3. Familia.

Lucía

—¿Mamá no se encuentra en casa?

— No señorita Lucía — me recibió Alondra en la casa de mis padres con una amable sonrisa.

— Fué raro llegar y no encontrarla en el jardín consintiendo a sus niñas — Alondra soltó una pequeña risa — así no es como le dice a sus plantas — me encogí de hombros.

— Sí señorita, pase, el señor Abbey la espera en su despacho.

— Gracias Alondra y por favor dime Lucía — sonrió un poco apenada.

— Ya le llevo el café como le gusta señ.. — se cortó cuando notó mi mirada en ella — Lucía, quiero decir.— desapareció en el pasillo que daba directo a la cocina.

Me dirigí al despacho de papá, que se encontraba en el primer piso de la mansión.

Miré hacia las escaleras con nostalgia, siempre que los visitaba me entraba ese apego a ellos, desde que entré a la universidad decidieron regalarme mi propio apartamento, llevaba más de cinco años viviendo lejos de ellos pero era inevitable no sentir esa sensación al ver mi antiguo dormitorio, tenía muchos recuerdo en esta mansión, todos felices; corriendo y riendo en el jardín mientras papá abría los brazos para recibirme y alzarme.

— ¿Sabes que puedes volver a vivir con nosotros cuando quieras? — apareció papá desde el pasillo que daba a su despacho.

— Papá — corrí a sus brazos.

— Hola cariño — dijo mientras besaba mi coronilla.

— Te extrañé durante todo el viaje — dije todavía abrazándolo — ¿Qué es eso de volver a vivir con ustedes? — pregunté alejándome un poco para mirarlo a la cara.

— Siempre que vienes noto que miras tú alcoba como si la extrañaras.

— Ya sabes, los recuerdos más felices los tengo en esta casa, los echo de menos a diario, pero estoy bien en mi apartamento, ya no me sentiría bien viviendo en otro lugar.

— Sí que has crecido cariño, aunque sigues siendo mi niña.

Lo abracé por un segundo más y nos dirigimos al despacho.

— Cariño, a parte de querer que cenaras con nosotros, el motivo de mi llamada es para dejar organizado todo lo referente a mi retiro.

— Sabía que mis vacaciones terminarían pronto — dije entre dientes, aunque él alcanzó a oír.

— No cariño, no entiendas mal — se removió en su silla — puedes terminar de descansar esta semana y tomar tu puesto en la fecha que habíamos acordado — me miró desde su enorme escritorio — me gustaría presentarte a los socios y proveedores para que te vayas familiarizando con ellos antes de posesionarte.

— Me encanta la idea papá, eso ayudaría a aminorar mis nervios, ya que conocería a tus socios antes — dije un poco entusiasmada.

— Lo hago pensando justo en eso, aunque no tienes porqué tenerlos, ya te dije, estás hecha para esto, me has demostrado la templanza que tienes al negociar y sobre todo lo persuasiva que puedes llegar a ser - me miró con complicidad.

Me quedé pensando un poco en sus palabras, Siempre me reconfortaban y me daban seguridad.

— Gracias por confiar siempre en mí, papá - había admiración en mi voz — organiza la reunión yo me encargaré de hablar con Angelo para los que haga falta.

— No absorbas tanto a mi hija Joseph — mamá nos miró con devoción al tiempo que caminaba hacia nosotros.

— No lo hago querida — replicó papá.

— ¿Cómo te fue en el viaje a Ibiza, lo disfrutaste? — mamá ignoró a papá centrándose en mí — ¿solo fueron Adam y tú?, ¿Holly los acompañó?... dime qué tus vacaciones fueron una maravilla, cariño.

— Mamá te puedo responder todas tus preguntas si me das un abrazo — intenté disimular el desagrado del nombre de mi ex.

— Tomaste mucho sol mi niña, casi no te reconozco — dijo dándome un abrazo y detallandome al tiempo — llegaste hace cuatro días y ni una sola llamada a tu mamá, Lucía — me reprendió.

— Esperé hasta venir a verlos — traté de defenderme.

— Me muero por saber todos los detalles del viaje — me tomó del brazo para hacerme caminar — vamos, ya está servida la cena.

Amaba estar en casa, amaba a mis padres y amaba la forma en que aún me protegían y me cuidaban como si fuera una niña. Su niña.

Algún día quería formar una familia como la nuestra. Mi propia familia.

★★★

— Está vez yo elijo la peli — hablé con la boca llena de palomitas.

— ¡Claro que no!

— ¡Claro que sí! — dije mientras le arrebataba el control del TV a Holly.

— No quiero ver tus ridículas películas de romance. Hoy veremos cincuenta sombras de Grey — replicó acomodándose en el enorme sillón posando una pierna sobre otra.

— Ya la hemos visto más de cinco veces en tres días. — volteé los ojos — además, si eres buena amiga no deberías torturarme de esa manera — acomodé mi cabeza sobre sus piernas.

— Que importa una más, nunca me cansaré de Cristian. — dijo mordiéndose el labio — en cuanto a tu tortura la solución la tuviste en Ibiza y con dos morenazos.

