-Pero que coincidencia, ¿Cómo se encuentra el rompecorazones más destacable de la ciudad?
La mujer deliberadamente ignoró la presencia de Irene. Ella apretó los dientes y estaba por hablar, cuando Alan reaccionó primero.
— ¿No ves acaso que estoy ocupado? Y será mejor que midas tus palabras. Ahora estoy casado. Espero que respetes a mí esposa.
La mujer se quedó sin palabras, ella fue testigo de cómo en varias ocasiones él mismo abandonaba a sus acompañantes por otra mujer mejor si le apetecía, mientras no fuera serio, se comportaría como un completo patán.
Preparen pañuelos...
—¿Qué quieres...? ¿Qué? — El divorcio. Te dejaré esta casa y tendrás una pensión lo suficientemente buena como para que no tengas que trabajar el resto de tus días. El trabajo es aparte, por lo que podrás continuar sin problema. Salvo la palabra divorcio, Irene no escuchó más. Miró al hombre frente a ella atónita y confundida. Sabía que no había mucho tiempo de por medio y, que cualquier cosa que pudieran desarrollar había sido muy poca, pero... Sinceramente, creyó por un momento que todo lo que habian pasado y vivido, habría sido de calidad, que por lo menos un lugar en su corazón se había ganado. Sin embargo... Para su desgracia no fue así. Ella
Alan frunció el ceño de inmediato, y la miró un poco irritado. - ¿Por...? ¿Qué? Preguntó cortante. Irene quería decírselo... Pero... ¿Qué cambiaría? ¿Quería que escogiera entre ella y Lily? No, esa mujer estaba dispuesta a usar cualquier cosa para volver con él, y mientras más se metiera en su camino solo sufriría. Por el bien de su bebe y el suyo, lo mejor era... Que todo siguiera su curso como en ese momento. Al ver su cambio de ac
Irene salió de la casa a primera hora del día siguiente. Alan que se Alan corrió tras ella, pero al parecer ya había subido al ascensor, Pregunto a su secretario, pero este en silencio le señalo con la cabeza las escaleras, algo incómodo. Alan corrió inmediatamente, pero no vio nada. Con una cara fea miro a su secretario, Esteban sonriente como un niño, caminó con ella por el centro de la ciudad. Pasaron por varios lugares y, mientras buscaban un lugar para comer, el tiempo pasó volando para Irene. Ella comenzó a sonreír en algún momento por sus ocurrencias y, le daba la razón en algunos comentarios. Irene le pidió de favor a Esteban la llevara a casa de Arturo. Y, en cuanto la vio. Silvi corrió a saludarla con lágrimas en los ojos. — Mi niña… Irene sonrió lo más tranquila que pudo y, dado que ya había comenzado a calmarse también, expresó su tranquilidad. Silvia que la conocía bien, suspiró por lo bajo y trató de no alterarla nuevamente. — ¿Está el abuelo? Silvia asintió y le dijo que estaba en el estudio. Mientras la veía subir, sintió cierta preocupación. Deliberadamente, había omitido el que Alan se encontraba en casa en ese momento para que pudieran hablar con más calma. Al llegar, la puerta estaba entreabierta y logró escuchar como Alan se quejaba en voz alta. — Le di más de lo que cualquiera pudiera soñar tener y aun así dejó todo el trabajo tirado, ¿Qué demonios se propone? — Alan, ¿No esperabas que ella simplemente estuviera para lo que tú dijeras sin condiciones verdad? Alan frunció el ceño y miró Ángel de la guarda
Mi nuevo y creciente amor.
La cruel realidad.
Irene despertó al amanecer, Esteban en el asiento del conductor se quedó dormido recargado en el volante. Vio las frazadas y las almohadas, y, después con una sonrisa de agradecimiento, tomó una y se la puso. Quería dejarlo dormir un poco, pero en cuanto él sintió movimiento se incorporó. — Ah, lo siento. Te desperté. Irene se sentó en el asiento del copiloto avergonzada. Recordó lo que había pasado el día anterior, y casi se le caía la cara de vergüenza. Estaba tan destrozada y se sentía tan mal, que incluso estuvo a nada de pensar en morir. Todos los años de esfuerzo, el amor y el cariño que creyó recibir, simplemente fueron... nada. Un simple intento de alguien de sentirse mejor, la manera perfecta de criar a la esposa de Alan o simplemente era para tratar de no tener un enemigo más, ahora sabía que en realidad nunca tuvo nada. Todo lo que decían alrededor era la absoluta verdad. Era una simple inquilina con delirios de grandeza. Y,
Irene bajo subió nuevamente la ventana y miró al frente. Esteban casi eufórico sonrió y piso el acelerador. En el camino, todo permaneció en silencio, pero ya no de la misma manera que había estado anteriormente. Irene por alguna razón se sentía bastante relajada y como si hubiera ganado una gran batalla. Era como si hubiera despertado de un muy largo y pesado sueño. — ¿A dónde quieres que te llev