Capítulo veinticinco: Engañado, humillado y burlado*Narra Bruce Collins*—¿Tú por qué me has pegado? —pregunto consternado, llevándome la mano derecha al pómulo para masajearlo. Tal parece que todavía recuerda muy bien como golpear a un chico. Henry le enseñó bien. Siempre fuimos grandes amigos. La quería y me adoraba. Estudiamos juntos, vivimos el romance con Maia felices de la vida y es sorpresivo en absolutoesto que acaba de hacer de la nada.Se lo piensa un poco antes de abrir la boca para responder. —Tenía mucho tiempo esperando romperle la nariz al tipo que rompió el corazón de mi hermana...Intento no reírme, pero fracaso de manera estrepitosa. Puede acusarme de muchas cosas, pero de eso... Resulta demasiado cínico de su parte —incluso siendo su naturaleza— reclamarme por un golpe que su adorada hermana me devolvió con creces. —Pues no lograste tu cometido —le interrumpo burlón, tocándome mi nariz sana—. Por cierto, también te echado de menos. —No me provoques, Bruce Coll
Capítulo veintiséis: Inocencia*Narra Maia Miller*Deposito a la bebé en su cuna una vez se queda dormida. Pierdo la noción del tiempo contemplándola como lela, rememorando cada instante desde que supe de su existencia, hasta ayer al verla en el mismo espacio que Bruce. Una lágrima cae sin poder evitarlo y, de buenas a primeras, comienzo a llorar en silencio sin parar. ¿Qué he hecho? Las cosas se me enredan cada vez más y yo, como una estúpida, siempre tomo el camino más retorcido. «No merece saberlo», me convenzo. Sin embargo, al recordar su desesperación por el abuelo y... lo que hicimos en la Mansión Collins, mis cimientos tiemblan. Me entregué a la pasión, me rendí ante él y en respuesta, me hizo suya con un esmero y una dedicación abrumadora. Se sintió como... nuestra primera vez. —Soy un desastre, Brooke —suelto entre hipidos—. Perdóname, pequeña. Hallaré una solución —me acerco a besar su mejilla—, lo prometo. Me llevo el intercomunicador y sin detenerme a pensarlo dos ve
Capítulo veintisiete: Red de Mentiras*Narra Maia Miller*—Es un montaje —estipulo cerrando los puños hasta clavarme las uñas en las palmas de las manos—. ¿Dónde está tu equipo de seguridad? Es un jodido candidato a la presidencia de los Estados Unidos. No puede ir y venir por la vida a solas como un ciudadano común, porque, con un demonio, no lo es. Cada vez que miro hacia los lados ya anda haciendo gala de su libre albedrío como si fuera un simple mortal.¡Joder!Estoy por despedirlos a todos.—¿Por qué preguntas? ¿Me supones algún tipo de amenaza vital? —bromea divertido, aunque el gesto no se le refleja en la expresión.Se ha sentado frente a mí y soporta con firmeza mis miradas intensamente cabreadas.—No quiero jugar este juego, Bruce y espero que no me hayas sacado de mi vida para retozar. La treta de la peli no te servirá de nada. La amplitud de su sonrisa me grita desde el asiento que lo sostiene, que he elegido mal mis palabras.¡Joder, Maia! Pareces una puñetera cría. —
Capítulo veintiocho: Vale la pena*Narra Bruce Collins*Me encanta ver cómo se sonroja cuando está nerviosa. Cómo la sangre se acumula en sus mejillas, porque se siente perdida en las palabras cuestionables que le lanzo como pelotas de béisbol salidas de una máquina para entrenar, en la que, si no las consigues pillar con destreza, se te amontonan a los pies. Creo que así se siente ella ahora: con las verdades acumuladas bajo sus pies.—Me lo hicieron llegar de manera anónima —miente de forma categórica. Le fabrico una falsa sonrisa para no ponerla sobre aviso, ni que pueda descubrir mis intenciones de ir tras ella. Voy a sacar a la luz todas y cada una de las mentiras que se guarda y aunque el investigador esté cobrándome toda la vida, yo juro que daré con todas las respuestas que necesito para volver a vivir mi historia con ella justo desde donde la dejé hace un tiempo atrás. —Te he demostrado que no miento —matizo, dejando que se levante de encima de mí—. Has podido ver las prueb