— ¡Como iba a estar con dos a la vez! — la fulminé con la mirada.

— Yo sí que lo disfruté y a los dos — soltó una carcajada.

— Fué un viaje estupendo, la pasamos de maravilla — respondí todavía riéndome.

— Pensé que el arrogante de cara linda te había echado a perder el viaje. — hacía trenzas con mi cabello que caía en sus piernas.

— No me echó a perder el viaje, ¡Me echó a perder las vacaciones enteras! — dije un poco molesta.

— No quiero ni recordar la rabieta que hiciste conmigo después — hizo aspavientos con sus manos.

— Te lo merecías, me animaste a seguir su juego de miradas, si no hubiera volteado a verlo, no se hubiese acercado a nosotras — fruncí el ceño recordando sus palabras.

— No me culpes, no sabía que era así de arrogante.

— Ni hablar de eso, yo pensando que se acercaría, me pediría mi número, yo me negaría haciéndome la difícil y luego... — corté mis palabras y me acomodé en el sillón — ¡Escuchaste lo que me dijo el muy estúpido! — alcé la voz.

— Perfectamente. Hasta a mí se me mojaron las bragas.

— Confieso que me hice un charco — solté una risotada — pero eso no deja de quitarle lo imbécil — me repuse enseguida recordando el momento.

Era como tener el angelito y el diablillo hablando al mismo tiempo en mi mente, como ese juego de amor y odio hacia el desconocido de cara linda.

— ¿Te arrepientes de haberlo insultado? — me miró escéptica.

— Me arrepiento de no haberlo abofeteado. — aseguré.

— Niegame que era guapo Lú — me miró dudosa.

— No era guapo Holly, estaba para comérselo que no es lo mismo. — me mordí el labio — da igual, no es como si lo fuera a ver de nuevo — concluí para zanjar el tema.

Llegaron a mi mente recuerdos de él, del arrogante cara linda como lo había llamado Holly.

Era guapo, muy guapo a decir verdad, pero lo que tenía de guapo lo tenía de arrogante, y prepotente.

Odiaba a este tipo de hombres.

Recordé su mirada sobre mí, sobre mi cuerpo, había sentido una sensación extraña cuando me detalló sin disimulo, recorriendo y comiéndome con la mirada.

Todavía estaba impresa su voz en mi oído, era grave y ronca y se repetía una y otra vez en mi cabeza el "quiero follarte".

¡Estúpido arrogante cara linda!

¡Debí abofetearlo!

¡Debiste follartelo! , se asomó el diablillo.

★★★

Damián

Diez días.

Habían pasado diez días que no dejaba de pensar en Lucía, en sus ojos azules y en su bikini rojo.

Me estaba volviendo loco, nunca me había obsesionado con una mujer, jamás ninguna me había dicho que no.

Había una especie de desafío en ella, quería tomarla y bajarle el ego de niña mimada que se le notaba por encima, quería callarle su sucia boquita con mi polla, tenía tantos pensamientos con ella y con ese maldito bikini rojo que no dejaba de circular en mi mente.

También estaba ese sexy tatuaje que salía del inicio de su nalga, quería pasarle mi lengua alrededor, quería tocar sus exuberantes pechos, me imaginaba rozando la lengua en sus botones, me los imaginaba rosados y erectos bajo la palma de mi mano mientras gemía mi nombre.

Me preguntaba cómo se escucharía mi nombre en su preciosa boquita mientras yo la penetro duro desde atrás.

Todas esas y muchas cosas más pasaron por mi mente a diario durante todo este tiempo.

¡Diez puntos días!

Salí del ascensor con esos pensamientos en la mente.

Llegué al aparcamiento subterráneo de mi edificio y rodeé el Ferrari rojo.

Rojo, como el bikini de Lucía.

¡Para ya, por favor!, deja de pensar con la Damiánconda solo por hoy.

Encendí el auto, salí del edificio buscando la autopista que conectaba con la mansión de mi madre.

Hoy era un día de esos intensos.

★★★

— Es bueno saber que los hijos se acuerdan de sus madres — me recibió en la entrada de la mansión.

— Nunca me olvidaría de la mujer más hermosa del mundo — besé su frente con afecto.

— No me mientas Damián, no a tu madre — devolvió el beso en mi mejilla, sí así fuese, vinieras a casa más seguido.

— Sabes que me encanta pasar tiempo contigo madre, pero no puedo descuidar las empresas — pasé el brazo por su hombro.

— ¡Excusas! — se acomodó el elegante moño en su cabellera rubia.

Nos dirigimos a la mesa, era un día de esos en los que pasaba tiempo de calidad con mi madre, desayunabamos, hablabamos de todo un poco y nos recargabamos el uno al otro.

La amaba como a nadie.

Era la única persona incondicional que tenía, habíamos afianzado más el vínculo madre e hijo desde que había fallecido mi padre. Fué un golpe duro y solo nos teníamos los dos.

Yo era el fruto del amor de mis padres, su único hijo, el único heredero y poseedor de la fortuna Connor.

Respiré profundo.

