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2 - ¡Nacidos de la misma sangre!

Ubicación: Desconocido

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–¡Papá! –Me llamó una voz melodiosa e infantil haciéndome girar rápidamente para encontrarlo. Observé a una joven de cabello oscuro y ojos azul cristalino correr hacia mí, al mismo tiempo su vestido verde musgo con diseños marrones, azul oscuro y detalles rojos revoloteaba junto con su cabello suelto recogido en una trenza incorporada. Delgada delgada. Con ligeras pecas en su dulce rostro redondo. Ella saltó el barranco y cayó encima de mí, y yo tuve la proeza de agarrarla con los pies hundidos en el caudaloso río.

–Elora... –dije riendo mientras la levantaba y la abrazaba, volteándola conmigo. Escuchando su risa divertida. –... ¿Por qué no estás con tu madre?

–¡Porque quiero estar contigo, papi! –Sus ojos azules brillaron. Sonreí y lo coloqué sobre una gran roca en medio del río.

–¿Donde esta ella?

–¡Está recogiendo semillas y guijarros cerca!

–¡Oh, deberías estar ayudándola! –dije, chasqueando su nariz y escuchándola gruñir.

–¡Quería quedarme contigo un tiempo, antes de que te vayas a pelear! –Empezó a voltearse de lado con las manos detrás de la espalda.

–Así que eso es todo... –Me sostuve la barbilla con la mano izquierda un poco pensativa. –Creo que tendré que... ¡Oh! –La sostuve en un abrazo dándole varios besos mientras le hacía cosquillas y la dejaba caer de la risa, la tomé colocándola sobre mis hombros y seguí con cuidado sobre las piedras resbaladizas del suelo al salir del riachuelo hacia la hierba verde.

–¡Ah, entonces ustedes dos están aquí!" –Miró a la mujer más hermosa que he conocido. Con ojos color miel y cabello que parecía el pelaje más hermoso de un zorro que jamás haya cazado. Labios rosados ​​y carnosos delineados en líneas de una sonrisa blanca y radiante, como su piel suave con los pétalos de las rosas más delicadas que jamás haya recogido.

          Su cuerpo hacía eco de los contornos donde me perdí en el amor, pero estaba estampado con telas de colores fríos a cálidos que seguían en mangas largas y caían suaves y sublimes en la enagua hasta los pies. Su cuello, una tentación, estaba adornado con el hermoso collar de hierro que le regalé junto con la tiara en la cabeza, que exaltaba aún más su belleza. Ay, qué divino. Que los dioses me perdonen, confirmó que ella era como una diosa. Mi diosa...

–Papá, ¿puedes bajarme o te vas a quedar ahí parado mirando a mamá? –se quejó mi pequeña, haciéndome entrar en razón.

–¡Perdón, mi cielo sin nubes! –Así la llamó desde el día de su nacimiento. La dejé en el suelo y volví la mirada hacia Genevieve, que se me había acercado. Me besó tierna y apasionadamente. Agarré su cintura tirando de su cuerpo y presionándolo contra el mío. Sus besos me volvían loco. Locamente enamorado.

–¡Vete pronto a nuestra casa, al menos así podrás hacerme un hermano o una hermana!

–¡Elora! -me regañó Genevieve y me eché a reír –¡¿Ay, qué gracioso?! –me preguntó, dándome un golpecito en la nariz.

–¡Ay, eso duele! –Hice una mueca al mismo tiempo que Elora se reía.

–Y usted también jovencita, ¿cree que esto es gracioso? Mejor corre porque te van a dar zarpazos... ¡Solo en los oídos!

–¡Oh no! –Dijo la pequeña tapándose los oídos mientras empezaba a correr.

–¡Tenemos que hablar más tarde! –Habla mi amada.

–¿Sobre? –Yo pregunté.

–¡Un secreto! –Corrió detrás de Elora con una pequeña sonrisa disimulada. estaba en duda Sin embargo, vi a ambos divirtiéndose corriendo uno detrás del otro mientras se arrojaban hojas secas. Genevieve se detuvo de repente en la distancia y me dio la sonrisa más amplia y brillante que he visto en mi vida. Hizo una señal llevándose el dedo índice a los labios y miró hacia abajo. Lo que hizo que mi mente entendiera de qué se trataba el secreto. Dejé caer la barbilla y me congelé con una sonrisa tonta.

