Alan corrió tras ella, pero al parecer ya había subido al ascensor, Pregunto a su secretario, pero este en silencio le señalo con la cabeza las escaleras, algo incómodo. Alan corrió inmediatamente, pero no vio nada.
Con una cara fea miro a su secretario,
Esteban sonriente como un niño, caminó con ella por el centro de la ciudad. Pasaron por varios lugares y, mientras buscaban un lugar para comer, el tiempo pasó volando para Irene. Ella comenzó a sonreír en algún momento por sus ocurrencias y, le daba la razón en algunos comentarios. Irene le pidió de favor a Esteban la llevara a casa de Arturo. Y, en cuanto la vio. Silvi corrió a saludarla con lágrimas en los ojos. — Mi niña… Irene sonrió lo más tranquila que pudo y, dado que ya había comenzado a calmarse también, expresó su tranquilidad. Silvia que la conocía bien, suspiró por lo bajo y trató de no alterarla nuevamente. — ¿Está el abuelo? Silvia asintió y le dijo que estaba en el estudio. Mientras la veía subir, sintió cierta preocupación. Deliberadamente, había omitido el que Alan se encontraba en casa en ese momento para que pudieran hablar con más calma. Al llegar, la puerta estaba entreabierta y logró escuchar como Alan se quejaba en voz alta. — Le di más de lo que cualquiera pudiera soñar tener y aun así dejó todo el trabajo tirado, ¿Qué demonios se propone? — Alan, ¿No esperabas que ella simplemente estuviera para lo que tú dijeras sin condiciones verdad? Alan frunció el ceño y miró La cruel realidad.
Irene despertó al amanecer, Esteban en el asiento del conductor se quedó dormido recargado en el volante. Vio las frazadas y las almohadas, y, después con una sonrisa de agradecimiento, tomó una y se la puso. Quería dejarlo dormir un poco, pero en cuanto él sintió movimiento se incorporó. — Ah, lo siento. Te desperté. Irene se sentó en el asiento del copiloto avergonzada. Recordó lo que había pasado el día anterior, y casi se le caía la cara de vergüenza. Estaba tan destrozada y se sentía tan mal, que incluso estuvo a nada de pensar en morir. Todos los años de esfuerzo, el amor y el cariño que creyó recibir, simplemente fueron... nada. Un simple intento de alguien de sentirse mejor, la manera perfecta de criar a la esposa de Alan o simplemente era para tratar de no tener un enemigo más, ahora sabía que en realidad nunca tuvo nada. Todo lo que decían alrededor era la absoluta verdad. Era una simple inquilina con delirios de grandeza. Y,
Irene bajo subió nuevamente la ventana y miró al frente. Esteban casi eufórico sonrió y piso el acelerador. En el camino, todo permaneció en silencio, pero ya no de la misma manera que había estado anteriormente. Irene por alguna razón se sentía bastante relajada y como si hubiera ganado una gran batalla. Era como si hubiera despertado de un muy largo y pesado sueño. — ¿A dónde quieres que te llev
Un par de semanas después… — ¿Qué fue lo que dijo? Preguntó Irene consternada. -Me disculpo señora, pero el señor Alan además, le envío este mensaje.
Alan se dejó caer en su silla en cuanto Esteban dejo el lugar. Estaba muy molesto y por algún motivo tras escuchar sus palabras se sintió en crisis. ¿Ella sería tan rencorosa? ¿No habían dicho que era muy noble y amable? ¿Qué tan difícil era entender ese hecho tan simple? Pero aun así no le importaba lo que cualquiera pudiera decir, no dejaría que su hijo viviera la vida de un huérfano, tal vez no se casaría con Lily, pero jamás permitiría que nadie lo molestara o humillara por no tenerlo cerca. Su convicción era más fuerte que nunca. Lástima… Se desilusionaría drásticamente no mucho tiempo después… Esteban se abstuvo de ir en ese momento con Irene. Estaba demasiado enojado como para ir a verla en ese estado, fue al supermercado y compró muchas cosas que tal vez incluso no tocaría, sin embargo, de algún modo le tranquilizaba el pensar en ella. Su familia se preocupó bastante al saber el problema que tenía con Alan, no obstante, afortunadamente no paso a mayores debido a la gran
Esteban muy preocupado sujetó de los hombros y la escaneó de pies a cabeza, salvo por la mirada gacha y las lágrimas en sus mejillas no tenía daño físico. La abrazó y la apoyó para ir a adentro. Ella parecía una muñeca que seguía sus movimientos solamente, no hablo y sin ganas de dar explicaciones, simplemente permaneció en silencio. Esteban sentía una rabia que apenas podía controlar. Quién fuera que la hubiera lastimado, lo pagaría. Justo habían cerrado la puerta tras de sí, cuando el teléfono de Irene comenzó a sonar. Ninguno de los dos le dio importancia, pero sonó varias veces. Y, Cuando comenzó a ser molesto Esteban atendió pero antes de que pudiera hablar una voz molesta y llena de furia lo interrumpió. -¿Qué demonios es lo que tramas? ¿Estás tan molesta como para meterte con un niño que ni siquiera ha nacido? ¡Si tienes algún maldito problema resuélvelo conmigo, ya estoy harto de tus estúpidos caprichos! ¿Quieres largarte? ¡Adelante! ¡D
Ambos entraron a la casa e Irene más que encantada vio el interior. - ¡Vaya! Creí que sería muy diferente. - Les dije que dejaran todo en orden, era lo mínimo.