Capítulo 1

Ernesto y yo nos conocimos en el primer semestre de la universidad y, si eso no fue amor a primera vista, entonces no sé qué fue. Él era todo lo que yo siempre había soñado en un novio y él no paraba de decirme que yo era muy hermosa.

Todos nuestros compañeros nos decían que hacíamos una gran pareja, tanto en lo académico como en lo personal. Ambos éramos buenos en las clases y, lejos de competir, siempre nos ayudábamos en los temas que se nos dificultaban.

Las largas tardes estudiando se hacían muy cortas cuando comenzamos a coquetearnos y, un día sin planearlo, nos besamos en la biblioteca. Aunque yo nunca había pasado de simples besos con algún otro chico, la necesidad de un contacto más profundo se hizo evidente.

Estuvimos así durante el resto del semestre hasta que, el último día de clases, me pidió ser su novia y yo, sin dudarlo, le dije que sí. Nuestros compañeros nos felicitaron y de nuevo nos decían que éramos una gran pareja, la pareja perfecta.

Quizá por todos esos comentarios, nuestra relación fue algo muy corto, demasiado corto. Para julio del siguiente año, a seis meses de ser novios y un año de habernos conocido, Ernesto y yo nos casamos por el civil. ¿Con la bendición de nuestras familias? Por supuesto que no.

Sus padres consideraban que yo era una cazafortunas y le dijeron que no contara con ellos para nada (creo que en ningún momento se tomaron la molestia de informarse sobre mi familia y no sabían que nosotros teníamos un poco más de dinero que ellos).

Por otro lado, mi familia me echó de casa cuando les dijimos que queríamos casarnos en un mes. Así que mi familia me dio dos cosas: un largo discurso acerca de lo decepcionados que estaban de mi por haber deshonrado a la familia y una patada en el culo para que me fuera de su casa.

Así que Ernesto y yo nos casamos en el registro civil, únicamente acompañados por nuestros mejores amigos e iniciamos nuestra vida de casados en una pequeña habitación de 3x3 cerca de la universidad. Aunque sonara increíble, nuestra noche de bodas fue la primera vez que hicimos el amor y fue la cosa más bella de mi vida.

Los siguientes años fueron complicados para nosotros, pues teníamos que trabajar al tiempo que estudiábamos. Pero, al menos yo, nunca consideré que fuera malo vivir así. Quizá, si, era demasiado pesado, pero creía que valía la pena por completo. En primera para callarle la boca a nuestras familias, en segunda, para cumplir nuestro sueño de montar una empresa juntos.

A pesar de que conseguimos empleos que nos podían permitir cambiar a una mejor residencia, ambos coincidimos en que estábamos bien ahí y sólo nos iríamos cuando tuviéramos nuestra propia casa. Además, el dinero que ahorramos viviendo ahí se sumaría al que estábamos guardando para montar la empresa.

La empresa la logramos crear un año antes de salir de la universidad y, gracias a los pequeños favores del universo, conseguimos una adjudicación directa para la empresa en la que yo estaba haciendo mi servicio: un hospital para un hombre llamado Emilio García.

Ese negocio no alió del todo bien por todo el asunto de Alfredo Lugo. Sin embargo, nosotros pudimos salir bien librados y nos catapultó al éxito en muy poco tiempo. Emilio García nos contrató para hacer otros hospitales y remodelar algunos dispensarios en poblados cercanos a la zona metropolitana.

Cuando terminamos la universidad, decidimos que era el momento de perdonar a nuestras familias por su actitud hacia nosotros cuando nos casamos y los invitamos a la ceremonia de graduación. Ahí mis padres me dijeron que estaban muy orgullosos de mi y que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por mí, pues les había demostrado lo equivocados que estaban al echarme.

Curiosamente, conforme más crecía nuestra empresa, más se enfriaba mi matrimonio con Ernesto. No importaba lo que hiciera para tratar de llamar su atención, simplemente ya no había nada del fuego que antes nos caracterizaba.

Además, para acabar de fastidiar las cosas, la familia de ambos ha comenzado fastidiar conque les gustaría que tuviéramos algunos hijos, pues ya estamos en edad para ser padres. Consideran que es buena idea invitarnos a fiestas con un montón de niños para ver si así nos animamos.

¿Cómo podría mirarlos a la cara y decirles que no se va a poder? No creo poder hacerlo. Si no he sido capaz de hacer algo desde que me enteré de que Ernesto se acuesta con su secretaria, menos voy a ser capaz de sentarme a hablar con él y decirle que yo sí quiero que tengamos hijos.

Hoy es nuestro séptimo aniversario de bodas y mi familia nos ha invitado a cenar para celebrarlo. Así que salimos del trabajo un poco antes para poder llegar a tiempo al restaurante donde nos citaron.

- ¿Qué crees que nos digan esta noche, amor? - pregunto en cuanto subimos al coche.

-No lo sé, sólo sé que tengo muchísima hambre. – contesta mi esposo y siento muchísimo dolor.

-Ah… ¿No comiste en el trabajo? Juraría que en tu agenda tenías una comida de negocios hoy. – pregunto, un tanto confundida, porque sí estaba la comida.

-Sí… pero se canceló. Entonces no he comido. – contesta con naturalidad y me niego a pensar en algo más.

-Entiendo, entonces hay que darnos prisa para poder comer algo. – digo con la mejor de mis sonrisas y miro por la ventana.

Media hora mas tarde llegamos al restaurante más caro de la ciudad y mis padres ya están ahí. Nos reciben con un par de regalos y cuando yo le entrego el mío a mi esposo todos lo miran expectantes, pero él sólo me da una mirada avergonzada. ¿Se le olvidó que hoy era nuestro aniversario?

