Ideth se quedó quieta escuchando con atención lo que sucedía al otro lado de la puerta. Las órdenes del caballero de mayor jerarquía a Kayden resonaban en el pasillo, llenando el aire con un aura de misterio y peligro.
Ideth se preguntó que significaban esas órdenes y qué papel desempeñaba Kayden en todo esto. Una sensación de inquietud se apoderó de ella, no podía escuchar con claridad lo que hablaban los caballeros.
Ideth permaneció inmóvil junto a la puerta, con la esperanza de captar más fragmentos de la conversación y desentrañar el enigma que rodeaba al misterioso caballero y su obediente subordinado.
Con su cabeza aún ocupada en desentrañar las órdenes que Kayden había recibido, Ideth observó con sorpresa cómo la puerta de su pequeña habitación se abría lentamente. Tres mujeres entraron llevando elementos de aseo, y entre ellas, Ideth pudo ver fugazmente el rostro de Kayden. Era un joven alto, de cabello castaño, piel bronceada y ojos azul claro. Su figura fornida estaba cubierta por una armadura que parecía ajustarse perfectamente a él.
Mientras Kayden cerraba la enorme puerta de madera, sus ojos se encontraron brevemente con los de Ideth, y en ese fugaz instante, ella pudo percibir una chispa de curiosidad o tal vez de compasión en su mirada. Guardando en su mente la imagen del caballero amable que le habría brindado un destello de humanidad en medio de la opresión del castillo, Ideth se prometió a sí misma no olvidar esa mirada.
En el momento en que la puerta quedó totalmente cerrada, las tres mujeres le explicaron a Ideth que antes de conocer al rey tenían que asearla, siguiendo una orden real, aunque no sabían cuándo Ideth iba a estar en presencia de él, era mejor estar listas. Ideth se miró el vestido gastado de mangas acampanadas rosado y se dio cuenta de que estaba cubierto de lodo. Una sensación de vergüenza y desamparo la invadió al percatarse de su estado desaliñado.
Con resignación, Ideth, se dispuso a someterse al proceso de aseo.
Después de un proceso de aseo meticuloso, las mujeres vistieron a Ideth con un hermoso vestido verde que realzaba su belleza natural. Le peinaron el cabello con delicadeza, dejándolo caer en suaves ondas alrededor de su rostro, y le aplicaron un maquillaje muy discreto que resaltaba sus rasgos sin ocultar su autenticidad.
Mientras la ayudaban con el aseo, las mujeres le hablaban con amabilidad y complicidad, dándole consejos sobre cómo comportarse adecuadamente frente al rey y explicándole cómo era la reina Leonor. Le contaron historias sobre su elegancia y gracia, y le transmitieron la importancia de mostrar respeto y cortesía en su encuentro con el monarca.
Con cada palabra, las mujeres intentaban infundir confianza en Ideth y prepararla para el momento crucial que se avecinaba. Le recordaron la importancia de mantener la compostura y la calma, y le ofrecieron palabras de ánimo para enfrentar lo que fuera que le aguardara.
Ideth se miró al espejo y apenas reconoció a la joven que le devolvía la mirada. Con el vestido verde y el cabello peinado con esmero, se sentía como si estuviera lista para enfrentar cualquier desafío que le deparara su encuentro con el rey.
Después de que las órdenes a Kayden se desvanecieron, y las mujeres se retiraron, Ideth se encontró nuevamente a solas en su cuarto. Fue entonces cuando Kayden le transmitió la noticia de que el rey ordenaba conocer a las doncellas al día siguiente, una por una. La anticipación y el nerviosismo se apoderaron de ella. Antes de poder asentir con la cabeza, el caballero cerró la puerta.
Consciente de los peligros que enfrentarían si intentaban escapar, Ideth decidió renunciar a cualquier pensamiento de huida. Su deseo de proteger a su familia superaba cualquier otro impulso.
Después de un rato, una mujer llegó para avisar a Kayden que aproximadamente en una hora debería escoltar a su doncella a cargo al gran salón para un banquete de bienvenida. El rey no estaría presente en la reunión, pero sí las otras siete doncellas.
Ante esta noticia, Kayden asintió con seriedad, agradeciendo la información. Sabía que esta cena era una oportunidad importante para que Ideth se familiarizara con el entorno del castillo y para que conociera a las demás doncellas.
Con cuidado, se acercó a Ideth y le informó sobre los planes para la cena, asegurándole que la acompañaría y la protegería durante todo el evento. Al fin y al cabo, ese era su trabajo.
Ideth no tenía apetito en absoluto. ¿Quién en su sano juicio querría comer después de haber pasado por tanto? Sin embargo, sabía que no podía rechazar la orden por miedo al rey.
Cuando finalmente llegó el momento, Kayden la escoltó en silencio, siempre a su lado, brindándole un apoyo silencioso pero reconfortante en medio de la tensión y el nerviosismo que sentía Ideth.
Con paso firme y decidido, Ideth siguió a Kayden hacia el gran salón. No se había dado cuenta de lo atractivo que era hasta ese momento, pero su mente estaba tan abrumada por el miedo y la incertidumbre que no pudo entenderlo completamente.
Aunque sus pensamientos estaban dominados por la preocupación de su seguridad y la de su familia, una parte de ella reconocía la presencia reconfortante y protectora de Kayden. Sin embargo, la urgencia de la situación y el temor constante a Waila ocupaban la mayor parte de su mente, dejando poco espacio para cualquier otra consideración.
Antes de que Kayden abriera una de las puertas del gran salón, se detuvo un momento y se volvió hacia Ideth. Con una voz seria y tranquila, le recordó que se quedaría detrás de ella durante todo el banquete, asegurando su protección y apoyo en todo momento.
El gesto de Kayden, aunque breve, transmitió una sensación de seguridad y confianza a Ideth en medio de la tensión y el nerviosismo que sentía.