Capítulo veintinueve: Entrar en el juego*Narra Maia Miller*Me siento como Cenicienta cuando se le acaba el baile: a punto de quedar en harapos sobre una calabaza rodeada de ratones.Voy de regreso en el avión de Bruce y no puedo dejar de pensar en Gerald. Me siento sucia, mezquina y traicionera y no debería. El amor es sublime, limpio, transparente. No se empaña, aunque nosotros los que amamos queramos hacerlo.Por más que lo pienso, no consigo imaginar a mi... «esposo» mentirme de esa forma. Gerald me salvó la vida, estuvo ahí cuando nadie más lo estaba, ni siquiera mi hermana. Sin él, no estaría aquí ahora mismo. Siempre fue sincero —al menos lo parecía— e incondicional. Nunca me ha pedido nada a cambio de su ayuda. Por eso me casé con él, porque ambos teníamos las cosas claras y sabíamos a qué atenernos con nuestro matrimonio. —Deja de hacer eso —me riñe el hombre a mi lado.Deja que su cabeza resbale hacia la izquierda y cuando su mejilla casi roza la tela del asiento, me obse
Capítulo treinta: Dos Caras*Narra Maia Miller*Llevo aproximadamente dos minutos en el auto, esperando a que mi cabeza invente una mentira lo suficiente creíble para decirle a Gerald sin que me pida explicaciones. Mi teléfono se ha quedado sin batería hace tiempo, así como el de Bruce. Por ello me obligó a dejar que el azar se encargara de decidir hasta donde sería definitorio este encuentro sin información del exterior.¡Gran error!—Tú puedes, Maia —me animo a mí misma—. Te metiste en este lío solita, así que ahora ponte los pantalones. Por fin me bajo del coche y me aventuro a enfrentar las consecuencias de mi estupidez. Cuando voy a entrar, la puerta se abre y detrás de ella aparece mi esposo con una sonrisa, que no entiendo, en unos labios que corren hasta mi mejilla. Me quedo clavada en mi sitio, tratando de esconder mi sorpresa. Después de todo, no es como si tuviéramos público para dar este tipo de demostraciones. —Se os alargó la entrevista —murmura sin perder el buen h
Capítulo treinta y uno: Mala Espina*Narra Bruce Collins*Cuando salgo del avión, doy un espacio de tiempo para que ella se haya ido, puesto que no quiero ninguna especulación o habladuría al respecto. Por el momento, no nos pueden relacionar en el ámbito personal, aunque estarían en lo correcto (al menos en esa parte). Tenemos una historia en común que, desde fuera, quien no la conoce —incluyendo los medios y redes sociales— puede interpretarlo todo como algo sórdido y mezquino. Yo siempre quedaría como el típico infiel, un hombre más a la lista del tan nombrado cliché de «todos los hombres son iguales». Ella, por otra parte, se llevaría —también como topicazo—, la peor parte. Maia sería tachada de zorra infiel que se interpone en un matrimonio feliz, rompiendo el suyo propio. La verían como la villana de la historia que amenaza con destruir desde debajo de sábanas infieles una prolífica carrera.Nada más lejos de la realidad. Por este tipo de cosas es que no debemos dar las suposi
Capítulo treinta y dos: Atentado*Narra Bruce Collins*Estoy en el suelo. Soy consciente de que estoy en el suelo; pero, ¿en el suelo de dónde?¿Qué sitio es este?Me quejo y trato de darme la vuelta hasta que entiendo que estoy sobre el techo del coche. ¡Joder!Vuelve a girar el maldito auto y siento que me desgarran la piel en choque contra choque. Estoy volcado y no sé cuando pare.¿Qué rayos ha pasado?—¡Sacad al candidato! —gritan desde fuera.Soy incapaz de entender qué coño pasa.Hubo una explosión y alguien disparó, pero mis coches están blindados, es imposible que me den. Sin embargo, mi cabeza sangra, tengo dolores y lo atribuyo a que ya me había quitado el cinturón de seguridad. No encuentro el móvil. Estoy un tanto aturdido.—¡Aquí! —grito dando mi posición—¡Sacadme, joder!Definitivamente pierdo los papeles. Me empiezo a encabronar mientras busco el móvil. Ella tiene que estar preocupada si oyó las explosiones. —¡Venid, está aquí! —mi jefe de seguridad da aviso—. ¡Rápid