–¡Papá, ven a jugar! -Llamó mi hija entre risas. Una risa que resonó profundamente en mi mente, junto con sus ojos del color de un cielo sin nubes...

La música alta me despertó...

–¡MALDICIÓN! –grité mientras abría los ojos asustada y levantaba la cabeza de la almohada. Escuchar los latidos vibrar en todo mi apartamento. Dejé escapar un suspiro de enojo en ese momento y volví a acostarme en la almohada de seda oscura, haciendo que mis tres compañeros de cama se movieran y siguieran durmiendo incluso con el fuerte sonido. -La que estaba al final de la cama era baja de estatura y piel blanca con el pelo rubio lacio, abrazando a la morena de pelo rizado que me abrazaba a derecha e izquierda la tercera vivía a mi lado, una hermosa mujer negra con cuerpo lleno y voluminoso cabello en pequeños rizos. Todavía tenía la visión borrosa y cuando miré a los pies de la cama, vi una silueta oscura y esbelta, cabello castaño ondulado con mechas rubias.

–¡Es hora de despertar reina de belleza! –me dijo con los brazos cruzados riéndose.

–Es hoy... –murmuré.

–¡Sí, es hoy!

–¿Qué hora es? –Pregunté levantándome de la cama.

–¡Es hora de que te levantes! exclamó moviendo su cuerpo vestido de cuero negro a mi armario.

–¡Lo digo en serio, Mavies! –Me levanté de la cama para pasar por encima de una de las mujeres. Y fui tras ella. La encontré señalando con la mano mientras sostenía un control remoto, bajando el volumen de la música mientras recogía algo de las perchas.

–¡Las once y media de la noche! –Dijo mientras hacía una expresión pensativa. –Pues... Una camisa y un pantalón negro... estos zapatos... –dijo eligiendo. –¡Y mira lo que encontré!

–¿Mmm? –Levanté las cejas mientras tomaba la ropa de sus manos, estaba completamente desnuda y en el momento del campeonato nunca me importó tal cosa frente a Mavi. Cuantas veces no la he visto también desnuda y ella me vio, siendo algo normal. Noté en su mano el duro látigo de cuero mientras golpeaba su mano y tiraba con ambas.

          Me encogí de hombros y fui directamente al baño que estaba al lado del armario, por una puerta a la derecha. Sentí un latigazo en la piel de mi trasero, haciéndome saltar. La miré, dejando escapar un suspiro forzado, el cual me reí de la situación con gusto.

–Mavies...

–¡Pronto! ¡Es medianoche dentro de poco!

          Seguí el camino de nuevo y atravesé la puerta del baño. Puse la ropa encima de un sillón oscuro que estaba allí y me acerqué a la caja de cristal rajado a la altura de la cintura. Abrí la ducha y recibí un latigazo de agua fría en mi rostro, dejándome más asqueado que el otro latigazo que recibí.

–¡MAVIES! –grité desde la Caja. Mientras la escuchaba apagar la música riendo.

–¡Esto te hará despertar! –Se burló. Mavie era el tipo de súcubo meticulosa que amaba el peligro, pero seguía nuestras leyes hasta el punto de ser más rígida que yo en este concepto y siempre me ayudaba en los momentos en que me planteaba dejar ciertos asuntos atrás.

           Y ese tema fue una reunión seria, organizada por Rex. Un íncubo duro que disfrutaba participando en los castigos y penas impuestas a quienes infringían las normas. A veces se sentía como si su modo alfa quisiera dominar el mío. Siempre fue un verdadero amigo, sin embargo, una de las reglas era clara. “¡Nunca confíes en tu prójimo!” Siempre he estado a la defensiva con Rex, pero nunca ha hecho nada que sospeche, excepto por Mavie, a quien no le agradaba. Pero ella no se fue con la cara de nadie. Rex fue mi mano derecha para resolver asuntos en los otros territorios Incubi y Succubi. Y Mavies se quedó a mi lado cuidando nuestro territorio.

       El verdugo de todo era cuando individuos de nuestra raza desobedecían las leyes impuestas o cuando aparecían cazadores en nuestra zona, esa era la señal para que yo resolviera todo como el alfa que era. En el momento en que pensé en todos los seres que maté además de los humanos para proteger a mi clan y a mí mismo, puse el agua tibia. Esperé un rato mientras miraba los azulejos oscuros, solté el aire de mi pecho y entré cerrando los ojos mientras sentía el cálido líquido correr por mi vigoroso cuerpo lleno de cicatrices. Cicatrices que no solo estaban marcadas en esta piel de aspecto humano, sino en mi mente. Cada energía que succioné de mis víctimas, cada sabor, sentimiento... Me dejé llevar, sintiendo el placer de aquellas imágenes que recordaba.