Cuando ingresó al gran salón, Ideth se sorprendió al ver la abundancia de comida que se extendía ante ella. Nunca había visto tanta comida en un solo lugar. Normalmente, su dieta se limitaba a cereales y, en raras ocasiones, carne que sus hermanos cazaban. Al darse cuenta de la diferencia entre su vida cotidiana y el lujo frente a ella, sintió una mezcla de asombro y desconfianza. No pudo evitar pensar en lo cínico que era el rey al organizar una cena en honor a las doncellas que estaban en el castillo en contra de su voluntad. La abundancia de comida y la ostentación solo servían para resaltar la opresión y el control que el rey ejercía sobre ellas.
A pesar de los intentos del rey por crear una apariencia de normalidad y hospitalidad, Ideth no podía olvidar la verdad detrás de esta fachada. Se sentía indignada y frustrada por la hipocresía del rey y por la injusticia de su situación. Mientras se encontraba rodeada de lujo y extravagancia, no podía evitar sentirse prisionera y desamparada.
Sin embargo, su atención pronto se desvió hacia las otras doncellas presentes en el salón. Contó seis, además de ella misma. La presencia de las otras doncellas le recordó que no era la única en esta situación, lo que le brindó un poco de consuelo en medio de la incertidumbre.
Con un aire de superioridad, la última doncella entró en el salón, atrayendo todas las miradas con su deslumbrante belleza. Era evidente que destacaba entre las demás, quizá siendo la más hermosa del reino. Su llegada no pasó desapercibida, y su mirada despectiva hacia las demás doncellas no hizo más que aumentar la tensión en la habitación.
Ideth observó cómo la joven se sentaba frente a ella, sintiendo la intensidad de su mirada. Aunque su belleza era innegable, la actitud arrogante de la nueva doncella despertó un sentimiento de desconfianza en Ideth.
La actitud aparentemente complaciente y feliz de la doncella arrogante desconcertaba a Ideth, quien no podía evitar sentir un profundo recelo hacia ella. ¿Acaso había sido secuestrada como las demás doncellas, o había llegado al castillo voluntariamente y con alegría? Esta incertidumbre solo alimentaba los temores de Ideth y aumentaba su desconfianza hacia la nueva doncella.
-Me llamo Nessa, ¿y ustedes? - dijo la doncella con arrogancia. Ideth se sintió intrigada por la aparente calma de Nessa. ¿Cómo podía estar tan tranquila en una situación tan angustiosa? Mientras observaba a las otras doncellas en la habitación, Ideth notó una mezcla de emociones en sus rostros. La mayoría de ellas parecían tener los ojos llorosos, mientras que otras mostraban signos de miedo y preocupación, reflejando los mismos sentimientos que ella experimentaba.
Como ninguna respondía, Nessa siguió con su charla. –Es la primera vez que nos vemos, nos hiciste esperar mucho con tu jueguito de las escondidas-, dijo Nessa con un tono de enojo, mirando directamente a Ideth. El comentario de Nessa tomó a Ideth por sorpresa, dejándola sin palabras ante la acusación implícita. Mientras las otras doncellas observaban la escena con cautela, Ideth se sintió aún más insegura sobre la verdadera naturaleza de Nessa y sus intenciones en el castillo. La tensión en la habitación aumentó.
Cuando Nessa terminó de comer, se levantó dejando la servilleta sobre la mesa. Antes de irse a su cuarto, lanzó una mirada de desdén a las demás doncellas y pronunció con arrogancia: -El rey me elegirá a mí-. Con estas palabras, Nessa se marchó del salón acompañada por su caballero, dejando a las otras doncellas en un silencio incómodo y lleno de preguntas sin respuesta. La impactante afirmación de Nessa resonó en la mente de Ideth, quien se preguntaba qué significaba realmente y qué implicaciones tendría para todas ellas en el futuro.
Una de las doncellas, al borde del llanto, preguntó con temor qué quería decir Nessa con ese comentario. Las demás, nerviosas y confundidas, respondieron que no tenían idea y que tal vez lo descubrirían al día siguiente. El ambiente tenso en la habitación se intensificó ante la incertidumbre y el misterio que rodeaban las palabras de Nessa, dejando a todas las doncellas preocupadas por lo que el futuro les deparaba en el castillo del rey Waila.
Ideth fue la última en retirarse de la mesa y regresar a su habitación. Las palabras de Nessa resonaban en su mente.
Mientras caminaba por los largos pasillos iluminados por antorchas, Ideth observaba de reojo a Kayden. Se preguntaba si su amabilidad hacia ella era genuina o simplemente obedecía las órdenes del rey de tratar a las doncellas con cortesía. ¿Acaso Kayden había mostrado amabilidad hacia ella porque así lo deseaba, o simplemente cumplía con su deber como caballero de Waila? La incertidumbre de sus intenciones dejaba a Ideth sintiéndose vulnerable y desconfiada, preguntándose si debía confiar en él o mantenerse en guardia frente a cualquier posible traición.
Al llegar a la puerta de la habitación, Kayden le informó a Ideth que otro caballero vendría a suplirlo, ya que él necesitaba descansar. Explicó que al día siguiente no la cuidaría él mismo, sino un compañero, ya que habría nuevos ingresos de aspirantes a caballeros y él debía asegurarse de que fueran dignos de serlo. Al terminar de hablar, llegó su reemplazo y Kayden se despidió cortésmente de Ideth. Mientras entraba en su habitación y se preparaba para descansar, ella no dejaba de pensar en Kayden y en las palabras de Nessa.
El nuevo caballero asignado para cuidar a Ideth no mostraba la misma amabilidad que Kayden. En lugar de interactuar con ella o mostrar algún tipo de consideración, simplemente se mantenía de pie en silencio, vigilando atentamente cualquier intento de fuga por parte de Ideth. Su actitud distante y fría dejaba a Ideth sintiéndose aún más aislada y desamparada en el imponente castillo del monarca, añorando la compañía y la confianza que había experimentado brevemente con Kayden. Sin embargo, comprendía que la presencia del nuevo caballero era necesaria para garantizar su seguridad, aunque lamentaba la falta de calidez y empatía en su trato.
