XXXIV

—Ay —me quejé cuando terminó de de darme un punto a la brecha que Denix había provocado en mi cabeza al empujarme contra la pared. Miles había venido a por mí quince minutos tras mis llamadas y, a pesar de haberme encontrado hecha un mar de lágrimas, no le había hecho falta preguntar de quién era la culpa de mi estado en esos momentos, llevándome a casa manteniendo la mandíbula tensa durante todo el viaje y las manos agarrando fuertemente el volante, casi al borde de doblarlo. En su piso rápidamente se había dirigido hacia el botiquín de primeros auxilios haciéndome saber que tenía que coser la brecha de mi cabeza, provocándome entrar en pánico siendo pero decidiendo dejarle hacerlo mientras las lágrimas caían por mi rostro de dolor.

—¿Te duele mucho? —preguntó y, por un momento, pensé que realmente s

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