Me sentí emocionado, hambriento... Una sonrisa se deslizó por mi rostro cuando abrí los ojos, completamente negros como la noche. Chupa, alimenta y satisface a las pobres almas humanas. Ahora que era una vida digna de un íncubo. Hábilmente pasé mi mano hacia abajo, tomando mi miembro que estaba rígido de lujuria, traté de envolverlo en mi gran mano, pero no pude por el tamaño de la misma. Empecé a masturbarme ahí, ardía en deseos de cometer el acto. Más, más, más, más, más, más, más... Me vine. Jugué mucho a la m****a, todavía dejando escapar algunos gemidos mientras rodaba mis ojos nigris echando mi cabeza hacia atrás.

–¡Si tardas más en el baño, te como el hígado, imbécil! –Gritó Mavie al mismo tiempo que escuchaba a las mujeres salir pateando de mi habitación.

–¡Terminé, pervertido! –respondí riendo mientras me lavaba rápidamente y cerraba la ducha. Salí de la Caja y agarré la toalla de un soporte de hierro al lado.

          Empecé a secarme y pasé a mi cabello oscuro y ondulado. Envolví la toalla alrededor de ellos y comencé a ponerme mi ropa. Calzoncillos boxer grises, pantalones de vestir junto con una camisa abotonada de manga larga de color oscuro. Saqué la toalla y me sequé un poco más, tirándola y revolviéndome el cabello con la ayuda de un gel que conseguí en el estante al lado del espejo. Mis ojos volvieron a ser de un azul intenso. En un frenesí recordé otra mirada y una sonrisa encantadora. Levanté las cejas, dándome cuenta que dejé de ajustar las muñecas de las mangas de mi blusa. Cerré los ojos en negación y percibí mi olor pasando un poco.

          Salí del baño y me puse mis clásicos mocasines italianos en un pulido color oscuro, hechos de suave piel de cabra con una discreta trenza que mezcla el negro y el café, a juego con mi ropa formal. Abrí el segundo botón de la blusa mostrando un poco de mi pecho. Me levanté y salí del armario, justo cuando vi un gran culo en el coro negro balanceándose mientras me inclinaba sobre la barandilla del balcón. Me acerqué y noté que se reía, y abajo vi lo que le pareció tan divertido.

–¡Ay, ay, qué bonito es el amor humano, pero no! –comentó burlonamente fingiendo vomitar.

–¡No me sorprenderá si ella lo engaña con su mejor amigo!

–¡Vaya, Carl, eres malvado! –Ella se rió y se encogió de hombros riéndose.

–¡Los humanos son tontos! –observé a ambos.

–¡Patético, en este caso! Podemos convertirlos en marionetas que no creerán que es un demonio moviendo los hilos para destruirlos...

–Excepto los fanáticos religiosos, que piensan que todo son los demonios... ¡Pero se cavan sus propias tumbas! –Ella le dio un guiño. Me río y miro hacia el cielo nocturno cubierto de estrellas que parecen salpicaduras de una pintura al óleo, junto con una luna llena que brilla intensamente. La escuché dejar escapar un profundo suspiro. –¿Sabes lo que va a pasar hoy?

–Me doy cuenta... –Nos quedamos en silencio y bajé la cabeza frotándome las muñecas.

–¡Vik es un estúpida! –Se indignó rompiendo el silencio.

–¡Las reglas son las reglas, Mavie!

–¡Yo se! –Habló en tono arrogante mientras hacía una mueca de disgusto. –Estúpido... ¡Vamos!

–¿Rex vendrá? –Yo pregunté.

–¡No sé, llamé varias veces y dejé un mensaje! ¡Pero hasta ahora no ha habido respuesta! –Respondió girándose con los ojos completamente negros y desapareciendo en un humo de la misma tonalidad, flotando en el aire un olor a azufre que apenas sentía con su fuerte y sensual perfume amaderado. Volví a mirar a la feliz pareja besándose y desaparecí.