Después de un día lleno de incertidumbre y tensión, Ideth se dispuso a descansar en la pequeña cama de su habitación. Al notar el hermoso camisón con delicados bordados que le habían dejado para dormir más cómoda, sintió un gran agradecimiento. Cansada pero agradecida por el gesto, se vistió con el camisón y se acurrucó en la cama. A pesar de todos los pensamientos que rondaban en su mente, finalmente logró encontrar la paz y se sumergió en un plácido sueño, esperando que al despertar el nuevo día trajera consigo respuestas y claridad sobre su destino en el castillo del rey.
Ideth se sumergió en un sueño reparador y feliz, donde revivió los hermosos momentos de libertad y felicidad junto a su familia en los campos verdes que solían llamar hogar. Sin embargo, su sueño tranquilo fue interrumpido por los golpes fuertes en la puerta de su habitación, anunciando que era hora de despertarse. Con un suspiro resignado, Ideth se sentó en la cama y apenas tuvo tiempo de acomodarse cuando las tres mujeres que la habían atendido el día anterior entraron nuevamente en su habitación. La rutina en el castillo del rey Waila parecía repetirse una vez más, dejando a Ideth con la sensación de estar atrapada en un ciclo sin fin de obediencia y servidumbre.
A pesar de sentirse incómoda con el proceso de aseo, Ideth se dejó llevar por las manos expertas de las mujeres que la atendían. El peinado cuidadoso y las ondas perfectamente formadas le recordaban a su vida sencilla en el campo, donde solía usar cofias para mantener su cabello recogido mientras trabajaba. Sin embargo, el maquillaje suave y los labios resaltados con un rojo profundo era un cambio drástico para ella. Cuando se encontró vestida con un elegante vestido blanco adornado con encajes dorados y unos zapatos de piel blancos, sintió que estaba muy lejos de su hogar.
De nuevo, mientras la preparaban para su encuentro con el rey, las mujeres no dejaban de hablar, inundando a Ideth con información sobre la vida en el castillo. Le contaron sobre los nuevos reclutas para caballeros que se estaban entrenando en el campo del mismo castillo, explicando que, aunque normalmente provenían de familias aristocráticas, esta vez se habían relajado un poco en ese aspecto debido a la escasez de tales hijos de esas familias. Sin embargo, enfatizaron que se esperaba que estos jóvenes hombres tuvieran un excelente manejo de las armas. También le recordaron consejos de cómo comportarse ante el rey, instruyéndola sobre las reverencias adecuadas y cómo dirigirse ante él con respeto. En medio de toda esta charla, Ideth se preguntaba cómo podría adaptarse a esta nueva vida llena de formalidades y protocolos, sintiéndose cada vez más atrapada en el laberinto del castillo.
El día transcurrió con una extraña calma en el castillo, si es que se le puede llamar así. Las doncellas, incluida Ideth, pasaron gran parte del día en sus habitaciones, esperando nerviosamente el momento en que serían presentadas al rey. Sin embargo, las horas pasaron sin noticias sobre cuándo ocurriría este encuentro. La incertidumbre colgaba en el aire, haciéndolas preguntarse si el rey había cambiado de opinión o si simplemente estaban siendo postergadas por alguna razón desconocida. La tensión crecía con cada minuto que pasaba, y las doncellas se preguntaban qué depararía el destino para ellas en el impredecible mundo del castillo.
El caballero a cargo de Ideth abrió la puerta de su habitación y le informó que el rey había dado la orden de que las doncellas salieran a pasear por el campo, acompañadas en todo momento. La intención era que se relajaran y estuvieran menos nerviosas para el tan "esperado" encuentro con el monarca, pues al rey le molestaba profundamente ver a las mujeres llorar. Ideth siguió al caballero al campo.
Mientras esperaban a Nessa, las doncellas se reunieron en un pequeño lugar para disfrutar un poco de hidromiel sin fermentar. El ambiente era tranquilo y amistoso, aprovecharon el tiempo para charlar entre ellas de manera sosegada. Compartieron historias, sueños y temores, encontrando consuelo y apoyo mutuo en aquel momento de incertidumbre.
Cuando vieron que Nessa se acercaba a la mesa con su caballero, Ideth se disculpó con sus compañeras y se levantó de la mesa para dar un paseo. Nessa, una vez más, la miró despectivamente mientras se alejaba. Fue lindo y relajante despejar la mente por unos breves minutos para Ideth. A medida que Ideth se alejaba con el caballero siguiendo sus pasos, los gritos de los aspirantes a caballero resonaban en el aire, respondiendo órdenes, mezclándose con el sonido de las espadas chocando y las órdenes de los instructores. Era un recordatorio constante del mundo militarizado que rodeaba el castillo, una realidad que contrastaba con la aparente tranquilidad de aquel momento en el jardín.
Mientras observaba desde la distancia las acciones de los futuros caballeros, entre la multitud vio a Kayden sin armadura, dando órdenes enérgicas a unos aspirantes. Cuando los aspirantes empezaron a correr, las miradas entre Kayden e Ideth se cruzaron y él quedó unos minutos observándola, como si estuviera perdido en sus pensamientos.
Lo que Ideth no se había dado cuenta es que alguien más entre los aspirantes se quedó observándola fijamente, con una expresión indescifrable en su rostro. Cuando Ideth miró hacia otro lado, su rostro se iluminó de alegría al reconocer a su hermano mayor entre los aspirantes.
Kayden, notando la mirada de Ideth hacia un aspirante, se sintió desconcertado y un poco celoso. Sin comprender del todo por qué, su semblante se endureció y, elevando la voz, ordenó al joven cubierto de lodo que comenzara a correr junto con los demás aspirantes. Su tono era firme y autoritario, como acostumbraba cuando estaba frente a los reclutas. Sin embargo, algo en su interior le hacía sentir una punzada de incomodidad al ver la atención de Ideth dirigida hacia otro hombre, aunque no lograba identificar qué era exactamente lo que le incomodaba.