-Lo siento, amor. La paquetería no llegó a tiempo y no pude tener tu regalo, pero te lo daré mañana. ¿Está bien? - dice mirándome, un tanto incómodo.

-Claro, no te preocupes. Sé que a veces eso pasa. - contesto a toda velocidad, pues no quiero escuchar de nuevo los comentarios de mi familia.

-Pero Ernesto, desde hace dos años que siempre pasa eso. ¿No sería mejor que cambiaras de servicio de paquetería o que compraras cosas para mi hija que se vendan aquí en la ciudad? Si sigue pasando eso, sólo va parecer que se te olvida cuándo es tu aniversario de bodas. -

-Agradezco su preocupación, suegro, pero no es necesario. Si encargo cosas en el extranjero para su hija es porque creo que lo merece y, aunque se retrasen, ella es lo suficientemente comprensiva como para entender que esto pasa. Además, ¿Cómo podría olvidad el día de nuestra boda si…?- contesta mi esposo con molestia y sé lo que dirá a continuación… Que nuestras familias nos dejaron solos.

-Procura que no pase de nuevo, te lo digo de hombre a hombre. Aunque ella sea comprensiva, no es bueno para tu matrimonio. - sigue mi padre, interrumpiendo a mi esposo.

-Lo tendré en cuenta, suegro. Ahora comamos, ¿le parece bien? -

El momento incómodo pasa y Ernesto me da un beso en la mano que no es suficiente para apagar las llamas de este malestar. ¿De verdad le importo tan poco que se le olvidó nuestro aniversario? Le sonrío mientras trato de controlar las ganas que tengo de hacer un drama y lanzar todo lo que está en la mesa.

-No te preocupes, amor, entiendo que esas cosas pasan. - digo mientras quito mi mano y comenzamos todo a comer.

-Te lo compensaré esta noche… Y lo que compré te encantará. - una ligera punzada se presenta en mi vientre y espero que la sequía de sus caricias termine.

-Claro, estoy segura de que sí. - respondo.

El resto de la velada es, básicamente, una charla de mis padres acerca de cuándo tendremos un hijo, pues no nos hacemos precisamente más jóvenes. Con 26 años cumplidos, sus palabras comienzan a calar hondo en mi mente y, lo que antes me molestaba, ahora me duele.

Me limito a comer en silencio con una sonrisa que me cuesta muchísimo y Ernesto se ve cada vez más incómodo ante la intromisión de mis padres. Para mi fortuna, cuando siento que no puedo más, llega el postre, pedido por mi esposo y todos se deshacen en elogios hacia él por conocerme tan bien.

Mientras vamos camino a casa, siento la anticipación crecer en mi y lo miro de reojo cada que puedo.

- ¿Qué quieres hacer esta noche, querida? -

- ¿Cómo? - pregunto, muy sorprendida por su pregunta.

-No tengo ganas de ir a casa todavía, así que pensé que podríamos hacer algo… ya sabes… sé que no he cumplido mis deberes de esposo en un buen tiempo y te lo quiero compensar esta noche. -

-No tienes por qué hacerlo, entiendo que la empresa es bastante demandante –

-Aún así, no quiero que mi esposa me pida el divorcio por no cumplir mis deberes. - su comentario me deja bastante descolocada.

- ¿Cómo podría, Ernesto? Eres el único hombre con el que he estado y con el que quiero estar… No me ofendas de esa forma. - digo y siento mis lágrimas correr porque sus palabras me hieren. ¿Por qué duda de esa forma de mi amor?

-No… no pretendía ofenderte, sólo quería hacer una broma, pero tú te lo estás tomando a mal… No llores. No es la forma en la que planeaba pasar este día tan importante para nosotros. -

-Es que… me duele que dudes de mí. ¿Cuándo te he hecho yo algo para que dudes de mí de esa forma? -

-Ya te lo dije… Era una broma, por favor contrólate. –

-Está… Está bien… Es que… te amo muchísimo y… me duele eso… ¿Sabes? -

-Y yo a ti… Ya te lo dije… sólo era una broma. Quería que fuéramos a un lugar para relajarnos un poco, pero, si sigues llorando, me temo que sería mejor dejarlo para otro día. -

-No… no, por favor… Creo que nos merecemos este momento… Ya no estoy llorando. - digo, secando mis lágrimas a toda prisa y dándole una enorme sonrisa.

-A veces me incomoda un poco que seas así, ¿Sabes? - dice, un tanto exasperado.

- ¿Cómo? No te estoy entendiendo. -

-No sé cómo explicarlo, pero has cambiado… Ya no eres la misma de antes. -

-Ambos hemos cambiado, Ernesto. Los dos crecimos en estos 8 años. ¿No lo crees? - contesto para hacer que se calle…

Algunas de mis amigas me han contado lo que sigue después de esas palabras y no es algo que yo quiera escuchar… Menos hoy.

-Quizá… Mira, ya llegamos. - dice, señalando frente al parabrisas.

Miro por la ventana y estamos en un hotel un tanto extraño… No es que no hayamos ido a alguno en todos estos años de casados, pero este es… Diferente.

-Si hay algo que no te guste, sólo tienes que decirlo. ¿Entendido? -

-Cla… claro. -

Salimos del coche y él va directamente a la recepción a pedir una habitación mientras yo me siento en uno de los sofás que están ahí. No quiero pensar en cómo se enteró de este lugar ni en si ha venido con su amante o cosas así. Esta noche quiero disfrutarla a lado de mi esposo y ya.

Cuando consigue la habitación viene hacia mi y me mira divertido.

-Subamos ya, no quiero perder el tiempo. -

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