, extrañaba tanto tus largos dedos — dijo entre jadeos.

Tomé su mano para que acariciara mi parte dura que crecía bajo su trasero que permanecía todavía sobre mis piernas.

— Esto lo vas a solucionar rápido — hablé todavía masajeando su botón — tengo un vuelo en media hora.

La alcé con brusquedad de mi regazo y la volteé poniendo su espalda sobre mi pecho. Ella se sostuvo sobre sus tacones aferrándose a la mesa con sus manos mientras yo subía su falda y rasgaba sus bragas al tiempo.

Será rápido pero placentero.

Mi aliento chocó con su oído y ella jadeo más alto mientras los vellos de su nuca se erizaban.

Agarré mi dureza entre mis manos, abrí sus piernas con mis rodillas para tener mayor accesibilidad al tiempo que ella alzaba más su trasero buscando mi contacto. Mi punta rozó su lubricada y lista entre pierna, embistiendola de una sola estocada, moviendo mis caderas al ritmo que ella movía su cadera, di las últimas estocadas llegando al clímax, saqué el miembro, retiré el fastidioso látex tirándolo a la papelera al tiempo que me acomodaba el cierre y el cinturón.

— Muy placentero — balbuceo Samantha desde el escritorio recuperando su aliento y acomodándose la falda.

Arrancándome una sonrisa pícara a su vez.

— Y liviano — añadí.

Solo eso, liviano..

★★★

La descarga que había tenido en mi oficina con Samantha no duró mucho, continuaba siendo un día de m****a. Mi vuelo se había atrasado, la azafata había derramado el café sobre mi saco y para colmo Edith no había hecho la reserva en la suite presidencial de costumbre.

Por lo menos pude convencer a Erick de renovar el contrato con la sede en Ibiza. Ya tenía su firma, había solucionado la metida de pata de Mike, pero mi dolor de cabeza y esa sensación de un día fatal no se me quitaba de la sien.

Me levanté de la cama del hotel donde intentaba descansar, llegué a la barra del bar que quedaba al aire libre dando visibilidad a la enorme piscina. Pedí un whisky doble, lo tomé de un trago, pedí otro e hice lo mismo intentando minorar mi jaqueca.

Mientras masajeaba la sien aparecieron en mi campo de visión unos hermosos ojos celeste, tan azules que se perdían en el fondo del paisaje, mimetizandose con el azul del mar. Su vista estaba puesta en el foco de la cámara, otra chica la capturaba mientras ella posaba con tanta naturalidad.

El paisaje era estimulante y tranquilizador, eran esos ojos llamativos que miraban con seguridad y orgullo portando con elegancia su belleza y glamour, quedé ensimismado con la hermosa vista que tenía al frente.

Podría limpiar mi baba con un pañuelo.

Mi Polla se puso dura de solo imaginar cómo me miraría estando de rodillas mientras... No vayas por ahí Damián, Solo buscas un polvo de una noche y luego ellas quieren más.

Ese era el Damián razonable de mi cabeza.

Intenté cerrar los ojos para apaciguar el dolor del que ahora serían en mis dos cabezas. Creo que ahora me dolía más la de abajo.

Me acomodé en la alta silla mientras salía de mis sucios pensamientos, alcé la vista y ya no estaba en mi rango de visión esos penetrantes ojos celestes.

Total, ella se lo pierde pensé intentando no ahondar en su belleza.

★★★

Estiré los brazos estando todavía acostado en la cama del hotel, abrí los ojos con lentitud mientras se adaptaban con el rayo de luz del brillante sol que se colaba por un lado de la ventana.

La primera imagen que vino a mi mente fue esa, Ella, con sus azules penetrantes, posando con elegancia con el mar de fondo, regalándome la mejor de las postales, pero ¿porqué?.No entendía porque dió tantas vueltas en mi cabeza anoche.

¿Era hermosa? Tal vez.

¿Tal vez? Bufó mi subconsciente.

¿La volvería a ver? Lo dudo.

¿Quería follarmela? Eso definitivamente era un sí...