La felicidad de Ideth se vio rápidamente eclipsada por los gritos de Kayden hacia Bruce. La expresión molesta de Kayden no pasó desapercibida para Ideth cuando volvió a mirarlo. Con paso firme, él se acercó al caballero que escoltaba a Ideth y le transmitió con un tono duro que las doncellas no podían permanecer cerca de la agresiva instrucción hacia los aspirantes. Esta intervención repentina de Kayden desconcertó a Ideth, quien observaba la escena sin comprender del todo qué estaba ocurriendo.
Ideth, sin decir una palabra, simplemente miró a Kayden y siguió a su caballero cuando él le pidió que lo acompañara, dejando atrás la escena con Kayden y los aspirantes.
Kayden, luego de retomar la instrucción de los aspirantes, volvió su atención al joven que observó a Ideth. Se aproximó con decisión a Bruce, su semblante serio denotaba autoridad. Con voz firme, le advirtió que nunca más se atreviera a mirar a las doncellas del rey. Sin embargo, tras impartir esa orden, una sensación de confusión se apoderó de él, cuestionándose qué interés tendría el rey en Ideth y por qué le preocupaba eso.
Los compañeros instructores de Kayden lo observaron con confusión, preguntándose por qué había reaccionado de esa manera tan agresiva. Algunos intercambiaron miradas entre ellos, incapaces de entender qué había desencadenado esa respuesta inusual en su compañero. Sin embargo, ninguno se atrevió a cuestionarlo directamente, dejando que la incertidumbre flotara en el aire mientras continuaban con la instrucción de los aspirantes.
Mientras caminaba junto a su caballero, Ideth se sumergió en una maraña de pensamientos. Se cuestionaba con mayor fuerza si la amabilidad de Kayden era genuina o simplemente una fachada impuesta por su deber. Pero, de manera sorprendente, su mente divagó hacia la imagen de Kayden sin su pesada armadura, dejando al descubierto su cuerpo musculoso. Se sorprendió por esos pensamientos inesperados, preguntándose por qué su mente había tomado esa dirección.
Al llegar junto a las demás doncellas, aún absorta en sus pensamientos, un caballero les informó que debían dirigirse al pasillo que conducía al salón del trono, siempre escoltadas y en todo momento.
La única doncella que no mostraba preocupación era Nessa; estaba radiante de alegría ante la oportunidad de finalmente conocer al rey.
Mientras caminaban, en su mayoría nerviosas, una doncella se acercó a Ideth y a un par de muchachas que estaban a su lado. Se presentó como Enya y les compartió lo que había escuchado de las mujeres del aseo: Nessa provenía de una familia aristocrática. Explicó que eso justificaba su comportamiento, sugiriendo que Nessa no había sido secuestrada, sino que había llegado voluntariamente al castillo escoltada por caballeros. Su objetivo era captar la atención del rey para convertirse en la nueva reina de Eridan.
La revelación de Enya dejó a Ideth aún más preocupada. ¿Acaso habían sido llevadas al castillo con la intención de que el rey eligiera a una de ellas para convertirla en su nueva esposa? Las dudas y temores se agolparon en su mente mientras se acercaban al salón del trono.
Un caballero los esperaba en la puerta del salón, con su armadura brillante y una mirada severa. Hizo que las doncellas se formaran en una fila, creando un orden que reflejaba la cronología de su llegada al castillo, cada una acompañada por su respectivo caballero. La tensión en el aire era palpable mientras esperaban su turno para ingresar al salón.
La primera en pasar sería Aurnia, una joven indigente que no tenía a nadie en el mundo. Para ella, tal vez, haber sido "secuestrada" fue un alivio, ya que su vida anterior consistía en vagar por las calles y enfrentar la dureza de la intemperie. A pesar de su situación, Aurnia conservaba cierta dignidad y una mirada firme, como si llevara consigo la fuerza de todas las adversidades que había enfrentado en su vida. Con tan solo 29 años, tenía una figura esbelta que contrastaba con la dureza de su vida en las calles. Sus mechones pelirrojos estaban trenzados en espiral sobre sus orejas, enmarcando unos ojos verdes penetrantes que parecían haber absorbido la intensidad del mundo que la rodeaba. Su piel blanca, marcada por las huellas del sol y el viento, mostraban la crudeza de sus experiencias como indigente, pero también la resistencia y la perseverancia que la habían mantenido de pie. Su rostro, aunque mostraba la fatiga de días difíciles, irradiaba una serenidad y una determinación que inspiraban respeto y admiración en aquellos que tenían el privilegio de conocerla.
El caballero la condujo con cuidado hacia la puerta del salón, donde los esperaba el rey. Aurnia se mantuvo erguida, mostrando una compostura que contrastaba con su humilde apariencia. A medida que cruzaba el umbral, el murmullo del salón cesó momentáneamente, y las miradas se posaron sobre ella con curiosidad y respeto.
El rey la recibió con una sonrisa cordial, aunque su expresión denotaba una mezcla de interés y evaluación. Aurnia hizo una reverencia con gracia y esperó a que el rey le dirigiera la palabra, consciente de que este encuentro podía cambiar el curso de su vida de una manera que nunca antes había imaginado.
El vestido de Aurnia, aunque nuevo, era un reflejo de su vida pasada. Fue cuidadosamente elegido para la ocasión. Sus manos, ásperas por el trabajo duro en las calles, se posaron con delicadeza sobre la tela beige, como si temiera mancharla con la marca de su pasado.
-Tu nombre-, ordenó el rey con voz firme, rompiendo el silencio tenso que envolvía la sala. Aurnia, sin titubear, respondió con calma, aunque su voz llevaba consigo el peso de las experiencias vividas y la determinación de quien ha enfrentado la adversidad y ha salido victorioso, incluso cuando las probabilidades estaban en su contra.