Inhalando y llenando los pulmones del aire fresco que dejaba las últimas gotas de lluvia del mes de julio.

Tomar el té en el jardín mientras charlabamos, era nuestro pasatiempo favorito, sentados uno al lado del otro mientras compartíamos recuerdo de papá, y de los tres al tiempo.

— Ese día hiciste que Donatello caminara en cuatro patas mientras hacía como gato — recordó mamá con una sonrisa tristona.

— Recuerdo como maullaba mientras yo me montaba en su espalda y le decía que era mi mascota favorita — reí por mi travesura.

— Hacía todo para hacerte inmensamente feliz — miraba hacia el gran jardín como si retratara la escena.

— Pero nunca me compró un gato — dije para tratar de animarla.

— Era eso o tenerte en el hospital por la alergia que te provocan — pude notar un esbozo de sonrisa al tiempo que negaba con la cabeza.

— Lo sé, siempre me demostró su amor, fui un niño feliz — toqué su mano con afecto.

— Así de feliz quiero que sean mis nietos, me los imagino a diario corriendo por el inmenso jardín junto a su padre — me miró de reojo — quiero cuatro nietos, todos guapos como su padre y los quiero pronto — dijo en tono mandón.

No había día en que hablara con ella y no me dijera que su sueño era verme casado, feliz y con una familia numerosa, ese era siempre su mantra.

Como un recordatorio diario.

— Para eso hay tiempo mamá.

— Damián tienes veintiocho años, ya es hora de dejar tu vida alocada de soltero y sentar cabeza — palmeó mi hombro — nada de tiempo, no quiero que mis nietos me vean masticar el agua, ni mucho menos que me duela la espalda al cargarlos.

— Nada de eso pasará mamá, aún eres joven — sonreí tranquilizandola — se que tendremos mucho de Adela por todo este tiempo.

— Comienza por presentarme a mi nuera, que sea mi regalo de cumpleaños — afirmó seria — ¿Aún sigues con Samantha?

— Nunca ha sido más que una amistad con ella — contesté extrañado.

¿Como lo sabía?

— No me hagas esa cara, las madres lo sabemos todo — rió con orgullo — si no es la indicada no ilusiones a esa niña, ella te quiere de verdad. No la lastimes, apartala de tu camino y busca a la indicada.

La indicada, la palabra rondó en mi mente, ¿cómo sabías quién era la indicada? ¿Lo planeabas, lo buscabas o simplemente sucedía?

Qué era de diferente en esa persona que te hacía creer que sería la indicada, ¿cómo lo intuías?

Preguntas como esas se plasmaron en mi mente.

— Aún sigo buscando a la indicada mamá respondí al fin.

Nos levantamos del jardín y caminamos hacia la casa, ya había llegado la hora de marcharme.

— ¿Qué tienes pensado para tu fiesta de cumpleaños?

— Solo un almuerzo con viejas amistades.

— Son cincuenta años madre, deberíamos hacer un festín.

— Ya no estoy en edad de hacer ese tipo de fiestas — sonrió.

— Será un almuerzo entonces —afirmé.

— Solo quiero pasar el día rodeada de los que realmente me quieren.

— Será cómo esta hermosa mujer lo quiera — besé su frente a modo de despedida.

— Y recuerda mi regalo de cumpleaños, quiero una nuera — se despidió casi gritando para que alcanzara a oirla, mientras yo bajaba las escaleras de la mansión.

★★★

— Solo falta confirmar un evento para el día treinta de julio — Edith sostenía la tablet sobre sus manos revisando mi agenda.

— ¿De qué trata Edith?

— Conmemoración y retiro del Señor Joseph Abbey.

— ¿Es necesario que asista?

— Sería conveniente señor, debe decir algunas palabras.

— No asistiré.

— Si me lo permite señor — alcé mi mirada por primera vez — fué un viejo amigo de su padre a él le hubiese encan...

— No tengo tiempo para ese tipo de eventos, sabes que odio tener que lidiar con periodistas y sus estúpidas preguntas sobre mi vida privada. No iré.

— Pero su madre lo cree conveniente.

Ella estaría contenta de que la acompañara, la señorita Samantha también asistirá en representación de solutec.

— Dime la verdad Edith, ¿cuánto te paga mi madre por intentar convencerme a ir a esta clase de eventos?

— ¡Como cree señor, yo no sería capaz de algo así!

— Entonces, ¿Qué ganas con insistirme? Ya está decidido. No voy, no pienso cambiar de opinión.

— Como usted diga señor, ya mismo confirmo que no asistirá.

Movió sus tacones negros y desapareció de mi vista.

No quería asistir a eventos que no aportaban utilidad a la empresa, solo servían para hacer amistades o criticarse unos con otros.

No tenía tiempo para perderlo en este tipo de cosas, tiempo que necesitaba para buscar algo que me llevara a Lucía, la hermosa chica de ojos azules y bikini rojo que no salía de mi mente.

Si tenía que volver a Ibiza para encontrarla lo haría, pensé.

Quería encontrarla.

Tenía que encontrarla...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo