Capítulo veintitrés: Cuerpo, corazón y promesas rotas*Narra Maia Miller*¿Detenerle? ¿Cómo se hace eso? Yo llevo años tratando de aprender y no lo he conseguido. —¿A qué te referías cuando hablabas con el abuelo? ¿Qué fue lo que pasó el día antes, Maia? —pregunta con la nariz pegada a mi cuerpo—. ¿Qué le has contado a él que yo no sepa? Estoy comenzando a sospechar que aquí hay algo más. ¿Cuál fue el verdadero motivo que te hizo huir y romper nuestra promesa? Sus palabras tienen efecto resorte en mí y retrocedo de manera repentina. No puedo creer que tenga el descaro de hacerme esta pregunta. —¿De verdad me lo estás preguntando? —bufo. —Ya me has oído.—He conocido muchas personas cínicas en mi vida, pero tú, Bruce Collins —le golpeo el pecho con mi dedo índice, de forma acusatoria—, superas a todas ellas con creces. —¿Pero de qué hablas? —el muy cabrón es un mentiroso experto. No me sorprende verlo como el modelo perfecto de político estadounidense—. Déjate de rodeos y habla d
Capítulo veinticuatro: Una bebé*Narra Bruce Collins*Una niña... Ese era su secreto. Tuvo una hija... No quería creer el resultado de la investigación, pero ahora... ¡Una bebé, por Dios! Si es mía, si me la escondió... no voy a perdonárselo. Esto no. —¿Quién es el padre de la niña, Maia? —vuelvo a preguntar al no obtener respuesta. —No es algo que te incumba...—¡¿Cómo que no! Tú...—¡No es mía! —grita—. Es mi sobrina. —Entonces... —poso la mirada en su hermana como pasmarote. Por un momento imaginé... Veo de Diana a la bebé y viceversa—. Tú...—Pero, ¿con qué derecho te metes en mi casa sin permiso a reclamar nada? —Yo pensé...—Me da igual lo que pienses —me corta furiosa, mientras madre e hija permanecen en silencio—. La niña te he dicho que es de Diana y no te interesa nada en absoluto relacionado con ella. Sal de mi casa cuanto antes, por favor. Miro a mi locura de ojos violáceos, luego me enfoco en lo que carga en brazos y...¡Joder!¿Cómo es posible? Tiene mis ojos, al m
Capítulo veinticinco: Engañado, humillado y burlado*Narra Bruce Collins*—¿Tú por qué me has pegado? —pregunto consternado, llevándome la mano derecha al pómulo para masajearlo. Tal parece que todavía recuerda muy bien como golpear a un chico. Henry le enseñó bien. Siempre fuimos grandes amigos. La quería y me adoraba. Estudiamos juntos, vivimos el romance con Maia felices de la vida y es sorpresivo en absolutoesto que acaba de hacer de la nada.Se lo piensa un poco antes de abrir la boca para responder. —Tenía mucho tiempo esperando romperle la nariz al tipo que rompió el corazón de mi hermana...Intento no reírme, pero fracaso de manera estrepitosa. Puede acusarme de muchas cosas, pero de eso... Resulta demasiado cínico de su parte —incluso siendo su naturaleza— reclamarme por un golpe que su adorada hermana me devolvió con creces. —Pues no lograste tu cometido —le interrumpo burlón, tocándome mi nariz sana—. Por cierto, también te echado de menos. —No me provoques, Bruce Coll
Capítulo veintiséis: Inocencia*Narra Maia Miller*Deposito a la bebé en su cuna una vez se queda dormida. Pierdo la noción del tiempo contemplándola como lela, rememorando cada instante desde que supe de su existencia, hasta ayer al verla en el mismo espacio que Bruce. Una lágrima cae sin poder evitarlo y, de buenas a primeras, comienzo a llorar en silencio sin parar. ¿Qué he hecho? Las cosas se me enredan cada vez más y yo, como una estúpida, siempre tomo el camino más retorcido. «No merece saberlo», me convenzo. Sin embargo, al recordar su desesperación por el abuelo y... lo que hicimos en la Mansión Collins, mis cimientos tiemblan. Me entregué a la pasión, me rendí ante él y en respuesta, me hizo suya con un esmero y una dedicación abrumadora. Se sintió como... nuestra primera vez. —Soy un desastre, Brooke —suelto entre hipidos—. Perdóname, pequeña. Hallaré una solución —me acerco a besar su mejilla—, lo prometo. Me llevo el intercomunicador y sin detenerme a pensarlo dos ve
Capítulo veintisiete: Red de Mentiras*Narra Maia Miller*—Es un montaje —estipulo cerrando los puños hasta clavarme las uñas en las palmas de las manos—. ¿Dónde está tu equipo de seguridad? Es un jodido candidato a la presidencia de los Estados Unidos. No puede ir y venir por la vida a solas como un ciudadano común, porque, con un demonio, no lo es. Cada vez que miro hacia los lados ya anda haciendo gala de su libre albedrío como si fuera un simple mortal.¡Joder!Estoy por despedirlos a todos.—¿Por qué preguntas? ¿Me supones algún tipo de amenaza vital? —bromea divertido, aunque el gesto no se le refleja en la expresión.Se ha sentado frente a mí y soporta con firmeza mis miradas intensamente cabreadas.—No quiero jugar este juego, Bruce y espero que no me hayas sacado de mi vida para retozar. La treta de la peli no te servirá de nada. La amplitud de su sonrisa me grita desde el asiento que lo sostiene, que he elegido mal mis palabras.¡Joder, Maia! Pareces una puñetera cría. —
Capítulo veintiocho: Vale la pena*Narra Bruce Collins*Me encanta ver cómo se sonroja cuando está nerviosa. Cómo la sangre se acumula en sus mejillas, porque se siente perdida en las palabras cuestionables que le lanzo como pelotas de béisbol salidas de una máquina para entrenar, en la que, si no las consigues pillar con destreza, se te amontonan a los pies. Creo que así se siente ella ahora: con las verdades acumuladas bajo sus pies.—Me lo hicieron llegar de manera anónima —miente de forma categórica. Le fabrico una falsa sonrisa para no ponerla sobre aviso, ni que pueda descubrir mis intenciones de ir tras ella. Voy a sacar a la luz todas y cada una de las mentiras que se guarda y aunque el investigador esté cobrándome toda la vida, yo juro que daré con todas las respuestas que necesito para volver a vivir mi historia con ella justo desde donde la dejé hace un tiempo atrás. —Te he demostrado que no miento —matizo, dejando que se levante de encima de mí—. Has podido ver las prueb
Capítulo veintinueve: Entrar en el juego*Narra Maia Miller*Me siento como Cenicienta cuando se le acaba el baile: a punto de quedar en harapos sobre una calabaza rodeada de ratones.Voy de regreso en el avión de Bruce y no puedo dejar de pensar en Gerald. Me siento sucia, mezquina y traicionera y no debería. El amor es sublime, limpio, transparente. No se empaña, aunque nosotros los que amamos queramos hacerlo.Por más que lo pienso, no consigo imaginar a mi... «esposo» mentirme de esa forma. Gerald me salvó la vida, estuvo ahí cuando nadie más lo estaba, ni siquiera mi hermana. Sin él, no estaría aquí ahora mismo. Siempre fue sincero —al menos lo parecía— e incondicional. Nunca me ha pedido nada a cambio de su ayuda. Por eso me casé con él, porque ambos teníamos las cosas claras y sabíamos a qué atenernos con nuestro matrimonio. —Deja de hacer eso —me riñe el hombre a mi lado.Deja que su cabeza resbale hacia la izquierda y cuando su mejilla casi roza la tela del asiento, me obse
Capítulo treinta: Dos Caras*Narra Maia Miller*Llevo aproximadamente dos minutos en el auto, esperando a que mi cabeza invente una mentira lo suficiente creíble para decirle a Gerald sin que me pida explicaciones. Mi teléfono se ha quedado sin batería hace tiempo, así como el de Bruce. Por ello me obligó a dejar que el azar se encargara de decidir hasta donde sería definitorio este encuentro sin información del exterior.¡Gran error!—Tú puedes, Maia —me animo a mí misma—. Te metiste en este lío solita, así que ahora ponte los pantalones. Por fin me bajo del coche y me aventuro a enfrentar las consecuencias de mi estupidez. Cuando voy a entrar, la puerta se abre y detrás de ella aparece mi esposo con una sonrisa, que no entiendo, en unos labios que corren hasta mi mejilla. Me quedo clavada en mi sitio, tratando de esconder mi sorpresa. Después de todo, no es como si tuviéramos público para dar este tipo de demostraciones. —Se os alargó la entrevista —murmura sin perder el buen h