El rey la miró con detenimiento, como si buscara encontrar en su rostro las respuestas a preguntas no formuladas. Luego, con un gesto apenas perceptible de su mano, indicó a su caballero que escoltara a Aurnia fuera del salón. Aurnia obedeció en silencio, con la dignidad y la serenidad que solo aquellos que han conocido la adversidad pueden manifestar en situaciones de incertidumbre.
Al salir, todas las doncellas presentes en el pasillo observaron con atención, preocupadas por saber que había ocurrido dentro del salón del trono. Sus miradas inquietas se encontraron con la de Aurnia, quien les transmitió con su gesto sereno y tranquilo que, aunque el destino la había apartado de aquel lugar, su espíritu seguía intacto y su determinación, inquebrantable.
Callen, con su cabello pelirrojo oscuro, corto en mechones que caían hasta tapar sus orejas, avanzó con determinación hacia el trono. Sus ojos verdes oscuro brillaban con intensidad, contrastando con las pecas que salpicaban su rostro de piel blanca. A pesar de su apariencia femenina, emanaba una energía masculina y una fuerza interior palpable. Su belleza era innegable, pero más allá de su aspecto físico, transmitía una sensación de seguridad y valentía, adquirida seguramente de sus días trabajando en el mercado junto a su familia, tallando madera con destreza y precisión. Cada paso que daba reflejaba su determinación y su capacidad para enfrentar cualquier desafío con firmeza y gracia.
Con sus jóvenes 25 años, Callen llevaba un vestido negro que resaltaba su belleza de manera sorprendente. A pesar de su aparente nerviosismo, demostraba una gracia y control admirables. Cada movimiento que realizaba irradiaba una confianza natural, evidenciando su capacidad para enfrentar cualquier situación con elegancia y valentía. Aunque su apariencia juvenil podría sugerir fragilidad, su presencia transmitía una fuerza interior notable.
El rey la examinó con una ceja enarcada, su expresión inexpresiva revelaba poco de lo que pasaba por su mente. Con simpleza solicitó su nombre y luego la dejó partir a su habitación, sin mostrar mucho interés en ella.
Nessa, la siguiente en la fila, ostentaba una belleza que no pasaba desapercibida. A sus 30 años, irradiaba una confianza que rozaba la arrogancia. Sus ojos verdes claro y su cabello rojo brillante añadían un aire de misterio a su presencia. Con paso seguro, avanzó hacia el trono y, con una expresión pícara, hizo una reverencia al rey.
Sabiendo que pertenecía a la aristocracia, Nessa nunca había experimentado la necesidad de trabajar en su vida. Luciendo el mejor vestido verde del grupo y con el cabello perfectamente peinado hacia arriba, captó la atención del rey. Sin embargo, la mirada inexpresiva del monarca la dejó desconcertada. Con voz falsamente dulce, pronunció su nombre cuando se lo ordenaron. Sin más preámbulos, el rey indicó al caballero que se la llevara, dejando a Nessa con una mezcla de sorpresa y desconcierto en su rostro.
Al salir, Nessa, con un aire de superioridad, les comentó a las demás doncellas que había captado la atención del rey. Con cierto desdén en su tono, insinuó que había dejado una impresión favorable en él. Luego, con paso altivo, se retiró a su habitación, dejando a las demás doncellas intrigadas y reflexionando sobre lo que acababan de presenciar.
La siguiente en la fila era Enya, quien irradiaba una actitud atrayente, como un pequeño fuego que encendía el ambiente a su paso. Tal y como su nombre le hacía honor. Estaba vestida con un bello vestido rojo, cuidadosamente elegido para realzar su atrayente cuerpo de 27 años. Su cabello estaba meticulosamente recogido con una trenza que atravesaba su frente, y de su cuello siempre colgaba una cruz. Su piel parecía aterciopelada, solo con un par de pecas adornando su nariz. Sus ojos eran verdes brillantes y su cabello del color de la sangre, como el de todas las doncellas presentes.
Enya y su familia eran herreros, conocidos en el pueblo por forjar las mejores armas utilizadas por los caballeros del reino. No era sorprendente que su familia tuviera una buena situación económica gracias a su habilidad en el oficio.
Antes de cruzar el umbral hacia el salón del trono, Enya se detuvo un instante, su mirada se desvió hacia el caballero que acompañaba a Ideth, Finley. En sus ojos se reflejaba una mezcla de melancolía y añoranza. El caballero, por su parte, parecía devolverle la misma expresión. Aquellos que aguardaban su turno para encontrarse con el rey observaron la escena con atención, y en sus rostros se reflejaba el reconocimiento de una conexión más profunda entre los dos.
La sospecha de una historia de amor comenzó a tomar forma en las mentes de las demás doncellas. Quizá aquellos dos corazones ya se habían encontrado mucho antes de este encuentro en el castillo. ¿Podría ser que mientras Enya vendía las armas forjadas por su familia, estos dos jóvenes se encontraran y se enamoraran en el trasfondo de la rutina diaria del mercado? Los susurros de tales especulaciones se entrelazaban con la expectativa palpable mientras Enya se preparaba para enfrentar al rey.
- ¡Guarde compostura, soldado! -
El caballero enamorado recibió la orden con una mirada de furia apenas contenida. Sus labios se apretaron en una fina línea mientras sus puños se cerraban con fuerza a los costados de su cuerpo. La tristeza que había reflejado momentos antes se desvaneció ante el ardor del resentimiento y la ira.
A pesar de la advertencia del otro caballero, sus ojos destilaban desafío y determinación. No iba a permitir que nadie, ni siquiera un rey, se interpusiera en el camino de su amor por Enya. Sin embargo, consciente de las consecuencias que podrían acarrear sus acciones, tragó saliva y respiró profundamente, tratando de mantener la compostura ante la presión de las circunstancias.
Roisin, la más joven entre todas las doncellas, era como una delicada rosa recién brotada en primavera. Con apenas 24 años, su actitud era la de una criatura vulnerable y frágil, siempre mostrando signos de nerviosismo y a menudo, al borde de las lágrimas. Para ella, cada mirada del rey era como un examen de fuego, una prueba de su capacidad para ocultar sus emociones más íntimas, un desafío que debía superar si deseaba mantenerse en pie ante el soberano.
Con un vestido de un suave tono rosado que enfatizaba su juventud y su inocencia, Roisin entró al salón con el cabello ligeramente despeinado, adornado solo con una pequeña corona de flores diminutas. Su rostro reflejaba una mezcla de ansiedad y esperanza mientras se acercaba al trono del rey. Sus ojos, de un verde tan claro como las praderas en primavera, mostraban una inocencia pura y una timidez encantadora.
El rey, sentado con su imponente presencia en el trono, la miró con una expresión impasible, como si evaluara cada gesto y cada palabra. Cuando llegó su turno, Roisin respondió con voz temblorosa y una timidez encantadora al ser preguntada por su nombre.
Al abandonar el salón, unas lágrimas de nerviosismo y alivio se deslizaron por las delicadas mejillas de Roisin, reflejando el torbellino de emociones que había experimentado durante su breve encuentro con el rey. Su corazón anhelaba regresar a los brazos protectores de su familia, donde podía dedicarse a la confección de ropa y al cuidado de sus seres queridos.
A pesar de haber trabajado arduamente para ganarse el pan de cada día, las manos de Roisin conservaban una extraordinaria suavidad, un testimonio silencioso de su delicadeza innata y de la ternura con la que abordaba cada tarea. En su mundo, tejido con hilos de esperanza y bordado con sueños de un futuro mejor, Roisin anhelaba encontrar un lugar donde su talento pudiera florecer y donde sus manos, tan suaves como la seda, pudieran dar forma a las creaciones más hermosas.
El gesto de Ideth no pasó desapercibido para Roisin, quien se sorprendió gratamente al sentir el reconfortante contacto de su compañera. Con un leve asentimiento de cabeza y una tímida sonrisa, Roisin expresó su agradecimiento por aquel acto de compasión en medio de la tensión del momento. Aunque las palabras no fueron necesarias, el gesto de solidaridad de Ideth le recordó que, incluso en los momentos más difíciles, no estaba sola. Juntas, compartían el peso de la incertidumbre.
Con cada paso que las acercaba a la puerta del salón del trono, el corazón de las tres doncellas restantes latía con fuerza, un eco del palpitar de sus temores. El aire del pasillo parecía cargado de expectativas, y el silencio que lo envolvía dejaba espacio para el susurro de los pensamientos tumultuosos que agitaban sus mentes.
Con paso delicado y grácil, Lana lideraba la fila de las doncellas hacia el trono, su presencia irradiaba una elegancia etérea que parecía sacada de las páginas de un cuento de hadas. Su vestido azul pálido se mecía con cada movimiento como las olas del mar en calma, y su larga trenza, una obra de arte en sí misma, fluía detrás de ella como un río de seda azul.
El resplandor de su juventud se reflejaba en sus ojos, llenos de curiosidad y anticipación mientras se acercaba al rey. A pesar de los latidos acelerados de su corazón, Lana mantuvo la compostura con una calma serena, como si estuviera destinada a deslumbrar en la presencia del monarca.
Su belleza era tan hipnótica que incluso los caballeros que custodiaban al rey se detuvieron por un momento para contemplarla con admiración. Con cada paso, Lana parecía traer consigo un aura de magia y misterio, como si estuviera a punto de desvelar un secreto ancestral guardado en las profundidades del océano.
Los rumores sobre la familia de Lana, como las olas que danzan en la costa, eran constantes en el bullicioso reino. Se decía que, además de ser pescadores expertos, también poseían conocimientos antiguos sobre las artes de la magia. Las historias de hechizos y encantamientos tejían un velo de misterio alrededor de su linaje, alimentando la imaginación de aquellos que escuchaban los cuentos.
Aunque muchos en el reino susurraban acerca de los posibles poderes ocultos de la familia de Lana, la verdad detrás de estos rumores permanecía envuelta en el misterio. Algunos creían firmemente en la existencia de la magia entre ellos, mientras que otros descartaban tales historias como simples supersticiones.
Para Lana, estos rumores eran solo eso, rumores. Ella conocía la verdad detrás de las historias que circulaban sobre su familia, sabiendo que su habilidad para tejer redes y navegar los mares no tenían nada que ver con la magia. Sin embargo, la idea de que su linaje estuviera vinculado a antiguos secretos místicos agregaba un toque de intriga a su propia historia, haciéndola aún más fascinante para aquellos que la conocían.
Aunque Lana siempre había escuchado los murmullos sobre la supuesta brujería en su familia, esos rumores ahora pesaban más que nunca en su mente. La sombra de la trágica historia de la reina Leonor, quemada en la hoguera por acusaciones de brujería, hacían eco en su cabeza.
A pesar de que Lana sabía que su familia no tenía nada que ver con aquellos oscuros rumores, no podía evitar sentir el peso de la sospecha. Mientras se acercaba al rey con nerviosismo camuflado de tranquilidad, Lana trató de mantener la calma y la compostura, sabiendo que cada movimiento y palabra suya serían observados y escrutados de cerca.
Con paso firme pero cauteloso, Lana avanzó hacia el trono, tratando de ignorar las miradas expectantes que la rodeaban. A pesar de sus propios temores y dudas, estaba decidida a enfrentar al rey con valentía y determinación.
Después de su encuentro con el rey, Lana salió del salón del trono con la misma calma con la que había entrado, pero en su interior, sentía el peso de la incertidumbre y la preocupación. Consciente de las miradas de sus compañeras, Lana evitó cualquier contacto visual y se retiró rápidamente a su habitación.
Una vez sola, se dejó caer en el borde de la cama, dejando escapar un suspiro de alivio mezclado con ansiedad. Aunque había logrado mantener su compostura frente al rey, por dentro se sentía agitada y perturbada por los oscuros rumores que rodeaban a su familia. Sabía que debía mantener la cabeza en alto y enfrentar los desafíos que se avecinaban, pero la incertidumbre y el miedo seguían acechando en cada rincón de su mente.
Brigid, con sus 28 años de experiencia en el campo, llevaba consigo el aroma de la libertad y la fuerza de la naturaleza. Criada en un vasto terreno donde los caballos eran su compañía constante, había aprendido a valorar la belleza y la independencia que le ofrecía la vida al aire libre. Aunque la idea de estar confinada en el castillo la incomodaba, Brigid mantuvo su compostura al ingresar al salón del trono.
Vestida con un elegante vestido blanco adornado con encajes que realzaban la belleza de su piel salpicada de pecas, Brigid irradiaba una fascinante mezcla de gracia y rusticidad. Su cabello, recogido en un rodete impecable, añadía un toque de sofisticación a su apariencia naturalmente encantadora.
Al hacer su reverencia ante el rey, Brigid mostró respeto y cortesía, aunque en su interior, un destello de rebeldía y anhelo por la libertad brillaba en sus ojos. A pesar de la indiferencia del monarca, Brigid se mantuvo firme, lista para enfrentar lo que el destino le deparaba en aquel lugar de intriga y misterio.
Con un gesto sutil pero reconfortante, Brigid dirigió una sonrisa hacia Ideth al salir del salón del trono. Era como si en ese breve intercambio de miradas y sonrisas, Brigid quisiera transmitir un mensaje de solidaridad y fortaleza. Aunque la incertidumbre y la tensión reinaban en aquel ambiente, la sonrisa de Brigid parecía decir: "Estamos juntas en esto. Nos apoyaremos mutuamente". Para Ideth, ese gesto significaba más de lo que las palabras podrían expresar en ese momento de incertidumbre y desafío. Era un recordatorio silencioso de que, incluso en las circunstancias más adversas, siempre había espacio para la camaradería y la esperanza.
Aunque sus pensamientos estaban revueltos y los nervios amenazaban con traicionarla, cuando finalmente llegó su turno, Ideth se obligó a centrarse. Con paso decidido cruzó el umbral hacia el majestuoso salón del trono, escoltada por su caballero. A pesar de que había olvidado la mayor parte de los consejos que le habían dado para ese momento crucial, confió en su intuición y, en un gesto que parecía casi instintivo, realizó una reverencia elegante y respetuosa ante el rey.
Al levantarse de su reverencia, Ideth no pudo evitar observar al rey con detenimiento. Su mirada se encontró con la del monarca, cuyos ojos parecían contener un misterio profundo y una autoridad innegable. Aunque no mostraba ninguna emoción en su rostro, su presencia imponente llenaba la habitación con un aura de poder y gravedad. Ideth se sintió momentáneamente abrumada por la magnificencia del momento, pero se obligó a mantener la compostura y esperar las palabras del rey.
Al escuchar la orden del rey, Ideth no vaciló y pronunció su nombre con firmeza. Waila parecía radiante y vigoroso, muy distinto a la imagen que Ideth se había formado en su mente. Su cabello castaño claro y sus ojos color miel resplandecían en la tenue luz del salón. Su piel bronceada irradiaba vitalidad y energía. Ideth quedó sorprendida por la apariencia juvenil y vigorosa del rey, que contrastaba con la imagen desagradable que había imaginado anteriormente.
La idea de que el rey hubiera tenido a sus tres hijas a una edad temprana cruzó por la mente de Ideth. Imaginaba que tal vez eran trillizas. Era sabido que ellas se casaron a una edad muy joven por el bien del reino. Esto agregaba un nuevo matiz a la imagen que tenía de la monarquía y de las responsabilidades que recaían sobre los hombros del rey y sus hijas.
El rey, con una mirada reflexiva y penetrante, se inclinó ligeramente hacia adelante en su imponente trono, acercándose un poco más a Ideth. - ¿Tú eras la doncella que se ocultaba de mí? -, inquirió con voz serena pero firme. Ideth sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas. El corazón le latía con fuerza, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. Ante la pregunta del rey, todo pareció detenerse por un instante, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en el salón del trono.
Con la mente nublada por el nerviosismo, Ideth se esforzó por articular una respuesta coherente, pero las palabras parecían escaparse de ella en ese momento crucial. La mirada del rey, intensa y penetrante, la hacía sentir aún más ansiosa. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, el rey soltó una pequeña carcajada con desdén, rompiendo la tensión del momento.
Su mirada seguía siendo penetrante, como si estuviera evaluando cada una de las reacciones de Ideth. Aunque el gesto parecía amistoso, había algo en su expresión que dejaba entrever un ligero reproche. La risa del rey no fue un alivio completo para Ideth; más bien, intensificó su sensación de incomodidad y nerviosismo. Con un sutil movimiento de su mano, el rey indicó a su caballero que retirara a Ideth, poniendo fin al breve pero tenso encuentro.
Cuando salió del salón, Ideth se encontró con Kayden, quien esperaba con su habitual expresión serena para hacerle el relevo a su compañero. Sus ojos se cruzaron brevemente, pero no hubo palabras entre ellos. Aunque la familiaridad de su presencia ofrecía cierto consuelo, Ideth se sentía abrumada por la confusión y el peso de las revelaciones recientes.
Kayden tomó el relevo, listo para escoltar a Ideth hacia el jardín del castillo, tal y como lo había ordenado el rey. Aunque su expresión era imperturbable, Ideth notó una ligera tensión en sus movimientos, como si estuviera conteniendo algo. Sin embargo, prefirió no indagar al respecto y simplemente siguió sus pasos mientras salían del castillo. El aire fresco y el espacio abierto eran un alivio para Ideth después de la tensión del encuentro con el rey, y agradeció el momento de calma mientras caminaban juntos por el jardín extenso del castillo. Aunque el silencio entre ellos era palpable, la presencia reconfortante de Kayden le ofrecía cierta sensación de seguridad en medio de la incertidumbre que rodeaba su situación en el castillo.
Mientras conducía a Ideth junto al resto de las doncellas, Kayden se mantuvo a unos pasos de distancia junto a los otros caballeros, vigilantes como siempre. Nessa, con su actitud arrogante, se jactaba de haber capturado el interés del rey, afirmando que este se había quedado enamorado de ella. Sin embargo, su mentira era tan evidente que incluso los caballeros a su alrededor no podían contener la risa, aunque lo hacían de manera disimulada para que Nessa no se diera cuenta. A pesar de sus intentos de engañar, era claro que la verdadera belleza y gracia residían en la modestia de Ideth y las demás doncellas, quienes no se dejaban deslumbrar por las vanas palabras de Nessa.
Ideth, con su poca tolerancia hacia Nessa, se levantó y comenzó a caminar, dejando atrás el bullicio que rodeaba a la arrogante doncella. Enya, siempre elocuente, pronto se unió a ella junto con sus respectivos caballeros. Con una sonrisa amistosa, Enya inició una conversación animada, quizás con la intención de distraer a Ideth de las tensiones del día. Mientras caminaban, el sol del atardecer teñía el paisaje con tonos cálidos, y la suave brisa del campo envolvía sus conversaciones en una atmósfera tranquila y serena.
Sentadas en el suave césped, rodeadas por la tranquilidad del campo, Ideth y Enya continuaron su conversación. Hablaron sobre sus vidas antes de llegar al castillo, compartiendo recuerdos de sus familias y las experiencias que las habían llevado hasta allí. Enya, con su naturaleza amigable y extrovertida, logró que Ideth se sintiera más relajada, como si por un momento pudiera olvidar las preocupaciones que la habían atormentado desde su llegada al castillo. Juntas, compartieron risas y confidencias, creando un vínculo de complicidad que parecía fortalecerse con cada palabra compartida.
Mientras Enya e Ideth conversaban animadamente, Kayden no podía apartar la mirada de Ideth. Sus ojos la seguían con una intensidad que no pasó desapercibida para Enya, quien observaba la situación con interés. Cuando Kayden se dio cuenta de que Enya había notado su atención hacia Ideth, su expresión se volvió seria, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo que preferiría mantener oculto. Una breve tensión flotaba en el aire, aunque Enya simplemente sonrió con complicidad, dejando que el momento pasara sin hacer ningún comentario al respecto.
La tensión entre Kayden y el caballero de Enya se volvía palpable conforme el caballero burlón hacía evidente su conocimiento sobre la atracción de Kayden hacia Ideth. Kayden, al notar la sonrisa burlona de su compañero, se endureció aún más, sus gestos revelaban una mezcla de molestia y determinación. Mientras tanto, Enya e Ideth continuaban su conversación ajena al intercambio de miradas y tensiones entre los caballeros.
Los caballeros intercambiaron un par de palabras en voz baja mientras las doncellas se levantaban para reunirse con sus compañeras. La atmósfera entre ellos se volvía cada vez más cargada, como si estuvieran discutiendo algo de importancia. Kayden mantenía una expresión seria y concentrada, mientras que el caballero de Enya parecía estar disfrutando de la situación, con una sonrisa sutil pero desafiante en su rostro. Las miradas fugaces y los gestos discretos entre ellos indicaban que había algo más que una simple conversación pasando entre los dos.
Diarmuid: - ¿Has notado que no puedes apartar la mirada de Ideth, verdad? - Le dijo a Kayden de reojo y con una sonrisa pícara.
Kayden: (se tensa) -No sé de qué estás hablando. Solo estaba vigilando, como se supone que debemos hacer-.
Diarmuid: -Oh, vamos Kayden. Todos lo vimos. Estaba tan claro como el día. Pero tienes razón, debemos ser más discretos. No queremos que se repita lo de Finley-.
Kayden: (frunce el ceño) -No sé a qué te refieres. Solo estoy cumpliendo con mi deber-.
Diarmuid: (sonríe) -Oh, sí, claro. Cumpliendo con tu deber. Como todos nosotros. Pero no podemos negar lo que nuestros ojos ven-.
Kayden: (suspira) - ¿Qué estás insinuando? -
Diarmuid: -Nada en particular. Solo que, a diferencia de Finley, tus sentimientos parecen ser menos evidentes. Es bueno mantener las cosas en secreto, ¿no crees? -
Kayden: -No te dejes llevar, Diarmuid. No podemos permitirnos distracciones. Nuestro deber es con el rey y el reino-.
Diarmuid: -Entiendo, Kayden. Pero a veces, las distracciones son inevitables. Tenemos que asegurarnos de que no nos pongan en peligro a nosotros ni a las doncellas-.
Kayden: -Estoy de acuerdo. Mantengamos la guardia alta y los corazones bajo control-.
Kayden, sintiendo el peso de la mirada de Ideth sobre él, se puso aún más rígido. Trató de mantener su compostura, pero su corazón latía con fuerza. Notó la sonrisa de Ideth y sintió un leve rubor en sus mejillas. Diarmuid no pudo evitar notar la tensión en el aire y la sonrisa de Ideth. Le lanzó a Kayden una mirada cómplice y una sutil risa escapó de sus labios. Kayden se sintió avergonzado por su evidente incomodidad, pero se obligó a mantener la compostura.
Los caballeros se sumergían en bromas amistosas sobre la belleza de las doncellas y las miradas furtivas de los caballeros, pero en el fondo sabían que debían ser cautelosos y disimulados. No podían desafiar los deseos del rey, y cualquier indicio de afecto indebido podría acarrearles severos castigos. Por lo tanto, optaban por actuar con discreción, aunque en ocasiones la tentación de expresar sus sentimientos fuera difícil de resistir.