Ya con mi cabeza despejada y mi cabello aún húmedo, bajé hasta el restaurante del hotel, tomaría mi desayuno y partiría a las diez a mi cotidianidad, lo único bueno de esto es que no regresaría en vuelo comercial. El helicóptero esperaría por mí, puntual en la azotea del hotel.

Gracias a todos los dioses, Edith pudo hacer esa gestión.

Miré mi rolex que marcaba las ocho en punto, decidí ubicarme en las mesas que quedaban con vista al mar y a las piscinas del lujoso hotel.

Tomé mi café negro como siempre cargado y sin azúcar, un croissant y fruta picada.

Leía las noticias que salían en el inicio de las redes sociales, era muy temprano para lidiar con todo lo de las empresas.

Samantha: ¿Qué tal tu día?.

Damián: igual que todos, sin novedades.

Respondí el mensaje que aparecía en mi bandeja de entrada.

Samantha: ¿ya sale tu vuelo?

Damián: casi.

Samantha: te espero en mi apartamento y nos ponemos al día.

Escribió junto a un emoji de diablito.

Damián: ya veremos.

Samantha no era insistente, sabía cuando era el momento adecuado y cuando no. Soportaba mi temperamento, ya me conocía y yo conocía todo de ella, sabía sus movimientos y su forma de comportarse, algunas veces toleraba sus actitudes y otras definitivamente no.

Unas carcajadas escandalosas me sacaron de mis cavilaciones. Miré hacia donde se sentía el ruido.

Era ella.

Eran esos ojos azules impenetrables.

Caminaba al lado de la misma chica que le tomaba fotos ayer en este mismo hotel, se reía mientras se agarraba la parte del abdomen intentando no doblarse, mientras le pegaba en el hombro a la pelirroja que le correspondía con una risa igual de escandalosa.

Su cabello era negro enredado en un moño mal hecho que dejaba ver algunos mechones desordenados sobre su cara, los labios gruesos y rojos, su nariz era perfecta, sus mejillas sonrojadas y sus ojos que mataban al mirar. La detallé minuciosamente.

Si, era hermosa. Definitivamente.

El corazón dejó de funcionar por un segundo y mi polla palpitó al percatarme que a su cuerpo se ceñia un diminuto y muy provocador bikini rojo. Mi nuevo color favorito rojo.

Era casi como su segunda piel, detallé un pequeño tatuaje en la parte donde nacía su glúteo <> su perfecto y muy trabajado trasero, era una frase con una caligrafía que no podría descifrar desde mi mesa.

Ella muy despreocupada y ajena a mi mirada en su cuerpo, hablaba con el encargado detrás de la barra, mientras su amiga pedía lo correspondiente al que creería era el desayuno.

No dejaba de mirarla, simplemente no podía. Mis ojos eran esclavos de su cuerpo.

La miraba, la bebía, la deseaba...

¡Bendito bikini rojo!

Sin nada a la imaginación.

Pero yo sí que imaginaba. En poco tiempo había pasado por mi mente innumerables cosas que podría hacerle, mil formas de tomarla. Quería hacerla mía.

Solo mía.

Su amiga le habló al oído, ella volteó clavando su mirada en mí.

Sabía que me miraría.

Le sostuve la mirada, azul contra azul.

Su mirada impenetrable contra la mía, deseosa por ella. No cedió ni apartó sus ojos de mí y fué lo único que necesité para levantarme e ir hacia ella.

Era extraño, nunca había tenido el impulso de ir hacia una mujer, no cuando eran ellas las que me buscaban, eran ellas las que corrían hacia mí con solo mirarlas. Pero esta vez era diferente, se sentía diferente, me tenía hipnotizado.

Mientras daba zancadas hacia ella me sentía embelesado.

Idiotizado, deseoso y ansioso.

Sí, sí, pensaba con la cabeza de abajo ya lo había dicho.

Sin apartar la mirada me paré a su lado, ella me recibió con una sonrisa ladina y así sin más salieron de mi boca, antes de que pudiera detenerlo.

— Quiero follarte — dije cerca de su oído.

— ¿Perdón? — habló ella con una cara de indignación.

Su amiga abrió los ojos como platos y la miró atentamente, ella solo me fulminaba con la mirada al tiempo que la sangre le subía a la cara.

— ¿Qué dijiste?

— ¿Me harás repetirlo? — dije alzando una ceja.

— ¡Por quien me tomas estúpido! ¡Qué crees que soy, tu puta! — dijo alzando un poco el tono de voz, intentando calmarse mientras apretaba los dientes.

— No sabes cuanto deseo que lo seas.

— ¡En tus sueños inbécil!.

¿Qué te crees? ¿El puto amo del mundo? — Resoplaba presa de ira.

»¡Que tanta m****a tienes en esa puta cabeza de troglodita!. ¿Crees que por tener una cara linda ya puedes hablarle a las mujeres como te venga en gana y ellas correrán a ti?

Conmigo te equivo...

— ¿Que tan linda te parece mi cara? — dije en tono burlón.

— ¡Eres un arrogante de m****a!

¡Ve y folla con tu madre!!

— Lucía... — la pelirroja intentó calmar a su amiga.

— Lucía, lindo nombre; igual de lindo que tu bikini — recorrí su cuerpo con mis ojos.

Ella, la chica de ojos azules. Lucía.

Memoricé su nombre Lucia.

Su cara era del color de su bikini, Resoplaba y apretaba los puños. Me atrevería a decir que vi humo saliendo de sus orejas.

— ¿Te lo repito? Ve. Y. Folla. A. Tú. Madre. — repitió cada palabra pausada como para que yo lo entendiera.

— Cuidado con esa boquita. Si te tuviera enc...

— ¡¡¡Jamás!!! — gritó en un tono más alto.

» Escúchame bien, a ver si así te cabe de una vez en tu cabecita ja- más, me tendrás.

Dió media vuelta, movió su torneado trasero con una elegancia y un vaivén natural llevándose arrastras a su amiga.

¡Maldito bikini rojo!

Maldito porque hizo que mis palabras salieran sin filtros, sin reservas, tal cual era yo.

Ya había dicho que ¿algunas veces pensaba con la cabeza de abajo?

Pues está era una de esas veces.

¿Qué podría decir? No era yo, era Damiánconda hablando por mi.

¡Bendito bikini rojo!

¡Bendita Lucía!

Miré mi rolex — ¡Mierda, el vuelo! — reaccioné.

¡Maldito bikini!, ¡Bendita Lucia!.

★★★

— Connor — contesté el móvil.

— Cuando vas a contestar con un hola, Samantha ¿cómo estás?

— Que necesitas Samantha — volteé mis ojos por su respuesta.

— Yo nada, tú no sé qué quieras de mí. — noté el doble sentido en sus palabras — Estaba pensado, no sé, pasar la noche juntos en mi apartamento, hace dos días que llegaste de Ibiza y quería ponernos al día. ¿Tú qué dices?

— Estoy trabajando.

— ¿Desde que llegaste de tu viaje? — preguntó en tono de reproche.

— Sí Samantha, desde que llegué de mi viaje — repliqué.

— Ni siquiera has mirado mis mensajes, te envié el link de la invitación con toda la información, detalles y protocolos para el evento que quiero que me acompañes y no lo has revisado.

— Si prometes que me dejaras en paz mientras trabajo revisaré y contestaré tus mensajes apenas pueda ¿vale?

— Ok, como tú digas — contestó en un tono de "si no hay más opción".

Terminé la llamada.

Aparte de la montaña de trabajo que tenía sobre mi escritorio, no tenía cabeza para lidiar con Samantha ahora, ya que Lucía no salía de mi mente, intentaba no pensar en ella pero cerraba los ojos y en mi mente solo aperecían dos colores.

Rojo y azul.

El rojo de su bikini y el azul de sus ojos.

Pensé en llamar al hotel y buscar alguna información sobre ella, algo que me indicara que la volvería a ver porque... ¡joder! Sentía que me estaba volviendo loco.

¿Era obsesión?

¿Era deseo?

O era el simple hecho de que nadie, nunca, me había dicho que no.

Nadie se había resistido a mis técnicas de cortejo.

Y esta no sería la primera...

Te lo aseguro Lucía...

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