       Conduje por la ciudad de Columbia, disfrutando de la vista desde lo alto de los edificios por los que pasaba. Traté de liberar mi mente de tratar de pensar en el juicio que requería mi orden y sobre todo en mis manos. Como nací como un íncubo, mi trabajo consistía en guiar a los recién llegados junto con Mavies, quien fue mi asesora durante todo el proceso. Pero las órdenes siempre las daban los patriarcas superiores, los íncubos y los súcubos. Gracias a Lucifer estoy aquí. Gracias a Él soy inmortal y tengo una vida llena de lujos y dinero, la mayoría de la gente quiere estar a cargo, sin embargo dudo que alguien se ponga en las decisiones difíciles a tomar.

          Y hoy fue el día de una de esas decisiones difíciles que he tomado en estos quinientos o más años. Dejé de contar hace mucho tiempo, porque parece que los años son como arena en un reloj de arena, cayendo lentamente en cada grano. El clan era mi única preocupación...

          Mientras conducía hacia el centro, mi mente estaba acelerada, y siempre lo era. Me atormentaba como el dolor de una herida que intenta sanar y dejar de sangrar. Aparecí a través del humo negro en un callejón oscuro seguido por Mavie a mi lado. En silencio, caminamos hacia una puerta de hierro junto a un contenedor de basura. Un ratón pasó a mis pies y me encogí de hombros mientras agarraba la manija de metal y la abría. El salón estaba completamente oscuro, iluminado solo por una luz roja que parpadeaba una y otra vez.

       Volví a mirar a mi pareja y sus ojos eran más oscuros que un pozo sin fondo. Sin alma. Era lo que no teníamos. Dio sus primeros pasos en la oscuridad del lugar y yo la seguí. Silencio mortal mientras escuchamos ruidos desde arriba como si fuera una discoteca. Pero nuestro silencio fue significativo ese día. En ese momento. Tragué. Estaba nervioso, sudando frío.

–Carlisle... –Me advirtió.

–¡Yo se! -Respiré hondo y repudié los sentimientos mostrados y seguí adelante. Llegamos al final donde había una enorme puerta de hierro sin llave que abría, pero con un cuadrado a la altura de los ojos. Mavie llamó y esperó a que regresara. La pequeña puerta se abrió, revelando dos ojos negros que nos miraban fijamente.

–¡Abre esa m****a, Daniel! ¡Somos nosotros! –Habló con impaciencia. La puerta hizo un sonido de desbloqueo y luego se abrió. -¿Llegó Rex?

–¡Nada por ahora, Mavie! ¡Patrón! –Me hizo una reverencia cuando pasé.

–¡Daniel! –Le dije. Noté que al final de la gran sala sostenida por pilares grises, había más de diez, entre ellos súcubos e íncubos sentados en sillas.

–¡Oh, chicos, suenan como un grupo de apoyo para el alcoholismo! –Mavies burlados.

–... –Me limité a sacudir la cabeza al mismo tiempo que el personal salía del círculo que habían formado para hablar.

          Los ojos negros en mi dirección parecían estar felices de verme, ha pasado un tiempo desde que mostré mi rostro correctamente. Sin embargo, los de Eliza eran diferentes. Ella era una súcubo rubia con ojos azules cuando eran normales, piel dorada, cuerpo alto e impresionante para cualquier hombre adulto. Estaba claro que me amaba. Me halagó y todo. Pero siempre la imaginé como una subordinada y nada más que eso, evitando vernos mucho o solo por asuntos de nuestro grupo.

          Mavies la agarró del brazo cuando se dio cuenta de que venía hacia mí al mismo tiempo que yo pretendía iniciar una conversación con Daniel. Era un íncubo alto y fuerte de seis pies, lo que me hacía una pulgada más bajo, completamente afeitado y bien afeitado. Se parecía más a un nórdico de las historias. Sólo que más moderno.

–Ah, ¿y Victoria?

–¡Está en el armario, jefe! ¡Le puse mordazas y cadenas simbólicas para que no se escapara! –comentó mientras nos acercábamos al grupo.

–¡Traela! –Ordené seriamente. Y él solo dio un pulgar hacia arriba.

–¿Qué hay de Rex? ¿Esperamos? –Se detuvo en el camino para girarse y mirarme.

–Para cuando... –hablé lentamente con mis manos dando a entender que no podía esperar más. Daniel entendió y se dirigió hacia el armario del fondo. Tomé mi lugar frente a ellos en el centro, mirando a todos. –Bueno, ¡comencemos! Sé que no todo el mundo está tan disponible como yo...

