Nunca me perdones.

Ante la pregunta, Irene sintió como si todo el odio y las penurias del mundo se arremolinaron en su interior. Sus ojos sin vida y apagados, se llenaron de un increíble odio y rencor.

Haciendo que escupiera fríamente una sola palabra.

—No.

Esteban sintió como si miles de cuchillos atravesaran su pecho, tanto, que comenzó a sofocarse.

—Irene… me estás matando… ¿Sabes cuantas noches soñé con tener una familia contigo? Ser felices los tres, vivir pacíficamente y en paz.

La voz de Esteban comenzó a quebrarse, el dolor en su rostro provocaría las lágrimas de cualquiera que lo viera, pero ya no de ella.

Y, mientras más pasaba el tiempo y el silencio de Irene se hacía cada vez más extenso, su pecho se apretaba más.

—¿Recuerdas el día que te regalaron unos chocolates después de la graduación? 

Ella se sorprendió por un segundo y lo miró por cuenta propia en silencio. Esteban desde el fondo de su corazón sintió una agria y d

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