–¡Lo soy, aún más para ti! –Respondió Eliza mordiéndose los labios.

–¡Es Eliza, lo entendemos! –comenté al escuchar algunas risas y burlas. Mavies se movió a mi derecha mientras Daniel sacaba a Viktoria esposada con símbolos grabados que se conectaban a una cuerda, que sostenía en su mano enguantada. Con la otra mano, también protegida por un grueso guante amarillo, le quitó la venda de los ojos y la mordaza de la boca y la obligó a arrodillarse. Parecía debilitada, temerosa y desesperanzada, pero cuando me miró, un brillo destelló en esa mirada negra.

–Por favor, Carlisle yo... –Levanté la mano mirándola seriamente cuando la escuché llorar y se quedó en silencio.

–¡Viktoria, quédate en silencio mientras digo tu frase! –Yo era autoritario.

–... –Estaba temblando y las lágrimas corrían por su rostro junto con las quemaduras en el rostro dejadas por los símbolos de las mordazas.

–Viktoria, súcubos durante más de quinientos años. Nacido de mi clan y forjado en nuestra sangre. Se le acusa de enamorarse de un humano llamado Joshua Michael Jones, un hombre de cuarenta y dos años, divorciado durante más de cinco años y con dos hijos en su vida mortal. Un cirujano de renombre en el hospital de la ciudad. Y tú fuiste responsable de él al afirmarlo y aceptarlo como víctima, habiendo absorbido toda su energía en estos diez años totales de convivencia... –Hice una pausa y la miré. Estaba mirando hacia abajo, sabía que era culpable. –Sin embargo, terminó enamorándose de la humana y nuestras leyes establecen que... Si un íncubo o una súcubo se enamora de un mortal, su sentencia será... ¡a muerte! –Se quedó helada de miedo. –¡Aquí hay tres testigos que pueden probar lo que pasó!

–Carlisle... –gritó Vik. Algo dentro de mí, creo que la parte sangrienta se estaba desmoronando mientras mi rostro permanecía serio y frío. Viktoria... prácticamente nació conmigo. Incluso si no lo recuerdo completamente, ella estaba allí.

–¡Las fotos son la prueba y las palabras de los testigos también! –Dijo Mavi sacando varias fotos de un sobre y arrojándoselas a sus pies.

–¡Ay… Lídia, por favor! –Gritó su amiga quien volteo su rostro con una cara triste.

–Soy testigo, ella misma me dijo que quería dejar la vida de súcubo y quería irse con la humana... –Dijo Lídia desmoronándose. –... ¡Hago!

–Daniel... -Lo miró, quien evitó su mirada.

–La seguí durante varios meses y meses, dos años... ¡Vik, qué te has hecho! –Tragó saliva. –¡Soy testigo y lo afirmo!

–Marian...

–¡Lo siento Vik, pero no puedo mentirle a nuestro jefe aquí! –La mujer de piel morena la miró con melancolía. –¡Soy testigo y lo afirmo!

–¡El patriarca me dio la palabra y la confirmación! - Empezado. La miré a los ojos. Mavie me entregó la daga tan pronto como me puse los guantes. Desde la hoja hasta la empuñadura, estaba salpicado de símbolos de que un toque me quemaría la piel. Me acerqué.

–Carl, por favor... –Estaba temblando y sudando frío. –... nacimos juntos! –Eso me dio un vistazo. Todo era sangre. Sangre por todas partes más la oscuridad que sucumbió a ella. El primer rostro que vi fue el de Mavie, la miré mientras me acercaba a Vik, y la morena me devolvió la mirada seria.

          Me agaché frente a mi Hermana de Sangre y la miré a los ojos. Ojos cubiertos de oscuridad, pero con un brillo. El mismo resplandor que vi cuando vi su rostro a mi lado, sobre un cuerpo bañado en escarlata.

–Lo siento... –susurré mientras me acercaba a su oído y clavaba la daga en su corazón. “¡Yo… te perdoné!”, escuché muy bajo entre sus labios. Y en ese momento exacto, mis entrañas estallaron en chispas y humo al igual que Viktoria frente a mí. Agarré la empuñadura de la daga con fuerza. Y lo que me quedó de ella fue sólo la imagen de la media sonrisa que me dedicó en ese momento de nuestro nacimiento cuando nos miramos por primera vez.

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